Ecozon@: Revista Europea de Literatura, Cultura y Medioambiente 3.2
(Autumn 2012)
Resumen
El presente ensayo analiza desde una perspectiva ecocrítica tres
novelas de anticipación publicadas en España en el año 2011. Las tres
obras son distopías críticas y representan escenarios futuros en los que
la crisis ecológica y social actual ha llegado a extremos
insostenibles. Dichos futuros serían el resultado de continuar con la
lógica del crecimiento económico constante en el marco de una biosfera
limitada. Así, el ensayo pone de manifiesto, desde un marco teórico
decrecentista, el modo en que las tres novelas suponen una crítica a la
insostenibilidad del capitalismo global e invitan al lector a cuestionar
su legitimidad.
Decrecimiento o barbarie: ecocrítica y capitalismo global en la novela futurista española reciente
El presente ensayo examina, desde una perspectiva ecocrítica, tres novelas de anticipación españolas publicadas en el año 2011: El salario del gigante de José Ardillo, Lágrimas en la Lluvia de Rosa Montero y Oxford 7 de Pablo Tusset. Los tres libros dibujan un futuro no muy lejano (de finales del siglo XXI a principios del siglo XXII) en el que la crisis ecológica y social actual se ha agudizado hasta extremos insostenibles. En otras palabras, dichos futuros indeseables serían el resultado lógico de la continuación, exacerbación y globalización de un sistema neocapitalista adicto al crecimiento económico constante en el marco de una biosfera limitada. Estas previsiones coinciden con las advertencias de varias teorías y estudios interdisciplinarios recientes de raigambre ecologista, como el movimiento por el decrecimiento, que critican la insostenibilidad del modelo actual y proponen alternativas viables. Por otro lado, la reciente emergencia de temas ecocríticos y de novelas futuristas en una literatura española que, hasta hace muy poco, nunca se había prodigado especialmente en ninguno de dichos ámbitos, muestra su actual relevancia y la posible interconexión entre ambos. Como sugiere Patrick D. Murphy, la ecocrítica y la ciencia ficción tienen el potencial de iluminarse mutuamente (“Environmentalism” 373). Además, en general (pues todavía no es el caso de la literatura española), “en la ciencia ficción dura y la blanda abundan las descripciones detalladas de la naturaleza, y existe un significativo conjunto de obras de ciencia ficción medioambiental y ecológica” (“Environmentalism” 380).1
En primer lugar, y con el fin de contextualizar el artículo que nos ocupa, se hará una breve introducción sobre la evolución de la novela de ciencia ficción española así como sobre la situación actual de la ecocrítica en España. Por otro lado, se expondrán los aspectos más relevantes de la teoría del decrecimiento con el fin de iluminar las tres novelas mencionadas anteriormente. Estas se examinarán a la luz de premisas ecocríticas para explorar de qué manera constituyen una crítica a la insostenibilidad del actual modelo reduccionista e instrumentalista – consumista y productivista – impuesto por el capitalismo global. Al exponer lo catastrófico de seguir aplicando una lógica que se dirige hacía el colapso ecológico y social, estas novelas invitan al lector a cuestionar la legitimidad del sistema actual y, en consecuencia, a salir del imaginario dominante para buscar alternativas y construir un futuro más deseable.
Hasta hace pocos años y por varios motivos “el estudio de la literatura española de ciencia ficción ha carecido de interés en el ámbito académico” (Moreno Serrano 125;Pérez and Pérez 11). Si bien podemos encontrar algunos precedentes aislados en el siglo XIX, la ciencia ficción comienza en España como género sostenido a partir de los años 20, según Janet y Genaro Pérez (12), y hacia 1953 en opinión de Moreno Serrano (128). En lo que sí hay unanimidad es en la escasa calidad de estas novelas, pues se concebían como un producto de consumo rápido (Moreno Serrano 128). Ya en los años 50 y 60 autores como José López Cid, Antonio Ribera, Gabriel Bermúdez Castillo o Salvador Santos comienzan a publicar novelas de cierta calidad siguiendo el modelo anglosajón (Moreno Serrano 132-33; Pérez y Pérez 12). En la España posfranquista, sobre todo desde los años 80 en adelante, llegamos al apogeo de la influencia de la ciencia ficción anglosajona así como al incremento de la calidad de las obras españolas (Moreno Serrano 133-36). A la reciente aceptación crítica de la ciencia ficción en España contribuyó, además, la incursión en el género de algunos autores consagrados como Torrente Ballester, Eduardo Mendoza, Miguel Delibes o Rosa Montero.
Por otro lado, la ecocrítica como escuela de crítica literaria surge en Estados Unidos y tiene gran auge durante los años 90 en los países anglosajones (Flys Junquera et al 15). En Europa, fuera de Gran Bretaña, sólo “hay pequeños núcleos, particularmente en Alemania” (Flys Junquera et al 16). En los últimos años la situación está cambiando y la ecocrítica está emergiendo con fuerza en varias partes del mundo simultáneamente. Una muestra de ello es, en el caso de Europa, la publicación en 2011 del libro Ecocritical Theory. New European Approaches, editado por Axel Goodbody y Kate Rigby. A pesar de que, como era de esperar, casi todos los autores que colaboran en el volumen son de departamentos de inglés – y en menor medida de alemán, filosofía, estudios medioambientales o literatura comparada – el libro se puede convertir en un referente teórico importante para orientar y guiar al resto de literaturas y culturas europeas. Otra de las virtudes del mencionado volumen se basa en contribuir a desmentir la repetida alegación de que la ecocrítica carece de marco teórico sólido, como argumentan sus editores en la introducción. De hecho, la interdisciplinaridad de los estudios ecocríticos no sólo no es a-teórica sino que es crucial para superar los reduccionismos de un pensamiento moderno occidental utilitarista, dicotómico, disciplinar y antropocéntrico que han desembocado en la crisis ecológica y epistemológica actual. Especialmente interesante a este respecto resulta el último bloque de ensayos del libro, titulado “Models from Physics & Biology,” donde sus autores emplean teorías científicas poshumanistas muy relevantes para el pensamiento ecocrítico, como la teoría de sistemas y otras teorías de la complejidad. En dichas teorías la atención se centra en las múltiples relaciones de interdependencia entre todos los fenómenos, lo que supone un pensamiento profundamente ecológico donde los dualismos del pensamiento moderno occidental – entre lo natural y lo social, el sujeto y el objeto, el observador y lo observado – resultan irrelevantes o, cuanto menos, co-dependientes.
