En la Amazonia. Sólo hace 20 años que la
tribu Zo´é (242 personas) supieron de nuestra civilización. Y no les interesa.
Escondidos en la selva amazónica viven los últimos hombres libres, donde no
existen las jerarquías y todo se comparte en total complicidad con la
naturaleza. El escritor y viajero francés Nicolas Hulot describe el último
paraíso.
Zo´é significa ‘nosotros’. Van desnudos. Y yo, que voy
vestido, en medio de ellos me siento violento. Viven desnudos, los cuerpos son
bellos, llevan la piel poco escarificada y raramente con heridas. (Se pasan el
día bañándose y limpiándose, con una especie de jabón que extraen de diversas
hojas. El “poturu”,
así llamado por la madera del que está hecho, es un palo que atraviesa su labio
inferior y que empieza a usar a los siete años las niñas y a los nueve los
niños. Es una marca estética y un símbolo étnico, aunque desconocen su origen.
Las mujeres también se adornan con diademas de plumas blancas). Con todo, el
ego no tiene cabida, cada uno se
muestra tal como es.
Sentado con los
pies en el agua, miro a los niños jugar en el río, rodeados de un jardín
infinito. Una alegre algarabía que se mezcla con el murmullo sutil de la
cascada. Uno de los niños me tiende una piña silvestre, recogida al lado mismo.
Una anciana espléndida, con el cuerpo reluciente y rojo, untado con una
sustancia vegetal, entona un canto ritual meciendo a un bebé. Sobre sus
hombros, un mono minúsculo. Un hombre de mirada dulce y profunda se balancea en
su hamaca. Con su mano ahuecada contra su oído, la acompaña marcando el ritmo.
Más lejos, un grupo de ágiles cazadores, arco en mano, sigue el rastro de
pecarís, unos cerdos salvajes. Las mujeres corren atropelladamente para atrapar
a los cerditos, a los que criarán con mimo. Aguas abajo, unos jóvenes retuercen
y prensan una planta sobre el agua para extraer una savia que, al absorber el
oxígeno, atonta a los peces. Maravillado, observo la plenitud de la vida
humana.
Desde hace más de
treinta años no he dejado de explorar todos los horizontes del mundo y creo
haberme cruzado o codeado con buena parte de la humanidad. Aunque ni mucho
menos estoy hastiado, la visión de un indígena ya no me causa impresión alguna.
Sin embargo, mi encuentro con los indios zo´é me causó una auténtica tormenta
mental. Nunca antes ciertas verdades se me habían aparecido de forma tan
evidente. Como si, de forma instintiva, nos entregaran un último mensaje de
razón y sabiduría. Viviendo en su universo, se me aparecían todos los excesos
de nuestra civilización.
En algún lugar en
el norte de la selva amazónica, en el Estado de Pará, se encuentran los zo´é. Con los zo´é
contactamos en los años ochenta. En 1991 sólo eran 133 tras esos primeros
contactos. Los FUNAI, la administración responsable
de los indios de Brasil, vela por ellos. Desde hace poco, su avioneta aterriza
de vez en cuando llevando un médico para los cuidados esenciales. Es la única y
modesta contribución del otro mundo para apoyar el crecimiento demográfico de este
pueblo puesto en peligro por las nuevas patologías. Joao, el jefe de la misión
FUNAI, vela por su integridad geográfica y cultural, y su obsesión es que sigan siendo dueños de su
destino y que nada ni nadie influya en el transcurso de su vida.
Lo primero que acude a la mente cuando se nombra el
término civilización es cierta redondez, cierta ternura materna. Dulzura,
calma y medida. La necesidad carece de ley. La experiencia merece el
respeto. El saber se
transmite sin exclusividad ni limitación, es un bien colectivo, la herencia que
une a los de ayer, los de hoy y los de mañana. Las preciadas claves innatas
para vivir y sobrevivir en la selva. No tienen jefe ni chamán, no existe autoridad ni organización
jerárquica. Respetan de forma natural a los ancianos, que realizan
rituales de purificación. Tampoco conciben una estructura familiar
cerrada. La poligamia y la
poliandria son las bases de la relación familiar y la cohesión
social. Cuando, excepcionalmente, surge una tensión, se atrapa sin
brutalidad a los protagonistas y se les inmoviliza en el suelo. A continuación,
una mujer es la encargada de hacerle cosquillas en la barriga. Todo termina en
una carcajada general. Si alguien se enfada, es él quien se aparta hasta que se
le pasa.
Si talan un árbol o capturan un pecarí, los zo´é se
disculpan realizando rituales de reconciliación. Sólo matan para comer y viven
en total complicidad con animales que han escapado de sus flechas y son sus
protegidos para siempre.
La palabra gracias no existe
en la lengua zo´é, porque aquí el reparto es espontáneo. La
codicia no se lleva, ni los celos. No
es necesario pedir: se obtiene, la solidaridad es una
segunda naturaleza. No se carece de nada, porque hay de todo, gratuitamente, al
alcance de la mano. Existir un raro y preciado equilibrio entre necesidad y
satisfacción.
A los diez años, ya dominan el uso del arco. Practican la caza y la pesca desde
la edad de piedra. Sólo en los últimos siglos han comenzado a cultivar. El arco
lo usan tanto para cazar como para pescar: empapan las puntas de las flechas
con la savia venenosa de una planta y con ella capturan a sus víctimas que caen
drogadas.
Los zo´é tienen la belleza de aquellos que viven sin
angustia. Hablan, se tocan, vigilan a los niños y ayudan a los ancianos sin
esfuerzo. Hay tareas que realizar,
pero no trabajos u obligaciones. Unos cazan o pescan, otros
cocinan, hacen cestería, tejen, mantienen el hogar, mientras otros se lavan o
afilan flechas. Pero también juegan, cantan, bailan, observan, se adornan,
aprenden, enseñan y, a menudo, no hacen nada, sin por ello aburrirse. La mente
divaga y sus rostros están risueños. Saben vivir el presente, el tiempo al
igual que el Amazonas,
se estira hasta el infinito.
La geografía ha conformado la
Historia, y hoy la Historia destruye la geografía: “El bosque precede a los
hombres y el desierto los sigue” observaba Chateaubriand. Perú ha abierto la
Amazonia a la explotación petrolera y Brasil a la construcción de las presas
que inundarán los territorios de los indios. Todo, para ofrecer más lujo a una
minoría.
La Amazonia es nuestro centro
de gravedad. Todos somos amazónicos.
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