Juan Torres López - Ganas de escribir
El mito del crecimiento pero al revés
Quienes defienden el decrecimiento pueden decir que están pensando en otra cosa pero es innegable que cuando utilizan ese término están hablando de disminuir los indicadores que miden la dimensión cuantitativa y monetaria de la actividad económica y más concretamente el PIB.
Es verdad que los decrecentistas nos dicen que además de eso, además de reducir el PIB, la producción y el consumo, el decrecimiento es algo más (redistribución, decrecimiento solo para los ricos, valores de austeridad...) pero eso no niega la mayor: el decrecimiento es, antes que nada, la disminución de la magnitud que mide la producción, el consumo o ambas cosas a la vez.
Para los defensores ortodoxos de la economía convencional, todo lo que tienen que hacerse para que las economías funcionen bien es recurrir al “termómetro” del crecimiento y hacerlo crecer. Naturalmente, como les pasa a los decrecentistas en el lado contrario, ningún economista ortodoxo defensor del mito del crecimiento admitiría que se limita a promover solamente que crezca la actividad porque afirmaría que no es suficiente con crecer sino que siempre hace falta algo más: una combinación apropiada de mercado y estado, instituciones eficientes, incentivos adecuados, etc.
Se quiera o no, defender el concepto de decrecimiento es recurrir al mismo instrumento, al termómetro, aunque -a diferencia de los ortodoxos- para decirle ahora al enfermo que sus males desaparecen simplemente si baja su temperatura, la tasa de crecimiento.
El concepto de decrecimiento o no se puede poner en práctica o significa lo contrario de lo que propone
El segundo gran problema que plantea el concepto de decrecimiento es que hay que hacerlo operativo. Si se le dice a la sociedad que la solución a sus problemas es que decrezca la producción y el consumo debe decírsele en qué cuantía concreta deben bajar porque, lógicamente, no puede dar igual que baje un 5 que un 50 o un 500%.
Para ser consecuente con la propuesta de decrecimiento que se hace, éste ha de manifestarse en una determinada variación negativa de una magnitud concreta que lo refleje. Más exactamente, en una magnitud que exprese la cantidad total de la producción y del consumo que ha de decrecer para poder determinar así en qué cantidad proponen que se reduzca.
Es decir, el decrecimiento necesita exactamente el mismo tipo de indicador que necesitan los partidarios del crecimiento y, de hecho, en los ejemplos que utilizan se refieren incluso al mismo término: el Producto Interior Bruto. Un indicador sobre cuyas carencias y limitaciones no creo que sea necesario insistir aquí.
Los partidarios del crecimiento lo utilizan porque asumen una ficción: que la actividad económica es solo el proceso de producción/consumo de bienes y servicios con expresión monetaria. Y el problema del concepto de decrecimiento es que, al utilizar también el PIB como magnitud de referencia, se está asumiendo también esa ficción, aunque los decrecentistas no quieran reconocerlo.
Para responder a esta objeción, los decrecentistas responden que entonces, en lugar de utilizar el PIB, podrían recurrir a otro indicador.
Pero la cuestión estriba en que es sencillamente imposible disponer de un indicador que proporcione ese “cómputo final” que nos indique lo que ocurre con “la economía en conjunto”.
La razón de esta imposibilidad es que los factores que inevitablemente hemos de tomar en consideración si queremos poner sobre la mesa una propuesta política integral de progreso social (monetarios, materiales, físicos, energéticos, éticos, emocionales...) y no una puramente economicista (basada en una simple medición de la actividad con expresión monetaria), son heterogéneos y no se pueden integrar en una magnitud homogénea que proporcione un resultado de crecimiento o decrecimiento que sea inequívocamente satisfactorio o indiscutible.
Un concepto “ricocéntrico”
Cuando se plantea la estrategia del decrecimiento se suele poner cuidado en señalar que se trata de que disminuya la producción y el consumo de los ricos. Pero también aquí aparecen varios problemas.