En el caso específico de la ecocrítica hispana, “los ‘titubeantes’ acercamientos ecocríticos a la literatura escrita en español se dan de manera exclusiva en el ámbito de la literatura hispanoamericana, pues en lo que concierne a la literatura española talesacercamientos apenas existen” (Marrero Henríquez 194). La mayor visibilidad de la ecocrítica en Hispanoamérica se debe, en gran medida, a la influencia actual de una crítica poscolonial y pos-desarrollista que reivindica los componentes indígenas de la cultura hispanoamericana. Escritores como el uruguayo Eduardo Galeano llevan décadas denunciando cómo el discurso occidental hegemónico denigra y somete formas de conocimiento y de vida ecocéntricas amerindias por considerarlas premodernas (Prádanos, “Ecocrítica”). En España y Europa, en cambio, predomina una ecocrítica apoyada en un industrialismo científico oficialista que no sólo no cuestiona el discurso hegemónico sobre crecimiento económico, sino que lo transforma en el llamado “desarrollo sostenible.” En cambio, en su vertiente más poshumanista (ecología profunda, teoría de sistemas y de redes), curiosamente, está llegando a las mismas conclusiones que eran obvias para algunas epistemologías ecocéntricas premodernas. Ambas – ecocrítica poshumanista y epistemología ecocéntrica premoderna – conciben un pensamiento sistémico y holístico, y reconocen la imposibilidad teórica y práctica de separarse de la naturaleza y, en consecuencia, critican el reduccionismo instrumentalista del capitalismo global (Prádanos, “Ecocrítica” 335). En la convergencia entre algunas de estas epistemologías pre- y pos-industriales podría encontrarse la clave para superar los reduccionismos del pensamiento moderno occidental hegemónico que no sólo persiste en la actualidad, sino que se globaliza y reproduce en los discursos dominantes sobre consumismo, desarrollo, progreso, crecimiento y mercado global.2 En otras palabras, el poshumanismo ecocrítico europeo (y anglosajón) y el poscolonialismo de las antiguas colonias deberían converger y dialogar con el fin de constituir una crítica sólida al neocolonialismo del capitalismo global y su lógica ecocida de crecimiento económico constante. De este modo, la potencial alianza entre el movimiento por el decrecimiento y el ecologismo de los pobres podría activar una sinergia interesante (Martínez-Alier, “El Environmental” 54).
Por otro lado, si bien es cierto que, hasta la fecha y en general, los estudios ecocríticos españoles son bastante escasos, el año 2010 encarna el epicentro de un creciente interés académico en este tema, que se traduce en varias publicaciones, entre las que destacan un monográfico sobre ecocrítica aparecido en la revista española Nerter 15-16 (2010) o el libro titulado Ecocríticas. Literatura y medio ambiente (2010), que se presenta como “el primer volumen de ensayos ecocríticos escrito en español” (Murphy, Prefacio 11). Este año coincide, además, con la inauguración de Ecozon@. Revista Europea de Literatura, Cultura y Medioambiente, en cuyo proyecto el grupo de investigación en ecocrítica de la Universidad de Alcalá (España), GIECO, resulta fundamental. Esta emergencia ecocrítica en el mundo académico español no es sino una respuesta a una preocupación ecológica cada vez más manifiesta en la sociedad y lacultura española en general (aunque se trata de un fenómeno global).3 Esta tendencia es lógica y debería seguir en aumento a nivel global pues, obviamente, cuanto más se agrave la crisis ecológica, mayor será la preocupación por el tema. De hecho, el número de novelas, ensayos, películas o artículos periodísticos sobre temas ecológicos en España no ha dejado de aumentar desde la crisis financiera del 2007-2008. La razón podría deberse a que las numerosas reacciones críticas contra los abusos del neoliberalismo global despertadas tras la crisis, y que denuncian sus nefastas consecuencias ecológicas y sociales (ya no sólo para los países del Sur, sino también para los del Norte), han revitalizado el ecologismo radical y altermundista. Este ecologismo había emergido con fuerza durante las dos últimas décadas del siglo XX, para acabar siendo relegado a un segundo plano en la agenda internacional desde septiembre del 2001. Si bien la crisis financiera se percibió en principio por algunos ecologistas como la oportunidad para revertir la insostenibilidad del capitalismo global, a día de hoy resulta obvio que, a pesar de que cada vez son más los argumentos que exponen las dramáticas consecuencias ecológicas y sociales de dicho sistema, la (i)lógica del crecimiento económico no claudicará fácilmente pues, en palabras de José Luis Sampedro, no se trata sólo de una crisis financiera, sino que “la crisis es del sistema de vida occidental” (16). Por ello, el volumen del 2010 elaborado por The Worldwatch Institute no sólo expone la gravedad de la situación ecológica en el mundo, sino que argumenta que el cambio del consumismo a la sostenibilidad no puede ser sólo un cambio político o económico: tiene que ser un cambio de paradigma, sistémico y cultural; un cambio de lógica: epistemológico. El volumen nota cómo dicho cambio tiene que darse simultáneamente desde varios frentes: desde las tradiciones y las religiones, desde la educación, la economía y la política, desde los medios de comunicación y desde los movimientos sociales.
En los últimos años se han publicado en España una serie de libros interdisciplinares de divulgación y notable calidad académica que guían al lector hacia un cambio de lógica que supera y critica el pensamiento único del capitalismo global. Entre ellos destacan los siguientes: Mejor con menos. Necesidades, explosión consumista y crisis ecológica (2009) de Joaquim Sempere, La quimera del crecimiento. La sostenibilidad en la era postindustrial (2011) de Ramon Folch, Cambiar las gafas para mirar el mundo. Una nueva cultura de la sostenibilidad (2011) y La sociedad de la ignorancia (2011), ambos de varios autores. Todas estas obras enfatizan, desde diferentes puntos de vista y marcos teóricos “socioecológicos” (Folch 91), los siguientes factores: la insostenibilidad ecológica y social del sistema consumista actual y la falacia de la lógica del crecimiento económico constante en una biosfera limitada; la inseparabilidad de las crisis ecológica, socioeconómica y política, pues forman parte del mismo “metabolismo socionatural” (Sempere 164); la necesidad de redistribución radical de recursos y de internalización de las disfunciones del sistema económico (acabar con las externalizaciones ecológicas y
sociales del costo de la producción); la reducción de la producción y consumo innecesarios y superfluos a partir del estudio de las necesidades humanas y de los límites de carga de la biosfera; la crítica a los medios de comunicación (medios de desinformación) y a la fe ciega en la tecnología difundida por tales medios; la necesidad de escepticismo ante el optimismo acrítico de ciertos lugares comunes que celebran la “sociedad de la información” o “del conocimiento.” Dicho optimismo ignora los muchos factores no tan positivos que van mano a mano con la digitalización de la cultura como, por ejemplo, el desapego al territorio y sus consecuencias medioambientales, la infoxicación (incapacidad para seleccionar la información relevante) o la relación e inseparabilidad entre la cultura digital, la globalización del modelo neoliberal y la cultura del nuevo capitalismo. Además, todos estos libros abogan por la necesidad urgente de buscar alternativas al modelo de globalización actual basado en la expansión del consumismo mediante la imposición de un mercado global asimétrico.4 En palabras de Carlo Petrini: “Consumerism is an ideology that pillages and wastes resources, but ultimately fails to satisfy needs” (Terra Madre 43).
