decrecimiento.blogspot.com

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El progreso como solución a todos nuestros problemas



" - No entiendo, Doctor: tengo un coche, una mujer, dos niños, un chalet con su hipoteca, incluso una tele... y todavía no me siento feliz!
- Entonces cómprese un lector DVD."

Una gran parte de la población mantiene, conscientemente o no, la certeza de que la mayor parte de los problemas sociales o medioambientales a los que se enfrenta la humanidad encontrará, tarde o temprano, una respuesta técnica. ¿Millones de seres humanos mueren de hambre?. Mejoremos el rendimiento de los cereales gracias a los transgénicos. ¿El estrés causa estragos en los trabajadores occidentales?. Desarrollemos mejores antidepresivos. ¿El miedo a la inseguridad ronda nuestras ciudades?. Instalemos sistemas de videovigilancia, equipemos a la población con carnés de identidad biométricos y aumentemos los medios policiales. ¿La violencia en la televisión afecta a los niños?. Equipemos nuestros televisores de chips electrónicos para encriptar las escenas traumatizantes.

Todo se desarrolla como si frente a un problema la respuesta espontánea consistiera en encontrar una solución técnica apropiada, no a interrogarse sobre sus causas. ¿La hambruna es realmente un problema de rendimiento de cereales?. ¿De donde viene el estrés?. ¿Quién ha desarrollado el tema de la inseguridad y cuáles son sus causas?. ¿Qué significa el aumento de la violencia y del sexo en los mass media?. “¡En el fondo poco importa, se acabará encontrando solución!”.

Concentrándonos en el cómo, desatendiendo el porqué, la perspectiva de progreso actúa creando esperanza; presenta como una certeza el hecho de que la mayoría de problemas sociales, medioambientales e íntimos a los que nos enfrentamos encontrarán, tarde o temprano, una respuesta técnica.

Pogrès et decroissance. Traducido por Sylvain Fischer


Crisis ecológica, decrecimiento y democracia inclusiva

Tuvo lugar la charla Crisis ecológica, decrecimiento y democracia inclusiva por parte del grupo catalán de Democracia Inclusiva, en la libreria Icària. 

DI es una nueva filosofía que se propone un modelo de organización social verdaderamente democrático y ecológico.
La charla se estructuró por preguntas.
  • ¿Cuáles son las causas y consecuencias de la Economía de Mercado?
En otras palabras, ¿está el crecimiento economico detrás de la actual crisis ecológica?
Respecto a las causas, hay factores de dos tipos, i) institucionales. En el siglo XVIII entramos en la economía de mercado propiamente dicha, según la cual lo que controla el mercado son los precios y no decisiones tomadas conscientemente por la sociedad. Esto dió lugar a la lógica del crecimiento, esto es, a maximizar los beneficios (crecer o morir). ii) Ideológicos, existía toda una filosofía de crecimiento personal y acumulación de riqueza y el nacimiento de lo que se podría llamar ética consumista.

En cuanto a las consecuencia, son conocidas: acumulación excesiva de poder en manos de unos pocos, ya que hay que crecer para tener maás capital para bajar costos, ser más competitivo, etc. Y a un aumento de las desigualdades (por ejemplo con la implantación del liberalismo radical en los 80, la diferencia entre los que más ganan y los que menos ha pasado de 1:30 a 1:80). Esto ha dado lugar a su vez a una esquilmación de recursos, se ha visto la naturaleza como un almacén de productos y un vertedero de desechos. Así se calcula que se pierden 250 especies al día y hemos perdido ya el 50% de los bosques tropicales. Y ese deterioro del entorno ha tenido consecuencias para la salud humana, por ejemplo, la incidencia del cáncer de colon ha aumentado en un 275% de 1985-2005, 80% la de pulmón y una de cada 6 mujeres pueden padecer cáncer de mama.
Esto ha llevado a que en los últimos años se haya comenzado a hablar de los límites ecológicos del crecimiento económico.
  • ¿Qué es el decrecimiento?
No es un movimiento social (engloba distintas ideologías), ni una propuesta de reforma económica (ya que en si no es compatible con el sistema actual), ni es una alternativa al capitalismo (no define como ha de ser la propiedad ni el intercambio), y tampoco un estilo de vida (o al menos no es único, se puede practicar de diferentes maneras).

Lo que es en realidad el decrecimiento es un debate que cuestiona el crecimiento, una “palabra-obus” que pretende romper el imaginario del crecimiento para crear una sociedad más humana y racional.
  • ¿Es compatible la economía de mercado con el decrecimiento?
A juzgar por la inexistencia dicho modelo en la historia, se diría que no. La lógica del mercado es inseparable del crecimiento, por lo que teóricamente tampoco se podría dar. Y en la práctica menos aun porque si pones en marcha esa dinámica, las empresas huyen a otros países.
Es decir, es necesario un cambio estructural.
  • ¿Qué es y qué soluciones propone Democracia Inclusiva?
Es una propuesta de cambio en el ámbito político, económico, social y ecológico. Supone una recuperación del espacio publico mediante la democracia real (poder del pueblo que toma todas las decisiones, hay delegados y no representantes). Es una sociedad descentralizada y autónoma, con una economía local y reducida (de calidad, acabando con la importación, la obsolescencia programada, etc.). También supone una democratización de la comunicación para que todo el mundo tenga la misma voz y se pueda desechar de los medios el discurso materialista y llenar el vacío existencialista.
  • ¿Cómo se puede materializar el cambio?
No se puede hacer desde las instituciones actuales. Tampoco con pequeños cambios a nivel aislado (que llevan a la marginalización o a la reinserción), pueden contribuir pero no son suficientes.
No se puede imponer (como en el marxismo, que implica la toma del estado y luego el cambio de valores, que sólo llevó a un cambio en la élite dominante) tiene que ser voluntario. Ni puede ser una revolución desde abajo.

Tiene que darse una transición.

Para ello hay que difundir el mensaje y comenzar a crear instituciones paralelas: asambleas populares, empresas demóticas, monedas complementarias, banca paralela, etc.
Más información en su web, también os recomendamos la lectura de la publicación del grupo local DEMOS y este artículo de uno de los pensadores de DI.

Extraído de Grupo wwf-barcelona

El capitalismo es crecimiento


decresita

El capitalismo es un modo de producción económica que basa su lógica en la circulación de mercancías mediante el comercio; por ello necesita producir para vender (producción), y de vender para comprar (consumo). Emplear mano de obra y utilizar recursos naturales para producir mercancías, y fomentar el consumo entre la población para circularlas.

La motivación del sistema para generar toda esta circulación de mercancías y su apropiación es la plusvalía (excedente o beneficio).

En este sistema productivo las mercancías tienen un doble valor:

  • Por un lado el valor de uso; es decir la aptitud que tiene un objeto para satisfacer una necesidad.
  • Por otro lado el valor de cambio que es cómo se denomina a la proporción en que se intercambian diferentes valores de uso; para ello se utiliza el dinero.

La suma de los valores de cambio en manos de un sujeto es lo que se denomina capital y es acumulable.

Los capitalistas (dueños del capital), mediante la apropiación de la plusvalía en la circulación de las mercancías, acumulan más capital; es decir cada vez que el circuito se completa el sistema crece; y este crecimiento es necesario para que el sistema siga fluyendo. El crecimiento es intrínseco al capitalismo, sin él, el sistema se muere.

El decrecimiento es el futuro. Entrevista a Carlos Taibo

Escrito por Marta Iglesias en Revista Fusión

No podemos seguir produciendo a costa de los recursos limitados del planeta, de los ciudadanos del Tercer Mundo o incrementando el cambio climático. Decrecer es necesario y supone un cambio de valores, como desarrolla Carlos Taibo en su libro ‘En defensa del decrecimiento’ (Editorial Catarata).

El decrecimiento es el futuro. Carlos Taibo, profesor de Ciencia Política en la UAM. La crisis existente se centra en la economía, pero no es la más importante a la que asistimos.

-¿Qué hay más allá del descalabro financiero?

-Creo que hay como poco otras tres crisis importantes. La primera se llama cambio climático, que es un proceso ya activo que no tiene ninguna consecuencia saludable. La segunda es el encarecimiento inevitable en el corto y medio plazo de la mayoría de las materias primas energéticas que empleamos y la tercera y ultima, por dejar las cosas ahí, es la sobrepoblación que afecta a buena parte del planeta. La crisis financiera es la única que interesa a nuestros medios de comunicación y a nuestros gobernantes y creo que se ha traducido en un retroceso visible en el tratamiento de las otras tres. Algo que me aconseja concluir que el escenario es realmente muy delicado.