En primer lugar, es muy difícil, por no decir imposible, poder separar la producción y el consumo de “ricos y pobres” (o de mujeres y hombres, que también sería pertinente, por cierto) sobre todo, cuando no se está haciendo por parte de sus defensores un análisis de clases sociales o de género del decrecimiento.
En segundo lugar, yo creo que, aunque analíticamente fuese posible (que creo que no lo es y desde luego los defensores del decrecimiento no demuestran que lo sea), discernir entre la producción y el consumo de los ricos y el de los pobres que debe subir o bajar independientemente uno del otro, la población empobrecida tendría muchas dificultades para asumir como propio un proyecto que se presenta como de reducción general de la posibilidad de satisfacer en mayor medida sus necesidades.
Lo diré más claro anticipándome a lo que señalaré más adelante: lo que necesita la inmensa mayoría de la sociedad que hoy día está insatisfecha y que se supone es lo que debería apoyar un movimiento como el del decrecimiento es que crezca la producción de bienes y servicios a su disposición, y no al contrario. Aunque eso haya que hacerlo, eso sí, con otro modo de producir, de consumir y de pensar.
En este punto se me podría argumentar que una gran parte de las clases trabajadoras son consumistas y que están dominadas por la ideología del consumo y el gasto y que lo que acabo de decir contribuiría a exacerbar aún más ese fenómeno. Pero, aunque no puedo desarrollar este asunto aquí, creo que se podría argumentar fácilmente que el consumismo no tiene que ver con la cantidad de bienes disponibles o efectivamente dispuestos. Se puede ser consumista con un salario de 700 euros mensuales pero lo que precisamente demuestra eso es que para combatir el consumismo no basta con disminuir la provisión de bienes, sino que más bien es necesario, por el contrario, es que crezca la de aquellos que pueden contribuir a la mejor formación, a la autonomía personal, al buen criterio, etc. de los seres humanos. Aunque, lógicamente, procurando que eso se lleve a cabo sin provocar daños añadidos a la vida, al equilibrio social y al del planeta.
Un concepto ajeno a la realidad del capitalismo actual
En el trasfondo de la propuesta del decrecimiento late la idea de que el capitalismo ha provocado un crecimiento de la producción inmenso e insostenible que se debe detener. Y quien escucha la propuesta del decrecimiento en general no puede sino confirmar la idea de que la abundancia sin límite de nuestra sociedad va a provocar un gigantesco descalabro que hay que tratar de parar.
En mi opinión, eso es otro error de graves consecuencias políticas porque no me parece cierto que la Humanidad viva en la civilización de la abundancia. El daño al medio ambiente, el peligro indudable que nuestro modo de vivir y de organizar la sociedad produce en el planeta hipotecando la vida y el bienestar de las generaciones futuras no se deben a que se produzca demasiado para todos y haya, por tanto, que detener la producción y el consumo de todos, sino a que se produce y se consume mal y de una forma muy desigualmente distribuida entre los distintos seres y grupos humanos.
Los datos que nos indican que una parte importantísima de la población mundial carece de los bienes más esenciales son bien conocidos y no me voy a detener en ellos.
Ni siquiera es correcto afirmar que las economías capitalistas estén registrando tasas elevadas de crecimiento. De hecho, lo que viene ocurriendo es lo contrario y conviene explicarlo bien a la población y a la hora de hacer propuestas políticas. Las políticas neoliberales han provocado precisamente una disminución de los ritmos de crecimiento de la actividad económica incluso medidos a través del PIB provocando así más desempleo y carencias de todo en gran parte de la población (y no solo en la posesión de bienes superfluos sino en la disposición de educación, sanidad, cuidados, cultura...).
No nos confundamos: el capitalismo neoliberal produce mucho pero para pocos, muy poco para muchos y, sobre todo, bastante mal para todos.
El error que yo encuentro en el discurso de los partidarios del decrecimiento es que confunden la insostenibilidad que produce un mal modo de producir y una lógica desigual de reparto con un problema de cantidad. Se falla al caracterizar la realidad y entonces se aplica la terapia inadecuada.
