Paco Puche
Bajo el paradigma de que fuera del capitalismo nos sobrará tiempo para la vida Paco Puche traza en este artículo un recorrido histórico, filosófico y económico de los conceptos del trabajo y el tiempo, censurando el significado que han adquirido en la actualidad, y resaltando lo que supondrán -trabajo y tiempo- en una sociedad que avanza hacia el decrecimiento.
Decrecimiento y tiempo para la vida
“Especialmente atacadas se ven aquellas de nuestras prioridades que proceden de la necesidad humana de compartir, legar, consolar, condolerse y tener esperanza”. John Berger
Todo viene de considerar a la economía actual como el “todo” social, político y cultural.
De la economía
Como dice Polanyi (2009:42) “es por la desproporcionada influencia que el sistema de mercado ha ejercido en la sociedad y en nuestra propia experiencia por lo que encontramos difícil comprender el carácter limitado y subordinado de la economía tal como ésta se presenta fuera de dicho sistema”.
La economía ha de entenderse como un proceso institucionalizado de interacción que sirve para satisfacer las necesidades materiales; en este sentido forma parte vital de todas las sociedades humanas. O en un sentido más amplio, como “las formas en que cada sociedad resuelve sus problemas de sostenimiento de la vida” (Carrasco, 2001:12). Toda sociedad, por tanto tiene que tener alguna forma de economía dentro de la concepción anteriormente expuesta.
Esto nos lleva a dos cuestiones centrales que van a tener mucho que ver con las propuestas de decrecimiento: el trabajo y las necesidades.
Del trabajo
El trabajo puede considerarse una invariante antropológica en el sentido objetivo del segundo principio de termodinámica. Como dice Georgescu-Roegen (1996: 353) “el proceso económico depende de la actividad de los seres humanos que transforman la baja entropía en alta entropía”, esto significa la tarea de ordenar una naturaleza que no está al servicio de los seres humanos en otra que sí pueda servirles, sometiéndose a sus leyes, especialmente a las de la termodinámica, como hemos dicho. Al fin y al cabo la segunda ley mencionada, que dice que la materia y la energía aunque no se crea ni se destruye se transforma en otra de mayor entropía, significa pérdida de utilidad para los seres humanos. Es por tanto una ley en cierto modo antropocéntrica.
Este “trabajo necesario” tiene una finalidad, como la propia economía: satisfacer necesidades, mantener la vida, o el placer de vivir como sostiene Geogescu-Roegen (1996:353). No se debe confundir ni con el empleo remunerado, ni con la penosidad que algunas actividades tienen asociadas, ni con la sociedad salarial, ni con la remuneración, etcétera, que son meras formas históricas de esta actividad necesaria que hemos llamado “trabajo”. El diálogo entre José Manuel Naredo y Jorge Riechmann sobre este asunto resulta esclarecedor (ver Papeles de relaciones ecosociales y cambio global nº 108, 2009, pp 147-161).
La economía feminista no deja dudas sobre la falacia de confundir trabajo con empleo remunerado, porque “esta actividad -los trabajos domésticos y de cuidados- es la que debería servir de referente y no el trabajo realizado en el mercado… por que es el trabajo fundamental para que la vida continúe” (Carrasco 2006:46).
Artículo completo en Ecoportal: decrecimiento y tiempo para la vida
De las necesidades
Sobre las necesidades también hay mucho que decir en unos tiempos en que impulsos inducidos por la propaganda masiva, los deseos, los caprichos y la emulación se toman como necesidades irrefrenables. Las declaraciones de Patrick Le Lay, director general de la televisión francesa TF1, son reveladoras: “para que un mensaje sea percibido es necesario que el cerebro del espectador esté disponible. Nuestras emisiones tienen esta vocación… Lo que vendemos a Coca-Cola es tiempo de cerebro humano disponible” (L’Expansion, 9 de julio de 2004).
El chiste de El Roto en el que un airado varón amenaza con defender lo superfluo con puño amenazante, es más que ilustrativo de la diferenciación que decimos.
El esquema de Sempere (2009:243) nos ofrece una buena síntesis del
estado de la cuestión. Él nos propone distinguir entre dos grandes
grupos de necesidades: la universales, transhistóricas e invariables y
las emergentes, históricas y variables.
Las primeras abarcan todas las necesidades biopsicosociales (nutrición, seguridad física y psíquica, salud, descanso, ejercicio, sexo, reconocimiento, autoestima, pertenencia, confianza, etc.) y de potencial humano (autonomía, libertad, participación, autorrealización, afecto, amor, crecimiento moral...); las segundas, históricas y variables, abarcan todas las necesidades instrumentales (satisfactores) y los sistemas sociales pertinentes.