Las articulaciones europeas más sistemáticas y holísticas de alternativas sostenibles al sistema actual se desarrollan en el seno del movimiento decrecentista (también desde el movimiento lento o Slow Movement). Curiosamente, a pesar de que las teorías ecocríticas en el marco europeo, como se mencionó anteriormente, se dan con más frecuencia y rigor en la academia británica y alemana, los movimientos económicos, sociales y culturales ecocríticos alternativos más relevantes surgen, en cambio, en países mediterráneos (el decrecimiento y el movimiento lento nacen en Francia e Italia). Aunque el decrecimiento como movimiento establecido se desarrolla en Francia e Italia a finales de los 90 y su figura más relevante es el francés Serge Latouche, su base teórica hunde sus raíces, a partir de los años 70, en las teorías bioeconómicas de Nicholas Georgescu-Roegen y el informe del Club de Roma sobre Los límites del crecimiento. El movimiento cuenta con teóricos importantes en Francia, Italia y España. En Italia, por ejemplo, Paolo Cacciari publica en 2009 el libro Decrescita o barbarie, cuyo título – que el presente ensayo toma prestado – supone un guiño a la famosa expresión de Rosa Luxemburg: “socialismo o barbarie.” También destaca Maurizio Pallante, fundador del movimiento por la “decrescita felice.” En el caso de España, Joan Martínez-Alier es el investigador más importante en el ámbito de la economía ecológica y Carlos Taibo uno de los principales diseminadores del decrecimiento.
El decrecimiento (junto con la economía ecológica y la ecología política) critica otras corrientes ambientales como el “culto a lo silvestre” tan desarrollado en los inicios del ecologismo americano o el “evangelio de la ecoeficiencia” del desarrollo sostenible,que domina el ecologismo europeo oficialista actual (Martínez-Alier, “El ecologismo” 31). El decrecimiento supone una crítica profunda, holística y sofisticada al modelo mercantilista dominante adicto a un crecimiento económico constante y basado en una lógica productivista, desarrollista, competitiva y economicista. De hecho, para el decrecimiento, el panorama multicrisis actual (crisis ecológica, financiera, política y social) ha sido generado por una cultura consumista obsesionada con el crecimiento económico. El decrecimiento expone las patologías de un sistema que separa la actividad económica y financiera del sistema ecológico que la posibilita y en el que se inscribe, y demuestra la correlación entre el incremento en la producción/consumo y el aumento simultáneo de la degradación ecológica y social. Lo que el sistema celebra como crecimiento económico, en muchas ocasiones se traduce en destrucción medioambiental, pérdida de biodiversidad, fragmentación y descohesión social, aumento de la inseguridad y la insatisfacción personal y laboral, merma de servicios públicos de calidad, incremento de la desigualdad socioeconómica, y disminución de la calidad de vida y de la salud pública (Cembranos 169-80). El decrecimiento propone salir del imaginario mercantilista que privilegia y promueve acríticamente la cantidad y la velocidad como algo deseable (en el crecimiento del PIB, los transportes, el consumo, la producción, el dinero, la tecnología) y adoptar una lógica holística de lo cualitativo y un ritmo más sostenible donde se viva mejor con menos, ya que un ritmo más selectivo y más lento tendría consecuencias positivas para la salud, la felicidad, la convivialidad, la justicia y el placer (y no sacrificaría el bienestar de las generaciones futuras y la salud de los ecosistemas). El decrecimiento, entonces, no supone solamente la “reducción en los niveles de producción y de consumo en el Norte rico. Implica [también] la defensa paralela de principios y valores muy diferentes de los hoy imperantes” (Taibo 51). Estos principios se basan en la primacía de lo social, el ocio recreativo, el reparto del trabajo, el establecimiento de una renta básica de ciudadanía, la reducción del tamaño de muchas de las infraestructuras productivas, administrativas y de transporte, la descentralización y relocalización de la economía, así como la descomplejización de las sociedades (Taibo 51-53). En el marco individual, el decrecimiento apuesta por la sobriedad y la sencillez voluntarias y el fomento de las relaciones sociales de calidad como fuente honesta de placer, felicidad y convivialidad (Taibo 53).
Las tres novelas que nos ocupan en el presente ensayo son ejemplos paradigmáticos de pensamiento decrecentista en tanto muestran los límites y puntos muertos de un capitalismo global basado en el crecimiento económico constante, las consecuencias ecológicas y sociales de su prolongación, y su insostenibilidad a medio plazo. Esto no significa que los tres autores comulguen con las mismas concepciones ambientalistas o propongan las mismas soluciones para resolver la crisis ecológica. De hecho Ardillo conoce y apoya el movimiento decrecentista, Montero está más preocupada por la justicia medioambiental y Tusset presenta una postura cínica ante el transhumanismo. En lo que sí coinciden las tres novelas es en que el decrecimiento (económico y energético) y la reducción drástica en el consumo no parecen ser una opción, sino el resultado lógico de la superación de los límites de carga de la biosfera. Lacuestión, entonces, radica en el cómo y cuándo decrecer: de manera voluntaria y privilegiando la justicia social, ahora, o de modo drástico, injusto y forzado, luego, en caso de seguir la inercia del sistema actual. ¿Decrecimiento o barbarie? Ese es el dilema. Las tres novelas que se van a explorar suponen diferentes especulaciones sobre posibles escenarios futuros en caso de elegir barbarie y continuar con la lógica del neocapitalismo desenfrenado en la era posindustrial. Quizá, la elección de dichas representaciones sea debida a que, a día de hoy y dadas las circunstancias, parece ser lo más probable (que no lo más recomendable). Si las utopías en la ciencia ficción solían ser fruto del optimismo pasado despertado por la tecno-ciencia y su potencial para mejorar la calidad de vida, la proliferación actual de distopías críticas quizá signifique un progresivo escepticismo – o pesimismo – basado en la observación de una evolución no tan benigna como se esperaba.
