Margarita Mediavilla Pascual -
Rebelión
Juan Torres López, Consejo Científico de ATTAC España criticaba las, a su juicio, inconsistencias del concepto
decrecimiento en
un artículo publicado recientemente. Aunque comparto algunas de sus
opiniones, veo importante contestarle, porque me parece que concibe los
problemas del medio ambiente y el decrecimiento desde un punto de vista
que debemos empezar a abandonar.
En primer lugar me gustaría
aclarar una cuestión. A mi juicio, el discurso decrecentista tiene dos
caras. La primera es la que constata que el decrecimiento
material es
un hecho observable ya en algunos recursos, y, a medio plazo, seguro
para muchos otros. La segunda cara, un poco más amable, es aquella que
piensa que es posible obtener mayor bienestar humano consumiendo mucho
menos y, por tanto, hay un camino de mejora de eficiencia (digamos de
decrecimiento “político”) que puede resultar esperanzador. Es preciso
distinguir este decrecimiento
material y energético, que no gusta
a casi nadie y no podemos cambiar, porque concierne a las leyes
físicas; del decrecimiento de nuestros deseos y expectativas, (o
político), deseable, y que puede conducirnos a una sociedad mejor.
Los
partidarios del decrecimiento se sienten tentados de mostrar
principalmente la cara amable, pero, al hacerlo, el discurso queda cojo y
parece una simple exposición de buenas intenciones, loables, pero, como
dice Juan Torres, poco operativas y atractivas para la mayoría. Quizá
este defecto tiene su origen en el descrédito que han tenido los
estudios sobre los límites del crecimiento realizados desde los años 70.
Después de la alarma inicial, sufrieron unas décadas de duras críticas y
la opinión general que se tiene de ellos es que se equivocaron y
predijeron una escasez que no ha sucedido. El discurso de la escasez que
mostraban estos estudios ha sido muy difícil de mantener estas décadas,
que hemos vivido una abundancia material sin parangón en la historia
humana (muy mal repartida, ciertamente, pero grande). Quizá por ello,
los ecologistas hemos abandonado el discurso de la escasez para
centrarnos en el daño que el ser humano hace al planeta, lo cual parece
un discurso bienintencionado pero poco operativo, como decía Juan
Torres.
Sin embargo, 40 años después de estos estudios, y con
los datos históricos en la mano, se puede constatar que los informes
sobre los límites del crecimiento no se han equivocado, más bien destaca
el acierto que están teniendo a la hora de predecir variables como la
población mundial o la producción industrial. Esto, y la abrumadora
colección de datos científicos que evidencian que hemos superado la
capacidad de carga del planeta, hace pensar que sus predicciones tienen
muchos visos de convertirse en realidad: en torno a la segunda década de
este siglo, con gran seguridad, vamos a encontrarnos con los límites
del crecimiento y nos exponemos a algo tan poco agradable como un
colapso civilizatorio, que podemos reconducir mejor o peor, pero ya sin
posibilidad de una estabilización suave como la que todavía era posible
en los años 70. Así pues, nos vamos a encontrar con importantes
problemas para mantener a más de 7000 millones de habitantes en un
planeta de recursos materiales, energéticos y tierras fértiles en
declive...y tenemos muy pocos años para reconducirnos.
El decrecimiento como un hecho, no como una opción.
Ante
esta primera cara de la moneda, que, con los datos en la mano, es mucho
más rotunda de lo que el ciudadano medio piensa, es importante dejar
atrás discursos suaves como los englobados dentro del término
“desarrollo sostenible”. El “desarrollo sostenible” que hemos aplicado
estas décadas (y que en casi todos los aspectos no se puede considerar
sostenible) se ha basado en formas de producir que dañen menos al
planeta, pero no ha querido tocar la raíz del crecimiento, y por ello ha
terminado convirtiéndose en poco más que un puro maquillaje ambiental.
Por todo esto me parece que hay un problema de enfoque en el discurso de Juan Torres. Dice que, aunque es necesario “
un cambio social basado en nuevas formas de producir, distribuir, consumir y pensar” discrepa del término decrecimiento y de su insistencia en el
menos.
Con este tipo de frases evidencia su esperanza en que eso que hemos
llamado desarrollo sostenible todavía sea válido para resolver los
problemas ambientales, mientras los datos y los estudios nos muestran
que, claramente, no lo es.
El
menos, en el terreno
material, no sólo es necesario para cuidar el planeta, ahora mismo es un
hecho, nos guste o no. Es obvio que tendremos que estabilizar algún día
la población humana y el consumo de recursos, pero además, en el plano
material, el menos ya está sucediendo.
