A Raúl Zibechi le llama la atención la
vidriera de una zapatería en la calle
de la sede de Ecologistas en Acción
en Madrid, donde tiene previsto realizar
un taller. Se acerca y nos dice,
sonriente, que los zapatos en Europa
son demasiado baratos. Como ya ha
explicado antes, la austeridad es un
factor clave en la construcción de lo
que llama el “mundo nuevo”.
DIAGONAL: Desde Latinoamérica
¿cómo ha visto procesos como
Occupy, las protestas en Grecia o el
15M y qué paralelismos establece?
RAÚL ZIBECHI: El 15M es un movimiento
del mismo estilo de los que
emergieron tras el ‘caracazo’ en
Venezuela de 1989. En primer lugar,
no es un movimiento tradicional, al
estilo del movimiento obrero que se
basa en la representación. En segundo
lugar, es un movimiento que ocupa
el espacio público, que busca dos
cosas: busca convertir ese espacio en
forma de interconexión de todas las
personas afectadas por el modelo:
desocupados, sin papeles, sin techo,
etc.; también busca destituir las políticas
neoliberales que protegen y defienden
al sistema financiero; y por
último es un espacio que puede servir
para potenciar las iniciativas de
construcción de realidades sociales
diferentes: los centros sociales, las
huertas, los espacios que crea la gente
en los cuales resiste, se conoce y
crea formas de vida alternativas.
D.: En Política y miseria habla de la
existencia de dos mundos, el desbocado
de las finanzas y luego el otro,
que constituye nuestra oportunidad.
¿Es importante confrontarse o debemos
centrarnos en la construcción
de ese segundo mundo?
R.Z.: La confrontación es prácticamente
inevitable aunque uno no la
busque. En Grecia, los salarios cayeron
un 30% y evidentemente nadie
mira pasivo cómo le roban. La confrontación
no es ni buena ni mala, es
inevitable. Lo que podemos hacer,
además de resistir, es construir algo
nuevo. El otro escenario sería el que
encarna la vieja izquierda: resistir
para ganar el gobierno, lo que supone
subordinar la lógica de lucha social
a la conquista del gobierno. A mí
me parece que esa lógica ya demostró
su fracaso en los últimos cien
años: desde los Estados no se consigue
construir realidades nuevas; como
mucho, en el mejor de los casos,
desde los Estados se consigue mantener
a raya al capital, al sistema financiero
en este caso. En el peor escenario,
los que están en el Gobierno
terminan entregados al capital financiero,
que es lo que está sucediendo
en todas partes. Entonces ese otro
camino que estamos intentando ensayar
es el mejor camino y es el más
eficiente; es un proceso de largo plazo,
de décadas, incluso de siglos, hasta
que la humanidad acepte que lo
mejor es vivir con austeridad. La austeridad
es un elemento fundamental:
7.000 millones de personas no pueden
vivir a todo trapo, el planeta no
lo sostiene, salvo que se programe
un genocidio, 7.000 millones o más
pueden vivir con cierta austeridad.
D.: Imagino que usted establece alguna
distinción a la hora de usar el
término, que tanto utilizan organismos
como el FMI.
R.Z.: Los que no viven austeramente
hablan de austeridad a los demás. Lo
que necesitamos es que ese 1% que
cobra más de un millón de euros al
año (70 millones de personas) pierda
el control. Si el 50% más pobre puede
subir un poco su consumo para
estar a niveles aceptables, ese 1% tiene
que bajar su consumo...Con 2.000
euros al mes se vive bien, ¿no?
D.: Hace poco un columnista de
Público hablaba de la renta básica y
estimaba que debía situarse en torno
a 1.500 euros mensuales. Pero una
cifra así, ¿no implica una excesiva
monetarización de la vida?
R.Z.: Sí, ése es otro problema.
Nosotros tenemos que caminar para
desmonetarizar una cantidad de cuidados
y servicios, para descolonizar
una serie de servicios para recuperar
la sociabilidad. Si todo lo que hacemos
está monetarizado, los vínculos
de solidaridad desaparecen, porque
la clave de la solidaridad es que no es
monetaria. La clave de la cooperación,
de la ayuda mutua, de una cantidad
de formas de vivir que teníamos
es que no son monetarias.