Valga mencionar que el énfasis en la naturaleza y en las transformaciones del paisaje tiene una larga tradición en las letras españolas como nota Julia Barella Vigal (219-38). De igual modo, la crítica al desarrollismo y al progreso mal entendido no es un tema nuevo en la novela española, especialmente debido a que a partir de los años 60 el turismo y el éxodo masivo del campo a la ciudad aumentan exponencialmente en España transformando radicalmente el paisaje y la cultura. Las consecuencias son un desarrollo asimétrico insostenible y una rápida urbanización descontrolada que resulta muy agresiva para el medioambiente, especialmente en la costa mediterránea. Estas preocupaciones con respecto a las consecuencias de la des-ruralización, la introducción masiva de la agroindustria y la desconexión con el territorio y la comida (producto de la tardía globalización española y su entrada acelerada en el circuito neocapitalista europeo) aparecen en las obras de Miguel Delibes, Julio Llamazares y José Luis Sampedro. La tendencia va en aumento y “en estos últimos años, vemos cómo van apareciendo novelas escritas desde planteamientos y preocupaciones medioambientales interesantes, como por ejemplo, El síndrome de Scott de Raúl Guerra Garrido […]; o Crematorio de Rafael Chirbes” (Barella Vigal 233). Otras novelas recientes que comparten dichas preocupaciones son Ojos que no ven (2010) de J. Á. González Sainz, El mar en llamas (2011) de Alberto Vázquez-Figueroa o Cuarteto para un solista (2011) de José Luis Sampedro y Olga Lucas, por citar sólo algunas. Además de otras novelas también futuristas como Ciudad sin estrellas (2011) de Montse de Paz o La zona (2012) de Javier Negrete y Juan Miguel Aguilera. La ecocrítica y la crítica al capitalismo global, entonces, resultan inseparables en la literatura española, en la que se aprecia un incremento simultáneo de preocupaciones ecológicas y compromiso sociopolítico. Este es el caso, en mayor o menor medida, de los tres libros que se van a analizar a continuación. El artículo se centrará, a partir de ahora, en las tres novelas una por una para, al final, sacar conclusiones comunes. Huelga decir que la intención del presente ensayo no es hacer una lectura minuciosa (close reading) de ninguna de las tres obras, sino exponer sus aspectos ecocríticos e iluminar el modo en que funcionan como una crítica al capitalismo global y a su lógica falaz de crecimiento constante en un entorno ilimitado.
Rosa Montero (Madrid, 1951) lleva, con Lágrimas en la lluvia, una docena de novelas publicadas. Montero ya había experimentado con la novela de anticipación en Temblor (1990). En lo relativo a la preocupación por la crisis ecológica encontramos precedentes importantes en su novela anterior, Instrucciones para salvar el mundo (2008), donde abundan las referencias al cambio climático. De hecho, la autora madrileña recientemente expresaba su indignación de modo explícito, en un artículo de opinión publicado en el periódico El País, con el hecho de que un partido de fútbol entre el Madrid y el Barcelona estuviera despertando mucho más interés que la cumbre del clima de Sudáfrica, que se desarrollaba casi simultáneamente y acabó con un insuficiente acuerdo de mínimos.
Lágrimas en la lluvia es una distopía crítica que tiene lugar en Madrid (que es parte de los Estados Unidos de la Tierra desde 2098) en el año 2109, tras los estragos de varias guerras y el empeoramiento progresivo de las condiciones climáticas, y en el contexto de una crisis ecológica y social crónica. La historia cuenta, además, con alienígenas procedentes de otros planetas y androides replicantes (reps) creados por los humanos con fines comerciales y militares. Estos nuevos “otros” sirven para renegociar la identidad humana, pero también para encender los fundamentalismos fanáticos que definen su identidad en oposición agresiva al “otro,” considerado no-humano (lo cual recuerda a las críticas de Mignolo y Santos al pensamiento moderno occidental hegemónico y su lógica para imponer un imperialismo neocolonial). La historia gira en torno al caso de la muerte de varios replicantes por enloquecimiento repentino al tiempo que se incrementa el clima de racismo anti-reps entre los humanos. La inadaptada y existencial detective replicante Bruna Husky investiga dichos sucesos. Si bien se trata de una “novela de supervivencia, sobre la moral política y la ética individual, sobre el amor y la necesidad del otro, sobre la memoria y la identidad” (lomo del libro), lo que interesa al presente ensayo es el escenario de crisis ecológica y social, y su relación con el capitalismo global de índole neoliberal. Así, se van a analizar varios aspectos que no hacen sino extrapolar al futuro los problemas presentes – amplificados – generados por la tendencia actual del neoliberalismo global: el modo en que aumenta el severo deterioro medioambiental afectando la vida cotidiana y generando problemas sociales; la gestión, privatización y monopolización de los recursos vitales por las grandes multinacionales que han provocado su escasez; la injusticia medioambiental por la que las consecuencias de la crisis ecológica las sufren quienes menos contribuyen a ella; y la deshumanización llevada a cabo por la mercantilización de la vida en un ambiente cultural tecnosocial dominado por la manipulación, la desinformación, el espectáculo sensacionalista, la superficialidad y la intolerancia fanática. Algunos ejemplos anecdóticos que muestran la situación descrita son la necesidad de comprar tarjetas de agua purificada (67) para beber y darse duchas de vapor dado el costosísimo precio del agua (313), la ingestión de comestibles sintéticos (402), la posibilidad de adquirir una “carísima licencia para comer carne” (69) o “la extinción de los osos polares tras morir ahogados a medida que se deshizo el hielo del Ártico” (185).
En lo referente a la injusticia medioambiental y su relación con el neoliberalismo global – el llamado ecologismo de los pobres teorizado por Joan Martínez-Alier o Rob Nixon – se pueden enumerar varios ejemplos paradigmáticos, como la existencia de “una mujer-anuncio de Texaco-Repsol” (39) que lleva permanentemente un molesto anuncio electrónico (luminoso y sonoro) que hace publicidad de la empresa. A pesar del escaso salario que la mujer recibe por un trabajo tan deshumanizante hay un beneficio interesante: “la mujer seguramente tendría también el aire gratis. Lo cual era importante, porque cada día había más gente que no podía seguir pagando el coste de un aire respirable y que tenía que mudarse a alguna de las zonas contaminadas del planeta” (40). La lógica del mercado global se ha llevado aquí a sus máximas consecuencias, pues al contaminar y hacer escaso un recurso necesario y vital, la demanda crece en relación a la oferta y dicho recurso se convierte en una mercancía altamente rentable. Además, son las compañías petroleras que más se oponen en la actualidad a tomar medidas para paliar la crisis ecológica – que ellas contribuyen a acelerar – las que acaban lucrándose de esa crisis.
