"Mientras con hipocresía homicida disimula como ‘globalización’ la imposición a nivel planetario de un sistema socioeconómico que condena a la miseria y a la muerte a gran parte de la población mundial y que genera guerras por doquier, el llamado ‘primer mundo’ pretende, en un supremo ejercicio de cinismo, erigirse en salvador de la humanidad, exportando caridad a todas partes mediante organizaciones que difunden el modelo de vida y los valores de Occidente y que dicen salvar individuos al mismo tiempo que asesinan culturas. Generosidad equívoca de efectos quizá peores que una agresividad abierta.
Paradigma de la soberbia de Occidente autodivinizado, la famosa ‘Declaración de los Derechos Humanos’, a la que no se siente rubor en calificar de ‘universal’, no pasa de ser un subproducto de la mentalidad estrechamente moralista de la burguesía anglosajona del siglo XIX, por completo ininteligible para cualquier pueblo no occidentalizado, que no verá recogidos ahí ni uno sólo de los derechos que para ellos son sagrados.
Imbuidos de una conciencia mesiánica, los nuevos misioneros occidentales –religiosos antes, laicos y ateos ahora- llevan sus regalos envenenados hasta los lugares más recónditos del globo. Apestado incurable, el occidental moderno, por más caritativo y humanitario que se crea, difunde gérmenes de muerte por donde quiera que va; lo que Occidente no mata con las armas, lo mata por contagio. Su preocupación por los pueblos ‘atrasados’ tiene la marca del resentimiento contra quienes pretenden mantenerse fuera de su infierno.
El occidental ‘civilizado’ no puede tolerar la existencia a su lado de otras culturas tradicionales –todas sin excepción reaccionarias y retrógradas a sus ojos- porque ésa es la constatación viva y nítida de su insensatez, de su fracaso y de su ruina.
(...)
El integrismo democrático predica contra el racismo excluyente, mientras practica un racismo incluyente de efectos todavía más perversos. Se presume de aceptar a negros, gitanos, orientales o africanos, a condición de que se comporten como blancos occidentales modernos, es decir, a condición de que dejen de ser negros, gitanos, orientales o africanos; labor civilizadora ambientada con empalagosos cantos folclóricos al mestizaje, antes accidente intranscendente, ahora eficaz método de exterminio de las diferencias y de unificación en la grisalla de lo indeterminado."
Extracto del libro de Agustín López Tobajas 'Manifiesto contra el progreso'
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