-¿Por qué afirma que “desde la economía oficial se confunden interesadamente crecimiento y bienestar” y por qué considera falsa esa afirmación?
-Uno de los grandes mitos de la economía oficial es el del crecimiento. La economía oficial dice que el crecimiento genera cohesión social, que facilita el asentamiento de los servicios públicos y que dificulta el crecimiento del desempleo y de la desigualdad. A mí me parece que sobran las razones para cuestionar todo esto. El crecimiento económico no provoca necesariamente cohesión social, y se traduce a menudo en agresiones medioambientales literalmente irreversibles, facilita el agotamiento de recursos escasos que no van a estar a disposición de las generaciones venideras y nos sitúa en un marco de un modo de vida esclavo que nos aconseja concluir que seremos más felices cuantos más bienes acertemos a consumir. Todas estas “verdades” merecen ser cuestionadas hipercríticamente.


-¿Qué efectos negativos planetarios ha tenido el crecimiento del mundo occidental?

-El crecimiento del mundo occidental se ha traducido en dos circunstancias importantes que tienen que ver, no ya con el crecimiento, sino con el propio capitalismo. La primera nos habla de un sistema incapaz de resolver los problemas vitales de la mayoría de los habitantes del planeta. Y la segunda se refiere al despliegue de procedimientos de agresión contra la naturaleza que ponen en peligro la vida de la especie humana y de las demás especies. Con ello no estoy afirmando que en todo momento el crecimiento haya sido un factor negativo.

-Asegura que “el crecimiento en los países del Norte propicia el asentamiento de un modo de vida esclavo”, ¿por qué?

-Porque nos invita a concluir que vamos a ser más felices cuantas más horas trabajemos, más dinero ganemos y más bienes acertemos a consumir. En el libro me refiero a los tres pilares de esta sinrazón: el primero es la publicidad que nos obliga a comprar lo que no necesitamos, el segundo es el crédito que nos permite conseguir los recursos aún cuando carezcamos formalmente de ellos, y el tercero y último es la caducidad, los bienes están programados para que dejen de servir en un periodo de tiempo muy breve y nos veamos en la obligación de adquirir otros nuevos.

-Entonces, ¿el decrecimiento trae consigo un modo de vida más libre, basada en el principio de “Trabajar menos para trabajar todos”?

-Al menos puede traerlo. Nos invita a liberarnos de determinadas ataduras y a ser más conscientes de lo que hacemos. La apuesta de quienes defendemos el decrecimiento es generar un escenario en el que trabajando menos, consumiendo menos, y dedicando más tiempo a la vida social, la calidad de nuestra vida se acreciente sensiblemente. Acrecentaría el tiempo dedicado a la vida social, en detrimento del consumo, la producción o la competición. El decrecimiento implicaría la gestación de fórmulas de ocio creativo, acarrearía el reparto del trabajo -que es una vieja demanda sindical que ha ido cayendo en el olvido-, nos obligaría a reducir el tamaño de mastodónticas infraestructuras de transporte y de comunicación, permitiría un vuelco sobre lo local en vez de sobre lo global y reclamaría una relación de simplicidad voluntaria y de sobriedad que creo que cada vez falta más entre nosotros. Lo que tenemos que hacer desde el principio es preguntarnos si la vida que llevamos en sociedades marcadas por el trabajo y por el consumo es realmente la vida que nos gusta.

-Eso supone un importante cambio de mentalidad…

-Claro. Más que dificultades técnicas o tecnológicas en el decrecimiento -que no las aprecio, y en cualquier caso serían menores que las vinculadas con los proyectos de crecimiento-, creo que lo que implicaría sería un cambio de chip mental que tendría que ser radical. Aprender a relacionarnos con los restantes seres humanos y con la naturaleza de manera diferente.

-Pero, ¿cree que las empresas dejarían de producir por sí mismas, a menos que los ciudadanos dejemos de consumir?

-Creo que deberíamos dejar de consumir por un lado, y por otro ejercer presión para que aquellas empresas que se dedican a producir bienes lesivos para la naturaleza dejen de hacerlo. En cualquier caso nuestra apuesta tiene que ser por cerrar parte de la actividad en industrias como la automovilística, la militar, la de la aviación, la de la construcción o la de la publicidad, por proponer cinco ejemplos. Alguien se preguntará, ¿qué hacemos con los millones de trabajadores que en la UE quedarían en desempleo de resultas de lo anterior? Pues por un lado colocarlos en una economía social y medioambiental que tiene que crecer y por el otro repartir el trabajo en los sectores económicos que permanecerían sobre el terreno.

-¿El dinero tiene que volver a tomar cariz humano, social y medioambiental?

-Supongo que a la larga nuestro propósito sería abolir el dinero, pero si en sociedades complejas tenemos que seguir utilizando estos instrumentos, en efecto, habría que dedicar no ya al dinero, sino al conjunto de las actividades económicas, una dimensión social y medioambiental mucho más grande de la que tienen hoy.

-Afirma que hay un tiempo para cambiar, que “si no decrecemos voluntariamente y racionalmente tendremos que hacerlo obligados por las circunstancias de carestía de la energía y el cambio climático”. ¿Qué supone hacerlo en uno u otro caso?

-Es claramente preferible -ya que tenemos que decrecer porque el planeta tiene sus límites-, hacerlo de manera consciente, racional, solidaria, social y ecológica, y no aguardar a que el capitalismo global que padecemos se desfonde y genere un caos de escala planetaria El decrecimiento es el futuro. Carlos Taibo, profesor de Ciencia Política en la UAMque por fuerza llevará aparejado un sufrimiento ingente para la mayoría de los habitantes del planeta. Creo que al final ese es el mensaje central, que empleo en el libro.

-Ante la crisis, ¿cuáles son los posibles escenarios futuros?

-Yo manejo dos escenarios distintos. Uno nos habla de un renacimiento de los movimientos de contestación, que probablemente van a ver cómo muchos de los mensajes aparentemente radicales que emitían, van a encontrar un mayor caldo de cultivo. El otro escenario lo llamo darwinismo social militarizado, y son fórmulas que recuerdan poderosamente a muchas de las políticas que abrazaron los nazis alemanes ochenta años atrás. Implican que desde algunos de los principales estamentos del poder político y económico -conscientes de la escasez general que se avecina-, se decida preservar esos recursos escasos en provecho de una escueta minoría de la población planetaria, de la mano de proyectos por fuerza violentos.

-¿De qué dependerá que se viva una u otra opción?

-En buena medida de nosotros, de nuestra lucidez a la hora de ser capaces de modificar las reglas del juego, de plantear en serio a los dirigentes políticos horizontes distintos de los que ellos mismos están defendiendo ahora. Eso sería ahora que tenemos tiempo, aunque empieza a faltarnos. De cualquier manera hay algunos datos incipientes que demuestran que los ciudadanos de a pie empiezan a percatarse de la sinrazón de nuestra actual forma de vida.

-Centrémonos en el segundo escenario. ¿Son posibles las revueltas de una sociedad descontenta, que quiere mantener sus privilegios y estado económico y expulsa a los más pobres e indefensos?

-Creo que es perfectamente creíble que en ese escenario de darwinismo social militarizado se produzca lo que tú estás sugiriendo, y en realidad sospecho que muchas de las políticas que empiezan a emerger en los países ricos hunden sus raíces en proyectos de esa naturaleza. No es estrictamente preciso hablar de revueltas. Si uno presta atención a las nuevas leyes sobre inmigración que está aprobando la aparentemente civilizada UE, estará obligado a concluir que algo de esto se está cociendo.

-¿Por qué estamos tan convencidos de que no se repetirán las soluciones tomadas por el nazismo, donde una parte escogida de los ciudadanos se alzaron con los recursos, privando a otros de ellos?
-No estamos tan convencidos, porque el riesgo de retornos autoritarios está presente en nuestras sociedades y que ese riesgo se acrecienta en escenarios de crisis. Los políticos y medios de comunicación quieren que creamos que el fin de la crisis está cerca, pero es un procedimiento de manipulación que se encamina a conseguir que los ciudadanos no se hagan las preguntas de fondo. El procedimiento acabará por chocar con la realidad. Tenemos que empezar a cuestionar la idea de que nos hallamos ante un capitalismo que registra crisis cíclicas. Sospecho que no va a haber ninguna etapa de bonanza en el futuro, a menos que cambien drásticamente las reglas del juego, algo que no aprecio en ninguna de las medidas contra la crisis que abrazan nuestros gobernantes.

