Enric Durán convierte su juicio por impago en un alegato contra la banca
Enric Duran Giralt, el Robin Hood de la banca, ha convertido hoy un
juicio contra él por impago en un alegato contra la banca, a la que ha
acusado de provocar el endeudamiento de miles de familias. El juicio se
ha celebrado en Vilanova (Barcelona) por una demanda del BBVA, que le
reclama la devolución de casi 25.000 euros por unos reintegros de dinero
que no devolvió. Según ha explicado Duran ante la juez, el contrato
debe declararse "nulo" porque el banco no le informó de las condiciones
ni de los riesgos del producto.
Entre 2006 y 2008, el Robin de la banca estafó casi medio millón a 38
entidades bancarias accediendo a distintos préstamos que nunca
devolvía. Duran pretendía denunciar el sobreeendeudamiento provocado por
las entidades bancarias. Media docena de entidades le denunciaron por
la vía penal, lo que motivó su ingreso en prisión provisional. La causa
sigue en fase de instrucción. Hoy, por primera vez, Duran se ha
presentado a un juicio civil donde se le reclama la devolución de las
deudas.
En una de sus últimas acciones reivindicativas, en marzo de 2008, adquirió un producto financiero, la tarjeta "tres meses sin". El contrato dejaba a las claras que no podría extraer más de 600 euros de dinero al día. Y que solo podría hacerlo una vez al mes. Sin embargo, ha explicado en la vista, se sorprendió al darse cuenta de que podía sacar dinero de forma ininterrumpida. Lo hizo durante casi un mes, a razón de entre 1.200 y 1.500 euros diarios.
"Seguí sacando dinero durante varios días y en la web del banco solo me decía que la operación había sido financiada. El banco no me reclamó nada. Solo a final de mes vi las cantidades". A preguntas de su abogada, Montserrat Serrano, Duran ha recalcado que el banco no le dio "demasiadas explicaciones" y que en ningún momento le informó de que se había excedido sobradamente en el crédito. Para poner de relieve la contradicción del banco, Duran ha dicho que, meses más tarde, en agosto, pudo contratar un crédito con el BBVA sin problemas.
El abogado del banco, Isaac Carbonell, ha alegado en el juicio que debe separarse la ley de la política. "Queda acreditado que hubo un contrato de préstamo y que este se ha de devolver. Si bien el activismo político y social es encauzable por otras vías, en la vía jurídica debemos atenernos a la ley. Y las deudas hay que retornarlas", ha explicado.
Serrano ha rechazado tajantemente ese argumento. A su juicio, el contexto social y la justicia deben ir de la mano. "A estas alturas, ha quedado demostrado de sobras que los bancos han sido corresponsables de esta crisis terrible" "Es un ejemplo clarísimo de que los bancos han promocionado exageradamente el consumo", ha insistido.
Más allá del discurso más ideológico, la abogada ha subrayado por qué, en este caso en concreto, el contrato debe ser declarado nulo. Primero, porque el contrato no permitía exceder los 600 euros al mes y, en cambio, Duran pudo obtener una cantidad muy superior. "No había límite. Duran se paró en los 20.000 euros como se podría haber parado en los 90.000". Y segundo, porque el banco reclama unos intereses de demora que, "en la publicidad del producto no aparecen".
"Cuando contraté el producto, muchas familias ya estaban endeudadas. Y los bancos seguían promoviendo, con mucha publicidad, esa clase de productos financieros. Y sabían que no se podrían devolver", ha subrayado Duran en la vista oral.
En una de sus últimas acciones reivindicativas, en marzo de 2008, adquirió un producto financiero, la tarjeta "tres meses sin". El contrato dejaba a las claras que no podría extraer más de 600 euros de dinero al día. Y que solo podría hacerlo una vez al mes. Sin embargo, ha explicado en la vista, se sorprendió al darse cuenta de que podía sacar dinero de forma ininterrumpida. Lo hizo durante casi un mes, a razón de entre 1.200 y 1.500 euros diarios.
"Seguí sacando dinero durante varios días y en la web del banco solo me decía que la operación había sido financiada. El banco no me reclamó nada. Solo a final de mes vi las cantidades". A preguntas de su abogada, Montserrat Serrano, Duran ha recalcado que el banco no le dio "demasiadas explicaciones" y que en ningún momento le informó de que se había excedido sobradamente en el crédito. Para poner de relieve la contradicción del banco, Duran ha dicho que, meses más tarde, en agosto, pudo contratar un crédito con el BBVA sin problemas.
El abogado del banco, Isaac Carbonell, ha alegado en el juicio que debe separarse la ley de la política. "Queda acreditado que hubo un contrato de préstamo y que este se ha de devolver. Si bien el activismo político y social es encauzable por otras vías, en la vía jurídica debemos atenernos a la ley. Y las deudas hay que retornarlas", ha explicado.
Serrano ha rechazado tajantemente ese argumento. A su juicio, el contexto social y la justicia deben ir de la mano. "A estas alturas, ha quedado demostrado de sobras que los bancos han sido corresponsables de esta crisis terrible" "Es un ejemplo clarísimo de que los bancos han promocionado exageradamente el consumo", ha insistido.
Más allá del discurso más ideológico, la abogada ha subrayado por qué, en este caso en concreto, el contrato debe ser declarado nulo. Primero, porque el contrato no permitía exceder los 600 euros al mes y, en cambio, Duran pudo obtener una cantidad muy superior. "No había límite. Duran se paró en los 20.000 euros como se podría haber parado en los 90.000". Y segundo, porque el banco reclama unos intereses de demora que, "en la publicidad del producto no aparecen".
"Cuando contraté el producto, muchas familias ya estaban endeudadas. Y los bancos seguían promoviendo, con mucha publicidad, esa clase de productos financieros. Y sabían que no se podrían devolver", ha subrayado Duran en la vista oral.
Más acuerdos que desacuerdos en torno al decrecimiento
noviembre 17, 2011
2 comments
Toño Hernández - Rebelión
Comenzábamos el anterior artículo señalando que era bueno y necesario debatir con personas que estamos muy cercanas
en la mayor parte del diagnóstico y las propuestas. Y que por tanto los
puntos de discrepancia implican no considerar en ningún caso al
discrepante ni como “adversario” ni como “enemigo” ni nada parecido.
Justamente el objetivo de acercar posiciones nos llevó a la crítica de lo planteado por Juan en su artículo. Es evidente que no hemos leído todo lo que ha escrito Juan Torres, pero sí bastante; de la misma manera que no creemos que nadie se haya leído todo lo que hay sobre decrecimiento.
Desde que surgió en España con fuerza el asunto del decrecimiento, las críticas de personas muy cercanas han sido constantes y eso no nos ha impedido seguir debatiendo y trabajando juntos. Y las personas que estamos defendiendo ese concepto tampoco hemos entrado a contestar a muchas de las críticas porque hemos entendido que eran fundamentalmente terminológicas.
Decidirnos a responder a Juan no ha sido por “combatirle” sino por que vemos que hay alguna diferencia más sustancial que es necesario seguir debatiendo. Si en algún momento ha parecido que entendíamos su artículo como un ataque a todo lo que hay detrás del decrecimiento, seguramente nos hayamos explicado mal, pero nos parece un exceso de dramatismo decir que eso es alimentar grietas; su respuesta, no obstante, nos ratifica en algunos de los argumentos que planteábamos.
Primero nos gustaría matizar que es posible que hayamos achacado a Juan propuestas que no son suyas, al igual que nosotros consideramos que Juan achaca al decrecimiento cosas que éste no plantea. Quizá esto tenga que ver con las limitaciones en extensión de lo que se escribe en un momento determinado, y que muchas veces tendemos a “inferir” lo que hay detrás de algunos párrafos, bien porque no se explican lo suficiente, bien porque dejan de decir algo que consideramos fundamental. Además nosotros nos apoyamos en citas textuales que Juan escribía en dicho artículo.
Un ejemplo de cierta “subjetividad” del propio Juan es su inferencia de que el decrecimiento es lo contrario del crecimiento y que por tanto se tiene que medir en términos de PIB. Desde el decrecimiento no se dice eso, y suponer que una frase de Taibo sobre el “cómputo final” daría muestra de esa visión, nos parece un argumento cogido por los pelos y que no responde de ninguna manera a todo el discurso decrecentista ni al del propio Taibo, que justamente está hablando de utilizar varios indicadores en la frase que recoge Juan.
Además, el decrecimiento no es un concepto meramente económico. Por eso no hay que medirlo solo en términos del PIB, sino que hay que introducir otras variables socioambientales. Esto ya forma parte del discurso del decrecimiento desde hace tiempo.
Por tanto, al igual que dijimos en el anterior artículo, al que nos remitimos para mayor profundidad, consideramos la “tesis principal” de Juan como una crítica incorrecta que no se ajusta a la realidad de lo que plantea el decrecimiento. Y en este sentido podemos alegrarnos de que pensemos lo mismo sobre la necesidad de disponer de más indicadores.
No vamos a negar que el término decrecimiento puede tener limitaciones porque nos obliga a especificar qué queremos que decrezca. Pero si estamos de acuerdo en la necesidad de un cambio de modelo productivo que utilice menos recursos materiales, lo mismo ocurre si hablamos de crecer (“Lo que yo digo es que no es malo que crezca aquello que los seres humanos necesitan, pero eso no es 'el crecimiento' al que se refiere la economía convencional ni, creo yo, las tesis del decrecimiento”): también hay que decir qué queremos que crezca y qué no, e igualmente hay que dar explicaciones sobre que tipo de “crecimiento” queremos o qué entendemos por “crecer”. El problema es el mismo desde el lado que se mire. Las cosas complejas siempre hay que matizarlas y adjetivarlas.
Entonces, si el asunto se limita a decidir qué es más conveniente desde el punto de vista político para conseguir mayorías, no creemos que tengamos una respuesta clara. Seguimos convencidos de que es mucho más difícil que la idea de “crecer” (e incluso “desarrollo” como plantea Naredo) sirva para hacer el cambio cultural e ideológico necesario; y por tanto conviene explorar nuevas ideas y simbologías. Y esa es la gran virtud que tiene el término decrecimiento en estos momentos. Por otra parte nos parece una discrepancia poco relevante: vayamos viendo qué términos (no tiene que ser uno sólo) atraen a más gente a nuestras ideas y propuestas y actuemos en consecuencia.
Creemos que en un debate tranquilo y sosegado estaremos muy de acuerdo en qué cosas tienen que crecer y cuáles tendrán que decrecer. Seguramente habrá puntos de desacuerdo pero será más por lo que cada persona consideremos “necesario” que debidas a las diferentes opiniones sobre el término decrecimiento.
Aunque derivadas de este asunto es donde vemos las mayores diferencias de enfoque que creemos necesario seguir debatiendo con el objeto de encontrar soluciones compartidas. Nos referimos al asunto de las necesidades, el consumo y la resolución de las desigualdades, y por tanto, las propuestas que tenemos que hacer para salir de la actual crisis y para dirigirnos hacia otro modelo social y ambientalmente sostenible.
Para nosotros no reconocer claramente que es imposible una salida equitativa global sin una reducción del consumo global de recursos materiales en España y demás países “ricos”, es un diagnóstico peligrosamente equivocado y físicamente inviable. Lo que no significa que todo lo material tenga que decrecer ni que tenga que hacerse en igual proporción para todas las capas de la sociedad; esto es una tesis básica de cualquier decrecentista, especialmente en el asunto de la alimentación.
Pero nos preocupa que bajo ese matiz, se termine aparcando la necesidad del descenso del consumo material: esto no es una “generalidad”, es un imperativo básico para garantizar un mínimo futuro a las amplias mayorías mundiales y españolas.
Y termina siendo más que una posible preocupación cuando vemos las propuestas para la salida de la crisis desde los economistas progresistas. Vamos a aclarar primero que asumimos que lo que vamos a plantear a continuación, es un asunto complicado y difícil de resolver en el actual marco; que lo vemos también como una dificultad práctica a resolver desde el decrecimiento, pero que lo vemos como una contradicción (entendible pero que nos gustaría resolver) desde las propuestas económicas progresistas clásicas.
Un análisis que se está haciendo es criticar la idea de que “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”: que los economistas liberales estén utilizando ahora esa idea para descargar la culpa de los principales responsables y exigir sacrificios a toda la población, no significa que no sea verdad que “España” ha vivido y vive por encima de lo razonable. De hecho muchos economistas críticos venían advirtiendo de ese asunto en los años de bonanza. Y eso tampoco significa que, al utilizar genéricos (“España”, “hemos”...), se esté aceptando la idea de que las responsabilidades y las salidas tengan que ser igual para todas las personas.
Ignorar que muchos de los préstamos que se pedían no iban para satisfacer la necesidad básica de la vivienda, sino que bastantes eran para segundas residencias, viajes de turismo, cambiar de coche o comprar otro, comprar otro televisor, cambiar de móvil, etc.., nos parece inadecuado. Y creemos que se ignora esto cuando se plantea que el problema de la crisis es fundamentalmente de debilidad de la demanda y de la capacidad de compra y que por tanto lo que hay que hacer es que la gente pueda comprar y consumir más para salir de la crisis. Es repetir la respuesta keynesiana tras la Segunda Guerra Mundial en un contexto de recursos físicos muy diferente al actual.
Esto nos plantea varios problemas: el primero es que implícitamente se termina aceptando que no hay problemas de “exceso de oferta” o sobreproducción y por tanto de modelo productivo en cuanto al volumen de lo producido. Segundo, seguimos asumiendo que la salida a la crisis consistirá en aumentar la demanda o capacidad de compra, apuntalando una sociedad de consumo altamente intensiva en materiales y energía. Tercero y como consecuencia de lo anterior, esta salida aparca, aplaza, nos aleja y dificulta las radicales decisiones que hay que tomar para variar el modelo de producción y consumo.
Todo esto nos lleva a pensar que aunque se hable de cambio de modelo productivo, de tener en cuenta los límites naturales, de reducir el consumo, etc, cuando se hacen propuestas concretas en las que hay que resolver situaciones difíciles, sacrificamos siempre la variable ambiental a la supuestamente social sin haber sido capaces de plantear un debate de más largo alcance ni propuestas que resuelvan satisfactoriamente la contradicción. Y eso nos va a terminar costando muy caro.
De alguna manera seguimos teniendo la sensación de que, a pesar de lo mucho que se ha avanzado en integrar la variable ecológica en el discurso de los economistas y fuerzas políticas transformadoras, cuando llega la hora de gestionar en lo concreto, casi todo lo ambiental se relega y se reproducen, sin querer, las respuestas económicas típicas.
No obstante creemos que en los últimos dos o tres años, en parte gracias a la irrupción del término decrecimiento, ha aumentado mucho entre los economistas progresistas la preocupación por incorporar la variable ambiental y de los recursos naturales, y en ese sentido no nos queda más que agradecer este tipo de debates y discrepancias para ir afinando y acercando nuestros discursos y preocupaciones. Y para ir desarrollando nuevos instrumentos que den respuestas realistas a la crisis de recursos que tenemos encima.
Toño Hernández pertenece a Ecologistas en Acción
Justamente el objetivo de acercar posiciones nos llevó a la crítica de lo planteado por Juan en su artículo. Es evidente que no hemos leído todo lo que ha escrito Juan Torres, pero sí bastante; de la misma manera que no creemos que nadie se haya leído todo lo que hay sobre decrecimiento.
Desde que surgió en España con fuerza el asunto del decrecimiento, las críticas de personas muy cercanas han sido constantes y eso no nos ha impedido seguir debatiendo y trabajando juntos. Y las personas que estamos defendiendo ese concepto tampoco hemos entrado a contestar a muchas de las críticas porque hemos entendido que eran fundamentalmente terminológicas.
