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Mujeres, ciudad y ecología

Hortensia Fernández Medrano

Desde tiempos inmemoriales, se nos ha encomendado a las mujeres el papel de cuidadoras por razones pretendidamente naturales (lo que se ha llamado el destino biológico de las mujeres). El feminismo socialista y racionalista de la igualdad desmontó hace tiempo este mecanismo perverso y rechazó una mayor proximidad de las mujeres con la naturaleza como una maniobra del pensamiento patriarcal para mantenernos dentro del ámbito doméstico y alejadas de lo público y de la cultura.

Sin embargo, también han sido el feminismo posterior de la diferencia y el ecofeminismo los que nos han hecho valorar las actividades tradicionalmente realizadas por las mujeres, eso que hemos llamado la sostenibilidad de la vida humana haciendo alusión a la dimensión ecológica del término ya que sin ella la vida humana no es posible.

Valoración y análisis del cuidado de la vida

Cuidar la vida significa hacer que la vida continúe, pero también es imprescindible para la conservación de la especie humana. Cuidar la vida incluye tareas rutinarias y repetitivas como cocinar, limpiar, cargar, recoger, tareas que exigen mirar y esperar cómo permanecer disponible pero también incluye relaciones afectivas y sociales que posibilitan crear comunidad y proteger a las personas de la posible hostilidad que las puede afectar, sobre todo a las más pobres y desvalidas. Estas atenciones son las que permiten que los niños y niñas se hagan adultos y lleguen a ser obreros, campesinos, jueces o maestros satisfaciendo sus necesidades en la época profesionalmente activa pero también acogiéndolos en la vejez.

Por otro lado es el lugar en el que en el día a día se buscan soluciones para proteger a los más débiles cuando fallan las instituciones como es el caso de una sociedad atenazada por el paro y la explotación, pero también donde se buscan soluciones para proteger la vida en situaciones límite como son las catástrofes o las guerras, y el lugar donde comienza la reconstrucción gestionando la escasez y la esperanza. Así pues tanto en la vida diaria como en la adversidad y la catástrofe, las tareas de las mujeres constituyen una tarea civilizadora, como dicen las feministas italianas de la Librería de Milán, ya que sin ellas no habría civilización humana. (1)

Desde el pensamiento feminista no solo valoramos estas actividades sino que las queremos colocar en el centro de la organización social como las funciones humanas más importantes ya que de ellas depende la vida humana. Valoramos la vida humana y a quienes se han ocupado de su mantenimiento, esto es a las mujeres que realizan y han realizado a lo largo del tiempo y del planeta la función de cuidar la especie humana como amas de casa, madres ,esposas, hijas o hermanas ,siempre ligadas a lo imprescindible y a lo necesario, allí donde está la base de la auténtica economía, es decir ,la gestión de la casa o ámbito doméstico, como su nombre derivado del griego oikos,que quiere decir casa, lo demuestra.

Para analizar este tipo de actividad o tarea realizada por la mayoría de las mujeres hemos recuperado el concepto de labor de la pensadora del siglo XX, Hanna ARENDT (2) cuando reflexiona sobre las características de la vida humana activa. Según ella, podemos distinguir entre el trabajo propiamente dicho que tendría que ver con la producción de algo (bienes o servicios) no relacionado con lo biológico y la labor, que consiste en atender las necesidades vitales producidas en el proceso biológico del cuerpo humano (crecimiento, metabolismo y decadencia). Ambos conceptos labor y trabajo pueden relacionarse con las respectivas tareas que hombres y mujeres vienen haciendo desde los inicios de la humanidad: el trabajo doméstico y de cuidado realizado fundamentalmente por las mujeres y que consiste en dar y cuidar de la vida en todas sus etapas y el trabajo remunerado para la fabricación y distribución de productos que podría relacionarse con lo que ella llama trabajo y que habría sido realizado fundamentalmente por los hombres. Nos interesa particularmente la noción de labor que consistiría en atender las necesidades biológicas producidas en el proceso biológico del cuerpo humano con la que define el tipo de trabajo necesario para el mantenimiento de la vida humana, trabajo ignorado o infravalorado y que tradicionalmente ha sido hecho por las mujeres. Es un tipo de actividad no productiva y muchas veces repetitiva como limpiar, lavar, buscar agua y leña, recolectar, cocinar… pero también cuidar y criar niños, mayores o enfermos y absolutamente necesaria para la supervivencia de la especie humana.