Por otro lado, la existencia de “zonas de Aire Cero” hipercontaminadas (71) provoca, por un lado, la marginación y el deterioro de la salud de las personas que son obligadas a vivir en ellas por no tener dinero y, por el otro, el aumento del negocio de la privatización y adaptación de zonas más respirables donde viven las personas que pueden permitírselo. De hecho, hay “parques-pulmón” propiedad de Texaco-Repsol (73) y la propietaria de “Aguas Limpias” es “una empresa multimillonaria” (363). Michel Serres, en un libro reciente titulado Malfeasance. Appropriation through Pollution? advierte sobre esta tendencia del neoliberalismo global a destruir y contaminar los recursos con el fin de apropiárselos y comercializarlos. Esta situación de injusticia medioambiental se traduce en tensiones sociales y en la marginación de aquellos que son forzados a vivir en las zonas más degradadas. Este es el caso de los llamados “polillas,” quienes “abandonaban ilegalmente sus ciudades apestosas de cielo siempre gris y venían atraídos por la luz del sol y por el oxígeno” (209). Estos inmigrantes ambientales – que cada vez son más frecuentes en la actualidad – a pesar de que solían ser represaliados severamente por la policía fiscal, “se arriesgaban a vivir de modo clandestino en zonas de aire limpio que no podían pagar […] por miedo a los daños innegables que la contaminación producía en los críos” (209). La injusticia que Bruna, irónicamente, denomina como un “estupendo sistema democrático que envenena a los niños que no tienen dinero” (210) se hace más insoportable al contrastarse con la visión de una niña rica que juega a elevarse con un reactor de juguete “pese al precio prohibitivo con que se penaba ese derroche de combustible y el consiguiente exceso de contaminación. Con lo que costaba una hora de vuelo de esa cría, un humano adulto podría pagarse dos años de aire limpio” (138). Otro ejemplo de injusticia medioambiental se refleja en las ocasionales crisis polares causadas por “una inversión de la llamada oscilación ártica […] que dejaban siempre un reguero de víctimas, los más viejos, los más enfermos, los más pobres” (332). La lógica neoliberal se lleva a sus máximas consecuencias, pues no se conforma con exponer a los menos favorecidos –que parecen ser la mayoría – a los efectos más adversos de la crisis ecológica, sino que también se les retira cualquier apoyo público. Por ejemplo, la sanidad se ha privatizado radicalmente hasta el punto de negar asistencia a quien no posea seguro médico (16).
Que esta situación es fruto de continuar con la dinámica actual se hace explícito al lector gracias a la inclusión de archivos históricos en los que se incluyen hechos contemporáneos al lector, e incluso pasados, para explicar los avatares que han engendrado la situación dada en el tiempo de la historia narrada. Algunas partes del libro son fragmentos del Archivo Central de los Estados Unidos de la Tierra que están siendo revisados por Yiannis, archivero y amigo de Bruna. En estos archivos se explica, desde una perspectiva historicista, de qué manera se ha llegado a la situación crítica en que se inscribe el momento presente de la novela, al tiempo que se conecta la responsabilidad que el pasado (nuestro presente) ha tenido en dicho desencadenamiento: “Aunque el calentamiento global comenzó a deshacer los casquetes polares ya en el siglo XX y el nivel del mar había ido subiendo de forma progresiva durante varias décadas, lo cierto es que sus devastadores efectos sociales parecieron estallar súbitamente en torno a 2040” (226; énfasis en el original). También se indica de qué manera aumentó el nivel de los océanos sumergiendo parte de la superficie terrestre y algunas de sus consecuencias: los cientos de millones de desplazados, la pérdida de tierra cultivable y una guerra civil planetaria. Curiosamente, como ocurre en la actualidad, las grandes multinacionales acaban beneficiándose económicamente de las catástrofes. Así, se “decidió rentabilizar las Tierras Sumergidas. Se crearon diversos lotes con las zonas anegadas más emblemáticas y su gestión fue subastada entre diversas megaempresas de ocio y turismo” (229). Las crisis y catástrofes no parecen promover la necesidad de cambiar de rumbo, sino que refuerzan y radicalizan la lógica neocapitalista que las genera.
Puesto que el ensayo que nos ocupa se centra en la relación entre la ecocrítica y el capitalismo global, no entraremos en otros aspectos interesantes de la novela de Montero.5 Lo que sí es relevante para este estudio es la instrumentalización y mercantilización que el neoliberalismo global hace, indiferentemente, de la realidad. De hecho, el multiculturalismo despolitizado, y su supuesta celebración de las diferencias y pluralidades que tanto parece proliferar en tiempos posmodernos, “deja intacta la homogeneidad de base del sistema capitalista mundial” (Zizek 59) y contrasta con la simultanea extinción masiva de especies y culturas – que suponen la base real de toda diversidad biológica y cultural. Las diferencias y la libertad celebradas por el neoliberalismo global parecen reducirse exclusiva y falazmente a las elecciones de consumo, lo cual acaba por anular ambas. Esto se evidencia en la novela, entre otros ejemplos, en el exceso de cirugía plástica que mata la expresión y la diferencia al tiempo que unifica, cosifica y estandariza: “El hombre […] tenía uno de esos rostros en serie depuesto de moda los arreglos faciales y había media docena de caras que se repetían hasta la saciedad en miles de personas” (30-31). Es curioso como Bruna, siendo una replicante, piensa al observar a un humano operado que “de cerca, tenía un aspecto plástico e inexpresivo. Desagradable” (319). En otras palabras, la desaparición de las diferencias en una amalgama consumista unificadora funciona como metáfora de la pérdida de la diversidad cultural, que a su vez replica la pérdida de biodiversidad. Ambas pérdidas aumentan relacional y exponencialmente a partir de los años 80 con el triunfo y la aceleración del neoliberalismo global.
La siguiente novela, Oxford 7, es la cuarta de Pablo Tusset (Barcelona, 1965). De las tres novelas de ciencia ficción que se discuten en el presente ensayo, la de Tusset es la más blanda, en cuanto a su falta de rigor tecno-científico, a pesar de que ninguna de estas novelas pretende dicho rigor y, mucho menos, persiguen fines de divulgación científica. En la obra de Tusset, en cambio, los originales e imaginativos avatares tecno-científicos se ponen al servicio de un humor satírico para representar un neoliberalismo transhumanista que ha llegado a extremos esperpénticos. La historia se localiza en el campus de la estación universitaria Oxford 7, situada fuera de la Tierra y, también, en una futura Barcelona decadente que forma parte de la Unión Occidental. En el año 2089 y en medio de fuertes disturbios estudiantiles a lo largo del Anillo Académico, tres estudiantes contestatarios de Oxford 7 escapan del campus con la ayuda de Rick, contrabandista desengañado, en dirección a Barcelona siguiendo las instrucciones de un profesor de Cinematografía Precomputacional, Palaiopoulos. La finalidad es hundir a la autoritaria decana de su universidad. A pesar de que en esta novela la tecnología parece, en cierta medida, haber paliado las perturbaciones medioambientales y el cambio climático no ha tenido consecuencias apocalípticas, hay, sin embargo, diferentes aspectos ecocríticos relacionados con el capitalismo global que merece la pena mencionar. Por un lado, la transformación y apropiación radical del paisaje terrestre – y extraterrestre – debido a la tecnología, por el otro, la abundancia de lo que Michel Serres denomina “soft pollution” en dichos espacios transformados. Todo ello, en la novela, está intrínsecamente relacionado con la continuación de una lógica de crecimiento “hipercapitalista” (que ha salido fortalecida de la crisis sistémica del 2013 que siguió a la financiera del 2008), donde la tecnología reprime y controla a los humanos que ven desvanecerse sus derechos sociales. Incluso los castigos se han mercantilizado con la llamada “fiscalidad punitiva” (77), representada satíricamente cuando los antidisturbios comienzan a disparar multas indiscriminadamente para disuadir a los manifestantes universitarios.