Si tenemos en cuenta
los stocks de recursos materiales renovables, es decir, todo aquello
que, como las pesquerías, los bosques, la atmósfera, o las tierras
fértiles, nos proporcionan recursos y absorben nuestros desechos; todos
los stocks del planeta llevan décadas disminuyendo. Esto es una
disminución neta en la capacidad del planeta para sostener la vida
humana. Pero eso no es todo, en los últimos años también están
disminuyendo los flujos, es decir, estamos teniendo problemas para
extraer algunos recursos al ritmo que deseamos. Esto es ya una
disminución
del consumo humano
forzada por causas
naturales. Ya estamos viendo que la extracción de petróleo se ha
estancado desde el año 2005 debido al fenómeno del pico del petróleo, y
también estamos viendo la disminución de las capturas debido al colapso
de numerosas pesquerías. Luego, desde el punto de vista material,
consumir menos no es una opción de los partidarios del decrecimiento, es una realidad. Ya estamos decreciendo.
Tendemos
a enfocar demasiado el problema ambiental como una opción moral, algo
así como “tenemos que consumir menos para cuidar el planeta”, pero esta
idea es antropocéntrica y falsa. No
tenemos que consumir menos,
vamos
a consumir menos, al menos materialmente. Es cierto que la palabra
decrecimiento en sí es poco atractiva como slogan y alude a algo en
principio netamente negativo; pero no es cuestión de vender algo amable
al ciudadano, sino de mostrar una realidad ¿Alguna idea sobre cómo
vender esto un poco mejor?
La difícil sustitución de los recursos naturales
Cuando Juan Torres dice:
“es
necesario, ... que crezca la [producción] de aquellos [bienes
materiales] que pueden contribuir a la mejor formación, a la autonomía
personal, al buen criterio, etc. de los seres humanos. Aunque,
lógicamente, procurando que eso se lleve a cabo sin provocar daños
añadidos a la vida, al equilibrio social y al del planeta”, pone en evidencia una visión del medio ambiente muy común, pero que tenemos que empezar a abandonar. Esta visión, concibe el
planeta
como algo ajeno al proceso económico, e ignora que eso que llamamos
economía, producción o tecnología, no son entes abstractos, sino
subproductos de los recursos naturales y la energía. Tenemos que empezar
a ver que, aunque hay formas de producir más limpias y eficientes, casi
toda producción y actividad humana (excepto las más espirituales o
artísticas) implica la apropiación de unos recursos que no quedan
disponibles para otras especies. El mundo físico siempre es limitado y
sujeto al problema del reparto, y el mundo físico son los mimbres con
los cuales se hace nuestra economía, no son algo externo y ajeno a ella.
Las
teorías económicas clásicas asumen que el papel de los recursos
naturales y la energía en la producción son despreciables, y la
tecnología permite la sustitución de éstos, pero cada vez son más los
economistas que empiezan a dudar de esa visión. Es importante observar
que las teorías económicas clásicas fueron concebidas en momentos
históricos en los cuales la realidad física y tecnológica era muy
diferente de la actual. Surgieron en épocas en que el planeta se
encontraba lleno de recursos naturales por explotar (sobre todo
combustibles fósiles) y empezaba a existir la tecnología capaz de
explotarlos a gran escala. Es lógico que estas teorías conciban la
naturaleza como algo ilimitado.
El panorama físico y
tecnológico con el que nos encontramos ahora es muy diferente. En estos
momentos los recursos empiezan a tocar sus límites y la tecnología está
encontrando que, por una parte, muchos recursos naturales no son
sustituibles y; por otra, casi todos los sustitutos son técnicamente
inferiores. El panorama energético es especialmente relevante porque la
energía es el recurso clave que permite utilizar el resto de los
recursos. Ahora mismo, el petróleo está empezando a declinar y todos los
sustitutos, o bien son claramente inferiores en sus prestaciones
técnicas (como las baterías para acumular la electricidad y conseguir
mover el vehículo eléctrico), o bien tienen techos de producción muy
bajos (como los biocombustibles por su enormes requisitos de tierras y
su bajo rendimiento), o bien dependen de materiales escasos (como las
baterías, de nuevo), o bien son muy inmaduros y necesitarán décadas de
desarrollo para ser comercializables si llegan a serlo, o bien requieren
cambios sociales y culturales enormes (como la agricultura biológica
como sustituto de la basada en abonos y pesticidas fabricados con
petróleo, o el ferrocarril y el transporte público como sustitutos al
automóvil).
La necesidad de nuevas relaciones entre la economía y los recursos naturales
Tenemos,
por lo tanto, dos ideas: por una parte el decrecimiento material es un
hecho, y por otra, la economía no se independiza tan fácilmente de los
recursos materiales como hemos pensado. La conclusión de estas dos
premisas es clara: es muy probable que el decrecimiento material
conduzca, si no lo evitamos con mucha voluntad política, a una
disminución muy desagradable de la calidad de vida, de la actividad
económica, del bienestar social e incluso de la población humana.