Muchas de las necesidades tienen un carácter inmaterial y están fuera de la actividad económica propiamente dicha, aunque como otras actividades de la vida personal, social o política tengan que ver con esos que hemos llamado “el mantenimiento de la vida” o el “placer de vivir”, que caracterizan la economía tal como la venimos entendiendo. Al fin y al cabo no es posible segregar unas actividades de otras a lo largo de un día, pues el tiempo en el que discurren es común a todas ellas. Por eso tiene sentido, como recuerda Riechmann en el diálogo citado más arriba, que la actividad laboral pueda ser a la vez productiva, autorrealizadora y socializante, claro, cuando se cumplan condiciones de trabajo no alineado. Explica también el que algunas comunidades primitivas, como las de las islas Trobriand, se afanen en las tareas laborales (huertos, construcción, mantenimiento, etc.) mucho más de lo indispensable. Es como una suerte de trabajo lúdico, o confluencia de ocio y trabajo necesario. Por el contrario, en la Antigüedad había constancia del desprecio por aquellas tareas dependientes y generalmente forzadas por la necesidad (Naredo, 2006:157).
Claro que es difícil separar la economía de la vida, al fin y al cabo aquella es un subsistema de la biosfera, como propone la economía ecológica.
Manfred Max- Neef (1994:42) establece la pedagógica distinción entre necesidades y satisfactores. Las primeras “finitas, pocas y clasificables… son las mismas en todas las culturas y en todos los periodos históricos”, lo que cambia, lo que está culturalmente determinado son los segundos, los satisfactores de esas necesidades, que son las maneras y medios utilizados para subvenir esas necesidades humanas fundamentales. Con matices (Sempere: 16), coinciden estas propuestas con las de este autor arriba consignadas.
Es ilustrativa la tabla que Max-Neef propone, cruzando necesidades existenciales y axiológicas, que dan lugar a la matriz de satisfactores siguiente:
Fuente: Max-Neef (1994: 58-59) (Nota: lo subrayado es inmaterial)
Esta matriz nos revela la cantidad de satisfactores (medios) que podemos usar para satisfacer nuestras múltiples necesidades y cómo la mayoría están fuera del mercado o de la economía entendida sólo en sentido material.
Del tiempo
La satisfacción de las necesidades implican trabajo y éste implica tiempo. Y el tiempo es un límite absoluto para el conjunto de actividades humanas. Su distribución a lo largo de un día es un juego de suma cero, lo que dedicamos a una actividad lo sustraemos de otra.
Una distinción que nos permitirá avanzar en nuestra indagación, es aquella que reestablece entre el tiempo de trabajo socialmente necesario para satisfacer necesidades y el tiempo excedente. El tiempo necesario incluye no solo el trabajo remunerado sino también el tiempo de trabajo doméstico y de cuidados, casi no remunerado.
Una enfermedad de nuestro tiempo es la falta de tiempo. Del lado del trabajo necesario, por la centralidad del trabajo asalariado (con el trabajo sombra asociado) y el empuje del sistema al consumo despilfarrador, y del lado del tiempo excedente por el predominio del ocio mercantilizado y pasivo.
Una breve historia del tiempo de trabajo nos llevaría desde las dos
horas diarias dedicadas a la agricultura de subsistencia de los Papous
Kapauku de Nueva Guinea, a las 20 semanales del siglo XVIII, a las dos o
tres de los campesinos rusos antes de la Revolución de Octubre, a las
más de 18 diarias en los inicios de la revolución industrial -incluyendo
niños-, a las 48 conquistadas después de 1920, para luego con el
fordismo aumentar la intensidad del trabajo. Después de 1945, en EEUU,
se ha revertido la tendencia y a finales de los ochenta en este país
trabajaban 320 horas más al año que en Alemania o Francia. La petición,
de momento frustrada, de elevar el horario en la UE hasta las 65 horas
semanales marcan las tendencias de nuestro tiempo (Latouche, 2008: 86;
Sempere, 2009: 56; Teitelbaum, 2010: 99-100).
Como señalaba Georgescu-Roegen (1996: 314) “uno de los secretos por los que las economías avanzadas han conseguido su espectacular desarrollo económico es una larga jornada laboral”.
En cuanto al denominado tiempo excedente, también solemos conocerlo como tiempo de ocio. El ocio tiene un doble estatuto en cuanto a su consideración: o es denostado como fuente de todos los vicios o es tenido como fuente de sabiduría. “Si el ocio es vulgar trae denuesto; pero si es philosófico, loase” (Corominas, 1993, Tomo IV: 262).
El capitalismo desarrolla una elaborada estrategia para secuestrar el tiempo de la gente fuera del trabajo propiamente dicho. Es el capitalismo cultural que lucha por ocupar el máximo de tiempo posible de conciencia de cada individuo con contenidos prefabricados. Por ejemplo, en España en el año 2000, la media de horas viendo la televisión era de tres y media al día; en el caso del Japón eran más de ocho, y más de siete en EEUU.
Por otra parte, “la concentración oligopólica de los medios de comunicación de masas y de los productos del entretenimiento está en su apogeo. Grandes empresas tienen el control mundial de casi todos estos productos, entre ellas General Electric, AOL, Time-Warner, AT&T, Viacom, Walt Disney, News Corp, Bertelsmann, Sony y Liberty Media Corp, que dictan a los seres humanos cómo deben pensar, qué deben consumir, cómo deben utilizar su tiempo libre” (Teitelbaum, 2010:117). El Gran Hermano ya operativo. El capital, pues, ha conseguido en menos de medio siglo colonizar el tiempo de ocio de una gran parte de la población.