Michel Serres hace una distinción muy interesante entre polución dura y polución blanda que va a ser relevante para iluminar la novela:
Con la primera [contaminación dura] me refiero, por un lado, a los residuos sólidos, líquidos y gaseosos emitidos por toda la atmósfera por compañías industriales grandes o por vertederos de basura gigantes, las vergonzosas firmas de las grandes ciudades. Con la segunda [contaminación blanda], a los tsunamis de escritos, señales, imágenes y logotipos que inundan con sus anuncios los espacios rurales, cívicos, públicos y naturales, así comolos paisajes. Aunque diferentes en términos de energía, no obstante la basura y las marcas provienen del mismo gesto de ensuciar, de la misma intención de la apropiación, y son de origen animal. (41; traducción del autor)
En la historia se narra cómo la “expansión súbita de las necesidades de producción” (127) que siguió a la crisis del 2013 se alimentó con la tecnología espacial y, como consecuencia “[l]a humanidad ha expandido su hábitat un millón de kilómetros alrededor de su origen y su población a 300.000 millones de almas” (127). El ser humano, entonces, no se conforma con contaminar y apropiarse de la Tierra, sino que la lógica del crecimiento ilimitado le lleva a expandirse más allá de su planeta, a pesar de que la enorme transformación no se traduce en bienestar social, sino en la “expansión económica de unos pocos” (123). Así, hay numerosas estaciones espaciales especializadas en varias funciones, como las estaciones académicas o las agrícolas. Por otro lado, la transformación hiperreal del paisaje terrestre también es notable: hay megalópolis fundidas entre sí, islas artificiales, parques naturales transformados en mega-parques de atracciones o los nuevos monocultivos “hidropónicos que se extienden durante miles de kilómetros” (134-135). Todo esto supone una polución dura que, obviamente reduce la biodiversidad y envenena los recursos naturales, como es el caso del río Llobregat de Barcelona, “recientemente gelatinizado para contener sus efluvios mefíticos” (159).
Es, sin embargo, la polución blanda, tan peligrosa como la dura según Serres, la que domina en la novela. Esta polución blanda supone una colonización del imaginario colectivo y del espacio público que resulta de la privatización y mercantilización radical de la realidad llevada a cabo por el neoliberalismo global. Un ejemplo es la privatización total de la universidad – quizá sea una crítica al plan Bolonia y al modelo anglosajón – que se aprecia en la novela. Las consecuencias son que “un año en Oxford 7 cuesta diez veces el sueldo anual de un empleado de mantenimiento” (124) o que se concede “un incremento del 20% de espacio publicitario en las aulas a las marcas Red Bull y Speedy Ragweed, y se introducen las asignaturas Historia de Coca-Cola e Historia de Apple” (33). Por otro lado, las cadenas de comida rápida, tan dañinas para la salud humana y ecológica, no sólo bombardean a las personas con su polución blanda, sino que también monopolizan los espacios públicos. Un ejemplo aparece cuando el profesor Palaiopoulos encarga comida a domicilio y tras escuchar una serie de nombres de compañías de comida rápida muy poco saludables, se le informa de que “[l]a agencia Occidental de Seguridad Nutricional les recuerda que una ingesta alimenticia irresponsable puede causar problemas cardiovasculares” (38) y acto seguido la maquina pregunta lo siguiente: “¿Desean contratar alguna ampliación del seguro sanitario, plus de colesterol, de sodio, de glucosa…?” (40). En otras palabras, se aprecia un paralelismo con la situación presente en la que se responsabiliza al consumidor por la reducción de la calidad y salubridad de las opciones alimentarias, que son causadas por los monopolios agroalimentarios, al tiempo que se le hace pagar por los gastos médicos derivados de dicha alimentación deficiente. Es decir, se destruye la salud pública (y ecológica) para beneficio de unas pocas corporaciones al tiempo que se privatiza la sanidad,perjudicando a la inmensa mayoría. Además, en la novela, dicha privatización de la sanidad sirve de excusa perfecta para mantener a la población controlada y ubicada, pues “ninguna compañía de seguros médicos se haría cargo de alguien que se negara a implantarse un chip subcutáneo” (128). Otro ejemplo de polución blanda es la omnipresencia de símbolos y colores del Fútbol Club Barcelona, convertido en un conglomerado gigante de poder político y financiero, en la ciudad de Barcelona (159-60).
Como nota Serres: “La contaminación dura se apropia del mundo duro. Tan peligrosa, o incluso más dañina, la contaminación blanda se apropia de los humanos con, a menudo, conexiones sutiles y consciencias discretas” (62).6 Esa contaminación blanda tiene un impacto considerable: coloniza la mente humana y condiciona la aceptación acrítica de una cultura consumista que degrada constantemente los sistemas vivos de los que depende; impide que se ponga en tela de juicio si el crecimiento económico y sus nefastas consecuencias son realmente algo deseable para el bienestar de la inmensa mayoría; previene que se cuestione el hecho de que el beneficio económico de cada vez menos esté por encima de la justicia social y de una ética holística; y permite que la inseguridad y la violencia se transformen en un negocio altamente lucrativo (esto último se aprecia explícitamente en la novela en las páginas 25 y 34).
La última obra, El salario del gigante, es la primera novela de su autor, José Ardillo (pseudónimo de José Antonio García, Madrid, 1969). Ardillo también ha publicado varios artículos que critican la falacia de los discursos oficiales desarrollistas que promueven la fe en un crecimiento económico impulsado ilimitadamente por energías limpias. El salario del gigante se sitúa principalmente en la zona geográfica del Levante español entre los años 2098 y 2099. España es parte de la Europa Organizada que se forma tras las apocalípticas consecuencias de la Conflagración que en el “año 2052 marcó el fin del esplendor suicida de la civilización preorganizada” (190). La enorme crisis energética y ecológica generada por el derroche energético y la destrucción medioambiental exponencial de una cultura consumista adicta al crecimiento desemboca en un decrecimiento radical forzoso, que acaba diezmando a la población humana y sus posibilidades de supervivencia en un entorno degradado. La Europa Organizada aprovecha la situación para imponer un ecofascismo donde una élite político-económica gestiona de modo totalitario los escasos recursos disponibles y elimina las libertades civiles. El contexto es un planeta donde varias potencias transnacionales (como la Europa Organizada y la AGA, la Alianza de la Gran Asia) compiten militarmente por los recursos vitales, cada vez más escasos, y por la neocolonización económico-militar del continente africano.
