Joaquim Sempere en Ecología Política nº 35
Los escépticos o enemigos del decrecimiento suelen invocar que los pobres, sean países enteros o individuos, necesitan más consumo para acceder a un bienestar que nadie puede legítimamente negarles; en otras palabras, necesitan crecer, necesitan crecimiento económico. Esta objeción tiene tres defectos:
El primero es que se trata de pensamiento desiderativo que no distingue entre lo deseable y lo posible. No basta con desear algo para obtenerlo: hace falta que sea posible.
El segundo defecto de esta objeción es que descarta la idea de redistribución y de reducción de los consumos a los que una parte de la humanidad se ha acostumbrado. Aunque no lo sepamos con certeza, es verosímil que haya recursos suficientes, si se administran bien, para que una población del tamaño de la actual pueda vivir con dignidad (aunque no todo volumen de población humana es viable). En tal caso, bastaría una redistribución para satisfacer las necesidades y las aspiraciones viables de todos, y no haría falta crecimiento.
El tercer defecto es confundir decrecimiento de toda la economía mundial con decrecimiento de todas sus partes. Seguramente el bienestar de sectores muy numerosos de la humanidad requiere crecimiento de algunas dimensiones de la economía en beneficio de los más desfavorecidos: producción de alimentos, de viviendas dignas, de electricidad, de infraestructuras hidrológicas, etc.
Pero esto no es en teoría incompatible con el decrecimiento económico a escala mundial, que supondría un sacrificio compensatorio del consumo de los privilegiados y una substitución de fuentes de energía y de procesos técnicos que redujera la huella ecológica de la humanidad. Justamente el argumento de la equidad hace más imperioso aún el objetivo de decrecer en las regiones del mundo más opulentas y despilfarradoras.
Este último supuesto nos encamina ya hacia la incógnita de si es posible que se modifiquen a la baja —y se estabilicen a un nivel más bajo— las aspiraciones de las personas y, por tanto, de cómo sería aceptado un proceso de transición hacia una economía de estado estacionario o de decrecimiento.
(...)
La evolución técnica nos proporciona medios para satisfacer nuestras necesidades y nuestros deseos y estos medios acaban siendo indispensables para vivir de modo satisfactorio. Por ejemplo, en cualquier ciudad actual se requiere un complejo dispositivo colectivo de captación, depuración, transporte y distribución del agua hasta los grifos de las casas. Del mismo modo, es fácil comprender que entre los seres humanos y la naturaleza se interponen sistemas sociotécnicos que permiten obtener, además del agua, los alimentos, la ropa y todo lo que constituye el conjunto de nuestras necesidades, incluso las más elementales (y evacuar nuestros residuos) pero que nos hemos acostumbrado a satisfacer de determinadas maneras muy complejas, muy poco elementales, que nos resultan necesarias. No es posible hoy imaginar nuestro nivel de vida sin la nevera, el teléfono, el televisor, la red de carreteras y vías férreas, el automóvil, el sistema escolar y el sanitario.
En otras palabras: nuestro «exceso» de consumo no depende sólo de que cedamos al gusto por los caprichos y los lujos «consumistas», sino de la complejidad de los sistemas sociotécnicos que nos permiten satisfacer nuestras necesidades, incluidas las más elementales. Para reducir nuestra huella ecológica no basta con una moral austera que nos empuje a renunciar a lujos y caprichos: hace falta simplificar nuestro entero metabolismo socionatural. Lograr esta hazaña forma parte de cualquier programa imaginable de decrecimiento voluntario.
Me gustaría hacer una pregunta abierta a colación de este artículo.
ResponderEliminar¿El decrecimiento implica un aumento de la autosuficiencia local frente a la compleja red de interrelaciones de la globalización? El autor parece ir en esa linea.
¿Es esa autosuficiencia (entendida como autonomía alimentaria, energética, de materias primas) realmente posible?