D.: ¿En la izquierda también se perdieron
estas formas de socialización?
R.Z.: Creo que la vieja izquierda ha
contribuido no directamente, pero
por la vía de los hechos, a destruir
los vínculos y a crear organizaciones
jerárquicas, en la punta de cuya
pirámide se concentra el poder y el
saber, y en cuya base se concentra
el hacer. Ésa es mi crítica: que ha reproducido
el modelo estatal y ha
creído que a través del progreso material,
o sea, la colonización del capital,
se podía llegar a un mundo
nuevo.
D.: En cierta manera en Latinoamérica
esa ruptura con las fórmulas
clásicas ya se ha producido, ¿cómo
ha sucedido?
R.Z: Fue por la necesidad, porque el
neoliberalismo terminó con los
Estados del bienestar, que eran una
alianza entre movimiento obrero, las
patronales y el Estado. Al quebrarse
este Estado del bienestar, la alianza
ya no funciona porque las patronales
y el Estado expulsan al movimiento
obrero de esa negociación:
ya no necesitan o les perjudica la
presencia de ese acto. Cuando eso
sucede deja de ser suficiente la huelga,
la manifestación, el acto, la negociación,
no tiene sentido. El Estado
hoy no tiene interés, no puede, no
quiere o no le da la gana negociar
con CCOO y UGT. Creo que cuando
el capital decide dinamitar el Estado
del bienestar vuelven a aparecer las
clases peligrosas, los de abajo. Por
eso, terminado el Estado del bienestar,
lo que queda es la criminalización
de la protesta. Marchamos hacia
un Estado policial. Y los movimientos
tienen que tomar cuenta de
esto para actuar en consecuencia:
cómo hacen para neutralizar el aparato
represivo, cómo hacen para deslegitimar
a los Gobiernos, etc.
Estamos en un cambio de fase del
modelo, en un período de decadencia
que se manifiesta en la financiarización
de la economía y pasamos a
un Estado crecientemente represivo
y autoritario. Eso es Grecia hoy.
“EL FEMINISMO HA CONSEGUIDO MOVILIZAR EL DESEO”
DIAGONAL: En el cuestionamiento
de la organización
de los movimientos
clásicos pones como ejemplo
la lucha de las mujeres,
¿por qué?
RAÚL ZIBECHI: Hay un
movimiento de mujeres en
el mundo, pero en ningún
país hay una única organización,
un comité central,
una dirección general... el
movimiento actúa con bajo
nivel de organicidad, tiene
escasa organización y tiene
mucha capacidad de interpelación,
de diversificación,
de cuestionar la cultura
existente, y de promover
cambios en la sociabilidad
cotidiana, en lo micro. No
se propone tomar el poder
para instaurar el Estado
feminista o la sociedad
feminista, se propone
hacer cambios, y a través
de una potente acción que
podríamos llamar cultural,
en el sentido de ocupar un
papel distinto en la vida
cotidiana, es como ha ido
cambiando el mundo. Es
un tipo de movimiento
capilar, difuso, inserto en la
vida cotidiana, con una
gran ventaja con respecto a
los movimientos viejos:
moviliza el deseo. Estamos
llegando a una comprensión
de movimiento social
diferente: un movimiento
social modifica el lugar,
mueve nuestro lugar en la
sociedad.
Estoy de acuerdo en que además de resistir hay que crear algo nuevo y, para mí, ese algo nuevo reside en fortalecer lo que los sociólogos denominan tercero y cuarto sector, es decir, el voluntariado y las empresas sociales. Se pueden así hacer que el estado se apoye no solo en el sector público (el gobierno) y los "mercados" (ahora prácticamente solo quedan los "mercados") y los sectores tercer y cuarto, capaces de hacer lo que no quieren o no saben hacer ni el gobierno (si existiera) ni los mercados. A mi juicio, es la única posibilidad.
ResponderEliminarUn saludo