Tiempo para la vida
Se trataría de luchar por el tiempo de nuestra vida en las dos dimensiones que hemos analizado, en el trabajo y en el ocio, en un “combate cultural y político por convertir el “tiempo libre” de la industria del ocio en verdadero tiempo liberado, y el tiempo enajenado del trabajo asalariado en tiempo con sentido (Riechmann, 2003: 48).
En este combate podemos echar mano de tendencias antropológicas sustantivas que operan en el sentido propuesto. Nos referimos al sentido lúdico de la existencia y a la fiesta. Es necesario acudir a dos textos clásicos para referirnos a estos dos temas: “el Homo ludens de Huizinga y la “Cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento” de Mijail Bajtin.
Huizinga muestra cómo el juego existe previamente a la cultura y la acompaña y penetra desde su comienzo a su extinción. Responde al carácter supralógico de nuestra situación en el cosmos. Es una suspensión temporal de la vida ordinaria, una actividad libre, superflua, sometida a reglas, en su expresión más desarrollada, impregnada de ritmo y armonía y que se agota en sí mismo. Es una de esas actividades llamadas autotélicas, como la experiencia poética o el disfrute emocional de estar con los amigos. De ellas nos dice Riechmann (2003: 50) que “son unas de las principales fuentes de sentido para la existencia humana”.
Batjin nos deja perplejos al examinar cómo el pueblo en la Edad Media y en el Renacimiento se defendía de la opresión y de la jerarquía. Afirma que a diferencia “de la fiesta oficial, el carnaval era el triunfo de una especie de liberación transitoria, la abolición provisional de las relaciones jerárquicas, privilegios, reglas y tabúes (…) que adoptaba la forma de una segunda vida del pueblo, que temporalmente penetraba en el reino utópico de la universalidad, de la libertad, de la igualdad y de la abundancia (…) Esta segunda vida (basada en el principio de la risa) le permitía establecer nuevas relaciones, verdaderamente humanas con sus semejantes (…) de aquí que todos los símbolos de la legua carnavalesca estén impregnados del lirismo de sucesión y renovación, de la gozosa comprensión de la relatividad de las verdades y autoridades dominantes” (p.15 y 16).
Las festividades, concluye “son una forma primordial determinante de la civilización humana”. No en vano, en las grandes ciudades, las celebraciones carnavalescas llegaban a durar tres meses por año, y no en vano también la literatura cómica medieval se desarrollo durante más de un milenio.
Lafargue, yerno de Marx, en su “Elogio a la pereza” lanza la consiga que sigue siendo de actualidad: trabajar tres horas al día y producir en ese tiempo lo necesario, no lo superfluo. Keynes, cincuenta años después, realiza la misma propuesta. Y ya hemos visto, el sistema propone más de diez horas al día.
Reparto del tiempo de trabajo
¿Es posible el pleno empleo remunerado con los horarios actuales?
La búsqueda de pleno empleo es hoy día un oxímoron. En efecto, si la productividad aumenta un 2%, para mantener el empleo se necesita un crecimiento del orden del 2,5% anual. La carrera hacia el pleno empleo en las actuales condiciones de reparto del tiempo de trabajo, con productividad creciente, exigen un crecimiento exponencial e, igualmente, la maximización del beneficio exige también ese crecimiento exponencial.
Pero en un mundo lleno, en el que ya hemos sobrepasado la capacidad de carga del planeta, un crecimiento exponencial es imposible a largo plazo, y a corto plazo sólo es posible para unos cuantos y a costa de las capacidades del planeta para mantener a las siguientes generaciones. Se dice, con razón, que extender los modos de vida de un americano medio al resto de los habitantes es un imposible, estallaría el mundo.
“No se trata de recuperar el pleno empleo porque éste nunca ha existido, sino que se ha basado siempre en exclusiones múltiples: la apropiación de los trabajos gratuitos de las mujeres, el expolio de la naturaleza y la explotación de los países no occidentales” (Amaia Pérez, 2005: 28).
De aquí se desprenden dos conclusiones: una, que el pleno empleo sólo es posible con un reparto del tiempo de trabajo, en un contexto de decrecimiento de materiales, energía y contaminación y en deshacer la ecuación de trabajo igual a empleo, es decir en no seguir invisibilizando el trabajo no remunerado de cuidados en manos, mayormente, de las mujeres. La segunda es que para que ese empleo sea de calidad, como se propone, es necesario atender a las observaciones que la economista Joan Robinson (1976) nos daba hace ya unas décadas; ella nos advertía que el “éxito económico nacional se identifica con las estadísticas del Producto Nacional Bruto (PIB). Nadie se cuestiona acerca del contenido de la producción. El éxito del capitalismo durante los últimos veinticinco años ha estado fuertemente ligado a la carrera de armamentos y al comercio de armas (para no mencionar las guerras en que han sido utilizadas); los gobiernos capitalistas no han logrado superar la pobreza en sus propios países, y tampoco se han visto acompañados del éxito a la hora de ayudar (por llamar de algún modo) a promocionar el desarrollo del Tercer Mundo. Se nos dice ahora que ese capitalismo está en camino de hacer el planeta inhabitable, incluso en tiempo de paz”.