Para
evitar esta disminución general y catastrófica, sólo nos queda una
opción: desacoplar de forma muy importante la actividad económica del
consumo de recursos naturales y energía. Este enorme desacople debe ser
un movimiento varios órdenes de magnitud mayor que el tímido aumento de
la eficiencia o la intensidad energética que hemos visto en décadas
pasadas. No es suficiente con consumir un poco menos energía por unidad
de PIB. En estos momentos necesitamos un cambio varias veces mayor que
todos los que hemos sabido realizar en los últimos siglos.
Este
desacople economía-recursos naturales es un cambio radical en nuestra
forma de concebir la producción y el consumo, es decir: un cambio
radical del proceso económico. Además, sería deseable que fuera
acompañado de modos de vida, valores y relaciones sociales como los que
describen los partidarios del decrecimiento. Pero estos cambios
personales no son sino una parte de ese cambio que debe ser, sobre todo,
económico, si no queremos que el decrecimiento material nos lleve,
simplemente, a la catástrofe humana.
Por eso cuando Juan Torres dice “e
l concepto de decrecimiento o no se puede poner en práctica o significa lo contrario de lo que propone”,
si se refiera al decrecimiento material, los hechos le contradicen: ya
estamos decreciendo; y se refiere al “político” espero fervientemente
que se equivoque, porque, si el decrecimiento político no es posible y
el decrecimiento material es inevitable, vamos a tener una caída
bastante poco agradable.
Juan Torres también escribe que el decrecimiento es “
un concepto ajeno a la realidad del capitalismo actual”.
Probablemente tiene razón pero ¿es eso malo? ¿Significa que ecologistas
y decrecentistas son idealistas nada conscientes de la realidad? Yo
creo que es más bien lo contrario. Significa, simplemente, que el
capitalismo es ajeno a la realidad de la tierra física, mientras los
decrecentistas ven principalmente esta realidad material limitada.
¿Quién está más equivocado?
Del “más es más” al “menos el más” (a través del “más es menos”)
Durante
años, todos los intentos del movimiento ecologista por aconsejar una
gestión responsable de los recursos naturales chocaban contra un hecho:
sobreexplotar los recursos resultaba rentable. Cuando los flujos de
recursos materiales todavía podían aumentar, era muy difícil defender
una limitación voluntaria. Los ecologistas defendíamos que degradar
nuestros stocks era una pérdida, pero la “realidad” inmediata mostraba
otra cosa muy diferente: degradar nuestro entorno no nos empobrecía
(aparentemente), sino que conseguía generar mayor riqueza y bienestar
para casi todos. En esta situación era lógico que la mayor parte de la
población hiciera muy poco caso del ecologismo. Esto cambia radicalmente
cuando se alcanza el límite de la explotación de un recurso. Al llegar a
los límites, el empresario responsable y consciente sabe que debe
cuidar su stock y limitar la extracción si quiere mantener su negocio,
la autolimitación no es ya una cuestión moral, es simplemente económica.
En estos siglos nos hemos acostumbrado a una mentalidad
basada en el crecimiento y nuestra economía está llena de lazos de
realimentación tipo “más es más”, es decir, realimentaciones que
conducen al crecimiento. Bajar los impuestos, por ejemplo, conducía a
estimular la actividad económica y terminar recaudando más impuestos.
Pagar más a los trabajadores conducía a aumentar la actividad económica y
mayores beneficios empresariales y, posiblemente, a salarios más altos.
Pero ese tipo de dinámicas del crecimiento ¿no se ven cuestionadas
cuando los recursos naturales ponen límites
externos al
crecimiento? ¿Qué pasa si, aunque suban los salarios o bajen los
impuestos, no es tan sencillo aumentar la actividad económica porque los
recursos son todos muy caros?
Los límites nos ponen en una
tesitura nueva, en la tesitura del “más es menos”, donde el crecimiento
de unos debe hacerse a costa del decrecimiento de otros y los recursos
naturales introducen factores en la economía humana que hasta hace pocos
años no estaban. ¿Estamos llegando a ese punto? La verdad es que
produce escalofríos pensar que esa pueda ser la explicación gran parte
de lo que está pasando en el mundo en los últimos años. ¿Qué está
pasando? ¿No estamos viendo que el crecimiento de bancos y grandes
empresas no consigue materializarse si no es a base de empobrecer cada
vez más a las clases medias? ¿No será que en estos momentos están
cambiando los esquemas de la realidad económica porque, simplemente, el
paradigma del crecimiento está cambiando?