La relación entre humanidad y naturaleza

Pero además cuando hablamos de la sostenibilidad de la vida humana, queremos poner en evidencia el nexo existente entre humanidad y naturaleza relación ignorada en nuestro sistema patriarcal que ha vivido siempre de espaldas al reconocimiento de la existencia de un cuerpo y de sus necesidades, ya que el pensamiento occidental ha estado dominado por el rechazo de la labor que ha sido vista como una esclavitud de la necesidad, rechazo que nos ha sido legado desde la Antigüedad hasta el punto de no considerarse humanas aquellas actividades relacionadas con las necesidades del cuerpo y que pueden ser compartidas con otros animales.

Es decir, no se ha tenido en cuenta como trabajo mas que el trabajo mercantil ya que estamos en una sociedad patriarcal donde solo se valoran la cultura y los valores masculinos que al ser dominantes aparecen como universales y se ignora todo lo demás como son las actividades realizadas tradicionalmente por las mujeres a lo largo de la historia y del mundo, y que el pensamiento feminista hace visible al dar valor al trabajo humano más ligado a las necesidades humanas como es el cuidado de la vida.
El pensamiento feminista, al ocuparse del cuidado de la vida humana se ocupa del aspecto más natural del trabajo humano es decir se reconoce el “sucio secreto de la corporeidad” que diría Ynestra King (3) según el cual la humanidad surge de la naturaleza no humana.

El pensamiento occidental está muy influenciado por una construcción racionalista y dualista de la relación entre naturaleza y humanidad en la cual lo que es auténticamente humano se define contra lo que se toma por natural y el mantenimiento de esta dicotomía y su polarización se realiza por el rechazo y negación de lo que une a los humanos con lo animal y natural como son por ejemplo el cuerpo, la sexualidad, la reproducción y los sentimientos, que son identificados como femeninos, mientras que los rasgos que se toman como característicos del género humano y donde radican sus virtudes especiales son aquellos tales como racionalidad, libertad, etc. y que son tradicionalmente entendidos como masculinos. Por lo tanto la humanidad se define tanto en oposición a la naturaleza como a lo femenino.

Como consecuencia, reconocer el aspecto natural del trabajo humano a través del reconocimiento del trabajo de cuidado de la vida realizado fundamentalmente por las mujeres es desvelar el aspecto natural de la humanidad y por lo tanto romper la estructura dicotómica y jerárquica de la dualidad.

No se trata pues, de tomar partido por una u otra categoría de la relación sino de reconceptualizar cada una de ellas. No comprender la naturaleza de esta relación nos llevaría a pensar que las mujeres tenemos afinidades específicas con todo lo natural y caer en el esencialismo de la mística reaccionaria del cuidado o todo lo contrario, a pensar que hemos de rechazar todo sentimiento para liberarnos de nuestro destino, lo que nos lleva a la descorporeización y deshumanización de las personas.

Reconocer y valorar el trabajo de cuidado de la vida realizado fundamentalmente por las mujeres nos lleva por lo tanto a considerar a las mujeres como mediadoras entre humanidad y naturaleza lo cual nos proporciona puntos de partida nuevos para el pensamiento desde los cuales las relaciones de los seres humanos con la naturaleza pueden hacerse visibles y a partir de cuyo reconocimiento podemos iniciar otro tipo de pensamiento más liberador e integrado en la naturaleza de la que nos hemos apartado, al considerarnos fuera de ella. El análisis y caracterización de este tipo de trabajo de cuidado nos devuelve el aspecto natural de la humanidad permitiéndonos unir el discurso ecologista con el discurso feminista.

Podemos decir que el sistema patriarcal en su afán de superar el reino de la necesidad para alcanzar el reino de la libertad ha despreciado el trabajo de las mujeres por estar continuamente sometido a su construcción y destrucción del mismo modo que los ciclos biogeoquímicos de los elementos de la naturaleza en que esta es continuamente transformada. El trabajo de alimentar y cuidar la vida, parir, cuidar niños, enfermos y ancianos pero también cocinar, limpiar, etc. forma ciclos repetitivos y monótonos como los ciclos naturales y este es el punto clave de encuentro entre el discurso ecologista y el discurso feminista en el que presentamos a las mujeres como el puente entre naturaleza y humanidad gracias a la realización de un trabajo ejercido durante siglos, ignorado, desvalorizado y objeto de apropiación gratuita lo mismo que la naturaleza por el sistema patriarcal.

La ciudad y los desplazamientos

Como pudimos analizar en un taller dedicado a la Movilidad dentro de las Jornadas Feministas del 2006, el esquema androcéntrico está presente en toda la sociedad y en sus instituciones. Las encuestas sobre Movilidad realizadas desde el Área de Movilidad del Ayuntamiento de Barcelona en el año 2004 (4) en las que se analizaba separadamente el comportamiento de hombres y mujeres a la hora de desplazarse por la ciudad de Barcelona son una prueba de ello.