Decidirnos a responder a Juan no ha sido por “combatirle” sino por que vemos que hay alguna diferencia más sustancial que es necesario seguir debatiendo. Si en algún momento ha parecido que entendíamos su artículo como un ataque a todo lo que hay detrás del decrecimiento, seguramente nos hayamos explicado mal, pero nos parece un exceso de dramatismo decir que eso es alimentar grietas; su respuesta, no obstante, nos ratifica en algunos de los argumentos que planteábamos.
Primero nos gustaría matizar que es posible que hayamos achacado a Juan propuestas que no son suyas, al igual que nosotros consideramos que Juan achaca al decrecimiento cosas que éste no plantea. Quizá esto tenga que ver con las limitaciones en extensión de lo que se escribe en un momento determinado, y que muchas veces tendemos a “inferir” lo que hay detrás de algunos párrafos, bien porque no se explican lo suficiente, bien porque dejan de decir algo que consideramos fundamental. Además nosotros nos apoyamos en citas textuales que Juan escribía en dicho artículo.
Un ejemplo de cierta “subjetividad” del propio Juan es su inferencia de que el decrecimiento es lo contrario del crecimiento y que por tanto se tiene que medir en términos de PIB. Desde el decrecimiento no se dice eso, y suponer que una frase de Taibo sobre el “cómputo final” daría muestra de esa visión, nos parece un argumento cogido por los pelos y que no responde de ninguna manera a todo el discurso decrecentista ni al del propio Taibo, que justamente está hablando de utilizar varios indicadores en la frase que recoge Juan.
Además, el decrecimiento no es un concepto meramente económico. Por eso no hay que medirlo solo en términos del PIB, sino que hay que introducir otras variables socioambientales. Esto ya forma parte del discurso del decrecimiento desde hace tiempo.
Por tanto, al igual que dijimos en el anterior artículo, al que nos remitimos para mayor profundidad, consideramos la “tesis principal” de Juan como una crítica incorrecta que no se ajusta a la realidad de lo que plantea el decrecimiento. Y en este sentido podemos alegrarnos de que pensemos lo mismo sobre la necesidad de disponer de más indicadores.
No vamos a negar que el término decrecimiento puede tener limitaciones porque nos obliga a especificar qué queremos que decrezca. Pero si estamos de acuerdo en la necesidad de un cambio de modelo productivo que utilice menos recursos materiales, lo mismo ocurre si hablamos de crecer (“Lo que yo digo es que no es malo que crezca aquello que los seres humanos necesitan, pero eso no es 'el crecimiento' al que se refiere la economía convencional ni, creo yo, las tesis del decrecimiento”): también hay que decir qué queremos que crezca y qué no, e igualmente hay que dar explicaciones sobre que tipo de “crecimiento” queremos o qué entendemos por “crecer”. El problema es el mismo desde el lado que se mire. Las cosas complejas siempre hay que matizarlas y adjetivarlas.
Entonces, si el asunto se limita a decidir qué es más conveniente desde el punto de vista político para conseguir mayorías, no creemos que tengamos una respuesta clara. Seguimos convencidos de que es mucho más difícil que la idea de “crecer” (e incluso “desarrollo” como plantea Naredo) sirva para hacer el cambio cultural e ideológico necesario; y por tanto conviene explorar nuevas ideas y simbologías. Y esa es la gran virtud que tiene el término decrecimiento en estos momentos. Por otra parte nos parece una discrepancia poco relevante: vayamos viendo qué términos (no tiene que ser uno sólo) atraen a más gente a nuestras ideas y propuestas y actuemos en consecuencia.
Creemos que en un debate tranquilo y sosegado estaremos muy de acuerdo en qué cosas tienen que crecer y cuáles tendrán que decrecer. Seguramente habrá puntos de desacuerdo pero será más por lo que cada persona consideremos “necesario” que debidas a las diferentes opiniones sobre el término decrecimiento.
Aunque derivadas de este asunto es donde vemos las mayores diferencias de enfoque que creemos necesario seguir debatiendo con el objeto de encontrar soluciones compartidas. Nos referimos al asunto de las necesidades, el consumo y la resolución de las desigualdades, y por tanto, las propuestas que tenemos que hacer para salir de la actual crisis y para dirigirnos hacia otro modelo social y ambientalmente sostenible.
Para nosotros no reconocer claramente que es imposible una salida equitativa global sin una reducción del consumo global de recursos materiales en España y demás países “ricos”, es un diagnóstico peligrosamente equivocado y físicamente inviable. Lo que no significa que todo lo material tenga que decrecer ni que tenga que hacerse en igual proporción para todas las capas de la sociedad; esto es una tesis básica de cualquier decrecentista, especialmente en el asunto de la alimentación.
Pero nos preocupa que bajo ese matiz, se termine aparcando la necesidad del descenso del consumo material: esto no es una “generalidad”, es un imperativo básico para garantizar un mínimo futuro a las amplias mayorías mundiales y españolas.
Y termina siendo más que una posible preocupación cuando vemos las propuestas para la salida de la crisis desde los economistas progresistas. Vamos a aclarar primero que asumimos que lo que vamos a plantear a continuación, es un asunto complicado y difícil de resolver en el actual marco; que lo vemos también como una dificultad práctica a resolver desde el decrecimiento, pero que lo vemos como una contradicción (entendible pero que nos gustaría resolver) desde las propuestas económicas progresistas clásicas.
Un análisis que se está haciendo es criticar la idea de que “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”: que los economistas liberales estén utilizando ahora esa idea para descargar la culpa de los principales responsables y exigir sacrificios a toda la población, no significa que no sea verdad que “España” ha vivido y vive por encima de lo razonable. De hecho muchos economistas críticos venían advirtiendo de ese asunto en los años de bonanza. Y eso tampoco significa que, al utilizar genéricos (“España”, “hemos”...), se esté aceptando la idea de que las responsabilidades y las salidas tengan que ser igual para todas las personas.
Ignorar que muchos de los préstamos que se pedían no iban para satisfacer la necesidad básica de la vivienda, sino que bastantes eran para segundas residencias, viajes de turismo, cambiar de coche o comprar otro, comprar otro televisor, cambiar de móvil, etc.., nos parece inadecuado. Y creemos que se ignora esto cuando se plantea que el problema de la crisis es fundamentalmente de debilidad de la demanda y de la capacidad de compra y que por tanto lo que hay que hacer es que la gente pueda comprar y consumir más para salir de la crisis. Es repetir la respuesta keynesiana tras la Segunda Guerra Mundial en un contexto de recursos físicos muy diferente al actual.
Esto nos plantea varios problemas: el primero es que implícitamente se termina aceptando que no hay problemas de “exceso de oferta” o sobreproducción y por tanto de modelo productivo en cuanto al volumen de lo producido. Segundo, seguimos asumiendo que la salida a la crisis consistirá en aumentar la demanda o capacidad de compra, apuntalando una sociedad de consumo altamente intensiva en materiales y energía. Tercero y como consecuencia de lo anterior, esta salida aparca, aplaza, nos aleja y dificulta las radicales decisiones que hay que tomar para variar el modelo de producción y consumo.
Todo esto nos lleva a pensar que aunque se hable de cambio de modelo productivo, de tener en cuenta los límites naturales, de reducir el consumo, etc, cuando se hacen propuestas concretas en las que hay que resolver situaciones difíciles, sacrificamos siempre la variable ambiental a la supuestamente social sin haber sido capaces de plantear un debate de más largo alcance ni propuestas que resuelvan satisfactoriamente la contradicción. Y eso nos va a terminar costando muy caro.
De alguna manera seguimos teniendo la sensación de que, a pesar de lo mucho que se ha avanzado en integrar la variable ecológica en el discurso de los economistas y fuerzas políticas transformadoras, cuando llega la hora de gestionar en lo concreto, casi todo lo ambiental se relega y se reproducen, sin querer, las respuestas económicas típicas.
También es cierto
que desde el ecologismo social y el decrecimiento no hemos avanzado aún
lo suficiente en traducir en variables económicas algunos de nuestros
postulados. Por ejemplo: ¿cuántos empleos vamos a crear con “otro
modelo de desarrollo” cuando cierren las fábricas de coches, las
centrales nucleares y la industria del cemento? ¿Cómo se concreta
el “reparto del trabajo”? ¿Cómo se concreta en números eso de
que “hay que volver al campo”? Eso sí, como diría el otro,
“estamos trabajando en ello”: algunas aportaciones recientes en
este sentido tratan de avanzar, por ejemplo, en las propuestas que
relacionen el decrecimiento con el empleo. Aunuqe pensamos que esa debe
ser también una labor prioritaria de los economistas (no sólo de los
ecológicos como Naredo u otros).
No obstante creemos que en los últimos dos o tres años, en parte gracias a la irrupción del término decrecimiento, ha aumentado mucho entre los economistas progresistas la preocupación por incorporar la variable ambiental y de los recursos naturales, y en ese sentido no nos queda más que agradecer este tipo de debates y discrepancias para ir afinando y acercando nuestros discursos y preocupaciones. Y para ir desarrollando nuevos instrumentos que den respuestas realistas a la crisis de recursos que tenemos encima.
Toño Hernández pertenece a Ecologistas en Acción
Decrecer bien o decrecer mal
noviembre 16, 2011
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Margarita Mediavilla Pascual - Rebelión
Juan Torres López, Consejo Científico de ATTAC España criticaba las, a su juicio, inconsistencias del concepto decrecimiento en un artículo publicado recientemente. Aunque comparto algunas de sus opiniones, veo importante contestarle, porque me parece que concibe los problemas del medio ambiente y el decrecimiento desde un punto de vista que debemos empezar a abandonar.
En primer lugar me gustaría aclarar una cuestión. A mi juicio, el discurso decrecentista tiene dos caras. La primera es la que constata que el decrecimiento material es un hecho observable ya en algunos recursos, y, a medio plazo, seguro para muchos otros. La segunda cara, un poco más amable, es aquella que piensa que es posible obtener mayor bienestar humano consumiendo mucho menos y, por tanto, hay un camino de mejora de eficiencia (digamos de decrecimiento “político”) que puede resultar esperanzador. Es preciso distinguir este decrecimiento material y energético, que no gusta a casi nadie y no podemos cambiar, porque concierne a las leyes físicas; del decrecimiento de nuestros deseos y expectativas, (o político), deseable, y que puede conducirnos a una sociedad mejor.
Los partidarios del decrecimiento se sienten tentados de mostrar principalmente la cara amable, pero, al hacerlo, el discurso queda cojo y parece una simple exposición de buenas intenciones, loables, pero, como dice Juan Torres, poco operativas y atractivas para la mayoría. Quizá este defecto tiene su origen en el descrédito que han tenido los estudios sobre los límites del crecimiento realizados desde los años 70. Después de la alarma inicial, sufrieron unas décadas de duras críticas y la opinión general que se tiene de ellos es que se equivocaron y predijeron una escasez que no ha sucedido. El discurso de la escasez que mostraban estos estudios ha sido muy difícil de mantener estas décadas, que hemos vivido una abundancia material sin parangón en la historia humana (muy mal repartida, ciertamente, pero grande). Quizá por ello, los ecologistas hemos abandonado el discurso de la escasez para centrarnos en el daño que el ser humano hace al planeta, lo cual parece un discurso bienintencionado pero poco operativo, como decía Juan Torres.
Sin embargo, 40 años después de estos estudios, y con los datos históricos en la mano, se puede constatar que los informes sobre los límites del crecimiento no se han equivocado, más bien destaca el acierto que están teniendo a la hora de predecir variables como la población mundial o la producción industrial. Esto, y la abrumadora colección de datos científicos que evidencian que hemos superado la capacidad de carga del planeta, hace pensar que sus predicciones tienen muchos visos de convertirse en realidad: en torno a la segunda década de este siglo, con gran seguridad, vamos a encontrarnos con los límites del crecimiento y nos exponemos a algo tan poco agradable como un colapso civilizatorio, que podemos reconducir mejor o peor, pero ya sin posibilidad de una estabilización suave como la que todavía era posible en los años 70. Así pues, nos vamos a encontrar con importantes problemas para mantener a más de 7000 millones de habitantes en un planeta de recursos materiales, energéticos y tierras fértiles en declive...y tenemos muy pocos años para reconducirnos.
El decrecimiento como un hecho, no como una opción.
Ante esta primera cara de la moneda, que, con los datos en la mano, es mucho más rotunda de lo que el ciudadano medio piensa, es importante dejar atrás discursos suaves como los englobados dentro del término “desarrollo sostenible”. El “desarrollo sostenible” que hemos aplicado estas décadas (y que en casi todos los aspectos no se puede considerar sostenible) se ha basado en formas de producir que dañen menos al planeta, pero no ha querido tocar la raíz del crecimiento, y por ello ha terminado convirtiéndose en poco más que un puro maquillaje ambiental.
Por todo esto me parece que hay un problema de enfoque en el discurso de Juan Torres. Dice que, aunque es necesario “un cambio social basado en nuevas formas de producir, distribuir, consumir y pensar” discrepa del término decrecimiento y de su insistencia en el menos. Con este tipo de frases evidencia su esperanza en que eso que hemos llamado desarrollo sostenible todavía sea válido para resolver los problemas ambientales, mientras los datos y los estudios nos muestran que, claramente, no lo es.
El menos, en el terreno material, no sólo es necesario para cuidar el planeta, ahora mismo es un hecho, nos guste o no. Es obvio que tendremos que estabilizar algún día la población humana y el consumo de recursos, pero además, en el plano material, el menos ya está sucediendo.
Si tenemos en cuenta los stocks de recursos materiales renovables, es decir, todo aquello que, como las pesquerías, los bosques, la atmósfera, o las tierras fértiles, nos proporcionan recursos y absorben nuestros desechos; todos los stocks del planeta llevan décadas disminuyendo. Esto es una disminución neta en la capacidad del planeta para sostener la vida humana. Pero eso no es todo, en los últimos años también están disminuyendo los flujos, es decir, estamos teniendo problemas para extraer algunos recursos al ritmo que deseamos. Esto es ya una disminución del consumo humano forzada por causas naturales. Ya estamos viendo que la extracción de petróleo se ha estancado desde el año 2005 debido al fenómeno del pico del petróleo, y también estamos viendo la disminución de las capturas debido al colapso de numerosas pesquerías. Luego, desde el punto de vista material, consumir menos no es una opción de los partidarios del decrecimiento, es una realidad. Ya estamos decreciendo.
Tendemos a enfocar demasiado el problema ambiental como una opción moral, algo así como “tenemos que consumir menos para cuidar el planeta”, pero esta idea es antropocéntrica y falsa. No tenemos que consumir menos, vamos a consumir menos, al menos materialmente. Es cierto que la palabra decrecimiento en sí es poco atractiva como slogan y alude a algo en principio netamente negativo; pero no es cuestión de vender algo amable al ciudadano, sino de mostrar una realidad ¿Alguna idea sobre cómo vender esto un poco mejor?
La difícil sustitución de los recursos naturales
Cuando Juan Torres dice:“es necesario, ... que crezca la [producción] de aquellos [bienes materiales] que pueden contribuir a la mejor formación, a la autonomía personal, al buen criterio, etc. de los seres humanos. Aunque, lógicamente, procurando que eso se lleve a cabo sin provocar daños añadidos a la vida, al equilibrio social y al del planeta”, pone en evidencia una visión del medio ambiente muy común, pero que tenemos que empezar a abandonar. Esta visión, concibe el planeta como algo ajeno al proceso económico, e ignora que eso que llamamos economía, producción o tecnología, no son entes abstractos, sino subproductos de los recursos naturales y la energía. Tenemos que empezar a ver que, aunque hay formas de producir más limpias y eficientes, casi toda producción y actividad humana (excepto las más espirituales o artísticas) implica la apropiación de unos recursos que no quedan disponibles para otras especies. El mundo físico siempre es limitado y sujeto al problema del reparto, y el mundo físico son los mimbres con los cuales se hace nuestra economía, no son algo externo y ajeno a ella.