-El miedo de los propios ciudadanos alemanes les convirtió en seres entregados y obedientes. Fue un miedo creado artificialmente por Hitler y afines. ¿En qué puede desembocar unos ciudadanos con miedo a que los inmigrantes les quiten el trabajo, a no tener qué comer, a perder su bienestar…?


-En primer lugar en actitudes visiblemente hostiles y castigadoras frente a las minorías foráneas que están presentes en nuestros países. Creo que este es un dato fundamental. Has mencionado una palabra decisiva: miedo. Lo que creo que va a ocurrir es que nuestros gobernantes van a intentar amedrentar a la ciudadanía de la mano de mensajes del tipo “si quieren ustedes conservar una parte de sus privilegios,El decrecimiento es el futuro. Carlos Taibo, profesor de Ciencia Política en la UAM acepten sin rechistar el conjunto de restricciones de derechos que vamos a intentar desplegar los gobernantes”.

-¿Podríamos incluso asistir a la extinción democrática?


-Es uno de los riesgos que está en el horizonte, o en su defecto una reducción dramática de nuestros derechos justificada legalmente sobre la base de procedimientos aparentemente democráticos. Creo que este es un horizonte perfectamente creíble en los países democráticos

-¿Cuál es su propuesta alternativa? ¿Necesitamos volver a una conducta colectiva, creando un movimiento en favor del decrecimiento?

-Tenemos necesidad de hacerlo, pero tenemos también la obligación de modificar nuestros hábitos cotidianos. Creo que una de las ideas del pasado que conviene cuestionar es la de que sólo vamos a transformar esto si actuamos de manera colectiva. Tenemos que actuar colectivamente, pero difícilmente vamos a modificar las cosas si en nuestra vida cotidiana no somos capaces de introducir esos valores que reivindicamos para el futuro.

Decrecimiento y crisis


Miguel Moro Vallina - El Local Cambalache

Como si de una fatalidad se tratase, las crisis vienen a frustrar, en los momentos más inesperados, las esperanzas de crecimiento ilimitado, de aumento sostenido en los niveles de producción y de consumo. La de la década de 1930 dio al traste con los «felices veinte», la de la década de los 70, con los «treinta años gloriosos» (1940-1970) de crecimiento y políticas del bienestar en Europa; en la actual, de modo análogo, la tozuda realidad ha puesto fin a la fiesta del ladrillo y la hipoteca y ha dejado en evidencia la promesa, tantas veces reiterada, de la economía inmaterial y de los servicios.

Bajo el inocente nombre de economía, la ideología de nuestro tiempo evita el término más preciso de capitalismo, una organización social basada en la producción de valor mediante el trabajo humano. El capital, actor todopoderoso en este sistema de relaciones sociales, compra y emplea la fuerza de trabajo en un proceso de producción de mercancías cuya finalidad es la producción de beneficio, de plusvalor. Ese plusvalor incrementa la masa de capital en un proceso de acumulación carente de fin, que reduce a las personas a una doble condición de portadoras de fuerza de trabajo y consumidoras de mercancías.

¿A hombres y mujeres por igual? No. El capitalismo no produce el patriarcado, pero dota de una nueva concreción a las relaciones de poder entre hombres y mujeres. Una concreción que tiene mucho que ver con el papel que, bajo el imperio del trabajo asalariado, desempeñan las mujeres como reproductoras de la fuerza de trabajo. Este ámbito constituye un elemento fundamental del análisis materialista de las relaciones entre capitalismo y patriarcado(1).

El capitalismo, en virtud de la dinámica que lo anima, tiende permanentemente al crecimiento, a la búsqueda de nuevos mercados, a la conquista de nuevas áreas sociales (materiales, cognitivas, discursivas, afectivas) que se ven subsumidas, imbuidas en su lógica. Pero el proceso no está exento de escollos y problemas, pues la naturaleza misma de la mercancía, el dinero y el capital presenta un carácter dual, contradictorio.

En las crisis, esas contradicciones eclosionan violentamente y la realidad se presenta paradójica: personas sin trabajo y capital ocioso, falta de liquidez en la economía y «exceso de ahorro» en las familias, necesidades crecientes y mercancías que no logran venderse…

La economía evita computar aquello que escapa a su lógica: las externalidades de la contaminación y la destrucción del territorio aparecen como un resultado banal del crecimiento inmobiliario; los recursos fósiles se valoran según su coste de extracción, aunque su formación ha requerido cientos de millones de años; el trabajo de cuidados, esencial para la reproducción y el sostenimiento de la vida, desaparece subsumido bajo el valor abstracto de la fuerza de trabajo.

La continuidad de la acumulación requiere de la constante producción de valor, de mercancías. La propuesta del decrecimiento atenta contra ese precepto fundamental, propugnando la reducción de necesidades y deseos, el ahorro energético, la equidad social y la vuelta a circuitos cortos de producción y comercialización(2).

¿Qué es el decrecimiento? Es el cuestionamiento de las bondades absolutas del crecimiento económico, la crítica de la equiparación entre consumo y felicidad, entre bienestar, justicia, crecimiento y desarrollo, la propuesta de vivir mejor con mucho menos(3). En su devenir histórico, el capitalismo ha dilapidado velozmente los recursos de la Tierra: los bosques, los suelos, los acuíferos, los recursos fósiles. Con ello se han iniciado cambios en la biosfera de carácter irreversible, que amenazan la vida en nuestro planeta tal como la conocemos. Todos los estudios sobre nuestra huella ecológica muestran que hemos sobrepasado con creces la capacidad de recuperación de la biosfera(4).

Las consecuencias negativas del crecimiento económico sobre la naturaleza, el ser humano o las relaciones Norte-Sur son más visibles que nunca. La propuesta del decrecimiento, a pesar de su aparente novedad, ha venido impregnando muchas luchas anticapitalistas de los últimos 200 años.

La crítica del desarrollo, del maquinismo, la ecología política, la crítica a la urbanización desenfrenada del territorio, la agroecología y el consumo responsable y las reflexiones sobre el trabajo de cuidados… Desde diversas perspectivas, todos estos movimientos han defendido la reducción consciente de los niveles de producción, consumo y deseo de mercancías. La lógica del decrecimiento pone en jaque el fundamento mismo de la acumulación; pero por ello mismo, la retórica del poder trata de adueñarse del concepto y desnaturalizarlo, privándolo de potencia revolucionaria.

Decrecer no es cosa de reducir ligeramente la velocidad de la maquinaria destructiva del capitalismo. Es, por el contrario, una apuesta por modificar radicalmente las relaciones sociales imperantes, por poner en primer plano las necesidades y cuidados frente a los deseos de consumo, la reflexión sobre el bien común frente al individualismo metodológico. Decrecer requiere repensar las relaciones entre el ser humano y la Naturaleza y, muy especialmente, entre hombres y mujeres(5).

La apuesta del feminismo por descentrar los mercados y poner en el centro del análisis los procesos de sostenibilidad de la vida (A. Pérez Orozco) constituye una invitación a cuestionar, desde una lógica complementaria, el imperio del valor, del capital, del trabajo asalariado. La propuesta de decrecimiento será anticapitalista y anti-patriarcal… o no será.

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1 Véase McDONOUGH, Roisin y HARRISON, Rachel (1978), «Patriarchy and Relations of Production», en Kuhn, Annette y Wolpe, Anne-Marie (eds.), Feminism and Materialism

2 Entre la bibliografía básica sobre el decrecimiento se cuenta el libro de Serge Latouche La apuesta por el decrecimiento (2008). Muchas de las teorías del decrecimiento hunden sus raíces en los conceptos fundamentales de la Economía Ecológica; entre ellos, cabe destacar la aportación de Hermann E. Daly, Steady State Economics (1977).

3 La riqueza no es un estado absoluto, sino «una relación entre las necesidades y los bienes materiales. Es posible ser rico consumiendo mucho o deseando poco». SAHLINS, Marshall, Economía de la Edad de Piedra.