En ellas, cuando se habla de movilidad obligada solo se tienen en cuenta los desplazamientos debidos al trabajo remunerado o estudio y de los cuales un 29% correspondería a los hombres y un 20,4% a las mujeres mientras que según las mismas encuestas, las mujeres realizarían un 36% de la movilidad no obligada frente a un 27,1% correspondiente a los hombres. Con ello se enmascara la realidad y se invisibiliza una vez más a las mujeres y a las tareas realizadas por estas para atender las necesidades del núcleo familiar la mayoría obligatorias ya que se trata de hacer compras y gestiones, acompañar niños o mayores, hacer visitas a familiares o amigos actividades que son ocultadas en las encuestas y por lo tanto no existen. Vemos pues que la propia sociedad y sus instituciones obedecen a esquemas patriarcales al no tener en cuenta todo aquello que no tiene que ver con el trabajo de mercado y al ignorar todo lo necesario para atender las necesidades de las personas o trabajo de sostenimiento de la vida.

Se trata pues de una encuesta realizada desde una mirada masculina según la cual solo se considera trabajo al trabajo remunerado y se ignora todo lo demás.
Por otro lado, cuando se analizan los resultados del uso del transporte público y privado por hombres y mujeres, observamos que son las mujeres las principales usuarias de los transportes públicos (un 43,9% de las mujeres frente a un 31,6% de los hombres en el caso de Barcelona mientras que sólo un 16,9% de las mujeres utiliza el transporte privado frente al 36% de los hombres). Los desplazamientos a pie también dan una ventaja a las mujeres: un 39,2% frente 32,3% de los hombres.

Es decir que cuando las mujeres valoramos con nuestra conducta el transporte público defendemos también las necesidades de accesibilidad de la mayoría de las personas y no sólo el de la mayoría de las mujeres, y cuando cuestionamos con nuestra actitud el uso del transporte privado, también estamos denunciando un modelo urbanístico difuso basado en la movilidad creciente que separa funciones y crea distancias en vez de aproximarlas. Es decir un modelo insostenible, desde el punto de vista ecológico y antidemocrático y excluyente desde el punto de vista social porque margina a las personas sin coche privado y carnet de conducir como son los mayores, los discapacitados, los niños y la mayoría de las mujeres.

Pero además este modelo es androcéntrico porque solo tiene en cuenta los desplazamientos de un varón en edad laboral ni muy joven ni muy viejo que se desplaza en automóvil privado para llegar al trabajo-empleo, que no tiene necesidades materiales ni afectivas, que no tiene que comprar para satisfacer las necesidades suyas propias o del núcleo familiar al que pertenece y que no tiene que ocuparse en general de todas aquellas actividades necesarias para que la vida continúe.

Vemos que los modelos imitativos del modelo masculino no resuelven el problema de la opresión de las mujeres porque se nos asimila al Homo economicus de una manera subordinada cuando se pretende hacernos iguales a los hombres mediante nuestra incorporación al trabajo mercantil o al analizarnos según pautas masculinas de movilidad, pero no se resuelve el problema del cuidado de la vida. Este, lejos de resolverse, se hace recaer sobre las mujeres en penosas e interminables dobles jornadas o bien se transfiere a otras mujeres inmigrantes que abandonan el cuidado de sus familiares más próximos para venir a atender nuestras necesidades dando lugar a una globalización del trabajo de cuidado que produce desatención y abandono de niños y mayores en los países de origen y explotación, cansancio y enfermedad en las mujeres en general.

El sistema económico capitalista exige personas limpias, aseadas, educadas y bien alimentadas que se desplazan al trabajo todos los días, pero no valora ni remunera a quienes realizan esta actividad de limpieza, aseo, alimentación y educación en el ámbito privado y que corresponde a la actividad realizada por miles de mujeres anónimas que permanecen en la sombra limpiando, comprando, lavando, planchando o cocinando y en general cuidando la fuerza de trabajo necesaria para la supervivencia del capitalismo.

Nos podemos preguntar qué sería de este sistema sin la aportación gratuita de miles de mujeres cuando se ocupan de mantener a las personas que constituyen el ámbito doméstico en condiciones de reproducir la fuerza de trabajo: quién se ocuparía de alimentar limpiar, lavar, cocinar, llevar al colegio o cuidar cuando están enfermos los miembros de la unidad doméstica y de cuidar cuando ya no son útiles para el sistema las personas mayores o enfermas.

