Entrevista a Cristina Carrasco en Papeles
"La
principal crítica desde una perspectiva feminista al modelo de
Estado de Bienestar tiene que ver con la propia concepción del
modelo. El llamado pacto keynesiano de la posguerra incluía tres
aspectos no siempre explícitos. En primer lugar, el concepto de
ciudadanía social relacionada con los derechos al bienestar
económico, a la seguridad, a la educación, a determinados niveles
de salud, etc. Ciudadanía social concebida como un factor de
integración social, de reducción de las desigualdades extremas y de
legitimación de una socialdemocracia. En segundo lugar, y muy
relacionado con el primero estaba la idea de un empleo estable,
garante de derechos, que permitía al trabajador acceso a una
determinada seguridad social. Empleo que se concebía como un derecho
individual que otorgaba identidad y reconocimiento. El tercer
elemento del pacto keynesiano es el modelo de familia. Aunque no se
haga explícito, la forma en que se organiza la sociedad y la
producción mercantil suponen la existencia del modelo familiar
tradicional “hombre proveedor de ingresos-mujer ama de casa”
caracterizado, como sabemos, por una ideología familiar que se
concreta en el matrimonio tradicional con una estricta separación de
trabajos y roles entre ambos cónyuges.
Bajo
este modelo de familia –defensor de los valores morales– las
mujeres cuidarían a niñas, niños, personas ancianas o enfermas,
pero también a los varones adultos, para que estos pudieran
dedicarse plenamente a su trabajo de mercado o actividad pública. De
esta manera, la ciudadanía que se construye en el pacto keynesiano
mantiene referencia con el mundo público, con la participación en
el mercado laboral, con los espacios asignados socialmente a los
hombres. El espacio privado-femenino no da carta de ciudadanía;
aunque es el fundamento sobre el cual se asienta la construcción del
ciudadano hombre. La partici pación en el mercado laboral y la forma
cómo se haya realizado dicha participación es lo que permite
acceder y en qué condiciones a prestaciones por desempleo,
jubilaciones, bajas por enfermedad, etc.
Paradójicamente,
las mujeres acceden en mucha menor medida a derechos por sí mis mas
y, sin embargo, son fundamentalmente ellas las que desarrollan
“derechos de bienestar” para otras personas a través de su
trabajo doméstico y de cuidados, asumiendo así de manera particular
e individual una responsabilidad que debiera ser social y colectiva.
Ahora bien, desde la llamada Transición democrática, este pacto
sufre algunos cambios. Por una parte, se consigue una
universalización de algunos derechos, como el derecho a la sanidad o
a la educación. Y, por otra, las mujeres realizan un cambio
histórico cultural y de comportamiento: en pocas décadas, aumenta
notablemente su nivel de estudios y su participación en el mercado
laboral, la fecundidad cae muy por debajo del valor de la fecundidad
de reemplazo, aumentan las separaciones y los divorcios y se amplía
notablemente la tipología familiar, destacando el incremento de los
hogares monomarentales.
Pero,
en los últimos tiempos estamos asistiendo a una ruptura de ese
pacto. El empleo cada vez se aleja más del papel central que había
tenido, deja de ser el eje básico de cohesión social, que otorgaba
carta de naturaleza ciudadana y generaba identidad. Pero, si la
ciudadanía que se había construido era conceptualmente masculina,
la ruptura del pacto a las mujeres nos afectará en menor medida; si
nosotras aún “no habíamos llegado” a formar parte de dicho
pacto, difícilmente podemos sufrir su ruptura, al menos no en el
mismo sentido que el sector masculino de la población. La situación
engañosa proviene de haber defi nido un concepto de ciudadanía como
“universal”, siendo que afectaba fundamentalmente a los hombres
–el grupo dominante– y no tenía en cuenta las experiencias
particulares de otros grupos de población. Más que la ruptura del
pacto, a las mujeres nos afectará la pérdida de derechos
universalizados y los escasos recursos destinados a cuidados que se
habían logrado.
Dicho
lo anterior, la segunda parte de la pregunta nos plantea un asunto
central, a saber, desde dónde analizamos el problema. Lo dicho
anteriormente creo que nos sitúa en una perspectiva distinta, no
podemos discutir el tema desde la visión masculina en el sentido de
“lo que nos falta” a las mujeres, la “ciudadanía que no
tenemos”, sino desde nuestras propias vivencias y experiencias. En
consecuencia, frente a un concepto de lo universal abstracto centrado
en un ciudadano desprovisto de cualquier especificidad o diferencia,
el feminismo se plantea “deconstruir” ese pretendido
universalismo y dejar al descubierto la falsa neutralidad y la
insuficiencia de un pensamiento que no acepta reconocer las
diferencias (de sexo, de raza, étnicas). Se trata de ir hacia un
nuevo concepto de ciudadanía que permita articular la complejidad de
las distintas identidades integrando las variadas formas de
participación vigentes y necesarias para crear tejido social y
desarrollar valores democráticos.
Desde
esta perspectiva nuestro objetivo es destacar una dimensión
específica y concreta de participación y ejercicio de ciudadanía:
la que tiene que ver con el derecho de las personas a “ser
cuidadas”. El cuidado de la vida humana debiera ser la preocupación
social primera de todos los agentes sociales y políticos, lo cual
significa nada más y nada menos que cuestionar el centralismo del
trabajo remunerado y plantear un nuevo marco que ayude a una
redefinición de ciudadanía. El cuidado es una actividad clave que
permite constatar la red de interdependencias que forman lo privado,
lo doméstico, lo público, lo social, lo polí tico y lo económico
tanto en su realización: quién cuida, cómo, etc., como en su
objetivo: el desarrollo de personas sociales con mayores capacidades
afectivas y de relación, con mejores condiciones de vida, con mejor
buen vivir. Destacar la universalidad del cuidado y la necesidad de
realizarlo no significa la bondad de dicha actividad. El cuidado
puede ser elegido u obligado, gratificante o desagradable, pero
siempre es necesario e inevitable si el objetivo es el bienestar de
la población.
Lo
importante es acabar con la invisibilidad de este trabajo y desplazar
el centro de atención desde lo público mercantil hacia la vida
humana. Eso significa cambiar totalmente la mirada y comenzar a
pensar desde otra perspectiva. Se puede pensar en políticas que
ayuden a cambiar la mirada. Por ejemplo, en relación al mercado
laboral, reconocer la responsabilidad y la cualificación que
representa el trabajo de cuidados remunerándolo
correspondientemente, o realizar un tratamiento simétrico entre
hombres y mujeres en lo referido a los permisos laborales; en
relación a la fiscalidad, replantear las formas de tributación de
modo que no mantengan como marco el modelo de familia tradicional; en
relación a la educación, implementar políticas educativas en todos
los niveles educativos, políticas que tanto en educación primaria
como secundaria permitan reflexionar sobre los roles y las normas
establecidas por sexo/género, y en la universidad deberían
introducirse cursos específicos según las carreras que permitieran
observar los sesgos androcéntricos de los contenidos. En cualquier
caso, creo que un modelo basado en la equidad, en la
corresponsabilidad, en el reparto justo de tareas, en la
reorganización de los tiempos y los trabajos teniendo como objetivo
central el cuidado de la vida, implica necesariamente una ruptura del
modelo vigente."
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