Las teorías económicas clásicas asumen que el papel de los recursos naturales y la energía en la producción son despreciables, y la tecnología permite la sustitución de éstos, pero cada vez son más los economistas que empiezan a dudar de esa visión. Es importante observar que las teorías económicas clásicas fueron concebidas en momentos históricos en los cuales la realidad física y tecnológica era muy diferente de la actual. Surgieron en épocas en que el planeta se encontraba lleno de recursos naturales por explotar (sobre todo combustibles fósiles) y empezaba a existir la tecnología capaz de explotarlos a gran escala. Es lógico que estas teorías conciban la naturaleza como algo ilimitado.
El panorama físico y tecnológico con el que nos encontramos ahora es muy diferente. En estos momentos los recursos empiezan a tocar sus límites y la tecnología está encontrando que, por una parte, muchos recursos naturales no son sustituibles y; por otra, casi todos los sustitutos son técnicamente inferiores. El panorama energético es especialmente relevante porque la energía es el recurso clave que permite utilizar el resto de los recursos. Ahora mismo, el petróleo está empezando a declinar y todos los sustitutos, o bien son claramente inferiores en sus prestaciones técnicas (como las baterías para acumular la electricidad y conseguir mover el vehículo eléctrico), o bien tienen techos de producción muy bajos (como los biocombustibles por su enormes requisitos de tierras y su bajo rendimiento), o bien dependen de materiales escasos (como las baterías, de nuevo), o bien son muy inmaduros y necesitarán décadas de desarrollo para ser comercializables si llegan a serlo, o bien requieren cambios sociales y culturales enormes (como la agricultura biológica como sustituto de la basada en abonos y pesticidas fabricados con petróleo, o el ferrocarril y el transporte público como sustitutos al automóvil).
La necesidad de nuevas relaciones entre la economía y los recursos naturales
Tenemos, por lo tanto, dos ideas: por una parte el decrecimiento material es un hecho, y por otra, la economía no se independiza tan fácilmente de los recursos materiales como hemos pensado. La conclusión de estas dos premisas es clara: es muy probable que el decrecimiento material conduzca, si no lo evitamos con mucha voluntad política, a una disminución muy desagradable de la calidad de vida, de la actividad económica, del bienestar social e incluso de la población humana.
Para evitar esta disminución general y catastrófica, sólo nos queda una opción: desacoplar de forma muy importante la actividad económica del consumo de recursos naturales y energía. Este enorme desacople debe ser un movimiento varios órdenes de magnitud mayor que el tímido aumento de la eficiencia o la intensidad energética que hemos visto en décadas pasadas. No es suficiente con consumir un poco menos energía por unidad de PIB. En estos momentos necesitamos un cambio varias veces mayor que todos los que hemos sabido realizar en los últimos siglos.
Este desacople economía-recursos naturales es un cambio radical en nuestra forma de concebir la producción y el consumo, es decir: un cambio radical del proceso económico. Además, sería deseable que fuera acompañado de modos de vida, valores y relaciones sociales como los que describen los partidarios del decrecimiento. Pero estos cambios personales no son sino una parte de ese cambio que debe ser, sobre todo, económico, si no queremos que el decrecimiento material nos lleve, simplemente, a la catástrofe humana.
Por eso cuando Juan Torres dice “el concepto de decrecimiento o no se puede poner en práctica o significa lo contrario de lo que propone”, si se refiera al decrecimiento material, los hechos le contradicen: ya estamos decreciendo; y se refiere al “político” espero fervientemente que se equivoque, porque, si el decrecimiento político no es posible y el decrecimiento material es inevitable, vamos a tener una caída bastante poco agradable.
Juan Torres también escribe que el decrecimiento es “un concepto ajeno a la realidad del capitalismo actual”. Probablemente tiene razón pero ¿es eso malo? ¿Significa que ecologistas y decrecentistas son idealistas nada conscientes de la realidad? Yo creo que es más bien lo contrario. Significa, simplemente, que el capitalismo es ajeno a la realidad de la tierra física, mientras los decrecentistas ven principalmente esta realidad material limitada. ¿Quién está más equivocado?
Del “más es más” al “menos el más” (a través del “más es menos”)
Durante años, todos los intentos del movimiento ecologista por aconsejar una gestión responsable de los recursos naturales chocaban contra un hecho: sobreexplotar los recursos resultaba rentable. Cuando los flujos de recursos materiales todavía podían aumentar, era muy difícil defender una limitación voluntaria. Los ecologistas defendíamos que degradar nuestros stocks era una pérdida, pero la “realidad” inmediata mostraba otra cosa muy diferente: degradar nuestro entorno no nos empobrecía (aparentemente), sino que conseguía generar mayor riqueza y bienestar para casi todos. En esta situación era lógico que la mayor parte de la población hiciera muy poco caso del ecologismo. Esto cambia radicalmente cuando se alcanza el límite de la explotación de un recurso. Al llegar a los límites, el empresario responsable y consciente sabe que debe cuidar su stock y limitar la extracción si quiere mantener su negocio, la autolimitación no es ya una cuestión moral, es simplemente económica.
En estos siglos nos hemos acostumbrado a una mentalidad basada en el crecimiento y nuestra economía está llena de lazos de realimentación tipo “más es más”, es decir, realimentaciones que conducen al crecimiento. Bajar los impuestos, por ejemplo, conducía a estimular la actividad económica y terminar recaudando más impuestos. Pagar más a los trabajadores conducía a aumentar la actividad económica y mayores beneficios empresariales y, posiblemente, a salarios más altos. Pero ese tipo de dinámicas del crecimiento ¿no se ven cuestionadas cuando los recursos naturales ponen límites externos al crecimiento? ¿Qué pasa si, aunque suban los salarios o bajen los impuestos, no es tan sencillo aumentar la actividad económica porque los recursos son todos muy caros?
Los límites nos ponen en una tesitura nueva, en la tesitura del “más es menos”, donde el crecimiento de unos debe hacerse a costa del decrecimiento de otros y los recursos naturales introducen factores en la economía humana que hasta hace pocos años no estaban. ¿Estamos llegando a ese punto? La verdad es que produce escalofríos pensar que esa pueda ser la explicación gran parte de lo que está pasando en el mundo en los últimos años. ¿Qué está pasando? ¿No estamos viendo que el crecimiento de bancos y grandes empresas no consigue materializarse si no es a base de empobrecer cada vez más a las clases medias? ¿No será que en estos momentos están cambiando los esquemas de la realidad económica porque, simplemente, el paradigma del crecimiento está cambiando?
En estos momentos nos encontramos con un panorama material muy diferente de aquel que vio nacer al capitalismo, al socialismo, a la socialdemocracia o incluso al anarquismo. Nuestros esquemas mentales deben cambiar de forma acorde con este enorme cambio. Debemos ser extremadamente cautelosos a la hora de aconsejar aplicar una receta económica que ha sido válida en el pasado, porque la realidad está cambiando en muy poco tiempo.
¿Son válidas todavía las recetas de la socialdemocracia en este escenario de límites en el que nos encontramos? A mí me gustaría lanzar esta pregunta a todo el colectivo de los economistas críticos. Es posible que dichas recetan ya no sean válidas, porque el keynesianismo que consiguió superar la recesión de principios del siglo XX, tuvo como consecuencia un espectacular aumento del consumo de todo tipo de recursos naturales, recursos que, en estos momentos no pueden volver a crecer de esa forma, e incluso van a empezar a decrecer.
Quizá las recetas clásicas de la socialdemocracia sean muy insuficientes para superar esta crisis. Quizá se deba poner mucho más énfasis en repartir puesto que estamos en un mundo limitado, quizá tengamos que pensar en relocalizar dado que nos estamos quedando sin el combustible principal del transporte, quizá tenemos que pensar en una economía centrada en el territorio, puesto que las energías renovables dependen de él, quizá tenemos que pensar en una economía del estado estacionario y en cómo conseguir realmente el “menos es más”.
Debemos ser conscientes de que aumentar el bienestar humano y la justicia social es hoy mucho más difícil de lo que lo fue en el pasado (aunque no por ello debamos dejar de hacerlo), ya que lo que sucede no depende sólo de nuestros deseos y acciones. A los pozos de petróleo que se agotan les trae sin cuidado si la mayoría de la población mundial espera aumentar su consumo o si es injusto para con la población empobrecida. Los pozos, simplemente, se agotan.
Esto nos sitúa en una tesitura muy complicada. Porque hay que tener en cuenta una verdad muy incómoda. No sabemos si es posible un aumento del bienestar y el crecimiento económico de tod@s en este escenario de mundo limitado, pero lo que sí parece compatible con los límites del planeta (al menos por un tiempo) es el crecimiento de unas pocas élites basado en el decrecimiento de grandes mayorías. Esta escalofriante posibilidad es lo que Jorge Riechmann llama ecofascismo y no puede ser desdeñada. Es, además, una posibilidad que nos podría llevar a un poder muy represor y sangriento, dada la gran población, los millones de hambrientos y las enormes disparidades de consumo.
Sin embargo, la nota positiva viene del hecho de que, incluso un ecofascismo, debería plantearse más tarde o más temprano ese gran desacoplo economía-recursos naturales. Así pues, es preciso ponerse manos a la obra en el desarrollo de nuevas relaciones económicas que nos permitan salir adelante. No podemos dejarnos llevar por la tentación de ignorar una realidad amarga, ni por la tentación de creer en salvaciones tecnológicas milagrosas, ni por el desánimo que conduzca a la inacción.
Al fin y al cabo, estamos empezando la cuesta abajo, pero todavía tenemos muchos recursos naturales y muchas posibilidades de permitir a la toda la población mundial vivir razonablemente bien si sabemos racionalizar nuestro consumo y no basar nuestra sociedad en algo tan absurdo como el usar y tirar. Tampoco es desdeñable la posibilidad de que el decrecimiento político resulte una opción muy interesante para los pueblos empobrecidos del planeta y para sectores sociales de los países desarrollados, que ven cómo el crecimiento y la globalización los margina y explota. El decrecimiento no tiene por qué ser un concepto “ricocéntrico”, como dice Juan, de hecho, ya están surgiendo movimiento similares desde el Sur, como el “buen vivir”.
Pero en una cosa tiene razón Juan Torres; para que el decrecimiento deje de parecer una opción moral y se convierta en un movimiento válido para liderar la cuesta abajo, necesitamos teorías económicas sólidas, y el decrecimiento no las posee. El movimiento por el decrecimiento tienen sus físicos, ecólogos, filósofos y activistas pero todavía le faltan muchos más economistas. Espero que ATTAC, como uno de los movimientos de economía crítica más creativos del momento, sea consciente de este problema y sepa colaborar en la elaboración de una nueva teoría económica que nos permita tratar con esta realidad material que, aunque no nos gusta, se nos está echando encima en el siglo XXI.
Juan Torres López, Consejo Científico de ATTAC España criticaba las, a su juicio, inconsistencias del concepto decrecimiento en un artículo publicado recientemente. Aunque comparto algunas de sus opiniones, veo importante contestarle, porque me parece que concibe los problemas del medio ambiente y el decrecimiento desde un punto de vista que debemos empezar a abandonar.
En primer lugar me gustaría aclarar una cuestión. A mi juicio, el discurso decrecentista tiene dos caras. La primera es la que constata que el decrecimiento material es un hecho observable ya en algunos recursos, y, a medio plazo, seguro para muchos otros. La segunda cara, un poco más amable, es aquella que piensa que es posible obtener mayor bienestar humano consumiendo mucho menos y, por tanto, hay un camino de mejora de eficiencia (digamos de decrecimiento “político”) que puede resultar esperanzador. Es preciso distinguir este decrecimiento material y energético, que no gusta a casi nadie y no podemos cambiar, porque concierne a las leyes físicas; del decrecimiento de nuestros deseos y expectativas, (o político), deseable, y que puede conducirnos a una sociedad mejor.
Los partidarios del decrecimiento se sienten tentados de mostrar principalmente la cara amable, pero, al hacerlo, el discurso queda cojo y parece una simple exposición de buenas intenciones, loables, pero, como dice Juan Torres, poco operativas y atractivas para la mayoría. Quizá este defecto tiene su origen en el descrédito que han tenido los estudios sobre los límites del crecimiento realizados desde los años 70. Después de la alarma inicial, sufrieron unas décadas de duras críticas y la opinión general que se tiene de ellos es que se equivocaron y predijeron una escasez que no ha sucedido. El discurso de la escasez que mostraban estos estudios ha sido muy difícil de mantener estas décadas, que hemos vivido una abundancia material sin parangón en la historia humana (muy mal repartida, ciertamente, pero grande). Quizá por ello, los ecologistas hemos abandonado el discurso de la escasez para centrarnos en el daño que el ser humano hace al planeta, lo cual parece un discurso bienintencionado pero poco operativo, como decía Juan Torres.
Sin embargo, 40 años después de estos estudios, y con los datos históricos en la mano, se puede constatar que los informes sobre los límites del crecimiento no se han equivocado, más bien destaca el acierto que están teniendo a la hora de predecir variables como la población mundial o la producción industrial. Esto, y la abrumadora colección de datos científicos que evidencian que hemos superado la capacidad de carga del planeta, hace pensar que sus predicciones tienen muchos visos de convertirse en realidad: en torno a la segunda década de este siglo, con gran seguridad, vamos a encontrarnos con los límites del crecimiento y nos exponemos a algo tan poco agradable como un colapso civilizatorio, que podemos reconducir mejor o peor, pero ya sin posibilidad de una estabilización suave como la que todavía era posible en los años 70. Así pues, nos vamos a encontrar con importantes problemas para mantener a más de 7000 millones de habitantes en un planeta de recursos materiales, energéticos y tierras fértiles en declive...y tenemos muy pocos años para reconducirnos.
El decrecimiento como un hecho, no como una opción.
Ante esta primera cara de la moneda, que, con los datos en la mano, es mucho más rotunda de lo que el ciudadano medio piensa, es importante dejar atrás discursos suaves como los englobados dentro del término “desarrollo sostenible”. El “desarrollo sostenible” que hemos aplicado estas décadas (y que en casi todos los aspectos no se puede considerar sostenible) se ha basado en formas de producir que dañen menos al planeta, pero no ha querido tocar la raíz del crecimiento, y por ello ha terminado convirtiéndose en poco más que un puro maquillaje ambiental.
Por todo esto me parece que hay un problema de enfoque en el discurso de Juan Torres. Dice que, aunque es necesario “un cambio social basado en nuevas formas de producir, distribuir, consumir y pensar” discrepa del término decrecimiento y de su insistencia en el menos. Con este tipo de frases evidencia su esperanza en que eso que hemos llamado desarrollo sostenible todavía sea válido para resolver los problemas ambientales, mientras los datos y los estudios nos muestran que, claramente, no lo es.
El menos, en el terreno material, no sólo es necesario para cuidar el planeta, ahora mismo es un hecho, nos guste o no. Es obvio que tendremos que estabilizar algún día la población humana y el consumo de recursos, pero además, en el plano material, el menos ya está sucediendo.
Si tenemos en cuenta los stocks de recursos materiales renovables, es decir, todo aquello que, como las pesquerías, los bosques, la atmósfera, o las tierras fértiles, nos proporcionan recursos y absorben nuestros desechos; todos los stocks del planeta llevan décadas disminuyendo. Esto es una disminución neta en la capacidad del planeta para sostener la vida humana. Pero eso no es todo, en los últimos años también están disminuyendo los flujos, es decir, estamos teniendo problemas para extraer algunos recursos al ritmo que deseamos. Esto es ya una disminución del consumo humano forzada por causas naturales. Ya estamos viendo que la extracción de petróleo se ha estancado desde el año 2005 debido al fenómeno del pico del petróleo, y también estamos viendo la disminución de las capturas debido al colapso de numerosas pesquerías. Luego, desde el punto de vista material, consumir menos no es una opción de los partidarios del decrecimiento, es una realidad. Ya estamos decreciendo.