El pensamiento feminista pone en cuestión el modelo económico vigente basado en el crecimiento ilimitado de los recursos naturales al valorar nuestra actividad de cuidadoras, gigantesca obra de civilización sin la cual el sistema económico no se sostiene. Los diferentes sistemas económicos invisibilizan esta tarea aunque se aprovechan y cuentan con ella al externalizar los costes sobre la salud de las mujeres. En este sentido, nuestra crítica del sistema económico actual es demoledora al poner en cuestión las bases mismas del sistema.

Para concluir, las mujeres nos relacionamos con la ciudad y en general con la sociedad de una manera diferenciada y por eso más que de ciudadanía queremos hablar de “cuidadanía” para poner el acento en la situación de dependencia y necesidad de cuidados que tenemos todas las personas en las diferentes etapas de nuestra vida y el derecho a ser cuidadas y la obligación de cuidar que tenemos todos los humanos hombres y mujeres. Tenemos un cuerpo al que atender y el destino de la humanidad esta indisolublemente unido al destino de la naturaleza ya que nuestro destino está interconectado con el de la biosfera como nos enseña la teoría Gaia, (5) según la cual formamos parte de un sistema autorregulado en el que todos los seres vivos y la base material de nuestro planeta dependemos los unos de los otros.
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS

(1) Bosch A., Amoroso M.I.,Fernández H.: Arraigadas en la Tierra (Malabaristas de la vida), Icaria. Barcelona, 2003.
(2) Arendt H.: La condición humana. Paidós, Estado y Sociedad .Barcelona (e.o.1958).
(3) EMEF y Ajuntament de Barcelona : Mobilitat i genere. 2004.
(4) King Y.: Curando las heridas: feminismo, ecología y el dualismo naturaleza-cultura. Ecorama. 1997.
(5) Lovelock J.: Las edades de Gaia. Tusquets, Col. Metatemas. Barcelona, 2000.



Respuesta a una crítica barroca: Por el decrecimiento

Suricato

Recientemente, Miguel Amorós ha publicado un artículo titulado “El Trauma del Decrecimiento”. No hay nada que objetar al intento crítico en sí mismo y lo consideramos como parte del necesario debate de ideas que el movimiento por el decrecimiento genera y necesita para su enriquecimiento y difusión. Hay mucho que objetar, eso sí, a la forma y a gran parte del contenido del artículo. En relación a la primera, una pluma agresiva y descalificadora revela una actitud poco proclive al diálogo y a la construcción de alternativas comunes. En lo que respecta a su contenido, Amorós construye su crítica a partir de una definición del decrecimiento y el decrecentismo caricaturesca y burda con la esperanza de que le facilite sus ataques. El resultado es un texto salpicado de exabruptos y tergiversaciones con el cual no es fácil dialogar. El discurso del crítico es duro, frío, fósil y hostil.

Para Amorós, tal como se expresa en este y otros artículos, los objetores del crecimiento somos una pandilla de pequeño burgueses “desclasados”, “perdedores” o “lumpenburguesía” que no queremos la “fractura social” y que no tenemos otra cosa más interesante que hacer que construir una ideología y un movimiento a la moda participando con otros, como el movimiento antiglobalización, en la “trivialización de la protesta” y la “supresión del conflicto”. De esta manera, nos convertimos en “arma auxiliar de dominación” cumpliendo una “función reaccionaria en tanto que falsa conciencia de la realidad de unas clases en migajas”, etcétera. Sin comentarios.

Amorós construye su crítica desde la añoranza de un sujeto revolucionario que se le perdió en los meandros de la historia. Está molesto por el evidente debilitamiento del sujeto proletario y considera que todos los otros sujetos sociales actuales y sus luchas son sustitutos mediocres de éste. “El deseo de un cambio en la manera de aprender, producir y consumir que hoy se manifiesta esporádicamente en los llamados "movimientos sociales", no lleva la impronta de la acción proletaria. La clase obrera ha perdido la memoria, y con ello, sus maneras y su ser. La iniciativa pertenece a los pequeños burgueses desclasados, a los estudiantes, empleados, funcionarios, y, en general, a los grupos sociales en el filo de la proletarización, los perdedores de la mundialización”, señala.

Su nostalgia del “movimiento revolucionario real” es tal que le quita valor a todo lo que de riqueza tienen las nuevas configuraciones de la vida social, sus procesos, sus actores y sus luchas, porque no llevan la “impronta proletaria”. Los condicionamientos ideológicos de sus análisis no le permiten ver que ese debilitamiento del proletariado no es ni bueno ni malo en sí mismo sino la expresión de las mutaciones sociales y de los desplazamientos de los focos de conflicto. Esta ceguera le impide ver que los lazos fuertes de la inclusión proletaria en el trabajo son sustituidos en la actualidad por los lazos débiles de inclusión en el consumo y otras formas de integración material y simbólica que dificultan los discursos y procesos de emancipación colectiva. Las identidades y los contraproyectos más innovadores se construyen fuera de los espacios tradicionales de integración y conflicto como lo fue la fábrica en su momento. Pero Amorós, erre que erre, sigue en su obstinada añoranza del sujeto histórico de la revolución cuya decadencia llora.