En una sociedad del decrecimiento hay que repartir el tiempo dedicado al trabajo socialmente necesario que proporcionan valores de uso, incluidos los trabajos de cuidados, en condiciones de calidad laboral y democracia en la empresa. Y aquellos trabajos necesarios con dosis aún de penosidad y alienación (de ahí la etimología latina del trabajo como tripalium, instrumento de tortura con tres palos) hay que también repartirlos equitativamente (ver Naredo y Riechmann, Papeles…).
Como resume muy bien Carlos Taibo (2009: 60) “el decrecimiento que defendemos tiene por fuerza que reducir la oferta de empleos en la economía competitiva, como tiene la necesidad de redistribuir aquellos y de trabajar menos horas. En paralelo habrán de aumentar las actividades vinculadas con las economías domésticas, con la educación y con el trabajo voluntario”.
Y Stuart Mill, cien años ha, profetizó: “hay que subrayar que un estado estacionario no significa el estancamiento del mejoramiento humano. Habría más campo que antes para el mejoramiento del arte del vivir cuando las mentes se liberen del dominio del avance material”
Sentido del tiempo de ocio
Y ésto nos lleva al otro tiempo, al que hemos llamado excedente o tiempo de ocio.
El término “ocio” tiene una raíz etimológica griega muy interesante. Viene del griego skhole, de ahí la palabra “escuela”. Para los griegos el saber y la ciencia no han nacido en la escuela tal como ahora se entiende, sino que era fruto de su ocio, de su tiempo libre, que era aquel en que no estaba reclamado por sus actividades públicas, por la guerra o por el culto.
De principio a fin de este artículo hemos ido llenando de sentido y de fundamentación al tiempo libre o de ocio para esta sociedad que reclamamos del decrecimiento: compartir, legar, consolar, condolerse y tener esperanza: Y también de “tiempo”, es decir de trasvase de cantidades de tiempo de trabajo al tiempo libre de él.
Santiago Alba (2010: 70), en los tiempos que corren, se permite hacer un elogio del aburrimiento. Dice: “el capitalismo prohíbe básicamente dos cosas. Una es el regalo. La otra el aburrimiento”, porque hay dos formas de impedir pensar, la una trabajar sin descanso y la otra divertirse sin parar. Como afirma Leopardo “el tedio es la quinta esencia de la sabiduría”. Nada más revolucionario que esta imagen del no hacer nada frente a la realidad que las multinacionales se esfuerzan en crear: la del consumidor permanentemente insatisfecho.
Hay que recordar aquel afán de un directivo de la General Motors que propugnaba que “la clave de la prosperidad económica consiste en la creación organizada de un sentimiento de insatisfacción”; el resultado de esta filosofía ha sido que este gigante ha tenido que ser nacionalizado para evitar su bancarrota.
Este tiempo liberado, este tiempo de ocio, podemos también “llenarlo” de múltiples actividades necesarias para el sostenimiento de la vida y para llevar una vida digna, fuera del mercado y fuera de un consumo creciente de materia y energía. La matriz de Max-Neef arriba consignada es muy ilustrativa de la cantidad de satisfactores inmateriales a los que “necesitamos” acceder para subvenir nuestras necesidades fundamentales.
En un contexto de decrecimiento, podemos resumir como sigue los tiempos alternativos, los otros tiempos para la vida:
Tiempo para la soledad, el aburrimiento y el pensar. Lleva razón Pascal al afirmar que “he descubierto que toda la desdicha de los hombres proviene de una sola cosa, que es no saber permanecer en reposo, dentro de una habitación”. Ninguna receta mejor que ésta para ser más felices sin consumir. Cada cual tiene que poder llegar a habitar con contento su respectiva “habitación de Pascal”. Sería como el tiempo para perder el tiempo.
Tiempo para la democracia. Es evidente que si queremos una democracia participativa desde la empresa a la vida propiamente política, hemos de dedicar tiempo a deliberar, a discutir, a aproximar, a reunirnos con frecuencia y a hacer una pedagogía de asamblearismo respetuoso. El socialismo cuesta demasiadas tardes libres, se quejaba Oscar Wilde; por eso la democracia exige tiempo y aprendizaje. Y no supone más que un poco de consumo de materia gris y atención. El activismo ha de ser ilustrado.
Tiempo para los encuentros y las relaciones. Somos seres sociales y anhelamos la compañía, de ahí también la dificultad de la necesaria soledad de vez en cuando. Como nos recuerda Maturana "los seres humanos modernos somos animales sensuales. Nos acariciamos tocándonos con palabras, y disfrutamos de la cercanía y el contacto corporal". Tiempo, pues, para la familia, los amigos y el amor.
Como relataba en mi libro “Un librero en apuros” (2004: 108), “Si uno va a Granada y visita El Bañuelo -antiguos baños árabes, en la carrera del Darro- al llegar a una estancia de la derecha, oirá decir a la guía que ‘éste era el lugar de reunión, perdón el lugar de encuentro’. Ya en el siglo XI distinguían muy bien los cruces esporádicos de los convenidos, y en estos contactos imprevistos, pero buscados, se hablaría de lo divino y de lo humano”.
Tiempo para el juego, la fiesta y todas los demás actividades autotélicas, que como hemos visto responden a invariantes antropológicas que quizá den sentido a la vida y hagan más soportable nuestra finitud y contingencia.