Tendemos a enfocar demasiado el problema ambiental como una opción moral, algo así como “tenemos que consumir menos para cuidar el planeta”, pero esta idea es antropocéntrica y falsa. No tenemos que consumir menos, vamos a consumir menos, al menos materialmente. Es cierto que la palabra decrecimiento en sí es poco atractiva como slogan y alude a algo en principio netamente negativo; pero no es cuestión de vender algo amable al ciudadano, sino de mostrar una realidad ¿Alguna idea sobre cómo vender esto un poco mejor?
La difícil sustitución de los recursos naturales
Cuando Juan Torres dice:“es necesario, ... que crezca la [producción] de aquellos [bienes materiales] que pueden contribuir a la mejor formación, a la autonomía personal, al buen criterio, etc. de los seres humanos. Aunque, lógicamente, procurando que eso se lleve a cabo sin provocar daños añadidos a la vida, al equilibrio social y al del planeta”, pone en evidencia una visión del medio ambiente muy común, pero que tenemos que empezar a abandonar. Esta visión, concibe el planeta como algo ajeno al proceso económico, e ignora que eso que llamamos economía, producción o tecnología, no son entes abstractos, sino subproductos de los recursos naturales y la energía. Tenemos que empezar a ver que, aunque hay formas de producir más limpias y eficientes, casi toda producción y actividad humana (excepto las más espirituales o artísticas) implica la apropiación de unos recursos que no quedan disponibles para otras especies. El mundo físico siempre es limitado y sujeto al problema del reparto, y el mundo físico son los mimbres con los cuales se hace nuestra economía, no son algo externo y ajeno a ella.
Las teorías económicas clásicas asumen que el papel de los recursos naturales y la energía en la producción son despreciables, y la tecnología permite la sustitución de éstos, pero cada vez son más los economistas que empiezan a dudar de esa visión. Es importante observar que las teorías económicas clásicas fueron concebidas en momentos históricos en los cuales la realidad física y tecnológica era muy diferente de la actual. Surgieron en épocas en que el planeta se encontraba lleno de recursos naturales por explotar (sobre todo combustibles fósiles) y empezaba a existir la tecnología capaz de explotarlos a gran escala. Es lógico que estas teorías conciban la naturaleza como algo ilimitado.
El panorama físico y tecnológico con el que nos encontramos ahora es muy diferente. En estos momentos los recursos empiezan a tocar sus límites y la tecnología está encontrando que, por una parte, muchos recursos naturales no son sustituibles y; por otra, casi todos los sustitutos son técnicamente inferiores. El panorama energético es especialmente relevante porque la energía es el recurso clave que permite utilizar el resto de los recursos. Ahora mismo, el petróleo está empezando a declinar y todos los sustitutos, o bien son claramente inferiores en sus prestaciones técnicas (como las baterías para acumular la electricidad y conseguir mover el vehículo eléctrico), o bien tienen techos de producción muy bajos (como los biocombustibles por su enormes requisitos de tierras y su bajo rendimiento), o bien dependen de materiales escasos (como las baterías, de nuevo), o bien son muy inmaduros y necesitarán décadas de desarrollo para ser comercializables si llegan a serlo, o bien requieren cambios sociales y culturales enormes (como la agricultura biológica como sustituto de la basada en abonos y pesticidas fabricados con petróleo, o el ferrocarril y el transporte público como sustitutos al automóvil).
La necesidad de nuevas relaciones entre la economía y los recursos naturales
Tenemos, por lo tanto, dos ideas: por una parte el decrecimiento material es un hecho, y por otra, la economía no se independiza tan fácilmente de los recursos materiales como hemos pensado. La conclusión de estas dos premisas es clara: es muy probable que el decrecimiento material conduzca, si no lo evitamos con mucha voluntad política, a una disminución muy desagradable de la calidad de vida, de la actividad económica, del bienestar social e incluso de la población humana.
Para evitar esta disminución general y catastrófica, sólo nos queda una opción: desacoplar de forma muy importante la actividad económica del consumo de recursos naturales y energía. Este enorme desacople debe ser un movimiento varios órdenes de magnitud mayor que el tímido aumento de la eficiencia o la intensidad energética que hemos visto en décadas pasadas. No es suficiente con consumir un poco menos energía por unidad de PIB. En estos momentos necesitamos un cambio varias veces mayor que todos los que hemos sabido realizar en los últimos siglos.
Este desacople economía-recursos naturales es un cambio radical en nuestra forma de concebir la producción y el consumo, es decir: un cambio radical del proceso económico. Además, sería deseable que fuera acompañado de modos de vida, valores y relaciones sociales como los que describen los partidarios del decrecimiento. Pero estos cambios personales no son sino una parte de ese cambio que debe ser, sobre todo, económico, si no queremos que el decrecimiento material nos lleve, simplemente, a la catástrofe humana.
Por eso cuando Juan Torres dice “el concepto de decrecimiento o no se puede poner en práctica o significa lo contrario de lo que propone”, si se refiera al decrecimiento material, los hechos le contradicen: ya estamos decreciendo; y se refiere al “político” espero fervientemente que se equivoque, porque, si el decrecimiento político no es posible y el decrecimiento material es inevitable, vamos a tener una caída bastante poco agradable.
Juan Torres también escribe que el decrecimiento es “un concepto ajeno a la realidad del capitalismo actual”. Probablemente tiene razón pero ¿es eso malo? ¿Significa que ecologistas y decrecentistas son idealistas nada conscientes de la realidad? Yo creo que es más bien lo contrario. Significa, simplemente, que el capitalismo es ajeno a la realidad de la tierra física, mientras los decrecentistas ven principalmente esta realidad material limitada. ¿Quién está más equivocado?
Del “más es más” al “menos el más” (a través del “más es menos”)
Durante años, todos los intentos del movimiento ecologista por aconsejar una gestión responsable de los recursos naturales chocaban contra un hecho: sobreexplotar los recursos resultaba rentable. Cuando los flujos de recursos materiales todavía podían aumentar, era muy difícil defender una limitación voluntaria. Los ecologistas defendíamos que degradar nuestros stocks era una pérdida, pero la “realidad” inmediata mostraba otra cosa muy diferente: degradar nuestro entorno no nos empobrecía (aparentemente), sino que conseguía generar mayor riqueza y bienestar para casi todos. En esta situación era lógico que la mayor parte de la población hiciera muy poco caso del ecologismo. Esto cambia radicalmente cuando se alcanza el límite de la explotación de un recurso. Al llegar a los límites, el empresario responsable y consciente sabe que debe cuidar su stock y limitar la extracción si quiere mantener su negocio, la autolimitación no es ya una cuestión moral, es simplemente económica.
En estos siglos nos hemos acostumbrado a una mentalidad basada en el crecimiento y nuestra economía está llena de lazos de realimentación tipo “más es más”, es decir, realimentaciones que conducen al crecimiento. Bajar los impuestos, por ejemplo, conducía a estimular la actividad económica y terminar recaudando más impuestos. Pagar más a los trabajadores conducía a aumentar la actividad económica y mayores beneficios empresariales y, posiblemente, a salarios más altos. Pero ese tipo de dinámicas del crecimiento ¿no se ven cuestionadas cuando los recursos naturales ponen límites externos al crecimiento? ¿Qué pasa si, aunque suban los salarios o bajen los impuestos, no es tan sencillo aumentar la actividad económica porque los recursos son todos muy caros?
Los límites nos ponen en una tesitura nueva, en la tesitura del “más es menos”, donde el crecimiento de unos debe hacerse a costa del decrecimiento de otros y los recursos naturales introducen factores en la economía humana que hasta hace pocos años no estaban. ¿Estamos llegando a ese punto? La verdad es que produce escalofríos pensar que esa pueda ser la explicación gran parte de lo que está pasando en el mundo en los últimos años. ¿Qué está pasando? ¿No estamos viendo que el crecimiento de bancos y grandes empresas no consigue materializarse si no es a base de empobrecer cada vez más a las clases medias? ¿No será que en estos momentos están cambiando los esquemas de la realidad económica porque, simplemente, el paradigma del crecimiento está cambiando?
En estos momentos nos encontramos con un panorama material muy diferente de aquel que vio nacer al capitalismo, al socialismo, a la socialdemocracia o incluso al anarquismo. Nuestros esquemas mentales deben cambiar de forma acorde con este enorme cambio. Debemos ser extremadamente cautelosos a la hora de aconsejar aplicar una receta económica que ha sido válida en el pasado, porque la realidad está cambiando en muy poco tiempo.
¿Son válidas todavía las recetas de la socialdemocracia en este escenario de límites en el que nos encontramos? A mí me gustaría lanzar esta pregunta a todo el colectivo de los economistas críticos. Es posible que dichas recetan ya no sean válidas, porque el keynesianismo que consiguió superar la recesión de principios del siglo XX, tuvo como consecuencia un espectacular aumento del consumo de todo tipo de recursos naturales, recursos que, en estos momentos no pueden volver a crecer de esa forma, e incluso van a empezar a decrecer.
Quizá las recetas clásicas de la socialdemocracia sean muy insuficientes para superar esta crisis. Quizá se deba poner mucho más énfasis en repartir puesto que estamos en un mundo limitado, quizá tengamos que pensar en relocalizar dado que nos estamos quedando sin el combustible principal del transporte, quizá tenemos que pensar en una economía centrada en el territorio, puesto que las energías renovables dependen de él, quizá tenemos que pensar en una economía del estado estacionario y en cómo conseguir realmente el “menos es más”.
Debemos ser conscientes de que aumentar el bienestar humano y la justicia social es hoy mucho más difícil de lo que lo fue en el pasado (aunque no por ello debamos dejar de hacerlo), ya que lo que sucede no depende sólo de nuestros deseos y acciones. A los pozos de petróleo que se agotan les trae sin cuidado si la mayoría de la población mundial espera aumentar su consumo o si es injusto para con la población empobrecida. Los pozos, simplemente, se agotan.
Esto nos sitúa en una tesitura muy complicada. Porque hay que tener en cuenta una verdad muy incómoda. No sabemos si es posible un aumento del bienestar y el crecimiento económico de tod@s en este escenario de mundo limitado, pero lo que sí parece compatible con los límites del planeta (al menos por un tiempo) es el crecimiento de unas pocas élites basado en el decrecimiento de grandes mayorías. Esta escalofriante posibilidad es lo que Jorge Riechmann llama ecofascismo y no puede ser desdeñada. Es, además, una posibilidad que nos podría llevar a un poder muy represor y sangriento, dada la gran población, los millones de hambrientos y las enormes disparidades de consumo.
Sin embargo, la nota positiva viene del hecho de que, incluso un ecofascismo, debería plantearse más tarde o más temprano ese gran desacoplo economía-recursos naturales. Así pues, es preciso ponerse manos a la obra en el desarrollo de nuevas relaciones económicas que nos permitan salir adelante. No podemos dejarnos llevar por la tentación de ignorar una realidad amarga, ni por la tentación de creer en salvaciones tecnológicas milagrosas, ni por el desánimo que conduzca a la inacción.
Al fin y al cabo, estamos empezando la cuesta abajo, pero todavía tenemos muchos recursos naturales y muchas posibilidades de permitir a la toda la población mundial vivir razonablemente bien si sabemos racionalizar nuestro consumo y no basar nuestra sociedad en algo tan absurdo como el usar y tirar. Tampoco es desdeñable la posibilidad de que el decrecimiento político resulte una opción muy interesante para los pueblos empobrecidos del planeta y para sectores sociales de los países desarrollados, que ven cómo el crecimiento y la globalización los margina y explota. El decrecimiento no tiene por qué ser un concepto “ricocéntrico”, como dice Juan, de hecho, ya están surgiendo movimiento similares desde el Sur, como el “buen vivir”.
Pero en una cosa tiene razón Juan Torres; para que el decrecimiento deje de parecer una opción moral y se convierta en un movimiento válido para liderar la cuesta abajo, necesitamos teorías económicas sólidas, y el decrecimiento no las posee. El movimiento por el decrecimiento tienen sus físicos, ecólogos, filósofos y activistas pero todavía le faltan muchos más economistas. Espero que ATTAC, como uno de los movimientos de economía crítica más creativos del momento, sea consciente de este problema y sepa colaborar en la elaboración de una nueva teoría económica que nos permita tratar con esta realidad material que, aunque no nos gusta, se nos está echando encima en el siglo XXI.
El 'decrecimiento' debe tender al 'mesuramiento'
Julio García Camarero
Es tan absurdo el crecimiento ilimitado, como pueda serlo el decrecimiento ilimitado.
El 1 de noviembre escribí en este blog un artículo titulado “Sobre opiniones y reflexiones sobre el decrecimiento”, en él que “me congratulaba y me alegraba de que empezara a iniciarse este tipo de debate y contrastación sobre el decrecimiento”, pues habían aparecido a finales del mes de octubre de este 2011, y casi en días consecutivos, tres artículos críticos con el decrecimiento, debidos a los autores: El blog de Onible, F. Rodrigo Mora y Juan Torres López. Pues bien, con fecha del 8 de noviembre ya ha aparecido un crítico más: Toño Hernández con un artículo de titulo: “Sobre algunas críticas incorrectas a la idea del decrecimiento”, esta vez publicado en la web “Rebelión”. Por cierto un titulo muy parecido al al de mi articulo referido, del día 1 de noviembre.
Hay que decir que el principal motivador de esta controvertida polémica fue Juan Torres, y que es a quien únicamente dedica sus dardos Toño.
Entre otras cosas, al comienzo, Toño nos dice, que “el decrecimiento es una idea en construcción” expresión que tiene cierta coincidencia con lo que manifesté en mi artículo del 1 de noviembre: “La verdad es que al pensamiento decrecentista aún le queda bastante para que se configure como algo completo, sistemático y conciso. Él es un pensamiento aún incipiente (no tiene ni dos lustros, aunque sus precedentes puedan remontarse desde Aristoteles a Georgescu Roeguen) y necesita posarse”.
Y Toño critica a Torres (adecuadamente) porque infundadamente este último tacha al decrecimiento de tan economicista como el crecimiento (esta afirmación denota un profundo desconocimiento de la teoría del decrecimiento, y sólo ganas de criticarlo).
No, el decrecimiento lo que se plantea, precisamente, es sustituir la simpleza del crecimiento lineal, cuantitativo e ilimitado, por algo más complejo diverso y humano. Y esta idea la remacha muy bien Toño al decir que: “Una de las grandes críticas que hacemos a la economía convencional es precisa-mente esa obsesión por valorar con un único indicador -el dinero-, la complejidad de las actividades económicas y sus interrelaciones”. Como diría Max Neff “no hay que poner al hombre/mujer al servicio de la economía, sino la economía al servicio del hombre/mujer”.
Pero Torres no deja de obsesionarse con el PIB, pareciéndole un crimen no defender el crecimiento, a capa y espada, para producir los bienes que necesita la población, y en este sentido dice concretamente: “lo que necesita la inmensa mayoría de la sociedad que hoy día está insatisfecha... es que crezca la producción de bienes y servicios a su disposición, y no al contrario. Aunque eso haya que hacerlo, eso sí, con otro modo de producir, de consumir y de pensar”, Y es que lo que le sucede a Juan Torres es que tiene un cierto vértigo a salirse del crecimiento es decir del capitalismo. Porque como muy bien dice Toño, “sin crecimiento no hay capitalismo”.
Y continua Torres: “El error que yo encuentro en el discurso de los partidarios del decrecimiento es que confunden la insostenibilidad que produce un mal modo de producir y una lógica desigual de reparto con un problema de cantidad. Se falla al caracterizar la realidad y entonces se aplica la terapia inadecuada”.
