Joan Martínez Alier - La Jornada
Los
economistas ecológicos afirmamos que la economía de los países ricos debería ir
hacia un estado estacionario, en expresión de Herman Daly. Eso debería lograrse
tras un cierto decrecimiento, observó Nicholas Georgescu-Roegen ya en 1979.
Esa economía
sin crecimiento, ¿sería todavía una economía capitalista? ¿Qué pasa con las
ganancias capitalistas y con la acumulación de capital si la economía no crece?
La cuestión no es nueva, fue abiertamente debatida en París en 1972 por un
presidente de la Comisión Europea, el socialdemócrata holandés Sicco Mansholt,
contrario al crecimiento económico tras haber leído el informe de los Meadows
del MIT y por su experiencia de varios años como rector de la política agraria
europea. El debate, organizado por Le Nouvel Observateur (n. 397, 1972),
atrajo a tres mil personas. Tuvo otros protagonistas brillantes: Herbert
Marcuse y Edgar Morin (un viejo y un joven filósofo), el sindicalista Edmond
Maire, el ambientalista Edward Goldsmith –que había publicado Blueprint for
Survival en 1971– y los escritores Philippe Saint Marc y André Gorz. No se
habló todavía de cambio climático, pero sí de escasez de recursos, aumento de
la población, los absurdos de la contabilidad macroeconómica del PIB, la
felicidad, el capitalismo, el socialismo, el militarismo, la tecnología y la
complejidad. André Gorz introdujo en este debate la palabra décroissance
y afirmó que el capitalismo tal vez pudiera sobrevivir a ese decrecimiento y a
un estado estacionario porque la tecnología y el comercio que ahora llamamos
verdes, podrían ser un nuevo sector de negocios donde invertir capitales y
obtener ganancias. Pero no estaba seguro.
Fue notable la intervención de Sicco Mansholt en ese debate de 1972. El había anunciado que prefería el BNB (Bonheur national brut, la felicidad nacional bruta) al producto nacional bruto, siendo criticado tanto por el presidente Georges Pompidou como por Georges Marchais del Partido Comunista francés. Sicco Mansholt, que tenía 63 años, había iniciado el debate europeo con una carta al presidente de la Comisión Europea, Franco Malfatti, en febrero de 1972, tras leer el informe de los Meadows (antes de ser entregado al Club de Roma). La carta a Malfatti está escrita en un contexto de estanflación (estancamiento económico combinado con inflación) causado por un descenso de ganancias empresariales por la fuerza de los sindicatos en una época de pleno empleo, año y medio antes de la gran subida del precio del petróleo, en 1973, que desencadenó otro tipo de estanflación. Además, la carta fue escrita poco antes de la primera gran conferencia ambiental de Naciones Unidas, en Estocolmo.
Al decantarse por un crecimiento por debajo de cero, Mansholt no quería
simplemente debatir sino promover políticas públicas europeas dirigidas hacia
la conservación y el reciclaje. Le parecía apropiado “que la Comisión se
proponga crear un Plan Económico Europeo central. Al hacer esto, nos alejaremos
del objetivo de obtener el producto nacional bruto máximo (…)”.
Tuvo propuestas dirigidas contra las ganancias capitalistas, al suprimir la amortización acelerada de bienes de capital que se deduce de los impuestos (y que infla las ganancias) y al protestar contra la obsolescencia de los bienes de consumo duradero. Propuso introducir la certificación de productos reciclables que tendrían desgravaciones fiscales.
Un arancel europeo a las importaciones protegería esos productos
reciclables certificados, pues en caso contrario la competencia internacional
impediría esa producción menos dañina. Era partidario de prohibir la producción
de muchos productos no esenciales.
Otros temas como la crítica contra la modernidad de la ciencia cartesiana, la complejidad que produce incertidumbres y que impide usar ingenuamente la noción de equilibrio ecológico, fueron discutidos por André Gorz y Edgar Morin en ese debate de Le Nouvel Observateur de 1972. Sicco Mansholt coincidía con otros protagonistas del debate en que el ecologismo no era un lujo de los ricos sino una necesidad de todos, y que los más perjudicados por el urbanismo inhumano de las banlieues eran los pobres.
Pero los problemas no eran solamente para los humanos. Mansholt dijo:
estamos aquí para hablar del destino de la raza humana, pero conviene no
olvidar los animales ni los vegetales, elementos indispensable del complejo
ecológico. La raza humana no debe solamente preocuparse egoístamente de su
propia supervivencia. Eso se acerca al concepto de Derechos de la Naturaleza
del artículo 71 de la Constitución de Ecuador de 2008.
Cuarenta años después, falta en la Comisión Europea y en la Socialdemocracia políticos tan atrevidos como lo fue Sicco Mansholt. En Bruselas se critica el PIB, pero predomina todavía la visión de que es posible recuperar el crecimiento económico y lograr la sustentabilidad ambiental gracias al aumento de la eficiencia técnica.
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