Julio García Camarero
El crecimiento, como la luna, tiene dos caras. Pero el sistema, el poder mediático, el marketing, con machacona recurrencia se empeñan en mostrarnos, continuamente, del crecimiento sólo una cara. La del lado de la seudofelicidad engañosa. Ese lado resplandeciente y fuertemente iluminado con la luz artificial del neón, o de los potentes focos alójenos del escaparate consumista. Ese lado deslumbrante del otro lado de la luna del escaparate. Es indudable que es rentable el gasto en energía lumínica porque ella atrae a las mariposas consumistas. Pero nunca vemos, o mejor dicho, nunca nos muestran el otro lado del crecimiento. Solo este lado, extremadamente “limpio”. El de las mercancías y los mercaderes. Efectivamente, produce una sensación de extrema limpieza y de inusitada felicidad pasear por esas lujosas, y bien iluminadas grandes superficies. En donde todo está en su sitio y sin una sola mota de polvo. Todo son vitrinas, con objetos, tan luminosas como ésta cara de la luna. Como la cara visible de la luna. Escaparates, mostradores y vitrinas que nos muestran un mudo tan feliz, el mundo del crecimiento, como el que se viviera en una luna de miel. Todo envuelto en papel de regalo, en aire acondicionado y en música ambiental. Así debe de ser la gloría. Pero el crecimiento al igual que la luna tiene también un lado oculto. O más bien un lado que nos ocultan intencionadamente con un montón de mentiras y engaños comerciales. Y este lado del crecimiento, visible y mostrado, cada vez brilla más, pero cada vez para una más reducida minoría. Y cuanto más brilla el lado visible del crecimiento, más se oscurece su lado oculto. Y es porque el brillo se lo roba el lado visible al otro lado. Este lado cada vez brilla más a costa del otro. Por ejemplo, los oligárquicos cada vez son más extremadamente ricos, lisa y llanamente porque cada vez hacen más pobres a los del otro lado, lisa y llanamente porque ya unos pocos centenares de familias poseen la mitad de la riqueza del mundo, lisa y llanamente porque la mitad de la población del planeta se muere literalmente de hambre, lisa y llanamente porque cada vez roban más. Existen caros restaurantes de cocina de diseño, lisa y llanamente porque en la otra cara del crecimiento no existe ni agua para beber. Existen deslumbrantes y atrayentes objetos en las vitrinas porque cuatro quintas partes de la población en edad de trabajar (y mucha de la que aún no ha llegado a esa edad) trabaja precariamente por dos dólares al día, y porque la otra quinta parte se desespera en el desempleo. Existen lujosos y absurdos ternes, grandes consumistas de energía, que van a trescientos kilómetros por hora, pero que son útiles solo para unos pocos oligárquicos extremadamente solventes. Para que se haya conseguido esto ha sido preciso que el grueso de la población tuviera que perder el tren. El tren normal, lo reservaron, los del crecimiento, para las mercancías, sólo ellas y los oligarcas solventes tienen derecho a circular libre y rápidamente. Si, el crecimiento es como la luna, tiene dos caras, pero sólo nos muestran una
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