En Levante operan Alinox, un conglomerado empresarial que sustituye a lo que antes eran ciudades enteras, y Aguapol, compañía que monopoliza el agua dulce mediante el control militar. Otra vez vemos las oligarquías económicas y políticastodopoderosas generadas por la privatización y apropiación radical de todos los recursos, comunales y vitales, degradados. La Europa Organizada dispone a su antojo de las poblaciones a las que moviliza en asentamientos forzosos según convenga. Uno de estos asentamientos trabaja en Alinox, donde se están construyendo unos termogeneradores concebidos por un ingeniero, Losán, con el fin de captar energía sísmica. Los múltiples problemas de escasez energética obligan a la re-ruralización, búsqueda de autarquía y descomplejización generalizada de las sociedades occidentales, es decir, a un éxodo revertido, ciudad-campo (192). No faltan los grupos de resistencia libertarios que reaccionan ante un ecofascismo liderado y justificado por las mismas élites que fueron responsables de acelerar la crisis ecológica. La ecología industrial se erige en el tiempo de la historia como el nuevo paradigma socioeconómico y las antiguas demandas de decrecimiento y ralentizamiento típicas del ecologismo radical se llevan a cabo de manera totalitaria, pero olvidando las reivindicaciones de justicia social y la necesidad de adoptar una ecología profunda que eran inherentes a dichos movimientos ecologistas, como el decrecimiento y el slow movement. En otras palabras, la ecología industrial significa sólo la incorporación forzosa de una ecología superficial y antropocéntrica que no cambia la lógica de la competencia y la dominación que ha generado los problemas que se intentan solventar. No ha habido un cambio de paradigma holístico, biocéntrico o ecocéntrico en que el ser humano se conciba como parte integrante del sistema de la biosfera y asuma una ecología que relacione la justicia social y medioambiental y no conciba separadamente lo natural y lo social.
Al igual que en las novelas anteriores, se expone la responsabilidad que la dinámica contemporánea al lector tiene en la situación representada en el tiempo de la historia, al notar cómo la globalización de la lógica neoliberal y de la cultura del consumismo tuvo consecuencias nefastas:
En primer lugar, se pensó que integrar a cada vez más población en la órbita de consumo era el medio lógico de ampliar el campo de creación de riqueza. En segundo lugar, cuando llegaron los primeros avisos de la crisis de materias primas, de deterioro del suelo, de la contaminación, etc., se pensó, asombrosamente, que todo eso podría reintroducirse en los mecanismos de la economía, y apoyarse en dicha crisis para crear nuevos mercados a partir de la nueva escasez generada. (141)
Este fragmento es una crítica evidente al discurso reduccionista dominante del mercado global que mercantiliza la realidad y habla de creación de riqueza y crecimiento económico sin mencionar que eso sólo significa la apropiación, explotación y degradación de bienes comunes que se traduce en la destrucción irreversible de ecosistemas y de sus múltiples funciones, lo que acaba limitando y condicionando la posibilidad futura de supervivencia y la calidad de vida de humanos y no humanos (sexta extinción masiva). En otras palabras, lo que el sistema contabiliza como ganancias privadas son en realidad pérdidas públicas y lo que celebra como creación de riqueza no es sino degradación medioambiental y decrecimiento de los sistemas vivos que son los que realmente producen dicha riqueza (entiéndase por riqueza al conjunto de serviciosmedioambientales necesarios para la vida). Como bien nota Latouche, “eso no es crear riqueza, eso es usurpar la riqueza” (65).
Al final de la novela resulta que los termogeneradores de Losán son un fiasco total, lo cual funciona como crítica a la fe ciega en la tecnología y la ciencia que el discurso oficial promueve para seguir con la lógica suicida de crecimiento económico. Se deconstruye, así, el mito de que la tecno-ciencia salvará a la humanidad de sus excesos y abusos presentes. De este modo, se cuestiona la visión simplista que los medios de comunicación constantemente transmiten de manera acrítica para no cuestionar el statu quo. Lo curioso es que dicha fe ciega en la omnipotencia de la ciencia y la tecnología pasa por alto los numerosos estudios que contradicen dicho optimismo; ignora las consecuencias incontrolables e impredecibles que se derivan de la modificación de cualquier sistema complejo; no emplean el principio de prevención; y paradójicamente, desconocen o niegan lo que la inmensa mayoría de la comunidad científica realmente dice. El discurso final de Losán, una vez descubierta la farsa de su proyecto, cuestiona de manera lúcida lo absurdo del sistema que separa, y enfrenta, lo social de lo natural y que continúa intentado resolver los problemas con la misma lógica que los generó. Algunos fragmentos de dicho discurso merecen ser citados con cierta extensión:
Todos ustedes se extrañaron de mis extravagantes harpas [termogeneradores]… Sin embargo, cuando les convencieron de que era necesario a toda costa sacar el agua del mar, desalarla y traerla hasta aquí, acabando con la vida en el mar, y construyendo canales imposibles que costaron la vida de miles de personas, ustedes no parecieron extrañarse. Cuando llenaron todo lo que quedaba de su tierra fértil con cultivos absurdos para producir combustibles para poder seguir moviendo la gran Máquina que les aplasta poco a poco, ustedes no se extrañaron, incluso a muchos les pareció una gran idea [...]. Si mañana les piden que caven un túnel hasta el centro de la tierra, lo harían igualmente, sin protestar. ¿Y saben por qué? Porque ustedes, igual que yo, han perdido el sentido de lo que es verdadero y de lo que es falso. (304)
Todo esto, probablemente, le resulte muy familiar al lector contemporáneo que ha sido testigo en los últimos años de cómo la multicrisis actual se intenta solucionar con una agenda neoliberal que continúa con el mismo discurso sobre la necesidad de estimular el crecimiento y desarrollo económico – con inyecciones de dinero público a instituciones financieras, privatizaciones masivas o la construcción de macro-estructuras – en lugar de cuestionar dicha lógica por ser responsable de la situación. En palabras de Losán: “¿Cuántas veces los creadores de desiertos han querido presentarse como los doctores que traían el remedio? ¿Hasta cuándo confiaremos en ellos?” (310). Esto es una crítica a lo que Latouche llama “bomberos-pirómanos,” que son aquellos líderes económicos y políticos que, siguiendo el discurso oficial del pensamiento único, ven en el crecimiento económico la única solución a la crisis de dicho crecimiento (11-13) al tiempo que cortan de raíz cualquier propuesta alternativa.