Pero no se trata tanto de un “mal modo de producir”, (en alguna medida representada por la “calidad de producción”) como de la cantidad producida y de la mala distribución del crecimiento. El problema básico es de cantidad (con despilfarro) y de mal reparto, y de la limitación de recursos del planeta.
Se produce demasiado y para demasiada poca gente, necesitándose además para ello aumentar abultadamente el PIB y en consecuencia caer en la esquilmación de unos recursos que ya empiezan a ser escasos.
Personalmente creo que podría ser perfectamente compatible reducir el PIB y a la vez obtener los bienes y servicios necesarios para todos los terrícolas. Y ello siempre que se perfeccionara la distribución de la riqueza y se terminara con el despilfarro y la obsolescecia programada; y por supuesto con la infinita corrupción financiera.
Pero aparte de estas acotaciones criticas y estas referencias críticas, debemos plantearnos tres o cuatro líneas maestras en torno a las cuales se configure una teoría del decrecimiento estructurada, y una profusa diversidad de acciones que potencien el decrecimiento feliz (1).
Y estas líneas (o base sistemática del decrecimiento) pueden ser las siguientes:
-Es una quimera un crecimiento ilimitado a partir de recursos limitados.
- Es una quimera un decrecimiento ilimitado sin la extrema depauperización de la población terrícola.
-Sería una quimera criminal masiva plantear un decrecimiento en el Sur.
-En consecuencia a lo que tiene que tender el decrecimiento es a un“mesuramiento”de nuestra actividad económica. Mesura que por otra parte evitará el sufrimiento de la explotación de la mujer/hombre, la explotación esquilmadora de la naturaleza y un previsible cambio climático suicida.
Se trata de obtener un mesuramiento que reducirá el consumismo, la explotación y el trabajo enajenado (asalariado) a unos límites mucho menores que los actuales (para ello es indispensable salirse del sistema capitalista, a partir de un periodo de transición) y que facilitarán más horas para la recreación, para los bienes relacionales, y en una palabra para un indispensable “desarrollo humano” (2).
En resumen: la finalidad del “decrecimiento” será conseguir el equilibrio económico global el cual se podrá lograr a partir del “decrecimiento feliz” en el Norte y del “crecimiento mesurado” en el sur (3). Esta será la única forma de redistribuir entre todos de forma global, la riqueza material.
Una vez logrado este equilibrio económico global, comenzaremos a estar en muchísimas mejores condiciones para emprender un indispensable desarrollo humano. Y además, con ello, conseguir salvar el planeta (hoy amenazado seriamente) y lograr una felicidad global.
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(1) Hay que distinguir entre “decrecimiento feliz” (con crecimiento humano) y el “decrecimiento infeliz” (sin crecimiento humano y con aceleración de la acumulación oligárquica y explotación de ser humano y de la naturaleza y con profusión de recortes salariales, y sociales).
(2) Creo que sólo el titulo de mi segundo y último libro, sobre decrecimiento, es muy sugerente en este aspecto: “El decrecimiento feliz y el desarrollo humano”.
(3) Esto último es lo que plantearé en mi tercer libro de mi trilogía decrecentista, titulado, precisamente, “El crecimiento mesurado y el desarrollo humano en el Sur”. Algo que ya anuncié en la contraportada de “El decrecimiento feliz y el desarrollo humano”
Es tan absurdo el crecimiento ilimitado, como pueda serlo el decrecimiento ilimitado.
El 1 de noviembre escribí en este blog un artículo titulado “Sobre opiniones y reflexiones sobre el decrecimiento”, en él que “me congratulaba y me alegraba de que empezara a iniciarse este tipo de debate y contrastación sobre el decrecimiento”, pues habían aparecido a finales del mes de octubre de este 2011, y casi en días consecutivos, tres artículos críticos con el decrecimiento, debidos a los autores: El blog de Onible, F. Rodrigo Mora y Juan Torres López. Pues bien, con fecha del 8 de noviembre ya ha aparecido un crítico más: Toño Hernández con un artículo de titulo: “Sobre algunas críticas incorrectas a la idea del decrecimiento”, esta vez publicado en la web “Rebelión”. Por cierto un titulo muy parecido al al de mi articulo referido, del día 1 de noviembre.
Hay que decir que el principal motivador de esta controvertida polémica fue Juan Torres, y que es a quien únicamente dedica sus dardos Toño.
Entre otras cosas, al comienzo, Toño nos dice, que “el decrecimiento es una idea en construcción” expresión que tiene cierta coincidencia con lo que manifesté en mi artículo del 1 de noviembre: “La verdad es que al pensamiento decrecentista aún le queda bastante para que se configure como algo completo, sistemático y conciso. Él es un pensamiento aún incipiente (no tiene ni dos lustros, aunque sus precedentes puedan remontarse desde Aristoteles a Georgescu Roeguen) y necesita posarse”.
Y Toño critica a Torres (adecuadamente) porque infundadamente este último tacha al decrecimiento de tan economicista como el crecimiento (esta afirmación denota un profundo desconocimiento de la teoría del decrecimiento, y sólo ganas de criticarlo).
No, el decrecimiento lo que se plantea, precisamente, es sustituir la simpleza del crecimiento lineal, cuantitativo e ilimitado, por algo más complejo diverso y humano. Y esta idea la remacha muy bien Toño al decir que: “Una de las grandes críticas que hacemos a la economía convencional es precisa-mente esa obsesión por valorar con un único indicador -el dinero-, la complejidad de las actividades económicas y sus interrelaciones”. Como diría Max Neff “no hay que poner al hombre/mujer al servicio de la economía, sino la economía al servicio del hombre/mujer”.
Pero Torres no deja de obsesionarse con el PIB, pareciéndole un crimen no defender el crecimiento, a capa y espada, para producir los bienes que necesita la población, y en este sentido dice concretamente: “lo que necesita la inmensa mayoría de la sociedad que hoy día está insatisfecha... es que crezca la producción de bienes y servicios a su disposición, y no al contrario. Aunque eso haya que hacerlo, eso sí, con otro modo de producir, de consumir y de pensar”, Y es que lo que le sucede a Juan Torres es que tiene un cierto vértigo a salirse del crecimiento es decir del capitalismo. Porque como muy bien dice Toño, “sin crecimiento no hay capitalismo”.
Y continua Torres: “El error que yo encuentro en el discurso de los partidarios del decrecimiento es que confunden la insostenibilidad que produce un mal modo de producir y una lógica desigual de reparto con un problema de cantidad. Se falla al caracterizar la realidad y entonces se aplica la terapia inadecuada”.
Pero no se trata tanto de un “mal modo de producir”, (en alguna medida representada por la “calidad de producción”) como de la cantidad producida y de la mala distribución del crecimiento. El problema básico es de cantidad (con despilfarro) y de mal reparto, y de la limitación de recursos del planeta.
Se produce demasiado y para demasiada poca gente, necesitándose además para ello aumentar abultadamente el PIB y en consecuencia caer en la esquilmación de unos recursos que ya empiezan a ser escasos.
Personalmente creo que podría ser perfectamente compatible reducir el PIB y a la vez obtener los bienes y servicios necesarios para todos los terrícolas. Y ello siempre que se perfeccionara la distribución de la riqueza y se terminara con el despilfarro y la obsolescecia programada; y por supuesto con la infinita corrupción financiera.
Pero aparte de estas acotaciones criticas y estas referencias críticas, debemos plantearnos tres o cuatro líneas maestras en torno a las cuales se configure una teoría del decrecimiento estructurada, y una profusa diversidad de acciones que potencien el decrecimiento feliz (1).
Y estas líneas (o base sistemática del decrecimiento) pueden ser las siguientes:
-Es una quimera un crecimiento ilimitado a partir de recursos limitados.
- Es una quimera un decrecimiento ilimitado sin la extrema depauperización de la población terrícola.
-Sería una quimera criminal masiva plantear un decrecimiento en el Sur.
-En consecuencia a lo que tiene que tender el decrecimiento es a un“mesuramiento”de nuestra actividad económica. Mesura que por otra parte evitará el sufrimiento de la explotación de la mujer/hombre, la explotación esquilmadora de la naturaleza y un previsible cambio climático suicida.
Se trata de obtener un mesuramiento que reducirá el consumismo, la explotación y el trabajo enajenado (asalariado) a unos límites mucho menores que los actuales (para ello es indispensable salirse del sistema capitalista, a partir de un periodo de transición) y que facilitarán más horas para la recreación, para los bienes relacionales, y en una palabra para un indispensable “desarrollo humano” (2).
En resumen: la finalidad del “decrecimiento” será conseguir el equilibrio económico global el cual se podrá lograr a partir del “decrecimiento feliz” en el Norte y del “crecimiento mesurado” en el sur (3). Esta será la única forma de redistribuir entre todos de forma global, la riqueza material.
Una vez logrado este equilibrio económico global, comenzaremos a estar en muchísimas mejores condiciones para emprender un indispensable desarrollo humano. Y además, con ello, conseguir salvar el planeta (hoy amenazado seriamente) y lograr una felicidad global.
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(1) Hay que distinguir entre “decrecimiento feliz” (con crecimiento humano) y el “decrecimiento infeliz” (sin crecimiento humano y con aceleración de la acumulación oligárquica y explotación de ser humano y de la naturaleza y con profusión de recortes salariales, y sociales).
(2) Creo que sólo el titulo de mi segundo y último libro, sobre decrecimiento, es muy sugerente en este aspecto: “El decrecimiento feliz y el desarrollo humano”.
(3) Esto último es lo que plantearé en mi tercer libro de mi trilogía decrecentista, titulado, precisamente, “El crecimiento mesurado y el desarrollo humano en el Sur”. Algo que ya anuncié en la contraportada de “El decrecimiento feliz y el desarrollo humano”
Acuerdos y desacuerdos sobre crecimiento y decrecimiento
Juan Torres López - Rebelión
Como lo que me importa es acercar posiciones y tratar de superar las diferencias que se puedan estar dando en el ámbito de las interpretaciones que cada uno hace de los demás y no en los contenidos auténticos de las propuestas, voy a comentar solo algunas cuestiones de manera sucinta.
1. Empezaré por algo muy importante porque entiendo que siente mal el que lo haya afirmado.
Reconozco que puede parecer injusto afirmar que la utilización del término decrecimiento es desmovilizador. Puede ser injusto porque la verdad es que en torno al decrecimiento se han movilizado un buen número de personas y grupos de muy diversa procedencia a los que valoro y aprecio extraordinariamente por su compromiso y ejemplo y así lo afirmo en el artículo. Acepto con la mayor humildad el haber utilizado esa expresión en un contexto que puede incluso resultar ofensivo cuando, en realidad, yo quería referirme a otro problema y no era mi intención, de ninguna manera, ofender a quienes defienden las tesis del decrecimiento. Pido sinceramente excusas por ello.
Lo que trato de concluir al final es que si la gente entiende por decrecimiento lo que de entrada es, el negativo del crecimiento, puede generar desmovilización, porque ni va a ser capaz de transmitir lo que de positivo tienen los contenidos de las tesis del decrecimiento (austeridad, armonía, equilibrio...) ni de mostrar la inconveniencia del crecimiento. Y creo que eso es así porque, como explico en el artículo y comento en este texto más abajo, creo que el decrecimiento necesita un adjetivo, es decir, ir acompañado de algo que indique qué debe decrecer para que pueda ser inteligible sin confusiones y en qué medida (en esto coincido con Naredo pero no creo que eso sea un guiño, como dice Toño Hernández, pues francamente ni suelo ni necesito guiñarle a nadie).
2. En segundo lugar, quisiera reiterar que yo no dedico el artículo a criticar las tesis del decrecimiento (que una vez más digo que en gran medida comparto) sino el término que las contiene -"decrecimiento"- porque, como acabo de avanzar, creo sinceramente que induce a confusión, entre otros, incluso a algunos defensores de dichas tesis; y porque, como digo en el artículo, me parece que no se puede hacer operativo dado que la puesta en marcha de tesis como las decrecentistas (que yo en gran parte comparto) creo que seguramente implica decrecer en unos aspectos, campos o actividades y crecer en otros.
Puede que yo esté equivocado interpretando eso pero me gustaría que se entendiera que si pongo este asunto sobre la mesa del debate no es para atacar a las tesis del decrecimiento (la mayoría de las cuales comparto, insisto una vez más) sino para hacer ver que éstas pueden perder una gran parte de su capacidad movilizadora e incluso de su atractivo. Lamento que esto no se entienda y se me ataque como a una especie de infiel que pusiera en cuestión el núcleo central de las creencias sagradas.
Y, además de ello, he tratado de mostrar que el uso del término es intrínsecamente confuso porque me parece a mí que (para quienes no conozcan su otra acepción, que no tiene por qué conocerla todo el mundo) el decrecimiento es lo que es: disminución de la cantidad (aunque ya sé que a tiene otra acepción para sus partidarios y el problema que yo pongo sobre la mesa es que quizá ésta no siempre pueda quedar clara para el resto de las personas). Y que muchos economistas críticos (e incluso ya los no tan críticos) ponen en cuestión desde hace años que la simple medida de la cantidad pueda ser un buen criterio para valorar la bondad o eficiencia de los procesos económicos, por muy adecuada que sea cuando solo se trata de medir lo monetario.
En lugar de mostrarme si estoy o no equivocado en este aspecto, Toño Hernández se dedica a reprocharme todas las maldades de la economía convencional, las cuales yo también vengo tratando de combatir, por muy modestamente que sea, desde hace tiempo. Quizá avanzásemos más si viese en mi texto una reflexión fraternal que quiere ayudar a aclarar entre todos los problemas que plantea un término y no una crítica frontal a sus contenidos.
3. En tercer lugar, tengo que señalar que también sé que hay diversas corrientes y que el decrecimiento no es un cuerpo cerrado. Y acepto que yo me he centrado principalmente en las expresiones que han vinculado más estrechamente el término a la evolución del PIB. Pero yo no tengo culpa de eso. Es más bien una prueba de las tensiones, dificultades y problemas que puede provocar el término, como bastantes decrecentistas han reconocido.
Han sido diversos los decrecentistas, que aquí no voy a citar para no alargar este texto, los que han vinculado expresamente el decrecimiento a una caída del PIB y tampoco yo tengo culpa de ello.
Eso no quita, sin embargo, que yo tenga la seguridad de que la inmensa mayoría de quienes defienden las tesis del decrecimiento rechazan la mitificación del PIB, su uso como un tótem cuyas variaciones explican todo.
Mi tesis es otra: las limitaciones y ambivalencia del término decrecimiento, que obliga a señalar qué debe decrecer cuando esto no es fácilmente determinable, son las que llevan a que haya quien reduzca el problema a la vía fácil que es el recurso al PIB. Si se acepta que las propuestas que hay detrás de las tesis del decrecimiento implican que unas actividades crezcan y otras no, sería imposible centrar la estrategia solo en el decrecimiento de todo tipo de actividad de producción o consumo. Si no se acepta eso y se generaliza la estrategia diciendo que toda actividad debe decrecer, entonces es fácil, creo yo, que se caiga en la simplificación a la que me refiero y que critico.
Creo modestamente que sobre esta tesis, que es la que yo sustento y no otras, no se pronuncia Toño Hernández.
4. No es verdad, por otro lado, que yo insinúe -como afirma Toño Hernández- que de lo que se trata es de “disponer de un indicador que proporcione ese 'cómputo final' que nos indique lo que ocurre con 'la economía en conjunto'” .
Precisamente es Carlos Taibo el que se refiere a ese tipo de cómputo para el conjunto de la economía:
"Harina de otro costal es, claro, lo que sucedería si utilizásemos indicadores alternativos que valoren en su justo punto las actividades -enunciemos su condición de manera muy general- de cariz social y medioambiental. No hay ningún motivo para rechazar que, entonces, el retroceso de los sectores económicos cuya actividad queremos que se reduzca se vería compensado por el impulso que recibirían esos menesteres sociales y medioambientales, con lo que, en el cómputo final, la economía en conjunto podría, con arreglo a esos indicadores, no decrecer". Carlos Taibo, "Sobre el término decrecimiento y sus usos", Diagonal 16 de abril de 2009 ).