Tiempo para sentirnos seres vivos y hacer la inmersión mística en nuestra condición gaiana. Tiempo de gozar de la naturaleza y de la poesía, que solo exigen unas buenas botas y unos oídos atentos.
Tiempo para la autoproducción, la artesanía y el bricolaje, como actividades que nos hacen menos dependientes, más creativos y que nos permiten valorar los trabajos ajenos.
Tiempo para la belleza y la sabiduría. Siguiendo la lectura que hace Castoriadis (1988: 130) de la oración fúnebre de Pericles, el ciudadano ateniense existe y vive la unidad de tres elementos: el amor y la práctica de la belleza, el amor y la práctica de la sabiduría y la responsabilidad del bien público, de la polis. “Los griegos, nos dice, son para nosotros un germen que nunca dejaron de reflexionar sobre la cuestión de saber qué debe realizar la institución de la sociedad”.
Tiempo para la rebelión y la disidencia, para imaginar y luchar por un mundo nuevo, otro mundo posible dentro de este mundo terrenal.
Aunque hemos reclamado el aburrimiento para oponerlo al capitalismo y como ocasión para el pensamiento y la sabiduría, tenemos tantas actividades pendientes, fuera del mercado y de la crematística, como para no aburrirnos, en un contexto que además es de decrecimiento. Pero necesariamente hemos de superar el imaginario productivista y consumista en el que muchos andamos enredados. “Tenemos derecho a decir que, en las circunstancias presentes, un plan de demolición sostenible (o de decrecimiento acelerado) supondría un gran progreso para el género humano” (Alba y Fernández: 169).
Fuera del capitalismo nos espera el tiempo para la vida
Un buen remate de todo lo que hemos pretendido comunicar sería leer el capítulo XXXI del libro de Lao Zi (1981: 63), que nos dice así:
Las palabras verdaderas no son agradables,
las palabras agradables no son verdaderas.
El saber no es la erudición,
el erudito nada sabe.
El bien no es lo mucho,
lo mucho no es bueno.
El sabio no acumula;
obrando para los otros,
tiene cada vez más;
dando a los demás,
posee más cada vez.
Es propio del dao del cielo,
beneficiar y no causar daño;
Es propio del dao del hombre,
actuar y no luchar.
www.ecoportal.net
Paco Puche, Librero y ecologista. España. Colaborador de la revista El Observador
Bibliografía:
Sobre las necesidades también hay mucho que decir en unos tiempos en que impulsos inducidos por la propaganda masiva, los deseos, los caprichos y la emulación se toman como necesidades irrefrenables. Las declaraciones de Patrick Le Lay, director general de la televisión francesa TF1, son reveladoras: “para que un mensaje sea percibido es necesario que el cerebro del espectador esté disponible. Nuestras emisiones tienen esta vocación… Lo que vendemos a Coca-Cola es tiempo de cerebro humano disponible” (L’Expansion, 9 de julio de 2004).
El chiste de El Roto en el que un airado varón amenaza con defender lo superfluo con puño amenazante, es más que ilustrativo de la diferenciación que decimos.
Las primeras abarcan todas las necesidades biopsicosociales (nutrición, seguridad física y psíquica, salud, descanso, ejercicio, sexo, reconocimiento, autoestima, pertenencia, confianza, etc.) y de potencial humano (autonomía, libertad, participación, autorrealización, afecto, amor, crecimiento moral...); las segundas, históricas y variables, abarcan todas las necesidades instrumentales (satisfactores) y los sistemas sociales pertinentes.
Muchas de las necesidades tienen un carácter inmaterial y están fuera de la actividad económica propiamente dicha, aunque como otras actividades de la vida personal, social o política tengan que ver con esos que hemos llamado “el mantenimiento de la vida” o el “placer de vivir”, que caracterizan la economía tal como la venimos entendiendo. Al fin y al cabo no es posible segregar unas actividades de otras a lo largo de un día, pues el tiempo en el que discurren es común a todas ellas. Por eso tiene sentido, como recuerda Riechmann en el diálogo citado más arriba, que la actividad laboral pueda ser a la vez productiva, autorrealizadora y socializante, claro, cuando se cumplan condiciones de trabajo no alineado. Explica también el que algunas comunidades primitivas, como las de las islas Trobriand, se afanen en las tareas laborales (huertos, construcción, mantenimiento, etc.) mucho más de lo indispensable. Es como una suerte de trabajo lúdico, o confluencia de ocio y trabajo necesario. Por el contrario, en la Antigüedad había constancia del desprecio por aquellas tareas dependientes y generalmente forzadas por la necesidad (Naredo, 2006:157).
Claro que es difícil separar la economía de la vida, al fin y al cabo aquella es un subsistema de la biosfera, como propone la economía ecológica.
Manfred Max- Neef (1994:42) establece la pedagógica distinción entre necesidades y satisfactores. Las primeras “finitas, pocas y clasificables… son las mismas en todas las culturas y en todos los periodos históricos”, lo que cambia, lo que está culturalmente determinado son los segundos, los satisfactores de esas necesidades, que son las maneras y medios utilizados para subvenir esas necesidades humanas fundamentales. Con matices (Sempere: 16), coinciden estas propuestas con las de este autor arriba consignadas.
