La historia de los orígenes del capitalismo, pues, no es la de la gradual destrucción de comunidades tradicionales por el impersonal poder del mercado. Es más bien la historia de cómo convirtieron una economía de crédito en una economía de interés; de la gradual transformación de las redes morales debida a la intrusión del poder impersonal, y a veces vengativo, del Estado.
A los aldeanos ingleses que vivían en época isabelina o en la de los Estuardo no les gustaba apelar al sistema judicial, ni siquiera cuando la ley estaba de su lado, en parte debido al principio según el cual los vecinos debían arreglas sus problemas entre ellos, y en parte porque la ley era extraordinariamente dura. Bajo el reinado de Isabel, por ejemplo, el castigo por vagancia (desempleo) era, la primera vez, clavar las orejas del culpable en un cepo; para reincidentes, la muerte.
(…) Obviamente, raro era el tendero que quería ver siquiera a su cliente más irritante en el patíbulo.
La legalización de los intereses comenzó a cambiar las reglas de juego. En la década de 1580, cuando los préstamos con intereses comenzaron a ser comunes entre los aldeanos, los acreedores empezaron a insistir en el empleo de garantías legales firmadas. Esto llevó a tal explosión de apelaciones a los tribunales que en muchas ciudades pequeñas casi todas las casas parecían estar en algún litigio por deudas de un tipo u otro.
(…)
Aún así, la consecuencia fue que el miedo a la cárcel por deudas comenzó a pender sobre todo el mundo y acabo tiñendo la propia sociabilidad con el color del crimen.
(…)
La criminalización de la deuda, pues, supuso la criminalización de la base misma de la sociedad humana. No se puede subrayar lo suficiente que en una pequeña aldea todo el mundo era a la vez deudor y acreedor. Podemos imaginar las tensiones y tentaciones que habrán existido en algunas comunidades (y las comunidades, pese a estar basadas en el amor, o quizá porque se basan en el amor, están siempre llenas de odio, rivalidad y pasión) cuando quedó claro que con la suficiente astucia, cálculo, manipulación y quizá estratégicos sobornos, uno podía hacer que colgasen o enviasen a la prisión a casi cualquiera que odiaba.
Los efectos de la solidaridad comunal deben haber sido devastadores. Lo repentinamente accesible de la violencia realmente amenazó con transformar aquello que había sido la esencia de la sociabilidad en una guerra de todos contra todos. No resulta sorprendente, pues, que hacia el siglo XVIII, la propia noción de crédito personal hubiera adquirido una connotación negativa con prestamistas y deudores considerados sospechosos por igual. El empleo de monedas (al menos entre quienes tenían acceso a ellas) había acabado pareciendo moral.
Extraído de: En deuda. Una historia alternativa de la economía. David Graeber
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