El artículo del crítico es extenso y abigarrado. Su tejido retórico y las idas y venidas de sus argumentaciones no facilitan el análisis ya que provienen de un marco conceptual bastante alambicado. Hemos seleccionado los enunciados que pensamos son los más representativas para desarrollar nuestra perspectiva. El señor Amorós dispara sus dardos envenenados hacia muchos lugares y no podemos hacernos cargo de todos sus ataques. A la mayoría de los insultos y descalificaciones no les hemos dado respuesta, por simple aburrimiento.

Redactamos este texto utilizando un plural que hemos tomado prestado. No pretendemos representar de manera exhaustiva y definitiva a todos aquellos que han hecho suyas las propuestas e intuiciones del decrecentismo. Hemos realizado la contracrítica a partir de lo que consideramos lo común de estos ideales. Todos no estamos de acuerdo con todo lo que decimos todos. La suma de nuestras verdades no da como resultado una verdad única. Y eso es saludable.

El decrecentismo para Amorós es:

-Una vuelta nostálgica a una edad dorada

“El reino de la razón apunta hacia atrás, a una edad de oro; así las formas anteriores de sociedad y Estado salen del desván como soluciones menos injustas e irracionales y se ponen de moda. Unos proponen la vuelta a estadios anteriores a la civilización urbana (primitivistas); otros, al Estado-nación y a las condiciones capitalistas de la posguerra (ciudadanistas); finalmente, otros, mediante la agricultura biológica, el "comercio justo" y la "banca ética", quieren regresar a la fase inicial del capitalismo, la de la separación del valor de uso y el valor de cambio, del trabajo concreto y el trabajo abstracto (neorrurales)”

La propuesta decrecentista ni prescribe ni sugiere una vuelta a ninguna etapa anterior del desarrollo de las sociedades. La historia no es reversible ni admite viajes de retorno. Pero tampoco es única; ha sido la consecuencia de bifurcaciones y opciones sociales que han desechado algunos caminos y seguido otros. La especie humana ha desarrollado formas societales contingentes que no van en una dirección de necesario progreso. Lo actual pudo haber sido de otro modo. Lo pasado pudo haber dado dar lugar a otros escenarios presentes. La historia es la historia de las bifurcaciones sociales.

Siguiendo a Polanyi, el mercado y el capitalismo han venido precedidos de formas de administración doméstica, de reciprocidad y redistributivasii cuyos conceptos organizadores pueden ser conocidos, revisados y actualizados para oponerse al actual productivismo biocida y sociocida. La recuperación de formas sociales pretéritas, cuando las hay, es necesariamente contemporánea, pues se hace desde la experiencia y los conocimientos actuales no desde la ingenuidad nostálgica. Reducir el lugar del mercado en la sociedad no significa volver a la edad de las cavernas sino abrirse a la innovación y a la inventiva social aquí y ahora. La imaginación decrecentista se arraiga en prácticas sociales concretas (redes de economía solidaria, cooperativas de producción y consumo, banca ética etc.) que prefiguran formas sociales presentes y futuras y no un regreso a fases iniciales del desarrollo histórico.

La disyuntiva decrecimiento o barbarie, como ha sido definida por algunos autores, llama a la toma de partido en un momento histórico de bifurcación de caminos. La opción por el decrecimiento se inscribe en una vía lúcida y no ingenua que apuesta por agotar el territorio de lo posible sabiendo que lo probable juega en contra nuestra. Lo más probable es la barbarie pero la vía decrecentista no es una posibilidad nula. La tarea de la imaginación decrecentista consiste en proponer colectivamente formas y contenidos nuevos para un mundo agotado y apesadumbrado. A partir de una lucidez descarnada estamos construyendo una utopía razonable, paradójica y, esperamos, ilusionante, que llama a diseñar y construir en el presente una sociedad no productivista y convivencial.

-Un movimiento que pretende representar intereses generales

“El oscurecimiento del antagonismo de clase producto de la derrota obrera, sumado a la evidencia de la crisis ecológica, permite que se presenten como representantes de intereses generales”,

Para Amorós, dado que el núcleo de la historia sigue siendo el conflicto de clases tal como se desarrolla de manera paradigmática entre la burguesía y el proletariado, el movimiento decrecentista y otros, según su particular punto de vista, no son más que alternativas oportunistas que intentan sustituir a los verdaderos sujetos de los cambios.