4 Existe una documentación muy valiosa (parte de ella en castellano) sobre decrecimiento en los Proceedings of the First International Conference on Economic De-Growth for Ecological Sustainability and Social Equity, que puede descargarse en http://www.degrowth.eu. En http://decrecimiento.info pueden visualizarse vídeos y audios de diversas charlas sobre la cuestión, entre las que destacamos las de Carlos Taibo y Amaia Pérez Orozco.

5 TUDELA TORRES, Marta, «Feminismo y decrecimiento: puntos en común, posibilidades de encuentro». Ca la dona, p. 64.


Artículo contenido en la revista La Madeja nº 1

Obsolescencia y entropía

Suricato - Innovación y decrecimiento

"El deseo se esfuma antes de que el objeto envejezca"
Deyan Sidjic.

El documental Comprar, tirar, comprar ha contribuido a aumentar la difusión de la crítica a la obsolescencia programada. Enhorabuena. Conviene, eso sí, profundizar en algunos temas que se abren a partir de él.

Entre todas las perversiones del productivismo, la obsolescencia programada es probablemente la más irritante. Consiste en una estrategia deliberada para acortar la vida útil de las mercancías con el objetivo de aumentar la velocidad del ciclo producción-consumo. Mientras menos duren más se fabrican. Los productos nuevos reemplazan a los antiguos que, así considerados, se convierten en basura. No se los deja envejecer con dignidad.

La obsolescencia programada requiere de dos mecanismos interrelacionados: una planificación conciente, racional y técnica de la caducidad, por una parte y el deseo social, publicitariamente estimulado, de renovación permanente de los símbolos de identidad y estatus social, por otra. Es decir, para que el engranaje funcione a la perfección es necesario que la razón productivista tenga como contrapunto necesario la razón consumista: lo nuevo, o aparentemente nuevo, que emerge de lo destruido, tiene que ser deseado. Para ello, la ideología publicitaria debe dar argumentos para que lo nuevo deseado sea considerado "mejor". El círculo así se cierra, pero se cierra mal puesto que la caducidad permanente genera desechos permanentes cuya mayor parte no ingresan en ningún circuito de reciclaje sino que, o bien se dispersan aleatoriamemente por la naturaleza, caso de las llamadas sopas de plásticos en los océanos o, son enviadas descarada e ilegalmente a países asiáticos o africanos, como Ghana, como bien ilustra el documental. Las cloacas están siempre en algún sitio: mejor si están lejos del paisaje de la opulencia.

La planificación de la obsolescencia y su efecto sobre la reducción de la vida útil de los objetos debilita las ancestrales prácticas de la reparación, del arreglo, de la compostura y los oficios vinculados a ellos: zurcidor, tapicero, afilador, modista... Oficios nobles, y totales, depositarios de saberes colectivos no entrópicos que establecían una relación afectiva con los artefactos a los cuales se les concedían nuevas oportunidades de vida. La actual construcción modular, fragmenta los objetos en unidades autónomas desechables. Un módulo es una pieza autónoma, una caja negra, acoplable, mediante un conector o interfaz, con otras. El oficio técnico actual, parcial y arrogante, desconoce gran parte la lógica de funcionamiento interior de las piezas. Sabe como acoplarlas y sustituirlas pero no sabe lo que bulle dentro de ellas, por lo tanto, no sabe repararlas.

Que la inteligencia, la técnica, la ciencia y el saber colectivo en general estén al servicio de la caducidad de los objetos de consumo revela hasta qué punto el productivismo linda con la inmoralidad. Lo mismo sucede con la industria militar. La famosa "destrucción creativa" shumpeteriana se revela como simple destrucción, sin más, sin apellidos. Es sabido que el capitalismo presenta una alta racionalidad en sus procesos parciales y una alta irracionalidad sistémica. Pues bien, la obsolescencia programada lo ejemplifica a la perfección pero añade una información nueva: los procesos parciales, fabricar una bombilla eléctrica, por ejemplo, pueden ser racionales y, a la vez, inmorales. La razón tecnocientífica y toda la estructura de prácticas profesionales y discursivas sobre ella asentada esconde su función obsolescente, es decir la producción voluntaria de caducidad.

El proyecto del crecimiento ilimitado del capitalismo requiere dos dinámicas aberrantes: por una parte, la absorción voraz de recursos y, por otra parte, la destrucción contínua de lo que el trabajo social ha realizado.

Sobre la contaminación, el agotamiento de recursos y sobre la destrucción ilimitada y sistemática de los productos del trabajo social se asienta la llamada prosperidad y del llamado bienestar de la que creen gozar una parte importante de las capas sociales de los países centrales y de una minoría de las periféricas. La prosperidad tiene los pies de barro; es circunstancial, precaria y falsa. Existe porque está basada en un principio de ceguera social: las evidencias del desastre y las injusticias no están incorporados en sus alegres cómputos. La prosperidad sólo se vive como tal si se mira para otro lado; si no se ven los agujeros negros hacia donde fluyen los detritus de la máquina económica.

La obsolescencia programada nació con el propósito declarado de estimular a las economías en crisis de los años treinta del siglo pasado. Pero forma parte del funcionamiento normal de la producción de masas. La fundamenta, sostiene y justifica. Sobre esta aberración se asientan todas las actuales llamadas al consumo para salir de la crisis. La misma innovación tecnológica, mantra de los ideólogos del sistema, está asentada sobre el imperativo de la caducidad. Las recetas keynesianas para el fomento de la actividad productiva de cualquier tipo se complementan con el estímulo al consumo, también de cualquier tipo. Todo vale para las cuentas de la economía. El PIB es ciego y sordo (pero no mudo); no le importa lo que llene sus indicadores. Su lógica es irresponsable y obscena.

Pero, no hay salida posible de la crisis, si la entendemos en su sentido amplio como crisis social y medioambiental, estimulando justamente uno de sus factores causales. No hay salida productivista ni consumista a la crisis, salvo como engaño y desplazamiento de los problemas a las generaciones venideras, si es que éstas consiguen llegar a existir.

La manoseada expresión "cambio de modelo productivo" debe significar otra cosa para que tenga valor. Debería significar limitación cuantitativa (menos objetos), redireccionamiento cualitativo (respondiendo a las necesidades de las mayorías) y reorientación ecológica de la producción y consumo social de bienes. La tercera sin las dos anteriores es simple maquillaje. La apuesta por el decrecimiento es una apuesta por la perennidad sobre la caducidad. Una apuesta por la vigencia de los objetos que son producto del trabajo social extrayéndolos del vértigo de la obsolescencia planificada. El decrecimiento no quiere añadir más entropía a la naturaleza.

Cocina e impresiones



Dice la prensa: "Científicos crean un prototipo de impresora de comida". La entradilla continúa: "Investigadores trabajan en una máquina capaz de 'imprimir' alimentos a gusto del usuario" Y se pregunta: "¿Tienen futuro las impresoras de comida?"

La prensa, como la sociedad en general, siente fascinación por la ciencia y la técnica. Cada cierto tiempo, reproduciendo artículos de revistas especializadas, nos comunica "avances" en estas áreas y en los más variados campos de la vida natural o social. El relato periodístico tiende a ser descriptivo y acrítico: narra lo que se considera simplemente la evolución normal de una práctica racional a la cual se le supone una trayectoria en permanente perfeccionamiento.

A veces pueden estos relatos mostrar cierta inquietud por los productos tecnocientíficos pero es momentánea puesto que la suma y resta de los aciertos y desaciertos siempre da como ganador a los
primeros. Vamos por el buen camino que nos llevará, vía desarrollo tecnológico, a la buena sociedad. La voluntad tecnológica dominante arrasa el sentido común.

Esta impresora de comida permitirá que se "introduzcan 'tintas' del alimento crudo en la parte superior de la máquina, se 'descargue' la receta -o ‘FabApp’- y que la máquina haga el resto. FabApps le
permitiría modificar a su gusto los alimentos, la textura y otras propiedades', afirma el doctor Ian Jeffrey Lipton, quien lidera el proyecto"

Pero dejar a la tecnociencia y a la industria asociada a ella sin control social conduce a todos los desvaríos y a las mayores estupideces. Permite que las prácticas científicas se dirijan hacia territorios banales justificados sólo por las promesas de rentabilidad económica futura para los laboratorios que financian los proyectos. El famoso I + D + I, mantra de las políticas públicas de desarrollo
tecnológico, no distingue entre proyectos: todo vale mientras existan esas promesas "y se cree empleo". El sistema educativo y formativo participará aportando las "competencias" humanas necesarias para que los engranajes y los chips continúen funcionando.