Por eso, la alternativa no puede ser simplemente disminuir cuantitativamente la actividad económica sino producir lo necesario de otro modo y distribuir con justicia, y para ello reorientar la actividad económica hacia la satisfacción que tiene que ver con la vida humana en el oikos, liberándola de la esclavitud que le impone el mercado al universalizar el intercambio mercantil y el uso del dinero (la “puta universal”, como Marx recordaba que lo llamó Shakespeare) como equivalente general.
Ni siquiera debería darnos miedo el verbo crecer. Todo lo contrario. Es deseable crecer (e incluso creo que ello comporta un mensaje más humano y optimista) en la satisfacción de las necesidades humanas, en la producción de todo aquello que las satisface de un modo equilibrado y natural. Hacer crecer la satisfacción solidaria y pacífica de las necesidades humanas no es algo indeseable sino una aspiración lógica que no tenemos derecho a frustrar, aunque, eso sí, tenemos que aprender a conjugarla en la práctica con la austeridad, con el equilibrio, con el amor a la especie y a la naturaleza y, sobre todo, con el respeto indeclinable al derecho que todos los seres humanos tenemos a estar igual de satisfechos que los demás y que es el que obliga a negociar y establecer de un modo democrático la pauta del reparto de la riqueza.
Una propuesta desmovilizadora y políticamente inocua, aunque esté llena de buenas intenciones
El problema de confundir la naturaleza del capitalismo de nuestros días no solo lleva a proponer una estrategia inadecuada para resolver el problema objetivo de la destrucción ambiental y del mal uso de los recursos. Además, comporta un discurso que confunde a la población, que le impide entender la naturaleza del mundo en que vive y que, al proponerle medidas que nunca pueden resultar atractivas cuando a la mayoría de ella tiene insatisfechas la mayor parte de sus necesidades, no permite concitar apoyo ni generar movilización política suficientes para cambiar el estados de cosas actual.
Como dice José Manuel Naredo, un término con pretensiones políticas (como el de decrecimiento) que pretende articular un enfoque económico alternativo al actualmente dominante “necesita tener a la vez un respaldo conceptual y un atractivo asegurados, de los que carece el término decrecimiento (...) De ahí que el movimiento ecologista que defiende el decrecimiento tiene que empezar a ponerle apellidos para que el objetivo resulte inteligible y razonable desde fuera del enfoque económico ordinario” (José Manuel Naredo, “Luces en el laberinto”, La Catarata, Madrid 2009, pp. 214-217).
Conclusión
Todo lo que acabo de señalar no quiere decir que la actividad que despliegan los defensores del decrecimiento sea inútil. Entiendo, como dije al inicio de este texto, que el discurso añadido a la propuesta del decrecimiento y que implica la puesta en práctica de nuevas relaciones de consumo (formas distintas de producción, y nuevos valores humanos de solidaridad, austeridad, justicia, cooperación, etc.) es hoy día imprescindible. Pero mientras la formulación que dé pie a este discurso y a estos valores sea la del decrecimiento tal y como hoy se mantiene, y a la que he dedicado este texto, lo que en mi opinión se estará generando será un movimiento en torno a una creencia y no en torno a un concepto riguroso y que pueda ser llevado a la práctica de modo coherente con dicha filosofía. Se estará promoviendo un movimiento testimonial, muy necesario sin duda y ejemplar si se quiere desde el punto de vista del compromiso personal y colectivo, pero que nunca podrá promover una solución efectiva, operativa y políticamente viable frente a los problemas contra los que se quiere actuar. En definitiva, con el precario arsenal teórico del que hoy día dispone el decrecimiento podrá ser un movimiento atractivo pero que solo puede ofrecer una creencia, una apuesta moral, una filosofía o una práctica personal, como acabo de decir, muy valiosas pero incapaces de concretarse en un proyecto político y, por tanto, en una acción social colectiva realmente transformadora.
Siempre me pregunté porqué los economistas decían pertenecer a la facultad de ciencias al igual que los que estudian "ciencias políticas".
ResponderEliminarLa ciencia y la técnica son instrumentos usados por la economía, pero eso no convierte a la economía en una disciplina científica, porque la economía tal y como se practica hoy es una disciplina ideológica que usa el prestigio del término ciencia para prestigiarse.
