En el número de abril de La Marea, en la sección de Ecologismo, se publica un artículo denominado “Patagonia ensaya la vida sin petróleo”, de Ana Claudia Rodríguez, y al lado figura un suelto de Florent Marcellesi (Coordinador de Ecopolítica) que abunda sobre el tema del artículo.
La experiencia narrada se refiere a El Bolsón, situado en la Patagonia argentina, impulsada por un grupo de hippies en los 60 del pasado siglo, que se asentaron en el pueblo. Durante todo el artículo se describe cómo hay que buscar una alternativa (transición) al modelo de consumo basado en el combustible fósil petróleo.
Todo el artículo va describiendo una situación idílica como contraposición al día en que el petróleo se acabe (“la falta de combustible fósil afectará a todo el mundo”) y veamos “una sociedad industrial [...] que tiene los días contados, debido al declive del petróleo, y su consecuente subida de precio, y a las manifestaciones del cambio climático”.
Esta comunidad, y otras similares en distintos países, son de reducido tamaño, en donde aplican un modo de vida basado en la compra de verduras de temporada, reciclaje de basura o reutilización de maquinaria o prendas de vestir. Coincidencia casi absoluta con lo que anhelan los partidarios del decrecimiento o del crecimiento verde (aunque estas dos corrientes tienen algunas diferencias).
Pero es casi al final cuando se hace la pregunta del millón: “¿Las razones del éxito?” Y se facilita la respuesta: “Las transitions towns (ciudades de transición) son apolíticas [...]”
Alguna pista más nos la ofrece el propio Florent al decir que “[...] el crecimiento nos conduce al colapso económico, y en tiempos de bonanza nos lleva directamente al colapso ecológico”. Porque, añade, “[...] ya no se trata únicamente de una cuestión ideológica”.
Y es aquí donde radica la principal crítica que se puede formular a todas estas iniciativas de romper la actual situación: ninguna mención al capitalismo como responsable de esta situación de explotación de los recursos naturales en beneficio de un crecimiento desbocado e irracional. No se menciona ni una sola vez la explotación a que se somete a millones de personas de todo el mundo, a la miseria obligada de los pueblos del llamado Tercer Mundo (hoy ya instalado en muchos países occidentales). A la transferencia de capitales y rentas en beneficio de un capitalismo intrínsecamente depredador.
Ya en un artículo que me publicaron en Crónica Popular con el título “Decrecimiento, ¿una alternativa posible? decía:
“Es ilusorio pretender que aceptarán (los capitalistas) de buen grado el decrecimiento, o una economía al servicio de las personas. En el marco de una economía capitalista no es posible el desarrollo de las personas y su relación con el entorno. El carácter depredador del capitalismo es consustancial a su proceder. Los países pobres lo son no por donde están situados en el planeta o por sus condiciones medioambientales, sino por la explotación que el capitalismo ha hecho de sus recursos para beneficio propio”.
Y añadía para criticar la generalización que se hace de que todos somos responsables, estamos contaminando:
“Y es aquí donde radica la trampa del argumento. No somos los seres humanos, así dicho, en abstracto. Es el sistema capitalista el que usa los recursos del planeta en su propio beneficio, condenando a muchos millones de seres humanos a la pobreza, la esclavitud y la explotación. Y los ciudadanos de los países ricos viven de las migajas de esa condena”.
En fin, es un tema que traerá aún mucha discusión pero en mi modesta opinión estas iniciativas de pequeñas comunidades, “islas alternativas”, no solucionan el problema principal de nuestro planeta: la explotación de los recursos (materiales y humanos) por una clase social en beneficio propio. Sólo el socialismo puede revertir esta situación.
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