Pero: ¿dentro de qué jerarquía de valores y necesidades colectivas un desarrollo como el de la impresora de alimentos es relevante? ¿dónde
se encuentra el bien común que justifique la inversión de recursos sociales en este campo, abandonando otros? ¿quién legitima seguir en
los procesos de tecnologización, industrialización y mercantilización de prácticas sociales como la alimentación y la cocina?

No hay dirección ni sentidos socioteconológicos únicos. Para cada práctica tecnocientífica hegemónica es posible pensar en alternativas contrahegemónicas. Para cada delirio del poder tecnocentífico es
posible oponer razones comunitarias. Para cada codificación y tecnologización vertical de las prácticas sociales es posible pensar en procesos horizontales y participativos de innovación. La voluntad tecnológica puede ser encauzada a partir de otros proyectos y otras orientaciones sociales, entre ellas, evidentemente, la decrecentista.
La apuesta por el decrecimiento debe pensar en nuevas formas sociales de producción y apropiación de lo producido dentro de pautas que no rechacen la tecnología sino que la traduzcan y entretejan con las
prácticas de los sujetos que sostienen dicha apuesta.

“¿Qué pasaría si usted pudiera recibir la tarta de manzana casera de su mamá enviada por correo electrónico y con la posibilidad de imprimir el plato en casa?", pregunta el científico. No se a usted,
pero a mí me daría un poquito de asquito.

Suricato

El decrecimiento, una apuesta de futuro


El Progreso, concepto vacío y ambiguo, ha sido la razón debajo de la organización social desde la revolución industrial. El Desarrollo, como expresión de Progreso, concretado en el crecimiento material y económico, supuso la cristalización de una apuesta por dominar completamente la naturaleza, traspasando cuantos límites sean necesarios. Las sociedades modernas se han valido de la Técnica con el objetivo de poder más, tener más y en última instancia, ser capaces de vivir mejor.
Sin embargo, en contra de lo esperable, el planeta sufre desde hace años una crisis sin precedentes y que tiene y tendrá consecuencias graves e irreparables sobre sus habitantes. Los recursos son finitos y, frente a los avances, los problemas ocasionados por el Desarrollo son prácticamente irresolubles. Entre tanto, seguimos tomando al Progreso como ideología incuestionable y guía de todos nuestros actos, a la vez que nos sumimos más profundamente en un sistema técnico que ha modificado todas las condiciones de vida y que poco a poco escapa a nuestro control, junto con sus consecuencias (positivas y negativas).
En esta ponencia analizaremos algunas características de esta ideología del Progreso y del crecimiento como concreción de éste, para seguidamente proponer una respuesta unitaria y radical: el Decrecimiento.

La ideología del Progreso

El Desarrollo, expresión del Progreso, toma como horizonte perpetuo la creación de poder, el aumento de la potencia y capacidad humanas para incidir y controlar el mundo a su antojo. Todo ello sazonado con la producción desmesurada y creciente de bienes y servicios. Uno de sus más importantes cometidos es crear las condiciones necesarias (tecnológicas, sociales, políticas) para poder seguir avanzando sin fin. El problema es que nunca se sabe hacia dónde avanzamos, ni las consecuencias que entrañará este avance, pero la decisión está hecha, a pesar de todo:
La potencia sin control
El Desarrollo ha traído consigo (o necesitado) el aumento de la capacidad humana de incidir sobre su entorno y gestionar sistemas de abrumadora complejidad, lógicamente por medios técnicos. La posibilidad de que el hombre pueda controlar las condiciones del mundo que le rodea y manipularlas a su antojo a gran escala es una de las claves del crecimiento: por ejemplo, la capacidad obtener procesar, transportar y distribuir masivamente recursos naturales de difícil localización y tratamiento (petróleo, coltán...) es clave para sostener una sociedad moderna.
Sin embargo, las ventajas obtenidas a través de la dominación de nuestro entorno contrastan con un espectro gigante de consecuencias imposibles de prever ni prevenir. Algunos avances traen consigo una serie de efectos, muchas veces nefastos, que contrarrestan toda ganancia. Los problemas ocasionados son más grandes y más complicados que aquellos inicialmente resueltos, y sólo abordables por los medios técnicos que los causaron.
Por ejemplo, en su creación nadie imaginó que el automóvil o los aviones jugarían un papel importante en el cambio climático; el desarrollo nuclear nos ha traído desastres (por causas bélicas o por accidentes); las radiaciones electromagnéticas o los transgénicos pueden provocar desequilibrios ambientales y problemas de salud cuyas consecuencias están por ver; la ganadería intensiva es un caldo de cultivo de enfermedades que pueden afectar allá dónde viajen los productos (gripes, vacas locas); los accidentes de tráfico son la primera causa de mortalidad en los países desarrollados; los avances médicos contrastan con todo un espectro de nuevas enfermedades y trastornos psicológicos (depresiones, ansiedad, anorexia, obesidad, asma, cáncer)...
A pesar de todo ello, la elección está hecha pues la dinámica de nuestras sociedades ha convertido en necesidad el transporte rápido, la producción de energía masiva y potencia armamentística, comunicaciones sofisticadas, los alimentos mejorados y más rentables, el trabajo intensivo y repetitivo...
Muchos esfuerzos se concentran en desarrollar técnicas que mitiguen los efectos negativos de todo esto (protocolos, planes de emergencia, eficiencia de motores, energías renovables, medicamentos para cada nuevo problema de salud, control de especies, seguridad vial...), pero no en replantearse cómo actuar sobre las causas. Se trata de discernir si las herramientas que usamos son realmente necesarias, cumplen su función de manera satisfactoria y las podemos controlar o si, por el contrario, nos hemos convertido en sus esclavos.
La mercantilización de la vida
El Desarrollo, no sólo se ha basado en la creación un medio idóneo en el que subsistir de manera indefinida, sino que también ha sido necesario la inclusión del cuerpo social en este medio y desconectarlo del mundo natural que se intenta dominar.
Ésto sólo ha sido posible mediante la invasión generalizada de la vida de cada individuo y la inclusión total en un nuevo paradigma dónde todo gira alrededor de las nuevas aplicaciones científico-técnicas. Se trata de una invasión tanto espacio físico, con la ciudad como paradigma del Progreso, como del tiempo: todo va más rápido, porque todo puede y debe hacerse más rápido.
Al mismo tiempo, la sociedad moderna se caracteriza por mediatizar las relaciones humanas a través de un universo de imágenes preestablecidas que marcan las pautas sobre los deseos, las esperanzas, los valores, los placeres y los comportamientos esperables de cada individuo.
En este nuevo entorno prefabricado, el trabajo [productivo y asalariado] juega un papel fundamental como elemento alienante y clave, además, en el mantenimiento de las dinámicas de producción y consumo. La vida entera gira en torno al trabajo. Ni los avances técnicos, ni el aumento de la riqueza, ni la sociedad del conocimiento... nada ha conseguido reducir el número de horas de trabajo, ni la cantidad de trabajadorxs. Es patente, sin embargo, que en el proceso de producción, cada individuo juega un papel ínfimo y se convierte en una pieza reemplazable y reutilizable según la necesidad, por lo que se convierte en tiempo vacío y sin significación.
La solución a este vacío generalizado ha sido llenar nuestra existencia de todo tipo productos en constante evolución, siempre caducos y desechables por otros nuevos, fugaces representantes de nuevo estado de la modernidad e incapaces de dotarse de un verdadero significado a sí mismos, ni de un fin real: ropa, gadgets, coches y todo tipo de modas pasajeras... un mundo construido para el que no hay otro papel más allá del de consumidorxs.
Pero la cruda realidad de la sobreproducción, de la abundancia de lo inútil, del hiperconsumo y las seudo-necesidades reinante en los países “desarrollados” demuestra cada vez con más intensidad que, lejos de acercarnos al bienestar y a la felicidad, nos aleja cada vez más de unas condiciones que nos permitan acceder a ella: largas jornadas laborales, problemas psicológicos, aires contaminados, esperas, masificación, insatisfacción, estrés...