Es ilustrativa la tabla que Max-Neef propone, cruzando necesidades existenciales y axiológicas, que dan lugar a la matriz de satisfactores siguiente:
Esta matriz nos revela la cantidad de satisfactores (medios) que podemos usar para satisfacer nuestras múltiples necesidades y cómo la mayoría están fuera del mercado o de la economía entendida sólo en sentido material.
Del tiempo
La satisfacción de las necesidades implican trabajo y éste implica tiempo. Y el tiempo es un límite absoluto para el conjunto de actividades humanas. Su distribución a lo largo de un día es un juego de suma cero, lo que dedicamos a una actividad lo sustraemos de otra.
Una distinción que nos permitirá avanzar en nuestra indagación, es aquella que reestablece entre el tiempo de trabajo socialmente necesario para satisfacer necesidades y el tiempo excedente. El tiempo necesario incluye no solo el trabajo remunerado sino también el tiempo de trabajo doméstico y de cuidados, casi no remunerado.
Una enfermedad de nuestro tiempo es la falta de tiempo. Del lado del trabajo necesario, por la centralidad del trabajo asalariado (con el trabajo sombra asociado) y el empuje del sistema al consumo despilfarrador, y del lado del tiempo excedente por el predominio del ocio mercantilizado y pasivo.
Como señalaba Georgescu-Roegen (1996: 314) “uno de los secretos por los que las economías avanzadas han conseguido su espectacular desarrollo económico es una larga jornada laboral”.
En cuanto al denominado tiempo excedente, también solemos conocerlo como tiempo de ocio. El ocio tiene un doble estatuto en cuanto a su consideración: o es denostado como fuente de todos los vicios o es tenido como fuente de sabiduría. “Si el ocio es vulgar trae denuesto; pero si es philosófico, loase” (Corominas, 1993, Tomo IV: 262).
El capitalismo desarrolla una elaborada estrategia para secuestrar el tiempo de la gente fuera del trabajo propiamente dicho. Es el capitalismo cultural que lucha por ocupar el máximo de tiempo posible de conciencia de cada individuo con contenidos prefabricados. Por ejemplo, en España en el año 2000, la media de horas viendo la televisión era de tres y media al día; en el caso del Japón eran más de ocho, y más de siete en EEUU.
Por otra parte, “la concentración oligopólica de los medios de comunicación de masas y de los productos del entretenimiento está en su apogeo. Grandes empresas tienen el control mundial de casi todos estos productos, entre ellas General Electric, AOL, Time-Warner, AT&T, Viacom, Walt Disney, News Corp, Bertelsmann, Sony y Liberty Media Corp, que dictan a los seres humanos cómo deben pensar, qué deben consumir, cómo deben utilizar su tiempo libre” (Teitelbaum, 2010:117). El Gran Hermano ya operativo. El capital, pues, ha conseguido en menos de medio siglo colonizar el tiempo de ocio de una gran parte de la población.
Tiempo para la vida
Se trataría de luchar por el tiempo de nuestra vida en las dos dimensiones que hemos analizado, en el trabajo y en el ocio, en un “combate cultural y político por convertir el “tiempo libre” de la industria del ocio en verdadero tiempo liberado, y el tiempo enajenado del trabajo asalariado en tiempo con sentido (Riechmann, 2003: 48).
En este combate podemos echar mano de tendencias antropológicas sustantivas que operan en el sentido propuesto. Nos referimos al sentido lúdico de la existencia y a la fiesta. Es necesario acudir a dos textos clásicos para referirnos a estos dos temas: “el Homo ludens de Huizinga y la “Cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento” de Mijail Bajtin.
Huizinga muestra cómo el juego existe previamente a la cultura y la acompaña y penetra desde su comienzo a su extinción. Responde al carácter supralógico de nuestra situación en el cosmos. Es una suspensión temporal de la vida ordinaria, una actividad libre, superflua, sometida a reglas, en su expresión más desarrollada, impregnada de ritmo y armonía y que se agota en sí mismo. Es una de esas actividades llamadas autotélicas, como la experiencia poética o el disfrute emocional de estar con los amigos. De ellas nos dice Riechmann (2003: 50) que “son unas de las principales fuentes de sentido para la existencia humana”.
Batjin nos deja perplejos al examinar cómo el pueblo en la Edad Media y en el Renacimiento se defendía de la opresión y de la jerarquía. Afirma que a diferencia “de la fiesta oficial, el carnaval era el triunfo de una especie de liberación transitoria, la abolición provisional de las relaciones jerárquicas, privilegios, reglas y tabúes (…) que adoptaba la forma de una segunda vida del pueblo, que temporalmente penetraba en el reino utópico de la universalidad, de la libertad, de la igualdad y de la abundancia (…) Esta segunda vida (basada en el principio de la risa) le permitía establecer nuevas relaciones, verdaderamente humanas con sus semejantes (…) de aquí que todos los símbolos de la legua carnavalesca estén impregnados del lirismo de sucesión y renovación, de la gozosa comprensión de la relatividad de las verdades y autoridades dominantes” (p.15 y 16).
Las festividades, concluye “son una forma primordial determinante de la civilización humana”. No en vano, en las grandes ciudades, las celebraciones carnavalescas llegaban a durar tres meses por año, y no en vano también la literatura cómica medieval se desarrollo durante más de un milenio.