Lo que yo digo en el artículo es todo lo contrario: que es imposible disponer de un indicador de esa naturaleza. Y lo afirmo por una razón que señalo en el artículo:
"los factores que inevitablemente hemos de tomar en consideración si queremos poner sobre la mesa una propuesta política integral de progreso social (monetarios, materiales, físicos, energéticos, éticos, emocionales...) y no una puramente economicista (basada en una simple medición de la actividad con expresión monetaria), son heterogéneos y no se pueden integrar en una magnitud homogénea que proporcione un resultado de crecimiento o decrecimiento que sea inequívocamente satisfactorio o indiscutible".
Si esto es así, entonces el término decrecimiento es tan poco útil o deseable como el de crecimiento.
Esta es mi tesis principal y lo que me gustaría es que Toño Hernández, o cualquier otra persona, me dijese si es correcta o no pues yo estaré dispuesto a cambiar mi opinión si encuentro que su criterio es más razonable que el mío.
5. En quinto lugar me parece que Toño Hernández me malinterpreta lamentablemente de una forma bastante burda, aunque estoy seguro que no malintencionada, cuando escribe el siguiente párrafo refiriéndose a mí:
"la constatación de las enormes desigualdades provocadas por el “capitalismo neoliberal” le lleva a reivindicar el crecimiento como única manera operativa de resolverlas. Ésta, seguramente sea la principal diferencia con algunos economistas progresistas: la de que el problema sólo es de distribución y del modo de producción capitalista".
En contra de lo que me achaca Toño, me parece que es sencillamente falso de toda falsedad que yo defienda " el crecimiento como única manera operativa" de resolver las desigualdades, entre otras cosas, porque no estoy tan ciego como para no ver el despilfarro continuo que hay a mí alrededor. En contra de los que me achaca Toño, tengo la seguridad, y así lo he escrito muchas veces, que si se distribuyese con más justicia sería suficiente con producir menos, aunque en todo caso es igualmente obvio que con distribuir mejor no basta para resolver los problemas a los que nos estamos refiriendo.
Lo que yo digo es que no es malo que crezca aquello que los seres humanos necesitan, pero eso no es "el crecimiento" al que se refiere la economía convencional ni, creo yo, las tesis del decrecimiento. No solo porque no se refiere solo a lo monetario sino, entre otras cosas, porque en esa satisfacción humana que propongo que crezca entiendo que debe descontarse la insatisfacción que produce destrozar nuestro medio ambiente, inutilizar nuestros recursos, etc.
También es falso que yo diga que el problema sea solo de distribución (entre otras cosas porque no hay problema de distribución que sea separable de el de la producción). Yo afirmo que hay que cambiar de modo de producir, de consumir y de pensar y eso tiene muy poco que ver con la simple distribución, con el aumento del PIB que defiende la economía convencional o con meros cambios en el modo de producción.
Toño se inventa que yo defiendo el crecimiento indefinido para criticarme y sin embargo soslaya lo que lo yo dejo escrito claramente para expresar mi pensamiento contrario al crecimiento convencional:
"La alternativa no puede ser simplemente disminuir cuantitativamente la actividad económica sino distribuir con justicia y para ello reorientar la actividad económica hacia la satisfacción que tiene que ver con la vida humana en el oikos, liberándola de la esclavitud que le impone el mercado al universalizar el intercambio mercantil y el uso del dinero (la "puta universal", como Marx recordaba que lo llamó Shakespeare) como equivalente general.
Ni siquiera debería darnos miedo el verbo crecer. Todo lo contrario. Es deseable crecer (e incluso creo que ello comporta un mensaje más humano y optimista) en la satisfacción de las necesidades humanas, en la producción de todo aquello que las satisface de un modo equilibrado. Hacer crecer la satisfacción solidaria y pacífica de las necesidades humanas no es algo indeseable sino una aspiración lógica que no tenemos derecho a frustrar, aunque, eso sí, tenemos que aprender a conjugarla en la práctica con la austeridad, con el equilibrio, con el amor a la especie y a la naturaleza y, sobre todo, con el respeto indeclinable al derecho que todos los seres humanos tenemos a estar igual de satisfechos que los demás y que es el que obliga a negociar y establecer de un modo democrático la pauta del reparto de la riqueza".
Esta es mi tesis, y no la que me achaca Toño, y me parece que si me quiere criticar (que está en su derecho y yo se lo agradezco) lo que debe hacer es referirse a lo que yo exactamente afirmo pero no a otra cosa que yo no digo.
5. Por otro lado, Toño tiene mucha razón en que hay una pregunta central y reconozco que yo debiera de haberle dado respuesta de una manera más explícita en el artículo que él critica. Es la de si es posible "que crezca la producción de bienes y servicios con un decrecimiento del consumo de energía y materiales".
No sé si está perfectamente planteada (porque no estoy seguro, por ejemplo, de que tuviera que decrecer el consumo de energía solar o el de todo tipo de materiales) pero mi respuesta, en todo caso, es triple:
a) que el objetivo no debería ser -como hace la economía convencional- el crecimiento de la producción de bienes y servicios sino el de la satisfacción humana en el sentido integral al que me he referido.
b) que la producción de bienes y servicios no puede computarse con independencia (como hace la economía convencional) del consumo de energía, materiales o incluso de ecosistemas que lleve consigo.
c) que aunque no estoy muy seguro de ello, yo tiendo a creer (y de ahí también mi crítica al término decrecimiento) que las dos respuestas anteriores implican disponer de una fórmula o criterio de utilización de los recursos y de las estrategias de consumo y producción algo más compleja que la que consistente simplemente en afirmar que se debe crecer o decrecer.
Esta es mi tesis y también me gustaría que Toño me indicara en qué me equivoco pero sin imputarme ideas o afirmaciones que yo no hago ni creo haber sostenido nunca.
6. También creo que Toño Hernández hace una serie de afirmaciones que a mí modesto modo de ver no me parecen del todo bien fundadas. Por ejemplo, cuando afirma que " no podemos estar hablando de justicia, de igualdad y de solidaridad, sin reconocer que la consecución efectiva de esos ideales pasa por una disminución drástica de nuestro consumo de recursos materiales".
Yo creo que decir eso así, de una manera tan generalizada, es equivocado y es lo que me lleva a opinar que el término decrecimiento es desafortunado. La lucha contra el hambre (y seguramente en general contra las principales carencias que sufre la inmensa mayoría de la población mundial) creo que muestra lo contrario siempre cierto, como eierto, como el queidoasta para resolver los problemas a los que nos estamos refiriendo.gia dicieión . En contra de lo que dice Toño, yo creo que podemos hablar de justicia, igualdad y solidaridad para acabar con el hambre y la desnutrición aumentando el consumo de materiales (por la mayor y mejor alimentación de miles de millones de personas). Lo bueno es que imponer un régimen global de seguridad y justicia alimentarias seguramente llevaría consigo paralelamente la disminución de la producción total (algunos estudios estiman que se produce suficiente para el doble de la población mundial, es decir que sobran alimentos a pesar de que hay tanta hambre porque se despilfarra) y un modo diferente de producir, distribuir y consumir los alimentos que igualmente implicaría (debería implicar) menos gasto energético, material o incluso financiero. Por tanto, quizá no todo consumo de materiales decrecería ni todo crecimiento en el consumo de materiales tendría por qué ser indeseable.
(No entraré ahora en las implicaciones de tesis más fatalistas del decrecimiento que estiman que lo que sobran son personas y que también la población debe decrecer)
Es por eso que creo que también se confunde Toño Hernández cuando identifica la satisfacción global de las necesidades (entendidas éstas últimas como he señalado antes) que yo defiendo con el " aumento del consumo de forma global" porque las necesidades humanas no solo se satisfacen disponiendo de más cosas.
7. Para terminar, me resulta obligado señalar que creo que es completamente injusto y desconocedor de mi pensamiento que Toño Hernández afirme que lo que " Juan Torres propone es la necesidad de seguir creciendo, más o menos con los mismos fundamentos que posibilitaron el “Estado de bienestar” en un número reducido de países". Eso es un invento suyo, no una propuesta mía.
Creo que bastaría con leer mis trabajos, mis libros, mis manuales o el propio articulo último sobre el decrecimiento para deducir claramente que eso no es eso lo que yo propongo.
He dedicado un libro ("Desigualdad y crisis económica") a analizar y criticar el Estado de Bienestar y a poner de relieve que, como una expresión que es del sistema capitalista, conllevaba en su interior las contradicciones que darían lugar a mayor explotación del trabajo, a mayor destrucción del planeta y a peores condiciones de vida. En el artículo sobre decrecimiento afirmo concretamente que hay que cambiar de modo de producir, de consumir y de pensar y en muchas ocasiones -concretamente al abordar el tema de la crisis actual- he afirmado que para salir de los problemas sociales, económicos, ambientales... en los que estamos es preciso salirse del sistema porque no tienen solución dentro de él. Por tanto, sencillamente no es verdad que yo defienda, como dice Toño Hernández, "“hacer crecer la tarta” para que haya más que repartir" y mucho menos hacerlo con los mismos fundamentos que lo hiciera el Estado de Bienestar de la postguerra. No es verdad y creo que Toño debería haber leído algo más de lo que escribo antes de caricaturizar así mi pensamiento.
Por otro lado, es verdad que yo no me dedico a la economía ecológica, por simples razones de especialización, pero también es falso que yo me niegue " a introducir la base física material en sus ecuaciones y propuestas económicas". Acepto que se me critique que no sepa hacerlo o que no lo haga bien o suficientemente pero no el que me niegue a ello porque es eso justamente lo que he propuesto que se debe hacer en diversos trabajos, desde los más especializados hasta los más divulgativos, como las manuales de economía para la universidad o el bachiller en los que enseño que uno de los retos más importantes de la economía es, precisamente, contar con la base material de los procesos económicos, que hasta ahora se han considerado solamente en su expresión monetaria.
Lo que justamente critico desde hace años es que la economía convencional se centre en la cantidad y en la expresión monetaria de los procesos económicos y que se haya apartado del verdadero objetivo primario de la actividad económica que, como dice Georgescu-Roegen, no puede ser otro que "l a conservación de la especie humana".
En definitiva, lo que yo he tratado de plantear es lo que piensan también algunos decrecentistas como Spangenber cuando dice:
"La cuestión no es si queremos o no más crecimiento, sino qué tipo de desarrollo queremos alcanzar (...) tenemos que hablar de objetivos reales en lugar de objetivos intermedios como el crecimiento. El crecimiento no es un fin en sí mismo, ni siquiera un medio, solo es una consecuencia (...) Esta es mi principal preocupación en lo que se refiere al debate sobre el decrecimiento: no quiero hablar de crecimiento. Me preocupa que el concepto de decrecimiento produzca un mayor enfoque en el concepto de crecimiento. Es como ir en el mismo tiovivo intentando cambiar de sentido" (Marta Jofra Sora, "Conversaciones con Joachim Spangenberg". En Ecología Política, nº 35, p. 10. Subrayado mío)
8. Algunas personas que me conocen saben que he mantenido sin publicar estos textos sobre el término decrecimiento durante casi dos años. Incluso pensé que definitivamente no iban a ver la luz, precisamente, porque temía que una propuesta de debate sobre el concepto se entendiera como un ataque a una práctica o a la filosofía que hay detrás de él. No me he equivocado pero hubiera preferido estarlo, o quizá no haber escrito lo escrito, porque es descorazonador comprobar que todavía confundimos el debate con el combate y la facilidad que tenemos para convertir nuestras naturales diferencias en grietas abiertas entre nosotros.
Sobre algunas críticas incorrectas a la idea del decrecimiento
noviembre 08, 2011
2 comments
Toño Hernández - Rebelión
Primero conviene aclarar que no parece que exista un “corpus” único ni cerrado del decrecimiento, por lo que las opiniones aquí vertidas pueden coincidir o no con las de otras personas que defiendan el decrecimiento. Esto no debe significar un problema ya que el decrecimiento es una idea en construcción, y por otra parte también existen diferentes enfoques sobre el socialismo, comunismo, economía ecológica o keynesianismo, por poner algunos ejemplos.
La crítica más seria que se hace al decrecimiento es la de que, usando ese término, necesariamente se sitúa en el mismo marco conceptual que dice criticar, es decir el del crecimiento (Naredo y Juan Torres). Dice Juan Torres: “es innegable que cuando utilizan ese término están hablando de disminuir los indicadores que miden la dimensión cuantitativa y monetaria de la actividad económica y más concretamente el PIB”. Esta afirmación no es cierta. El decrecimiento se distingue por apostar claramente por la reducción del consumo de materia y energía y no plantea como objetivo la reducción del PIB para alcanzar ese objetivo.
Desde el decrecimiento se habla de superar el PIB como indicador de prosperidad y adoptar otros indicadores biofísicos y sociales que integren tanto la perspectiva ecológica como los llamados “bienes relacionales”, dentro de los cuales los trabajos de cuidados realizados mayoritariamente por las mujeres tendrían que tener su relevancia.
Por tanto no se trata “disponer de un indicador que proporcione ese 'cómputo final' que nos indique lo que ocurre con 'la economía en conjunto'” como insinúa Juan Torres, sino de disponer de varios indicadores, lo que desde la economía ecológica se denomina “valoración multicriterio” (Joan Martínez Alier). Una de las grandes críticas que hacemos a la economía convencional es precisamente esa obsesión por valorar con un único indicador -el dinero-, la complejidad de las actividades económicas y sus interrelaciones.
Ahora bien, si en el marco económico actual, la reducción del consumo de energía y materiales implica que disminuya el PIB, eso es algo “externo” a la propuesta y aspiraciones decrecentistas. Economistas ecológicos (especialmente Óscar Carpintero en España) y también la Agencia Internacional de la Energía, han señalado que existe una clara correlación entre el consumo de energía y materiales y el crecimiento del PIB en el capitalismo actual. Y que a pesar de la llamada “desmaterialización”, ésta es un mito que no ha llegado a producirse en las economías avanzadas. Esto tiene que ver con que en una economía globalizada, las externalidades de la economía se exportan mediante la deslocalización, y por lo tanto no se puede analizar por separado los impactos de la producción en una región.
Si se comparte que es imprescindible reducir el consumo de recursos, ya que hemos superado la capacidad de carga y de regeneración del planeta, parece inevitable (y necesario) que en los países y sectores más derrochadores disminuya el PIB a menos que se cambie de marco conceptual, que es lo que nos gustaría y por lo que apostamos los defensores del decrecimiento.
Por tanto la inconsistencia no se presenta desde el decrecimiento sino desde sus críticos. En este punto creo que la discrepancia con Juan Torres es más seria: “lo que necesita la inmensa mayoría de la sociedad que hoy día está insatisfecha... es que crezca la producción de bienes y servicios a su disposición, y no al contrario. Aunque eso haya que hacerlo, eso sí, con otro modo de producir, de consumir y de pensar”, ya que la constatación de las enormes desigualdades provocadas por el “capitalismo neoliberal” le lleva a reivindicar el crecimiento como única manera operativa de resolverlas. Ésta, seguramente sea la principal diferencia con algunos economistas progresistas: la de que el problema sólo es de distribución y del modo de producción capitalista.
El reto lo tienen los economistas que defienden esta postura ¿es posible que crezca la producción de bienes y servicios con un decrecimiento del consumo de energía y materiales? Si es así, ese modo de producir, de consumir y de pensar, es totalmente sinérgico con las propuestas del decrecimiento. Y si no es posible, ¿se puede seguir defendiendo el aumento del consumo de forma global dada la dimensión de la crisis ecológica?.
