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Maternidades

(…) Es claro que la maternidad se construye socioculturalmente  puesto que es algo más que el hecho
biológico de parir a unos niños, y lleva aparejados una serie de cuidados y tareas (el maternaje) que generan unas emociones y sentimientos que, al naturalizarse, dan lugar a unas diferencias de género muy llamativas, en tanto que si la mujer los tiene y se muestra como tierna, protectora o paciente con sus hijos no hace sino dar cumplimiento al ‘mandato natural’ y por tanto se valoran socialmente como lo esperado, lo lógico, aquello que no podía ser de otra forma, pasando incluso desapercibido o invisibilizado. Sin embargo si una mujer no tiene tal comportamiento este se negativiza tanto que incluso puede llevarle a un estado semianimal y ser presentada como madre ‘desnaturalizada’, un concepto que en sí mismo alerta ya de lo que se viene hablando.

Por el contrario, si un hombre no tiene esos sentimiento ‘maternales’ el juicio social crítico lo ve con una cierta normalidad, puesto que un hombre ‘naturalmente’ no es tierno, ni sabe cuidar; razón suficiente para que una conducta masculina que conlleve ternura y cuidado esmerado con los hijos se transforme en una plusvalía simbólica para el hombre. No es neutro ni gratuito que conductas de este tipo se estén conceptualizando dentro de las llamadas ‘nuevas paternidades’. Sin embargo, a pesar de este modelo cultural de maternidad que se presenta como único y hegemónico como guía ideal para seguir y juzgar las diferentes conductas maternales, la realidad histórica y antropológica nos muestra de nuevo que en diferentes épocas y culturas tanto la maternidad como incluso ‘los niños’ tienen diferentes significados y valores.

No podemos, pues, hablar de maternidad (salvo que nos situemos en ese modelo hegemónico y unitivo de carácter biológico) sino de maternidades. Y al respecto es evidente, se tiene un amplio abanico que depende de muchas variables: maternidades elegidas, involuntarias, impuestas, deseadas, biológicas, genéticas, sociales, tempranas, tardías e incluso cíclicas, pues de estas últimas bien pueden hablar  las mujeres que vuelven a acoger a los ‘hijos pródigos divorciados’ e incluso las abuelas que están criando a sus nietos motivadas por circunstancias dispares. Estos modelos de maternidad no aparecen o desaparecen al compás de la historia y sus avatares, sino que se mezclan y conviven en sociedades avanzadas como la nuestra.

Mujeres que quizá no son madres se hacen cargo (maternaje) de niños de otras en las familias recompuestas o en estas mismas pueden criar conjuntamente a los de su compañero y los propios. Al contrario, otras mujeres, madres biológicas y genéticas dejan el maternaje en manos de otras sin perder por ello su capacidad de madres sociales. Mujeres solas, separadas, abandonadas por su pareja o incluso en ella, que junan  en sí todas y cada una de la maternidades de las que se ha hablado. Mujeres que pueden ser madres biológicas o genéticas pero que no realizarán nunca labores de maternaje ni serán madres sociales puesto que tienen una maternidad subrogada (los llamados vientres de alquiler). Mujeres que adoptan niños y se vuelven madres sociales. Mujeres que los acogen y sin ser madres realizan todo el proceso de maternaje. Mujeres, en fin, que gracias a las técnicas de reproducción asistida pueden tener el hijo de  sus sueños. Estos últimos tipos son, evidentemente también, un ejemplo claro de una maternidad fragmentada en la que la biológica, la genética, la maternidad social y el maternaje se juntan y separan según tipos y situaciones.

Es claro que las maternidades tecnológicas, si bien suponen una ruptura con un modelo maternal clásico e incluso con un modelo femenino muy criticado por los estudios de género y feministas, dan lugar a otro camino crítico por lo que suponen de manipulación, medicalización, alteración, desindividualización y descorporalización del cuerpo femenino y de las propias mujeres que se someten a técnicas tan invasivas como las que corresponden a reproducciones asistidas.

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Es igualmente cierto que buena parte de estas críticas sobre las técnicas reproductivas se han centrado en el ordenamiento patriarcal y en el deseo de los varones de una paternidad que legitime su virilidad y su poder de concebir. Sin embargo, el fenómeno de mujeres solas que desean tener un hijo en solitario y que hacen uso para ello de técnicas reproductivas es cada vez más numeroso en las sociedades avanzadas.

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Es claro que su deseo de maternidad y la importancia de los hijos para su identidad y realización personal queda muy lejos de los planteamientos feministas respecto al uso  y colonización del cuerpo femenino en aras del progreso, la ciencia, o un imperativo social como la maternidad, pero también es cierto que no solo puede explicarse este fenómeno, muy complejo, desde los intereses de una industria, desde el protagonismo de la clase médica o desde la constatación del dominio patriarcal. Lo interesante para la antropología de género es que, actualmente, el debate está abierto con múltiples variantes y circunstancias.

Extraído del libro Antropología de genero de Beatriz Monco.

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