En estos
momentos nos encontramos con un panorama material muy diferente de aquel
que vio nacer al capitalismo, al socialismo, a la socialdemocracia o
incluso al anarquismo. Nuestros esquemas mentales deben cambiar de forma
acorde con este enorme cambio. Debemos ser extremadamente cautelosos a
la hora de aconsejar aplicar una receta económica que ha sido válida en
el pasado, porque la realidad está cambiando en muy poco tiempo.
¿Son
válidas todavía las recetas de la socialdemocracia en este escenario de
límites en el que nos encontramos? A mí me gustaría lanzar esta
pregunta a todo el colectivo de los economistas críticos. Es posible que
dichas recetan ya no sean válidas, porque el keynesianismo que
consiguió superar la recesión de principios del siglo XX, tuvo como
consecuencia un espectacular aumento del consumo de todo tipo de
recursos naturales, recursos que, en estos momentos no pueden volver a
crecer de esa forma, e incluso van a empezar a decrecer.
Quizá
las recetas clásicas de la socialdemocracia sean muy insuficientes para
superar esta crisis. Quizá se deba poner mucho más énfasis en
repartir puesto que estamos en un mundo limitado, quizá tengamos que pensar en
relocalizar
dado que nos estamos quedando sin el combustible principal del
transporte, quizá tenemos que pensar en una economía centrada en el
territorio, puesto que las energías renovables dependen de él, quizá tenemos que pensar en una economía del
estado estacionario y en cómo conseguir realmente el “
menos es más”.
Debemos
ser conscientes de que aumentar el bienestar humano y la justicia
social es hoy mucho más difícil de lo que lo fue en el pasado (aunque no
por ello debamos dejar de hacerlo), ya que lo que sucede no depende
sólo de nuestros deseos y acciones. A los pozos de petróleo que se
agotan les trae sin cuidado si la mayoría de la población mundial espera
aumentar su consumo o si es injusto para con la población empobrecida.
Los pozos, simplemente, se agotan.
Esto nos sitúa en una
tesitura muy complicada. Porque hay que tener en cuenta una verdad muy
incómoda. No sabemos si es posible un aumento del bienestar y el
crecimiento económico de tod@s en este escenario de mundo limitado, pero
lo que sí parece compatible con los límites del planeta (al menos por
un tiempo) es el crecimiento de unas pocas élites basado en el
decrecimiento de grandes mayorías. Esta escalofriante posibilidad es lo
que Jorge Riechmann llama ecofascismo y no puede ser desdeñada. Es,
además, una posibilidad que nos podría llevar a un poder muy represor y
sangriento, dada la gran población, los millones de hambrientos y las
enormes disparidades de consumo.
Sin embargo, la nota positiva
viene del hecho de que, incluso un ecofascismo, debería plantearse más
tarde o más temprano ese gran desacoplo economía-recursos naturales. Así
pues, es preciso ponerse manos a la obra en el desarrollo de nuevas
relaciones económicas que nos permitan salir adelante. No podemos
dejarnos llevar por la tentación de ignorar una realidad amarga, ni por
la tentación de creer en salvaciones tecnológicas milagrosas, ni por el
desánimo que conduzca a la inacción.
Al fin y al cabo, estamos
empezando la cuesta abajo, pero todavía tenemos muchos recursos
naturales y muchas posibilidades de permitir a la toda la población
mundial vivir razonablemente bien si sabemos racionalizar nuestro
consumo y no basar nuestra sociedad en algo tan absurdo como el usar y
tirar. Tampoco es desdeñable la posibilidad de que el decrecimiento
político resulte una opción muy interesante para los pueblos
empobrecidos del planeta y para sectores sociales de los países
desarrollados, que ven cómo el crecimiento y la globalización los
margina y explota. El decrecimiento no tiene por qué ser un concepto
“ricocéntrico”, como dice Juan, de hecho, ya están surgiendo movimiento
similares desde el Sur, como el “buen vivir”.
Pero en
una cosa tiene razón Juan Torres; para que el decrecimiento deje de
parecer una opción moral y se convierta en un movimiento válido para
liderar la cuesta abajo, necesitamos teorías económicas sólidas, y el
decrecimiento no las posee. El movimiento por el decrecimiento tienen
sus físicos, ecólogos, filósofos y activistas pero todavía le faltan
muchos más economistas. Espero que ATTAC, como uno de los movimientos de
economía crítica más creativos del momento, sea consciente de este
problema y sepa colaborar en la elaboración de una nueva teoría
económica que nos permita tratar con esta realidad material que, aunque
no nos gusta, se nos está echando encima en el siglo XXI.