Lafargue, yerno de Marx, en su “Elogio a la pereza” lanza la consiga que sigue siendo de actualidad: trabajar tres horas al día y producir en ese tiempo lo necesario, no lo superfluo. Keynes, cincuenta años después, realiza la misma propuesta. Y ya hemos visto, el sistema propone más de diez horas al día.
Reparto del tiempo de trabajo
¿Es posible el pleno empleo remunerado con los horarios actuales?
La búsqueda de pleno empleo es hoy día un oxímoron. En efecto, si la productividad aumenta un 2%, para mantener el empleo se necesita un crecimiento del orden del 2,5% anual. La carrera hacia el pleno empleo en las actuales condiciones de reparto del tiempo de trabajo, con productividad creciente, exigen un crecimiento exponencial e, igualmente, la maximización del beneficio exige también ese crecimiento exponencial.
Pero en un mundo lleno, en el que ya hemos sobrepasado la capacidad de carga del planeta, un crecimiento exponencial es imposible a largo plazo, y a corto plazo sólo es posible para unos cuantos y a costa de las capacidades del planeta para mantener a las siguientes generaciones. Se dice, con razón, que extender los modos de vida de un americano medio al resto de los habitantes es un imposible, estallaría el mundo.
“No se trata de recuperar el pleno empleo porque éste nunca ha existido, sino que se ha basado siempre en exclusiones múltiples: la apropiación de los trabajos gratuitos de las mujeres, el expolio de la naturaleza y la explotación de los países no occidentales” (Amaia Pérez, 2005: 28).
De aquí se desprenden dos conclusiones: una, que el pleno empleo sólo es posible con un reparto del tiempo de trabajo, en un contexto de decrecimiento de materiales, energía y contaminación y en deshacer la ecuación de trabajo igual a empleo, es decir en no seguir invisibilizando el trabajo no remunerado de cuidados en manos, mayormente, de las mujeres. La segunda es que para que ese empleo sea de calidad, como se propone, es necesario atender a las observaciones que la economista Joan Robinson (1976) nos daba hace ya unas décadas; ella nos advertía que el “éxito económico nacional se identifica con las estadísticas del Producto Nacional Bruto (PIB). Nadie se cuestiona acerca del contenido de la producción. El éxito del capitalismo durante los últimos veinticinco años ha estado fuertemente ligado a la carrera de armamentos y al comercio de armas (para no mencionar las guerras en que han sido utilizadas); los gobiernos capitalistas no han logrado superar la pobreza en sus propios países, y tampoco se han visto acompañados del éxito a la hora de ayudar (por llamar de algún modo) a promocionar el desarrollo del Tercer Mundo. Se nos dice ahora que ese capitalismo está en camino de hacer el planeta inhabitable, incluso en tiempo de paz”.
En una sociedad del decrecimiento hay que repartir el tiempo dedicado al trabajo socialmente necesario que proporcionan valores de uso, incluidos los trabajos de cuidados, en condiciones de calidad laboral y democracia en la empresa. Y aquellos trabajos necesarios con dosis aún de penosidad y alienación (de ahí la etimología latina del trabajo como tripalium, instrumento de tortura con tres palos) hay que también repartirlos equitativamente (ver Naredo y Riechmann, Papeles…).
Como resume muy bien Carlos Taibo (2009: 60) “el decrecimiento que defendemos tiene por fuerza que reducir la oferta de empleos en la economía competitiva, como tiene la necesidad de redistribuir aquellos y de trabajar menos horas. En paralelo habrán de aumentar las actividades vinculadas con las economías domésticas, con la educación y con el trabajo voluntario”.
Y Stuart Mill, cien años ha, profetizó: “hay que subrayar que un estado estacionario no significa el estancamiento del mejoramiento humano. Habría más campo que antes para el mejoramiento del arte del vivir cuando las mentes se liberen del dominio del avance material”
Sentido del tiempo de ocio
Y ésto nos lleva al otro tiempo, al que hemos llamado excedente o tiempo de ocio.
El término “ocio” tiene una raíz etimológica griega muy interesante. Viene del griego skhole, de ahí la palabra “escuela”. Para los griegos el saber y la ciencia no han nacido en la escuela tal como ahora se entiende, sino que era fruto de su ocio, de su tiempo libre, que era aquel en que no estaba reclamado por sus actividades públicas, por la guerra o por el culto.
De principio a fin de este artículo hemos ido llenando de sentido y de fundamentación al tiempo libre o de ocio para esta sociedad que reclamamos del decrecimiento: compartir, legar, consolar, condolerse y tener esperanza: Y también de “tiempo”, es decir de trasvase de cantidades de tiempo de trabajo al tiempo libre de él.
Santiago Alba (2010: 70), en los tiempos que corren, se permite hacer un elogio del aburrimiento. Dice: “el capitalismo prohíbe básicamente dos cosas. Una es el regalo. La otra el aburrimiento”, porque hay dos formas de impedir pensar, la una trabajar sin descanso y la otra divertirse sin parar. Como afirma Leopardo “el tedio es la quinta esencia de la sabiduría”. Nada más revolucionario que esta imagen del no hacer nada frente a la realidad que las multinacionales se esfuerzan en crear: la del consumidor permanentemente insatisfecho.