Pero, los decrecentistas no pretendemos ser representantes de nada. No somos vanguardia ni retaguardia de nadie. Sencillamente nos agrupamos junto a otros que también han realizado un diagnostico pesimista de las actuales condiciones sociales y medioambientales y ofrecemos una idea fuerza, el decrecimiento, que consideramos con la potencia suficiente como para captar las energías del cambio social y ayudar a organizar las prácticas individuales y colectivas necesarias para la modificar estas condiciones. Aspiramos a ser, junto a otros, catalizadores o facilitadores de la expresión de esa energía, generando lugares de encuentro, diálogo, discusión y propuestas teniendo como horizonte la gestación paulatina de un programa de transformaciones hacia la sociedad decrecentista imaginada.

Los objetores del crecimiento constituimos colectivos de mujeres y hombres que razonablemente decimos que si el problema más agudo al que nunca se ha enfrentado la vida en la tierra se deriva del funcionamiento de un sistema socioeconómico y cultural que ha hecho del crecimiento sin límites su divisa y su norte, entonces, lo que hay que hacer es frenar el crecimiento de ese sistema, es decir, decrecer.

No obstante, la objeción al crecimiento y la apuesta por el decrecimiento es el medio, no el fin, para alcanzar la sociedad convivencial que tanto parece molestar a Amorós. Por este motivo, el decrecimiento del que hablamos no se reduce a la economía; en rigor, la economía es sólo una parte, aunque importante, del decrecimiento de los excesos generales de un modo de vida desquiciado. Decrecimiento del despilfarro, decrecimiento del egoísmo, decrecimiento de la insolidaridad, decrecimiento de la depredación y decrecimiento de las injusticias sociales son parte de una misma iniciativa, a la vez necesaria y utópica, de cambio de rumbo.

-Un pensamiento fragmentario

“fabricándose para la ocasión un pensamiento recuperado de fragmentos críticos anteriores frutos de luchas reales”

Efectivamente, así como nos consideramos herederos de las luchas sociales de los siglos diecinueve y veinte, también nos consideramos en sintonía con prácticas y pensamientos críticos como los de Georgescu-Roegen, Andrè Gorz, Cornelius Castoriadis, Iván Ilich, Boaventura de Sousa Santos, entre otros, de los cuales hacemos recuperaciones siempre parciales sin voluntad de construir sistemas cerrados. No creemos en ningún tipo de pensamiento único, sea este liberal, ecologista, marxista, anarquista o incluso, decrecentista. Amorós, no encontrará un documento final o las sagradas escrituras del decrecimiento y eso nos enorgullece.

Serge Latouche, otra de nuestras referencias actuales, señala que "Detrás del slogan del decrecimiento y su correspondiente ruptura con la sociedad de crecimiento está la apertura en positivo a proyectos extremadamente diversos que simplemente tienen en común proyectos de sociedad austera, de no ser sociedades de despilfarro, de sobreconsumo"iii. Esta apertura a la diversidad no implica, como sugiere Amorós, un sistema fragmentario e inconexo. Los conceptos provenientes de diferentes fuentes constituyen cajas de herramientas que cobran sentido dentro de las prácticas decrecentistas. No hay una teoría decrecentista única y cerrada, ni es deseable que la haya, pero sí un conjunto de análisis e ideas marco que poco a poco irán conformando un cuerpo conceptual más estabilizado. Estas ideas deberían ir avanzado en la propuesta de formas de organización social alternativas y concretas, dentro de un programa de transformaciones radicales, sin dogmas o doctrinas que cierren el debate.

La propuesta por el decrecimiento nace de una crítica radical y una oposición activa a la desmesura de un modo de producción basado en la búsqueda ilimitada de beneficios y que ha conducido a la actual crisis social, cultural, política, económica y ecológica. En el plano social y cultural esta crisis se expresa en un aumento de las desigualdades y la persistencia de una cultura del consumismo y del individualismo despilfarrador. En el plano económico se expresa en el predominio de la ambición desbocada del capital financiero y de una industria sin contención. En el plano ecológico se expresa en el agotamiento de los recursos naturales debido al abuso de los mismos, en la contaminación y sus resultados negativos sobre la biosfera (cambio climático, pérdida de diversidad etc.), todo ello como resultado de la actividad humana enmarcada en un sistema socioeconómico depredador.

-Un pensamiento poco novedoso

“El decrecentismo no aporta nada nuevo. En sí es una mezcla de bioeconomía, indigenismo y ciudadanismo. De la primera extrae su principio económico; del segundo, su principio social, la "convivencialidad"; del tercero, su principio político”.