Un mundo demasiado pequeño

Los perniciosos e imprevistos efectos del Progreso como ideología y su incapacidad patente para armonizar las relaciones entre los hombres y su entorno no han sido suficientes para que el crecimiento sea adoptado como camino incuestionable al bienestar. Esta apuesta por el productivismo desaforado desencadena procesos irreversibles y choca de frente con dos realidades que tienen en común la limitación y escasez de recursos de nuestro planeta:
Desarrollo a expensas del mundo
La construcción y mantenimiento del “mundo desarrollado” se ha realizado a expensas de mantener en la miseria y en la pobreza a la mayoría de sus habitantes. Llama la atención que el “subdesarrollo” sea la tónica general en un planeta que desea ante todo el Desarrollo. Esto se explica porque la existencia de trabajadores pobres, de materiales baratos, de mercados injustos está en la base de las creación de condiciones económicas y sociales que permiten progresar en otros lugares.
El Desarrollo está, por tanto, estrechamente ligado a la limitación del acceso a él de una mayoría global. A partir de aquí resulta una mera fantasía pensar en exportar el estándar de vida “occidental” a escala planetaria: el planeta es simplemente incapaz de abastecer de recursos a una sociedad del Progreso a nivel global (crecimiento, abundancia...).
Un modelo sin futuro
Precisamente, la creciente escasez de recursos, especialmente combustibles fósiles, pero también madera, agua potable, tierras fértiles... indican que el modelo del crecimiento está irremediablemente condenado al fracaso.
La irrupción de la “sociedad del conocimiento”, con una economía cada vez más desligada de la riqueza real generada y del tiempo de trabajo dedicado representa la última vuelta de tuerca de un sistema obcecado en crecer como sea: globalización económica, apertura de nuevos mercados, expansión de los servicios, burbujas especulativas, eficiencia, reciclaje... Sin embargo, resulta irrisorio intentar desacoplar el desarrollo y la propia economía del consumo brutal consumo de recursos y que no hace sino ir en aumento: las redes de comunicación, el sector servicios, la innovación tecnológica y el resto de elementos fundamentales de la “sociedad del conocimiento” son intrínsecamente dependientes de suministros energéticos y materiales en masa.
La búsqueda de la eficiencia máxima con las esperanzas puestas en soluciones tecnológicas que consigan desligar el desarrollo de consumo de manera efectiva chocha de lleno con el significado de crecimiento exponencial, siempre un paso por delante de todo ahorro realizado, y con la falta de consideración de factores como el crecimiento demográfico o el efecto rebote.
* * *
Todo lo anteriormente explicado muestra cómo la ideología del Progreso se ha mostrado incapaz, y es cada vez más evidente, de armonizar la relación hombre y naturaleza de manera duradera y justa. El fracaso del Desarrollo contrasta con una fe ciega en todos los problemas acabarán por solucionarse permaneciendo en esta vía: el desarrollo y el crecimiento son constantes en el discurso político y sus indicadores (como el P.I.B.) se utilizan absurdamente para evaluar nuestro grado de bienestar.
Desde Jóvenes Verdes no podemos obviar el camino seguido ni la gravedad de la situación actual. Estamos pues obligadxs a buscar alternativas reales y radicalmente distintas al modelo reinante.

El Decrecimiento

El Decrecimiento representa una ruptura radical de una serie de creencias y valores predominantes en la sociedad actual, en particular con la ideología del Progreso y la búsqueda del crecimiento económico y material como camino único al bienestar.
Es importante no reducir el término al simple opuesto de “crecimiento”. El decrecimiento representa una ruptura total con lo que actualmente representa el Progreso (tampoco confundir con una simple “oposición” a todo progreso) para pasar a priorizar actitudes, valores y modos de vida que conformen una verdadera alternativa al mundo contaminado, injusto e infeliz que nos empeñamos en desarrollar.
A continuación pasamos a explicar algunas de las claves sobre el Decrecimiento y el establecimiento de una sociedad decrecentista:
Una ruptura total
El culto al Progreso invade sistemáticamente todos y cada uno de los ámbitos de la vida: organización social, costumbres, toma de decisiones, modo de relacionarnos... y lo hace siempre de manera que resulta imposible actuar separadamente sobre una parte del sistema sin cuestionar su totalidad.
Esta unicidad, basada en un conjunto innombrable de interrelaciones, convierte en inútil toda aplicación del término decrecimiento a facetas y efectos concretos del Progreso. No tiene sentido presentar el decrecimiento como la simple reducción de ciertos elementos considerados negativos. Limitarse a hablar pues de “decrecimiento económico”, de “decrecimiento de las emisiones”, “decrecimiento del uso de plásticos” no es hablar de Decrecimiento e introduce
ambigüedades en un término que cuestiona la totalidad de la idea de Progreso.
Decrecimiento y desarrollo sostenible
El concepto de desarrollo sostenible resulta incompatible con el Decrecimiento pues no cuestiona la base del Desarrollo, punto esencial de la crítica realizada por el Decrecimiento.
La búsqueda de un “desarrollo” con un bajo consumo de recursos que pueda perdurar en el tiempo se nutre principalmente de una fe ciega en los avances tecnológicos en materia de eficiencia, miniaturización y reciclaje. Se evidencia entonces que el desarrollo sostenible está basado y sostenido por propia idea de “desarrollo”.
La proliferación del uso propagandístico y publicitario del desarrollo sostenible atestigua su poca validez a la hora de representar una verdadera alternativa más allá de un exceso de buenas intenciones o de una careta verde.
Por su parte, el crecimiento cero como propuesta concreta relacionada con el desarrollo sostenible, ha quedado plenamente desfasada al ser huella ecológica mundial desproporcionada en relación a las capacidades del planeta.
Redefinir el trabajo
La búsqueda constante e incuestionada del Desarrollo utiliza el consumo como vehículo de acceso a todos los productos resultantes de la constante evolución de sus técnicas. Sean útiles o no, resulten desastrosos o no, se necesiten o no, esta producción (que se manifiesta en el plano material, pero también en el cultural y en los servicios) sirve como justificante de la necesidad de ir siempre “más allá”.
El desarrollo necesita de un elemento que garantice, por un lado, la producción creciente de bienes y servicios, y por otro, la posibilidad al cuerpo social de adquirirlos constantemente, desecharlos y reemplazarlos con la mayor facilidad posible.
Este elemento es el trabajo. El trabajo actúa como centro de la organización social. La vida gira en torno al trabajo. Desde la infancia se nos enseña, se nos prepara específicamente para vender nuestro tiempo a cambio de un salario.
Al mismo tiempo, la organización del trabajo asegura que la mayor parte de este salario se invierta en productos y servicios necesarios para seguir trabajando, o para olvidarse por unas horas del trabajo: coches, ordenadores, ocio, cuidados....
El Decrecimiento apuesta por el fin del trabajo tal y como lo conocemos. Este fin, se concreta en varios aspectos:
  • La valoración y reconocimiento de las actividades no remuneradas y no productivas (menaje del hogar, voluntariado, cuidado de niños y personas mayores, artes etc...): Estas actividades son elementos de cohesión social de especial importancia, pero no son “rentables”, por lo que siempre están relegados a un segundo plano.
  • Reducción de la producción: los límites físicos a los que el crecimiento nos enfrenta hacen necesaria una reducción de la producción (y del consumo). Se han de producir menos bienes y servicios y, por tanto, se deben reducir las horas de trabajo totales. La aceptación sin reparos de esta necesidad implica el abandono del objetivo del pleno empleo así como la reducción efectiva del número total de horas de trabajo. Aumentar el tiempo libre, más bien escaso en la actualidad, facilitaría la inclusión y participación en la sociedad de un mayor número de personas, la realización de actividades no-monetarias (voluntariado, bancos del tiempo) y, en el fondo, la posibilidad de encontrar lo que de verdad nos hace felices más allá del imperativo material reinante.
  • Fomento de la producción ecológica, cooperativa y el auto-abastecimiento: recuperar las técnicas de producción adaptadas al entorno y que permitan auto-abastecernos en pequeños grupos es ideal para reducir el impacto medioambiental y social del trabajo. Para satisfacer nuestras verdaderas necesidades no debería hacer falta un despilfarro de recursos en forma de embalaje, conservación y transporte del producto.
Priorizar lo local
La globalización, entendida como interconexión efectiva y global a todos los niveles (económico, tecnológico, cultural...) ha sido un elemento clave a la hora de desarrollar las condiciones necesarias del desarrollo y del crecimiento que, aunque desigualmente repartido, se ha producido con gran intensidad.
Las relaciones de dependencia generadas abarcan igualmente diversos niveles y conforman un conjunto extremadamente complejo de tratar desde una lógica decrecentista y que asegure la igualdad y la justicia para/con todas las partes.
Desmontar este sistema implica volver decididamente a la cercanía: producción local, distribución local, consumo local, cultura local... Se trata de adaptar nuestros modos de vida en todas sus formas a las características y condiciones que el entorno más próximo nos ofrece.
La vuelta a lo local actúa en dos facetas de importancia para el Decrecimiento: por un lado se consigue reducir el impacto generado por el comercio intercontinental de mercancías a la vez que se visibiliza el efecto de la actividad humana sobre el territorio, que recae actualmente sobre lugares lejanos y desconocidos. Por el otro, se simplifica la gestión local, democrática y justa de las actividades, y se facilita la adaptación a las características específicas de cada zona, como veremos más adelante.
Volver a lo simple
El Progreso no ha consistido simplemente en la posibilidad de producir y consumir una gran cantidad de productos, sino en el emplazamiento de todo una organización sistemática que ordene, gestione y posibilite el desarrollo de técnicas más avanzadas con las que, a su vez, solucionar los problemas generados por el crecimiento y afrontar una vuelta de tuerca más.
La consecuencia inmediata ha sido una complexificación general que afecta a todo los niveles. La figura del “especialista” es ahora clave a la hora de entender y actuar sobre cualquier dominio. Una persona no especializada es de poco uso en una sociedad desarrollada.
La especialización de la sociedad ha dado lugar a una serie de dependencias y jerarquías que limitan las capacidades de cada individuo y la libertad para elegir su modo de vida. Muchas de las tareas que tradicionalmente realizábamos en pequeños grupos o individualmente han sido traspasadas a “especialistas”: producción alimenticia, confección y arreglos de ropa, cuidado y educación de niñxs, reparaciones, seguridad...
El Decrecimiento apuesta por una vuelta a lo pequeño y a lo simple, a aquellas herramientas y técnicas adaptadas a las necesidades de uso, fáciles de entender, intercambiables y modificables. Una vez más, se trata de romper las cadenas que nos atan a un mundo auto-destructivo e incapaz de satisfacer las verdaderas necesidades de todxs re-adaptando nuestras herramientas de manera que podamos utilizarlas y dejar de usarlas a voluntad, frente a la obligación constante de servirnos de los productos del desarrollo: aviones, televisión, electricidad, carreteras, alimentos importados, móviles, sistema educativo, medicamentos...
Autogestión y democracia participativa
La ardua complejidad de todos los niveles de organización, de la que venimos hablando anteriormente, ha requerido el emplazamiento estructuras e interrelaciones imprescindibles para su correcto funcionamiento. Detrás cada uno de los productos del Desarrollo y su utilización masiva (coches, medicamentos, armas, supermercados, propaganda...) existe un entramado político, económico y social no sólo los hace realidad, sino que los elige por nosotrxs. Hemos perdido toda capacidad de control o decisión sobre la dirección de nuestros pasos pues las formas de organización actuales responden únicamente a la necesidad de gestionar de manera eficiente ciertas realidades y, por tanto, está fuera de lugar la participación activa de todas las personas relacionadas, ni la adaptación a cada una de las micro-realidades afectadas.
El Decrecimiento apuesta por la autogestión, es decir, la gestión directa de la realidad que nos afecta: alimentación, comunicación, educación, salud... Por supuesto, la autogestión conlleva una necesaria simplificación y readaptación de las herramientas de las que nos servimos, junto con el abandono de muchos de los productos, en un amplio sentido de la palabra, actualmente presentes y que no necesitamos en una sociedad decrecentista (estados, burocracias, mercados bursátiles, corporaciones, ejércitos, supermercados, nucleares...).
La democracia participativa es clave en el éxito de un sistema colectivizado, de manera que se adapte a todxs sus participantes de la mejor manera posible, y siempre abierto a modificaciones y mejoras decididas desde la base.
Feminismo y decrecimiento
El decrecimiento tiene importantes puntos de encuentro con las luchas feministas y la deconstrucción del patriarcado, por ejemplo a la hora de valorizar y reconocer el trabajo no productivo, que muchas veces recae sobre las mujeres, y buscar una redistribución equitativa de las tareas.
Tradicionalmente, la carga de trabajo productivo ha recaído sobre el hombre. Sin embargo, el acceso masivo de la mujer al mercado laboral no ha significado ni una reducción de la jornada laboral de los hombres, ni un cambio significativo en las proporciones de tiempos dedicados al menaje del hogar, ni a los cuidados. Por tanto, este paso hacia la “igualdad” ha supuesto en realidad un aumento en las responsabilidades y tareas de las mujeres.
El decrecimiento juega un importante papel a la hora de buscar soluciones efectivas a las desigualdades mediante la valoración de los trabajos no-productivos como el doméstico, o los cuidados de personas mayores y niñxs que recaen mayoritariamente en manos de las mujeres.
Una reducción generalizada del tiempo dedicado al trabajo mercantil para todas y todos y, por ende, de la producción como propone el decrecimiento, favorece la repartición equitativa de todos los tipos de trabajo entre mujeres y hombres, porque que evita la carga doble de la mujeres y facilita a los hombres una necesaria toma de responsabilidad en tareas domésticas, al no crecer el volumen total de su trabajo.
* * *
El Decrecimiento es aún un concepto en construcción, con muchos ángulos, interpretaciones y modos de aplicación sobre los que hay que seguir trabajando y dando a conocer al exterior.
Nosotrxs, Jóvenes Verdes, apostamos por el Decrecimiento como salida durable y realista a la crisis ecológica y social y nos comprometemos a defender y difundir el concepto de manera transversal en nuestras actividades y comunicados.