Lo que no se puede obviar es que, incluso con las enormes desigualdades existentes, la mayoría de la población de los países ricos tenemos una huella ecológica que excede con mucho la que corresponde a cada habitante del planeta. No podemos estar hablando de justicia, de igualdad y de solidaridad, sin reconocer que la consecución efectiva de esos ideales pasa por una disminución drástica de nuestro consumo de recursos materiales. Lo contrario es una quimera que no se puede sostener sobre ninguna base material ni productiva; simplemente porque el planeta no tiene recursos suficientes ni puede tolerar más contaminación sin consecuencias desastrosas especialmente para esas mayorías desheredadas. Lo que no significa que las reducciones tengan que ser iguales ni para todas las personas ni para todos los tipos de consumo.
Es sorprendente escuchar análisis económicos, marxistas o no, que ignoran las posibilidades y limitaciones de la base física material para hacer sus propuestas; más nos valdría ir pensando estrategias de lucha económica, sindical y laboral que incorporen esta realidad material acerca del estado del planeta y de sus límites y no estar prometiendo paraísos imposibles.
Aunque haya defensores del decrecimiento que no hablen de lucha de clases, otros si lo hacemos, y casi todos abogamos por una sociedad sin desigualdades, poniendo mucho énfasis en la redistribución de los bienes y servicios. Algunos defendemos que eso se puede hacer en el marco del socialismo, del comunismo o del anarquismo y otros no se pronuncian sobre el particular. Y en todo caso somos de la opinión de que defender el decrecimiento es total y absolutamente anticapitalista, ya que éste es un modelo económico y social que necesita del crecimiento continuo para poder realizar el proceso de acumulación del capital. Sin crecimiento, no hay capitalismo.
Otra serie de críticas señalan el poco “rigor” conceptual del decrecimiento ya sea porque éste no puede durar eternamente ni ser un “objetivo generalizado” y entonces lo que hay que hacer es una “reconversión del proceso económico” (Naredo); ya sea porque hay “que hacerlo operativo. Si se le dice a la sociedad que la solución a sus problemas es que decrezcan la producción y el consumo debe decírsele en qué cuantía concreta deben bajar porque, lógicamente, no puede dar igual que baje un 5 que un 50 o un 500%”(Juan Torres).
Tenemos que decir que no entendemos muy bien lo del “rigor” en una disciplina académica que se distingue por tener en su interior una cierta variedad de paradigmas, teorías y propuestas tremendamente contradictorias entre sí, que no suele ser muy “fina” a la hora de acertar en sus predicciones, y que provoca, en el caso del decrecimiento, que sea apoyado y rechazado a la vez por economistas de distintas “escuelas” e incluso de la misma “escuela”.
Un primer error de estas críticas deriva, en nuestra opinión, de considerar el “decrecimiento” como una propuesta o teoría esencialmente económica, que aspirara a competir con otras propuestas alternativas (económicas o sociales). A día de hoy resulta difícil catalogarle: propuesta, proyecto, idea, palabra-bomba, eslogan, modelo de sociedad, provocación intelectual... Quizá no seamos capaces de definirle exactamente pero si podemos decir lo que no es. No es una teoría económica y no es un objetivo generalizado. ¿Por qué?
En primer lugar porque el decrecimiento ha inventado muy pocas cosas: simplemente bebe de un montón de ideas y teorías previas, especialmente del ámbito de la economía ecológica, de la ecología social y política y de las prácticas de muchos movimientos sociales diversos. Y creemos que su gran acierto ha sido precisamente ser capaz de aglutinar con un lenguaje común, además de poner en diálogo, a propuestas y prácticas que iban cada una por su lado sin buscar las sinergias. Desde esta óptica una definición o metáfora relevante para calificar al decrecimiento sería la de “paraguas” bajo el que conviven diferentes ideologías y perspectivas transformadoras. Algo similar a lo que está ocurriendo con el movimiento 15-M.
En segundo lugar, no puede ser un objetivo permanente porque eso es tan absurdo (hay un límite inferior para garantizar la vida) que ni habría que insinuarlo; el decrecimiento propone una reconversión del proceso económico y del modelo productivo que implique una disminución de la presión sobre la naturaleza hasta límites razonables.
Desde esta perspectiva el decrecimiento podría catalogarse como una “herramienta” temporal para ajustar la economía a los límites planetarios.¿Hasta dónde? Incluso en esto la respuesta del decrecimiento puede ser más precisa que la que suele demostrar la economía convencional: hasta ajustarnos a la capacidad del medio natural, sabiendo que habrá que alcanzar un equilibrio dinámico y variable en función de la evolución de las sociedades y la naturaleza.
Y si hay que poner números, podemos adelantar algún dato, dentro de la imprecisión de los conocimientos científicos y de los datos estadísticos económicos. Por los estudios de Huella ecológica (y la Evalución de los Ecosistemas del Milenio), sabemos que actualmente superamos en un 30% la capacidad del planeta. Este es un primer objetivo de reducción global. Pero también sabemos que nuestro Estado supera en bastante más (harían falta entre 2,5 y 3 planetas para que todo el mundo viviera como la media española) lo que nos correspondería si queremos garantizar a todos los habitantes del planeta lo mismo que para nosotros. Por contra, hay estudios (Rosa Lago e Iñaki Bárcena) que demuestran que se puede alcanzar un bienestar similar al español en los indicadores sociales básicos, consumiendo la cuarta parte de energía.
Los economistas progresistas deberían estar dedicando más atención a cómo hacer la reconversión para ajustarse a esos inequívocos datos físicos, en vez de seguir proponiendo soluciones que no abordan ese problema de fondo. Y deben hacerlo teniendo en cuenta el otro problema de fondo, la justicia y equidad para todas y todos, porque es posible armonizar los dos asuntos. Es más, creemos que no se podrá solucionar uno sin el otro.
E igualmente, si “es muy difícil, por no decir imposible, separar la producción y el consumo de 'ricos y pobres'” (aunque la verdad no entendemos esta dificultad cuando él mismo hace propuestas para gravar en mayor cuantía a las rentas más altas, o cuando las estadísticas comerciales mundiales son lo suficientemente evidentes), lo razonable sería que los economistas se dediquen a elaborar o perfeccionar instrumentos analíticos para ajustar la economía a los recursos y no los recursos a los instrumentos analíticos que tenga la economía. Tampoco hay que empezar desde cero porque nos consta que en la economía ecológica, la economía ambiental o la ecología industrial, entre otros, hay ya suficientes instrumentos para caminar en ese sentido.
Dice Juan Torres: “El error que yo encuentro en el discurso de los partidarios del decrecimiento es que confunden la insostenibilidad que produce un mal modo de producir y una lógica desigual de reparto con un problema de cantidad. Se falla al caracterizar la realidad y entonces se aplica la terapia inadecuada”. Desgraciadamente, también hay un problema de “cantidad” absoluta , no sólo mala manera de producir o de repartir: el bloqueo de los ecosistemas, el agotamiento de recursos y la superación de los límites se produce al alcanzar unas cantidades determinadas y no por la forma en que se hayan alcanzado: los científicos del cambio climático advierten de que no conviene alcanzar una cantidad concreta de emisiones de gases de efecto invernadero; sabemos que hay cantidad más o menos definidas de recursos materiales accesibles; conocemos la cantidad aproximada de biomasa que es capaz de producir la biosfera a través de la fotosíntesis, etc.
El error de Juan Torres es confundir deseos con realidades y endosar al decrecimiento sus propias contradicciones. Porque desgraciadamente ha habido, hay y puede haber modelos con lógicas de distribución más igualitarias que también provocan insostenibilidad en su modelo de producción y consumo. No creemos que haga falta dar ejemplos pero podemos mirar en el Informe Planeta Vivo qué países tienen una huella por encima de las posibilidades de sus territorios para comprender que el problema es más serio que hablar sólo de distribución equitativa y justa. En cualquier caso, volvemos a señalar que el decrecimiento señala el asunto de la distribución como una condición esencial para un modelo de sociedad que tenga alguna posibilidad real de ser sostenible.
También se acusa al decrecimiento de ser un término que no convoca y que no puede conseguir adhesiones de mayorías para caminar hacia otro modelo de sociedad. Juan Torres argumenta todas esas críticas de esta manera: “Una propuesta desmovilizadora y políticamente inocua, aunque esté llena de buenas intenciones. El problema de confundir la naturaleza del capitalismo de nuestros días no solo lleva a proponer una estrategia inadecuada para resolver el problema objetivo de la destrucción ambiental y del mal uso de los recursos. Además, comporta un discurso que confunde a la población, que le impide entender la naturaleza del mundo en que vive y que, al proponerle medidas que nunca pueden resultar atractivas cuando a la mayoría de ella tiene insatisfechas la mayor parte de sus necesidades, no permite concitar apoyo ni generar movilización política suficientes para cambiar el estado de cosas actual.”
Vayamos por partes. Quienes llevamos años defendiendo el ecologismo social, la necesidad de un cambio de paradigma económico, la necesidad de cambiar los modos de producción y consumo, divulgando la economía ecológica, apostando por la justicia social a través de una redistribución de los recursos, promoviendo resistencias y luchas contra este modelo despilfarrador y desigual, hemos podido comprobar que, desde la irrupción del término “decrecimiento”, el interés por nuestras propuestas ha crecido de manera muy significativa; vemos que gracias a esta “idea” colectivos alejados de esas preocupaciones han empezado a planteárselas y a interaccionar con nosotros; que muchos jóvenes que no ven futuro en este modelo de crecimiento se organizan y movilizan por otros valores y con otras perspectivas que si les ofrece salidas tanto personales como colectivas. Son paradigmáticos los aforos llenos o los colectivos que han surgido alrededor del término en diferentes ciudades del Estado.
Resulta triste que se acuse al decrecimiento de desmovilizador desde unas medidas y prácticas que en los últimos decenios no han sido capaces de movilizar casi nada contestatario, que apenas tienen capacidad de hacer propuestas alentadoras que -ellas sí-, se han mostrado inocuas y sin capacidad de salirse del marco económico institucional. Y decimos esto, compartiendo muchas de las propuestas que se hacen, y habiendo estado y estando intentando movilizar también desde esos espacios.
Cuando llegó el decrecimiento a nuestro país, las cotas de desmovilización y resignación eran inmensas, por lo que acusarle de desmovilizador es cuando menos temerario aparte de querer endosarle de nuevo las incapacidades de otros. No vamos a decir que el decrecimiento lleve en su seno una gran capacidad de movilización porque eso sería muy pretencioso y habrá que verlo, pero sí podemos afirmar que una parte importante de los jóvenes que participan en el 15-M y en otros movimientos sociales ven con mucha simpatía este tipo de propuestas; no hay más que ver la cantidad de asambleas que están montando charlas sobre el tema.
Si el asunto se reduce a hacer propuestas atractivas a la mayoría, la cosa evidentemente se complica. Es muy fácil prometer el oro y el moro y luego incumplirlo. Eso es lo que hacen el PP, el PSOE y demás partidos del sistema en cada campaña electoral. Tampoco parece que las propuestas de la izquierda transformadora resulten lo suficientemente atractivas para la población.
Si se parte de la idea de que la gente tiene muchas necesidades insatisfechas entramos en un terreno -las “necesidades”-, que la propia economía ha desterrado de su discusión, ya que uno de los grandes logros del capitalismo ha sido hacerlas infinitas, insaciables e incuestionables: la economía ha situado su objetivo en satisfacerlas sean cuales sean; desde el decrecimiento se considera imprescindible abrir ese debate y situarlo en el centro y origen de la discusión económica. Si desligamos las necesidades de las posibilidades materiales reales de satisfacerlas, estamos desviando el problema y engañando y confundiendo al auditorio.
Un gran revolucionario del siglo pasado decía “la verdad siempre es revolucionaria”. ¿Porque suponemos que la gente será incapaz de entender que si los recursos son escasos, habremos de adaptarnos a esa escasez? Cuando las cosas se explican bien, la gente lo entiende y además, en nuestra experiencia, nos parece que justamente hablar de los límites y la imposibilidad de un modelo de crecimiento continuo, demuestra de manera mucho más clara y evidente la inviabilidad del capitalismo y la necesidad de luchar por un reparto más justo y equitativo si no queremos matarnos unos a otros.
Si la economía se define como “gestionar los recursos de la casa” según los griegos, o como “gestionar de manera óptima los recursos escasos” según la economía actual, ¿cómo es posible que los economistas ignoren la finitud y escasez de los recursos físicos para hacer proyecciones de producción y distribución disparatadas? Esas sí son estrategias inadecuadas y confundir la realidad del planeta (la casa) en que vivimos y la que se nos viene encima.
A fin de cuentas, lo que Juan Torres propone es la necesidad de seguir creciendo, más o menos con los mismos fundamentos que posibilitaron el “Estado de bienestar” en un número reducido de países países. Se trata del viejo mito de “hacer crecer la tarta” para que haya más que repartir. Sin entrar a valorar cómo fue posible que unos pocos países adquirieran tales cotas diferenciales de “desarrollo”, lo que parece fuera de duda es que ha sido ese modelo el que ha adormecido, domesticado y desmovilizado a la mayor parte de la clase trabajadora a cambio de participar del festín consumista y despilfarrador. Ese modelo no puede ser una opción transformadora, al margen de que sea necesario y posible mantener y defender algunos aspectos del mismo (educación, sanidad, jubilación...)
Resumiendo, nos parece que el verdadero asunto no es que el decrecimiento no tenga en cuenta la variable social y política del sistema económico capitalista, sino que algunos economistas progresistas se niegan a introducir la base física material en sus ecuaciones y propuestas económicas. Y eso es algo suicida con el estado actual del planeta.
Toño Hernández pertenece a Ecologistas en Acción
Venezia 2012. 3a Conferenza internazionale sulla decrescita per la sostenibilità ecologica e l’equità sociale (Venezia, 19-23 settembre 2012)
noviembre 06, 2011
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3rd International Conference on Degrowth for Ecological Sustainability and Social Equity (Venice, 19th-23rd Sept. 2012)
Los promotores de la 3 ª Conferencia Internacional sobre Decrecimiento Económico para la Sostenibilidad Ecológica y la Equidad Social (Venecia, del 19 hasta el 23 septiembre de 2012), comunican oficialmente la organización general de la Conferencia y un calendario detallado de los plazos para el registro y la presentación de la llamada para las ponencias.
Por otra parte , en el esfuerzo por integrar juntos - de acuerdo con el espíritu del proyecto - las dimensiones de la investigación científica, la participación cívica y política, la expresión artística y la experimentación de buenas prácticas, el grupo fundador introduce la fórmula de la convocatoria de talleres, abierta del 31 de julio 2011.
Ampliación del plazo para propuesta de taller
Queridos amigos:
La convocatoria para el taller fue muy bien. Hemos recibido varias propuestas de diferentes temas y diferentes países. Sin embargo, otros muchos están pidiendo un poco más, ya que desea enviar nuevas propuestas. El Comité Organizador ha decidido modificar la programación por la ampliación del plazo para las propuestas de taller hasta el 15 de noviembre 2011. En consecuencia también se han revisado ligeramente las siguientes fechas.
A continuación se resumen los nuevos plazos en el calendario.
CALENDARIO
31 de julio 2011. Publicación de la convocatoria anterior y de los plazos
31 de julio 2011. Apertura de la convocatoria de talleres
15 de noviembre 2011. Fecha límite para la presentación de propuestas de talleres
15 de diciembre 2011. Notificación de los talleres aprobados
15 de diciembre 2011. Convocatoria de la contribución para Ponencias y Talleres
15 de febrero 2012. Fecha límite para la presentación de resúmenes de las ponencias
01 de abril 2012. Publicación de resúmenes de las ponencias aceptadas
15 de enero a 15 de marzo de 2012. Inscripción de los participantes (en tarifa reducida)
16 de marzo a 15 de junio de 2012. Inscripción de los participantes (en la tarifa completa)
31 de julio 2012. Fecha límite de presentación de trabajos completos
19 de septiembre hasta 23 de septiembre de 2012. Conferencia de Venecia, Italia
Buscar también el nuevo horario y CONVOCATORIA DE VENECIA 2012 nuevos talleres con las nuevas fechas.