Hay que recordar aquel afán de un directivo de la General Motors que propugnaba que “la clave de la prosperidad económica consiste en la creación organizada de un sentimiento de insatisfacción”; el resultado de esta filosofía ha sido que este gigante ha tenido que ser nacionalizado para evitar su bancarrota.
Este tiempo liberado, este tiempo de ocio, podemos también “llenarlo” de múltiples actividades necesarias para el sostenimiento de la vida y para llevar una vida digna, fuera del mercado y fuera de un consumo creciente de materia y energía. La matriz de Max-Neef arriba consignada es muy ilustrativa de la cantidad de satisfactores inmateriales a los que “necesitamos” acceder para subvenir nuestras necesidades fundamentales.
En un contexto de decrecimiento, podemos resumir como sigue los tiempos alternativos, los otros tiempos para la vida:
Tiempo para la soledad, el aburrimiento y el pensar. Lleva razón Pascal al afirmar que “he descubierto que toda la desdicha de los hombres proviene de una sola cosa, que es no saber permanecer en reposo, dentro de una habitación”. Ninguna receta mejor que ésta para ser más felices sin consumir. Cada cual tiene que poder llegar a habitar con contento su respectiva “habitación de Pascal”. Sería como el tiempo para perder el tiempo.
Tiempo para la democracia. Es evidente que si queremos una democracia participativa desde la empresa a la vida propiamente política, hemos de dedicar tiempo a deliberar, a discutir, a aproximar, a reunirnos con frecuencia y a hacer una pedagogía de asamblearismo respetuoso. El socialismo cuesta demasiadas tardes libres, se quejaba Oscar Wilde; por eso la democracia exige tiempo y aprendizaje. Y no supone más que un poco de consumo de materia gris y atención. El activismo ha de ser ilustrado.
Tiempo para los encuentros y las relaciones. Somos seres sociales y anhelamos la compañía, de ahí también la dificultad de la necesaria soledad de vez en cuando. Como nos recuerda Maturana "los seres humanos modernos somos animales sensuales. Nos acariciamos tocándonos con palabras, y disfrutamos de la cercanía y el contacto corporal". Tiempo, pues, para la familia, los amigos y el amor.
Como relataba en mi libro “Un librero en apuros” (2004: 108), “Si uno va a Granada y visita El Bañuelo -antiguos baños árabes, en la carrera del Darro- al llegar a una estancia de la derecha, oirá decir a la guía que ‘éste era el lugar de reunión, perdón el lugar de encuentro’. Ya en el siglo XI distinguían muy bien los cruces esporádicos de los convenidos, y en estos contactos imprevistos, pero buscados, se hablaría de lo divino y de lo humano”.
Tiempo para el juego, la fiesta y todas los demás actividades autotélicas, que como hemos visto responden a invariantes antropológicas que quizá den sentido a la vida y hagan más soportable nuestra finitud y contingencia.
Tiempo para sentirnos seres vivos y hacer la inmersión mística en nuestra condición gaiana. Tiempo de gozar de la naturaleza y de la poesía, que solo exigen unas buenas botas y unos oídos atentos.
Tiempo para la autoproducción, la artesanía y el bricolaje, como actividades que nos hacen menos dependientes, más creativos y que nos permiten valorar los trabajos ajenos.
Tiempo para la belleza y la sabiduría. Siguiendo la lectura que hace Castoriadis (1988: 130) de la oración fúnebre de Pericles, el ciudadano ateniense existe y vive la unidad de tres elementos: el amor y la práctica de la belleza, el amor y la práctica de la sabiduría y la responsabilidad del bien público, de la polis. “Los griegos, nos dice, son para nosotros un germen que nunca dejaron de reflexionar sobre la cuestión de saber qué debe realizar la institución de la sociedad”.
Tiempo para la rebelión y la disidencia, para imaginar y luchar por un mundo nuevo, otro mundo posible dentro de este mundo terrenal.
Aunque hemos reclamado el aburrimiento para oponerlo al capitalismo y como ocasión para el pensamiento y la sabiduría, tenemos tantas actividades pendientes, fuera del mercado y de la crematística, como para no aburrirnos, en un contexto que además es de decrecimiento. Pero necesariamente hemos de superar el imaginario productivista y consumista en el que muchos andamos enredados. “Tenemos derecho a decir que, en las circunstancias presentes, un plan de demolición sostenible (o de decrecimiento acelerado) supondría un gran progreso para el género humano” (Alba y Fernández: 169).
Fuera del capitalismo nos espera el tiempo para la vida
Un buen remate de todo lo que hemos pretendido comunicar sería leer el capítulo XXXI del libro de Lao Zi (1981: 63), que nos dice así:
Las palabras verdaderas no son agradables,
las palabras agradables no son verdaderas.
El saber no es la erudición,
el erudito nada sabe.
El bien no es lo mucho,
lo mucho no es bueno.
El sabio no acumula;
obrando para los otros,
tiene cada vez más;
dando a los demás,
posee más cada vez.
Es propio del dao del cielo,
beneficiar y no causar daño;
Es propio del dao del hombre,
actuar y no luchar.
www.ecoportal.net
Paco Puche, Librero y ecologista. España. Colaborador de la revista El Observador
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