Aprobada en la V huerta de Jóvenes Verdes del 6 al 8 de diciembre de 2009 en Málaga.

Construyamos una alternativa colectiva al capitalismo: integrando activismo y necesidad en los barrios


Enric Durán

Si hay una solución común para todos los colectivos afectados por la crisis que sea al mismo tiempo un paso hacia una alternativa de sociedad, ésta pasa por la organización colectiva en el ámbito vecinal y comunitario. Reforzar las relaciones comunitarias es un medio contra la precariedad vital y al mismo tiempo una finalidad en sí misma. Volver a la comunidad es uno de los referentes básicos del movimiento por el decrecimiento, ya que quien aprende a compartir y a moverse en un entorno solidario, se da cuenta de que el consumismo ha sido una práctica sin sentido que creó adicción cuando olvidamos que los lazos sociales no tienen precio. En cambio, la generación de espacios y bienes compartidos ayudará a reducir el impacto ecológico de nuestra presencia en la Tierra al mismo tiempo que hará aumentar nuestra calidad de vida.

En este contexto, las cooperativas me parecen el método legal idóneo para agregar voluntades a una práctica poscapitalista que haga abandonar la propiedad privada en bien de la colectividad. Además, esta forma jurídica nos permite al mismo tiempo construir economías colectivas y autogestionarias y protegernos de los embargos de los bancos y de los estados, estos últimos cada vez más incisivos con la práctica de las penas-multa como forma de represión.

El reencuentro entre los vecinos en sus barrios debería servir para potenciar, en amplias capas de población, la autogestión de sus necesidades. Como miembros de una cooperativa en que cada cual aporte su profesión, oficio, habilidad o simplemente su tiempo, pueden poner en común productos y servicios entre los asociados cubriendo comunitariamente parte de sus necesidades y al mismo tiempo venderlos fuera para poder adquirir los ingresos que les permitan cubrir los gastos monetarios de su día a día. Este espacio de socialización también puede servir para romper con las relaciones verticales y mercantiles que han marcado en el capitalismo actual el acceso a necesidades básicas como la educación y la salud; y que entre todos podamos poner en común la práctica de aprender a aprender, para así poder autogestionar nuestra vida cotidiana.


Obsolescencia

Bolívar Hernández Estrada - Freud en el parque de México

Los romanos construyeron puentes que, dos mil años después, siguen ahí. Y en la localidad de Livermore (California) funciona una bombilla que ilumina un cuartel de bomberos desde 1901. Sin embargo, en general, el engranaje industrial desarrolla equipos de electrónica de consumo, móviles y otros aparatos con una vida tan fugaz que ni deja rastro en nuestra memoria. Se hacen perecederos al poco de nacer.

Diseñados para tener una vida corta, frecuentemente ni siquiera tienen una segunda oportunidad tras estropearse. Desaparecen los servicios de reparación (o es muy complicado acudir e ellos), lo que demuestra una concepción basada en la idea de usar y tirar. En la vida cotidiana, apenas se habla de reparar, reponer o reutilizar ante unas pautas que hacen que todo sea rápidamente viejo y fugaz.