Más información: Venezia 2012
Sobre opiniones y reflexiones sobre el decrecimiento
Julio García Camarero
En los últimos días de octubre-2011, en este blog, han aparecido algunas opiniones sobre el concepto de “decrecimiento”, son en parte favorables y en parte criticas. Y me alegra que aparezca este tipo de debate y contrastación. Pues sin duda ello enriquecerá y aclarará este concepto (a quien lo tenga algo confuso) y lo hará rectificar en sus defectos. La verdad es que al pensamiento decrecentista aún le queda bastante para que se configure como algo completo, sistemático y conciso. Él es un pensamiento aún incipiente (no tiene ni dos lustros) y necesita posarse.
Al menos en España, aún son pocos los autores que escriben en su defensa, casi hay más críticos.
Además, los textos sobre decrecimiento, muy frecuentemente, (incluidos los del mismo Latouche) aparecen como una relación de buenas consideraciones y de acertadas críticas al crecimiento económico, pero que suelen aparecer expresadas de forma anecdótica y con palabras bastante sugerentes, pero que en algún aspecto sufren de falta de una concreción ilación y trabado; y pasamos de un salto, y de forma intuitiva, a una lista de recomendaciones a modo de receta.
En los textos aparecidos, sobre el decrecimiento, se echa de menos la existencia de una mayor trabazón sistematica de los diferentes conceptos que aparecen demasiado aislados e inconexos. Es necesario precisar conceptos (y usarlos en esta precisión) según “ideas claras y diferentes” como decía Descartes que debían de ser las buenas ideas.
Y ahora me voy a detener en hacer algunas observaciones sobre las mencionadas opiniones aparecidas últimamente en este blog sobre el decrecimiento.
En el articulo “Reflexiones personales sobre el decrecimiento” (El blog de Onible) del 29 de octubre de 2011, se dicen cosas interesantes como que: “Lo importante no es que las fábricas produzcan más, sino que contaminen menos. Lo importante no es que los habitantes, saturados de objetos, los cambien y compren nuevos, sino que aquellos que no tienen accedan a ellos. El progreso no se mide por el número de casas, coches u ordenadores”. O: “Estamos deshumanizándonos, eso no es progreso, es retroceso”. Pero en este articulo aparece una cosa en la que no estoy de acuerdo y es cuando dice que hay que: “Reducir el salario proporcionalmente a la reducción de las horas de trabajo diarias. Y es que no se puede argumentar que la reducción de la jornada laboral debe de ir acompañada de una proporcional reducción de salario. Es un error, porque, por una parte, el salario mínimo (e incluso el salario medio) es insuficiente, dado el costo de la vida y sobre todo el de la vivienda. En todo caso lo que sí que es defendible es un cierre del “abanico salarial” en donde el sueldo más alto sea el doble o a lo sumo el triple del más bajo; y no de decenas e incluso centenas de veces, como hoy sucede en bastantes casos. Ello, independientemente, no deberá de ser óbice para que el trabajador pueda tener claro que, si bien el consumo de necesidades es indispensable y sano, el consumismo de “sesudo necesidades” (de cosas innecesarias, que hoy ocupan más del 50% de nuestros presupuestos) es el peor de todos los males.
En el artículo: “Controversia con Serge Latouche: ¿Revolución integral o decrecimiento?” de F. Rodrigo Mora aparecido el 27 de octubre de 2011, el autor se manifiesta en extremo critico con Serge Latouche (considerado por muchos como el padre del decrecimiento). Y no es que los textos de este decrecentista francés no tengan algunos aspectos que puedan ser criticables (que los tiene), pero no se pueden decir de él cosas como que “Serge Latouche no sólo ha construido una teoría sino que la ha hecho, como suele ser habitual, omniexplicativa”. Y prosigue diciendo que Latuoche nos muestra un “decrecimiento que es una marca comercial encaminada a “vender” un producto ideológico a las clases medias de los países ricos, devastadas por el hedonismo, la hipocresía, el colapso del pensamiento, el ansia de remedios fáciles (de milagros en definitiva) y el culto al Estado”. Me parece que decir esto es demasiado exagerado, aunque yo si que veo una tendencia (como les sucede a muchos autores derecentistas) a lo intuitivo, anecdótico, y con algunas carencias como las que menciona Rodrigo Mora: “sin referencias profundizadas a la realidad ni análisis riguroso de experiencias particulares, a base de especulaciones, juegos de palabras, superficialidades y deducciones sin anclaje en lo real.”
Pero no es cierto, como nos indica Rodrigo Mora, que Latouche niegue, casi en su totalidad, el mundo del espíritu y las necesidades inmateriales; y toda una retahíla de acusaciones que tienen más de apasionamiento visceral en sentido negativo que el de una crítica objetiva. Y más adelante generaliza: “Los ideólogos del decrecimiento no comprenden que la vida humana, para ser viable, no puede ser mero crecimiento o decrecimiento económico” Lo cual denota que solo tiene unos conocimientos sobre el pensamiento decrecentista extremadamnte superficiales, pues son preocupaciones importantes en el decrecimiento: sus funciones sustantivas: pensar, experimentar, sentir, querer, elevarse, autovigilarse, trascender y recordar, algo que el autor del artículo no ha llegado a leer en los textos decrecentistas. Parece que tiene más intención de criticar, sin un suficiente conocimiento de causa, que de realizar un comentario más o menos objetivo o constructivo.
Luego, en su apasionamiento, Rodrigo Mora llama a Latouche ególatra, creador de una nueva fe, y de un nuevo lenguaje.
Bueno, convertir al decrecimiento en una fe o en una religión en la que hay que creer (ser un creyente, tal y como se ha declarado ser el sr. Rodrigo) me parece bastante nefasto, y desde luego no es algo que haga Latouche en ningún momento, pero que se establezca un nuevo lenguaje (que creo que es algo que si que hace Latouche, aunque a mi modo de ver no suficientemente) creo que puede ser algo que está haciendo mucha falta para terminar con muchas confusiones y ambigüedades que se dan a la hora de interpretar el decrecimiento.
Por último, insistir un poco en decir que parece ser que Rodrigo Mora no ha asimilado del todo sus lecturas sobre el decrecimiento, pues muy equivocadamente piensa que el decrecimiento se reduce: “a la producción y a lo económico, o a lo medio-ambiental y fisiológico, y que no puede limitarse a empujar para arriba, o para abajo, los índices macroeconómicos. Y nada más lejos de esto, precisamente debe de considerarse como principios esenciales del decrecimiento: la anulación del economicismo (que solo considera los índices macroeconómicos) y la potenciación de los bienes relacionales, la convivencia fuera de la determinación del dinero y la vida espiritual.
En el artículo: “Sobre el concepto de decrecimiento. Critica” de Juan Torres López - Ganas de escribir que apareció el blog “decrecimiento” el 25 de octubre de 2011; el autor al comienzo declara: “Quienes defienden el decrecimiento pueden decir que están pensando en otra cosa, pero es innegable que cuando utilizan ese término están hablando de disminuir los indicadores que miden la dimensión cuantitativa y monetaria de la actividad económica y más concretamente el PIB”.
“Pensando en otra cosa”, pues no, Juan Torres tiene que pararse a pensar que “crecimiento”, (“incremento”) es más bien una expresión matemática que se refiere a la cantidad, y en economía al aumento del PIB. Pero es que un exceso de crecimiento tiene repercusión directa en el “desarrollo” (termino más bien biológico, que mas que la cantidad tiene en cuenta la tendencia hacia la complejidad la calidad y la diversidad). Pero es que, además, un exceso de crecimiento también tiene repercusión en el “desarrollo humano”. Personalmente pienso que el desarrollo humano es un complemento indispensable e inseparable de la filosofía del decrecimiento.
Por tanto, pensar en disminuir los indicadores que miden la dimensión cuantitativa y monetaria de la actividad económica y más concretamente el PIB, es estar hablando (aunque sea indirectamente) del “desarrollo” y del “desarrollo humano”.
Más adelante el articulista nos dice: “Se quiera o no, defender el concepto de decrecimiento es recurrir al mismo instrumento, al termómetro, aunque -a diferencia de los ortodoxos- para decirle ahora al enfermo que sus males desaparecen simplemente si baja su temperatura, la tasa de crecimiento”. En eso estoy en parte de acuerdo, no basta con bajar la fiebre al paciente pero por ahí hay que empezar. Repito, es verdad que no sólo es suficiente con considerar el aspecto cuantitativo (el crecimiento o el decrecimiento), también es necesario considerar si el crecimiento es sostenible y si es feliz (porque el decrecimiento insostenible e infeliz también existe). Y no solo esto, también resulta indispensable considerar un desarrollo humano dentro del decrecimiento.
Juan torres en su artículo nos dice : “Y el problema del concepto de decrecimiento es que, al utilizar también el PIB como magnitud de referencia, se está asumiendo también esa ficción, aunque los decrecentistas no quieran reconocerlo.” Esta magnitud de referencia la asume el decrecimiento para rechazarla como referencia esencial, referencia indispensable para el sistema.
Y aún dice más: “lo que debería apoyar un movimiento como el del decrecimiento es que crezca la producción de bienes y servicios a su disposición, y no al contrario. Aunque eso haya que hacerlo, eso sí, con otro modo de producir, de consumir y de pensar”. Y esto es lo que postula el decrecimiento, y se comprende si sabemos distinguir entre “consumo” y “consumismo” el decrecimiento desde luego no debe de reducir el consumo y si solo el consumismo.
Luego en un epígrafe que denomina “Un concepto ricocentrico” sale en defensa de los ricos, diciendo que no se puede plantear que decrezcan los ricos porque es muy difícil por no decir imposible, separar la producción de los pobres y los ricos. No sé si dentro de este sistema puede haber problemas en ese sentido; pero, creo personalmente, que si se puede separar (y que es necesario realizar esta separación). Se trata esencialmente de que los ricos dejen de dipilfarrar con su “consumismo”. Cuando empiecen a hacerlo dejaran de esquilmar recursos de los países pobres (que no son pobres, sino sólo empobrecidos a causa del “consumismo” del norte).
Lo que es más difícil es discernir el límite que separa el consumo sano y necesario y el consumismo innecesario y asesino.
Y a Juan Torres se le ve (aunque quiera disimularlo) su tendencia crecentista, sobre todo cuando dice: “…se supone que lo que debería apoyar un movimiento como el del decrecimiento es que crezca la producción de bienes y servicios a su disposición, y no al contrario. Aunque eso haya que hacerlo, eso sí, con otro modo de producir, de consumir y de pensar”. Volvemos a lo de siempre, la producción es necesaria para satisfacer las necesidades, para conseguir un medio de vida digno y para satisfacer las verdaderas necesidades de de los 7.000 millones se terrícolas. Pero igual que hay que distinguir entre consumo y consumismo hay que distinguir entre producción mínima necesaria y productivismo innecesario y asesino.
Es cierto que en un estado de miseria, aunque sea solo por zonas, en cuanto a la satisfacción de las necesidades humanas, hay que crecer pero solo hasta un límite. Si sobrepasamos ese límite empieza a hacerse indispensable decrecer (esto es lo que está sucediendo en los países denominados “desarrollados”). Y sigue el articulista: “El daño al medio ambiente, el peligro indudable que nuestro modo de vivir y de organizar la sociedad produce en el planeta hipotecando la vida y el bienestar de las generaciones futuras no se deben a que se produzca demasiado para todos y haya, por tanto, que detener la producción y el consumo de todos, sino a que se produce y se consume mal y de una forma muy desigualmente distribuida entre los distintos seres y grupos humanos.” A este párrafo se le puede contestar, igualmente, que sí que hay que producir (bien y bien distribuido, desde luego) pero que en determinadas situaciones o zonas geográficas es indispensable decrecer y desde luego cuando se haya llegado a una situación de saturación de autenticas necesidades de todos, hay que decrecer (e incluso si es preciso interrumpir la producción), y ello para no caer en el productivismo innecesario y dañino.
También nos comenta Torres que: “Las políticas neoliberales han provocado precisamente una disminución de los ritmos de crecimiento de la actividad económica incluso medidos a través del PIB provocando así más desempleo y carencias de todo en gran parte de la población (y no solo en la posesión de bienes superfluos sino en la disposición de educación, sanidad, cuidados, cultura...)” Y en efecto, en este sentido se puede hablar de un “decrecimiento infeliz” (sufrido por solo por la inmensa mayoría de la población, aunque al menos no tanto por la oligarquía económica dominante, que en realidad sigue creciendo).
Por último hay que decir que Juan Torres López tiene toda la razón cuando anuncia que: “No nos confundamos: el capitalismo neoliberal produce mucho pero para pocos, muy poco para muchos y, sobre todo, bastante mal para todos.” Desde luego es cierto, se producen seudo-necesidades en exceso y necesidades en defecto, y encima están muy mal distribuidas.
Pero a lo largo de todo el texto de Torres nos comunica dos sensaciones: a. que no conoce a fondo la teoría decrecentista, y/o que se inventa propiedades negativas del decrecimiento con el fin de poder criticarlo; b. que está deseoso (y que se siente como obligado) de justificar el “crecimiento”.
Y para lograr esta justificación, en ocasiones se sale por la tangente, hablando de necesidades humanas y del derecho a desfrutar que dice que no contempla el crecimiento (cuando no solo son cuestiones que si contempla sino que esta filosofía resulta ser algo central en el “decrecimiento”); pero es aquí donde el articulista comienza a confundirse (no solo por achacar al decrecimiento ausencias de las que no carece), comienza a confundir y a utilizar indistintamente el término “crecimiento” y el de “desarrollo humano”. Al final nos queda la sensación de que la única forma de conseguir el “desarrollo humano” es a través del crecimiento del PIB. Y es que, como decía al principio, para no confundir la intención del “decrecimiento” se echa de menos la existencia de una mayor trabazón sistemática de los diferentes conceptos decrecentistas que aparecen demasiado aislados e inconexos.
Creo que resultaran herramientas necesarias para dejar de caer en la nebulosa y confusión del la apreciación del “crecimiento” el utilizar sistemáticamente términos decrecentistas como puedan ser: “consumo”, consumismo”, “necesidad”, “seudonecesidad”, “producción”, “productivismo”, “desarrollo humano”, “desarrollismo”, “decrecimiento feliz”, decrecimiento infeliz”, “redistribución de la riqueza”, “bienes relacionales”, “apoyo mutuo” , etc.,etc.
Nota
En cualquier caso en los tres artículos comentados se echa de menos una mayor atención al gravísimo problema de la capacidad de carga del planeta, de hecho, en los tres artículos, o no se considera o aparece como algo secundario y tangencial. Pero su consideración debería haber sido central. Lo que pasa es que se ha marginado intencionalmente, pues una centralidad de este tipo habría sido un enorme obstáculo a salvar para lograr la principal intención de sendos artículos: defender veladamente el crecimiento. Ya ha sido anunciado que la Tierra ya ha entrado en déficit ecológico, lo que quiere decir que los recursos que se generarán en todo el año ya han sido consumidos. Ya se ha anunciado que ya hemos sobrepasado el pico del petróleo, etc. Pero parece ser que todo esto, todas estas alarmas, no llegan a los oídos de los crecentistas…Que todo esto no tiene importancia en comparación con lo enormemente prioritario que es el CRECIMIENTO.
1 La mayor parte de estos términos o útiles herramientas decrecentistas, pueden encontrarse en mi libro: Julio García Camarero, “El decrecimiento feliz y el desarrollo humano”, La Catarata, 2010.
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