Y de muchas más cosas. Además: ¿indigenismo? ¿ciudadanismo? Por arte del birlibirloque Amorós ha hecho aparecer y desaparecer conceptos y nos cuelga gratuitamente otros. Lo relevante, en todo caso, para que una propuesta política sea valiosa, no es el número de componentes sino la articulación entre ellos y su capacidad de fundamentar sólidamente una visión crítica al modelo hegemónico y sugerir caminos para su superación. La propuesta por el decrecimiento es novedosa porque es una obviedad; porque no es complicada sino compleja. Es el “dos más dos” del sentido común y de la sensatez. Afirma que no es viable un crecimiento infinito en un mundo finito y punto. No hay nada más que decir porque todo lo que se puede decir ya ha sido dicho: que si la tecnología, que si los acuerdos internacionales, que si la responsabilidad social corporativa; que si la empresa verde; que si el reciclaje etc. y no han servido para casi nada. Tinta y saliva a raudales han sido vertidas en los cauces de la retórica posibilista para justificar lo injustificable o para aligerar el peso y hacer un poco más lenta la caída a un precipicio que de todas maneras va a ocurrir, si seguimos por el mismo camino. El decrecentismo dice: “si ésto, entonces ésto”. Si el causante del desastre previsible es el crecimiento económico, no un tipo de crecimiento, sino “el” crecimiento en sí mismo entonces hay que dejar de crecer. Así de fácil y así de difícil.

El movimiento decrecentista puede tener la capacidad, si las cosas se hacen bien, de reorganizar el imaginario activista, político y teórico de los, en muchos casos, aletargados movimientos sociales si dialoga con ellos, reconoce sus aportes teóricos y sus luchas y comienza a recorrer con ellos el cambio de rumbo hacia una sociedad viable. Juntos deberíamos ir esbozando un programa de transformaciones realista adecuado a las múltiples circunstancias de esos movimientos.

-Una ideología que niega el conflicto de clases y rechaza la toma del poder

“Confeccionan una ideología (…) que viene caracterizada por la negación del conflicto clasista, el rechazo de las vías revolucionarias, la confianza en las instituciones y la indiferencia ante la historia, detalles estos que confieren a la protesta un nuevo estilo en las antípodas de la pasada lucha de clases”

“El antagonismo violento entre clases aparece apaciguado y semidisuelto en múltiples oposiciones menores”

Los objetores del crecimiento no negamos los conflictos sociales, incluyendo los conflictos de clase. Negamos, eso sí, la existencia de un único conflicto organizador de toda la vida social y destinado a ser superado de una vez para siempre por la acción revolucionaria de una clase social. Y, al mismo tiempo, reconocemos el amplio abanico de la conflictividad social expresable en una multitud de escenarios variables y distintos. Y por supuesto, otorgamos, junto a otros movimientos, un lugar central al conflicto del productivismo, tanto en su versión capitalista como socialista estatista, con la naturaleza.

Más que rechazar las vías revolucionarias no hacemos de éstas un a priori de la acción política ni buscamos obsesivamente su “exacerbación”. La mayoría de los individuos y colectivos decrecentistas somos partidarios de la no violencia activa. No perseguimos el consenso con el poder pero entendemos que las formas concretas de las luchas serán resultado de los distintos escenarios donde se desarrolle la acción de los múltiples sujetos sociales. En todo caso, apostamos por la radicalidad y no por el extremismo y, por el momento, abogamos por las reformas estructurales que permitan ir avanzando en la construcción aquí y ahora de la sociedad deseada. Esto no es “confianza en las instituciones” sino simple sentido común.

Probablemente muchos de los objetores del crecimiento, adecuándose a sus situaciones históricas concretas, compartirán la visión acerca del poder que tienen los “Caracoles zapatistas” que se diferencian de los “movimientos revolucionarios del siglo XX que pretendían tomar el poder por la fuerza para luego cambiar el mundo. En lugar de esto los pueblos mayas rebeldes construyen el poder desde abajo (en lo micro) y de esta forma buscan hacer redes de resistencia con otras comunidades u otros movimientos, que con sus modos, construyan en México o en cualquier lugar del planeta (en lo macro); un mundo donde quepan muchos mundos”.

Esta reflexión y esta práctica están muy lejos de modelos revolucionarios periclitados y basados en la imposición de dictaduras de clase. Los decrecentistas somos inequívocamente de izquierdas, pero no necesitamos de la jerga y la retórica decimonónica para demostrarlo. Además, lógicamente, creemos haber aprendido de los estrepitosos fracasos de las tomas de “palacios de invierno” a lo largo del siglo pasado. Resulta sorprendente que otros no hayan extraído las enseñanzas de tales fracasos e insistan en reproducir una visión del poder limitada, poco imaginativa y anclada en análisis desgastados y refractarios a la experiencia histórica. Por otra parte, así como no decretamos el fin de las revoluciones tampoco decretamos el fin de los falansterios o icarias: queda mucho por imaginar todavía.