Pero acortar el ciclo de vida comporta un agotamiento de recursos naturales, derroche de energía y una producción de desechos imparable.

La caducidad planificada caracteriza nuestro modelo económico, y forma parte consustancial de él. Ha sido históricamente la palanca que ha activado la compra y el crédito. "La obsolescencia programada surgió a la vez que la producción en serie y la sociedad de consumo", sostiene Cosima Dannoritzer , directora del documental "Comprar, arrojar, comprar", producida por Mediapro en colaboración con otras seis televisiones.

El problema es que ahora es una práctica sistemática que “está teniendo efectos ambientales terribles", sostiene.

Por eso, los productos tienen una historia marcada en origen. En Livermore (California) se preparan para festejar los 110 años de vida de su bombilla de gruesos filamentos. Pero esa bombilla, que ha sobrevivido a dos webcams, es una excepción. De hecho, la bombilla es tal vez el primer exponente del deliberado acortamiento de la vida de un producto de consumo.

En 1924 se creó el cártel de “Phoebus”, integrado por diversas compañías eléctricas, con la finalidad de intercambiar patentes, controlar la producción y ...reorientar el consumo. Se trataba de que los consumidores compraran bombilla con asiduidad. El resultado de esta actividad es que en pocos años la duración de las bombillas pasó de 2.500 horas a 1.500 horas, según el documental.

El cartel incluso multaba a los fabricantes que se salían del camino. El asunto dio lugar en 1942 a una denuncia del gobierno de EE.UU. contra General Electric y sus socios pero, pese a la sentencia, las bombillas corrientes siguieron funcionando una media de 1.000 horas.

Coches, medias e iPods

Y en la misma dinámica entraron los coches o las media de nylon. La mitad de los vehículos del mundo en los años 20 eran el modelo T, de Henry Ford, fiables y duraderos pero sucios y ruidosos. Sin embargo, su competidor, General Motors, le arrebató el mercado con un nuevo Chevrolet que sólo incluía modificaciones espectaculares y formales.

La historia de esta obsolescencia anticipada llega hasta nuestros días. Una abogada de San Francisco denunció a Apple por juzgar que en los primeros modelos de iPod habían aplicado la obsolescencia antes de tiempo con baterías de poca duración. Y en España también los clientes que se quejan de la generación de las impresoras que dejan de funcionar una vez que lanzan un número determinado de rayos de tinta para limpiar los cabezales.

Los partidarios de esta estrategia afirman que son fuente de bienestar, mientras que sus críticos denuncian que de esta manera se hurta al consumidor de las ventajas de nuevas aplicaciones tecnológicas, que siguen el ritmo y los vaivenes caprichosos de los intereses comerciales. La caducidad programada de los productos cimentó el desarrollo norteamericano y renovó una encorsetada cultura de consumo europea basada en la premisa de que la ropa o los artículos "eran para toda la vida"; incluso se heredaban.

En la cultura norteamericana

La muerte prematura de los productos fue un asunto popular. En la película “El hombre del traje blanco” (1951), de Alexander McKendrick, su protagonista da con la fórmula de un revolucionario tejido que ni se ensucia, ni se desgasta, lo cual lo hace irrompible. Tras la alegría inicial, su descubrimiento le lleva a ser perseguido por los propios empleados, temerosos de perder las ventas y perder sus puestos de trabajo. De la misma manera, la película "La muerte de un viajante" (1949), de Arthur Miller, recoge un impagable diálogo en el que el protagonista se queja de la nevera o el coche dejan de funcionar al poco de pagarlos a plazos.

Tipos de caducidad

Existe una obsolescencia técnica, relacionada con la duración de los materiales y componentes, pues su diseño define su vida. Muy frecuentemente, el coste de una reparación (y la mano de obra) es tan elevado que a final sale más a cuenta comprar un aparato de nueva factura. La creación de diversas gamas de productos que no interactúan con el viejo equipo ayuda a que quede obsoleto.

"Normalmente, los productos se diseñan con un equilibrio para que todos sus componentes tengan una vida parecida. No sería lógico tener un elemento con una vida infinita, y muy costoso, y otros de vida muy corta. La estrategia sería que cuando un parte falla, fallen las demás", indica Carles Riba Romeva, director del Centre de Disseny d'Equips Industrials y profesor de la UPC.

Por eso, ¿podrían diseñarse piezas especialmente frágiles de manera intencionada?. "Yo no digo que ninguna empresa no lo haga, pero es delicado. Si alguien lo hace deliberadamente, no sería correcto éticamente" agrega.

Algunas excepciones

¿Se crean aparatos eléctricos y electrónicos para que duren poco? "En general, no es así, aunque hay excepciones", opina Pere Fullana, director del grupo de investigación en gestión ambiental de la Escola Superior de Comerç Internacional de la UPF. Fullana relata el descubrimiento que hizo en una ocasión al revisar un juguete eléctrico de China que se estropeó al poco de ser regalado a su hijo por Reyes.

Siguiendo el circuito eléctrico descubrió que el fusible que se había fundido estaba dentro de una cavidad de plástico, sellada e intencionadamente inaccesible.

La caducidad se impone además cuando las innovaciones tecnológicas se implantan sin que los productos tengan las mismas capacidades que los viejos. Por ejemplo, las empresas que estaban vendiendo vídeos mientras se desarrollaban los DVD pudieron estar participando de una obsolescencia planificada.

Práctica sistemática

La caducidad se hace sistemática cuando se altera los productos para hacer difícil su uso continuado. La falta de interoperatividad fuerza al usuario a comprar nuevos programas En el mundo del software hay dos variantes para obligar al usuario a comprar nuevas versiones.

Una es perder la compatibilidad hacia atrás forzando la reconversión de todo lo antiguo para funcionar con lo nuevo. La segunda, menos agresiva, consiste perder la compatibilidad hacia adelante con novedades que no pueden ser manejadas por las versiones anteriores. De hecho, en algunas ocasiones "se ha visto cómo una compañía improvisaba inusuales módulos de compatibilidad para el programa antiguo, con el fin de manejar archivos de la nueva versión, por el temor de que los clientes pudieran migrar al tensar tanto la cuerda", dice Xavier Pi, profesor de ingeniería de software y périto informático.

“En el momento en que la tecnología evoluciona rápidamente, los productos se hacen efímeros", dice Carles Riba Romeva, profesor de diseño industrial (UPC).

Otro modo de jubilar los productos es el diseño y la moda, la maquinaria de crear objetos que ilusionen con el ánimo de que el cliente se sienta desfasado si no compra. El diseño unido al marketing multiplica la seducción para crear un imaginario de libertad sin límites.

La moda, lo imaginario

"No podemos pensar que la obsolescencia planificada como una teoría conspirativa en la que los productores que nos engañan escondiendo información. Tenemos que mirar el plano estético y simbólico y pensar en la dinámica de la publicidad, que te hace ver algo nuevo para que lo tuyo parezca viejo.

Todos somos corresponsables”, dice Federico Demaria, un investigador sobre decrecimiento de la UAB licenciado en ciencias ambientales. Demaria habla de la "colonización de lo imaginario" y cómo lo nuevo ocupa un papel estelar en la escala de valores. “Todos somos víctimas y promotores de este fenómeno. La manera en que opera la obsolescencia te hace partícipe de este proceso", añade.

Historia de un concepto

1932. Bernard London, un promotor inmobiliario, propuso reactivar la economía con una obsolescencia legal obligatorio. Lo hizo en el opúsculo titulado "Acabar con la Depresión a través de la obsolescencia planificada". Su idea era que los productos, una vez usados un tiempo, se entregarán a la Administración para eliminarlos. Una prolongación extra de su uso estaría penalizada con un impuesto.

1954. Clifford Brooks Stevens, diseñador industrial."La obsolescencia planificada es introducir en el comprador el deseo de poseer algo un poco más nuevo, un poco mejor, un poco antes de lo necesario", declaró en una conferencia sobre la publicidad en Minneapolis en 1954. Brooks no inventó el termino, sino que solo lo acuñó y lo definió.

1960.El crítico cultural Vance Packard denunció en Los productores de residuos "el sistemático intento del mundo de los negocios de convertirnos en desechos, en individuos agobiados por las deudas y permanentemente descontentos"
Entrada original: Lo desechable es lo de hoy