Solo así puede entenderse el disparate de nuestro modelo económico, donde a pesar de haber superado con creces a escala global el umbral de sostenibilidad, con la capacidad de carga del planeta totalmente desbordada, todavía se sigue insistiendo en el crecimiento económico y todo lo que ello conlleva, como salida para la crisis. No se si los economistas estudian algo de termodinámica, pero deberían.
La falsa elección entre el planeta y el progreso, hace que el progreso nos lleve a la luna, que es donde parece que queremos vivir y donde parece que vive nuestro modelo económico.
En términos económicos llamaremos recesión, depresión o colapso, a lo que podría haber sido decrecimiento.
Resulta que no tenemos voluntad para acabar con el hambre en el mundo pero podemos tenerla para cambiar las leyes de la física, porque partimos del concepto de que el dinero lo puede todo.
Estamos de acuerdo en que el término decrecimiento no es una buena elección desde el punto de vista del marketing, posiblemente quedaría mejor la búsqueda de un modelo de economía estacionaria. Pero superada la capacidad de carga planetaria no queda otra que intentar un aterrizaje forzoso en esa pista angosta en la que creía Adam Smith o estrellarnos definitivamente como postulaba Malthus.
Como ejemplo de lo dicho, en estos días se ha publicado un artículo en el País sobre la insostenibilidad del sistema en materia energética.
ResponderEliminarEl reportaje aparece en el apartado de "Sociedad" y mas concretamente en "vida&artes" porque parece que semejantes nimiedades no tienen que ver con algo mucho mas importante como es la economía.
http://www.elpais.com/articulo/sociedad/gran/pacto/dependencia/energetica/elpepusoc/20111023elpepisoc_1/Tes
La Agencia Internacional de la Energía ya ha publicado a regañadientes que hemos pasado el pico del petróleo.
¿En qué planeta viven los economistas?
Porque San Mercado me parece que no tiene dotes para multiplicar panes y peces. Dentro de poco los automóviles y la economía misma deberá moverse con la energía que proporcione la fe en el modelo capitalista.
Camino-a-Gaia, te has cegao.
ResponderEliminarTanto te ha dolido lo que se dice en el post que te has lanzao a degüello contra la economía y contra los economistas.
El enfoque de Juan Torres me parece muy adecuado. Lo fundamental en él creo que es la cuestión política: el decrecimiento no sirve como herramienta para caminar hacia un empoderamiento del pueblo, una democratización, que cualquier alternativa "de verdad" al capitalismo requiere imperiosamente. Ese es el tema: el "decrecimiento" ni moviliza ni permite desestabilizar todas las fortalezas políticas del régimen que todos estamos de acuerdo que es insostenible. Y de hecho dices estar de acuerdo, aunque sólo respecto al uso del término "decrecimiento". Al ver que propones sustituirlo por una "economía estacionaria" constato que no has entendido el fondo del argumento.
El artículo no se opone al decrecimiento. Más bien niega que tenga una existencia concreta: lo acusa de ser un concepto impreciso e incluso contradictorio. Pero no se opone a quienes lo sostienen, con quienes se alinea expresamente y comparte sus objetivos. Por eso mismo, golpeas al aire cuando arremetes contra la acumulación capitalista salvaje y contra sus apologistas economistas: El artículo no niega la razón de ser del apoyo al decrecimiento; le niega su eficacia política y su base científica.
Y mira que Juan Torres lo ha repetido: "vamos en el mismo barco", pero arremetes contra él acusándole nada menos que de "economista". Evidentemente que la inmensa mayoría de los economistas viven con la cabeza metida en el culo, y son parte del problema y no de la solución. Pero no te quepa duda que el día que se consiga enderezar el camino siniestro que lleva la sociedad mundial (y será antes o después, por las buenas o por las malas, porque esto es insostenible) necesitaremos economía ("economía política", por cierto) y economistas. Como dice Shaikh: el que ignora la teoría está condenado a reconstruirla.