En conclusión, las tres novelas, al extrapolar y amplificar la situación actual a un escenario futuro, exponen lo ilógico y absurdo del imaginario dominante presente y las posibles consecuencias ecológicas y sociales de continuar en la misma dirección. En el presente, entonces, radica la posibilidad de buscar alternativas que desemboquen en unfuturo más apetecible. En las tres novelas se enfatiza el hecho de que parte de la responsabilidad de las distopías futuras presentadas se encuentra en el aquí y ahora. Así, en todas ellas aparecen académicos, intelectuales o historiadores (Yiannis, Palaiopoulos y varios personajes, respectivamente) que reconstruyen y estudian el pasado, nuestro presente, para explicar las raíces de la barbarie. Todas las novelas reflejan sociedades alienadas, explotadas y dominadas por élites político-económicas que controlan y monopolizan los recursos. Totalitarismos, ecofascismos y oligarquías empresariales parecen ser el resultado de la privatización radical impulsada por el neoliberalismo global. La tecnología y la ciencia, por otro lado, no han servido al bien común, sino que, al ponerse al servicio del mercado global, sólo han contribuido a la degradación medioambiental y a la represión social. En todas las novelas se aprecia, a su vez, un retroceso de las libertades civiles y una desaparición total de los servicios sociales y bienes públicos.
Además de la mencionada radicalización de la globalización económica neoliberal, otro aspecto relevante que se repite en las tres novelas es la tendencia a una globalización política en la que emergen potencias supranacionales, poco o nada democráticas, donde las soberanías nacionales tradicionales han dado paso a nuevas formas de territorialización más extensas (los Estados Unidos de la Tierra, la Unión Occidental y la Europa Organizada). Estas fusiones se dan tras caóticos períodos apocalípticos marcados por la guerra y por unos recursos cada vez más escasos. En nombre de la seguridad y de la libertad de mercado, dichas entidades justifican sus totalitarismos. En otras palabras, son los mismos poderes económicos y políticos que abortaron cualquier alternativa al sistema consumista responsable de la crisis ecológica y social los que imponen, tras el colapso de dicho sistema, sus medidas totalitarias como única solución posible. Para contrarrestar estas formas de ecofascismo planetario podría ser de utilidad el desarrollo del ideal de “eco-cosmopolitanism,” propuesto por Ursula K. Heise (10), que evite a su vez las tentaciones nacionalistas agresivas y promueva una cultura basada en el concepto de “environmental world citizenship” ante los procesos de globalización y desterritorialización en curso.
Narratológicamente, las tres novelas emplean una alternancia constante en la focalización que hace al lector prestar más atención a las relaciones e interacciones que a los individuos. Este tipo de “narraciones sistémicas” (Prádanos, “Narrative” 106), que están proliferando en la literatura española desde finales del siglo pasado, suele incorporar discursos globales que reflejan las condiciones de la actual “sociedad red” (Castells) y superar el tradicional aislamiento nacional del que tanto se ha acusado a la literatura española. Es interesante la coincidencia, en las tres novelas que nos ocupan, entre, por un lado, el uso de estructuras en forma de red que privilegian las conexiones e interdependencia de todo a muchos niveles y, por ende, dan más visibilidad a las relaciones que a los individuos y, por el otro, la emergencia de una temática ecocrítica. Sin embargo, el empleo de estructuras narrativas en forma de red no siempre garantiza la promoción de un pensamiento sistémico y ecológico. De hecho, existen varias novelas españolas con dicha estructura que imitan modelos en red provenientes de la culturadigital y celebran acríticamente la globalización sin atender a su relación con la degradación social y medioambiental. En cambio, otras novelas como las que aquí nos ocupan intentan representar, de manera más o menos consciente, la ecodependencia e interrelación ecológica de los sistemas y su entorno para superar el paradigma reduccionista y ecológicamente devastador que separa al ser humano de su medio ambiente y reduce la realidad a su mercantilización. Al introducir estructuras y contenidos alternativos que cuestionan la legitimidad del modelo imperante, estas obras pueden contribuir a disipar la contaminación blanda que invade nuestro pensamiento y colaborar en la construcción de un nuevo paradigma más holístico y ecocéntrico que no enfrente al ser humano con su entorno y, por ende, consigo mismo. ¿Decrecimiento o barbarie? Está por ver.
1 Traducción
del autor. “[D]etailed depictions of nature abound in hard and soft sf,
and there exists a significant body of environmental and ecological sf”
(Murphy, “Environmentalism” 380).
2
Ver Walter Mignolo y Boaventura de Sousa Santos para una crítica
neocolonial al capitalismo global como heredero del pensamiento moderno
occidental. Ambos autores abogan por la necesidad de articular y
visibilizar epistemologías alternativas (Border Thinking y Post-abyssal
Thinking respectivamente
3
Algunos estudios sociológicos sobre la globalización notan cómo, entre
los españoles, la percepción del calentamiento global como una amenaza
importante para España se duplicó entre el 2002 y el 2008 (Noya Miranda
et al 284).
4
Este sistema se muestra especialmente dañino cuando aplica su lógica al
sistema alimentario, como destaca Carlo Petrini en Slow Food Nation: la
agroindustria reduce exponencialmente la biodiversidad y la diversidad
cultural al tiempo que degrada el suelo, malgasta y envenena el agua,
introduce polución genética y química, depende de enormes cantidades de
energía y de un transporte excesivo, provoca volatilidad en los precios
de los alimentos e inseguridad alimentaria, arruina a comunidades
rurales locales causando inmigraciones masivas a las ciudades, etc.
Además, en la actualidad se produce aproximadamente el doble de la
comida necesaria para alimentar a la población mundial, por lo que no
hay un problema de productividad, sino de sobreproducción y mala
distribución.
5
Algunos ejemplos son la relación neohistoricista entre identidad,
memoria y otredad en la construcción selectiva del pasado y de la
subjetividad, o la renegociación y desplazamiento poshumanista de la
dicotomía moderna occidental “humano/no humano” (y sus vertientes
étnicas, genéricas, sociopolíticas, culturales, sexuales…) derivadas de
las relaciones e interacciones con alienígenas o androides.
6
Traducción del autor. “Hard pollution appropriates the hard world. Just
as dangerous if not even more harmful, soft pollution appropriates
humans with often subtle links and discreet consciousness” (62).
Recibido 11 de enero de 2012 Versión definitiva aceptada 18 de octubre de 2012
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