Como señala Latouche, el decrecimiento es un proyecto político de izquierdas porque se fundamenta en una crítica radical a la sociedad de consumo, al liberalismo y retoma la inspiración original del socialismo. Pero, precisamente por fidelidad y respeto a esta tradición, entendemos que las prácticas políticas deben adecuarse a las nuevas configuraciones del poder bastante más complejas que las oposiciones binarias que marcaron los antagonismos sociales en épocas pasadas. En definitiva: menos épica y más ética.

Por otra parte, efectivamente hay en este movimiento una apuesta por la alegría de vivir dentro de espacios convivenciales y austeros, actuales y futuros. Entre otras cosas, esto significa que rechazamos la figura del militante eficaz y amargado como preámbulo del burócrata ortodoxo e inquisidor que tanto daño hizo a los sueños emancipadores de muchas generaciones de luchadores sociales.

-Un pensamiento que olvida la oposición principal derivada de la propiedad privada de los medios de producción

“En efecto, para los perdedores (sic) el capitalismo no es un sistema donde los individuos se relacionan a través de cosas y sobreviven sometidos al trabajo y esclavizados por el consumo y las deudas, algo que nació en un momento dado y puede desaparecer en otro; tal sistema no se desprende de una determinada relación social derivada de la propiedad privada de los medios de producción, sino que es "una creación de la mente", un estado mental cuyo "imaginario" hay que descolonizar con ejercicios espirituales”

Ni la explotación del hombre por el hombre ni el expolio de la naturaleza son creaciones mentales fantasiosas y los decrecentistas nunca hemos afirmado eso. La “descolonización del imaginario capitalista” de la que habla Latouche es una razonable propuesta para limpiar las determinaciones ideológicas y culturales que llevan a considerar a esta forma socioeconómica como la única posible. Sin desechar, por supuesto, los ejercicios espirituales pero dejándolos para otros fines, las descolonización del imaginario capitalista se hace en conjunción con prácticas y propuestas societales que cuestionan la propiedad privada de los medios de producción, promoviendo la extensión de formas cooperativas y comunitarias de propiedad. No obstante, entendemos que, el cambio de propiedad en sí mismo no garantiza el avance hacia una sociedad liberada. Lo importante es el modelo de sociedad sobre la que existe la propiedad. Una sociedad productivista con formas colectivas o estatales de propiedad, como lo fueron las del fracasado socialismo estatista, no son evidentemente deseables. En cambio, una sociedad de decrecimiento, en armonía con la naturaleza, no consumista y democrática, puede convivir con formas de propiedad privada, eso sí, acotadas y no hegemónicas. Es más, el “imaginario decrecentista” concibe razonablemente una sociedad en la que puedan convivir formas públicas, cooperativas y privadas de propiedad, equilibradas y diversas, todas bajo el imperativo del bien común. La apuesta por la sociodiversidad es consustancial a la propuesta decrecentista.

Las prácticas y experiencias contrahegemónicas desarrolladas en muchos lugares, pueden ser “experiencias marginales austeras” pero apuntan a la creación de masas críticas que eventualmente lleven a la desconexión con las lógicas mercantilistas. Frente a la idea de vivir en la mierda esperando el momento de la revolución salvadora, clásica en la historia de la izquierda, los decrecentistas, junto a otros movimientos, participamos de la creación aquí y ahora, dentro del capitalismo dominante, de territorios, físicos, relacionales y simbólicos, liberados y en proceso de desconexión de las lógicas hegemónicas.

Los objetores del crecimiento nos referimos a la salida simultánea del sistema y del imaginario que lo acompaña; del sistema económico y de sistema ideológico; de la objetividad de las relaciones sociales y de su subjetividad; de la base material y de las suprestructuras. No hay preferencia estratégica sino elecciones tácticas en el contexto de las dinámicas concretas de los actores.

-Una práctica que rechaza del combate

“El método "convivial" no busca combatir porque no reconoce enemigos; se basa en trastocar la actitud de las personas - desde luego, no hechas de historia, sólo rellenas de "imaginario"; no con el trabajo de la negación, sino con el buen rollo evangelizador”.

No rechazamos el combate pero la mayoría de nosotros no definimos el movimiento por el decrecimiento a partir de una épica guerrera, una jerga militarista y una visión bélica de los conflictos sociales. Y eso no tiene nada que ver con nuestro uso del concepto de imaginario que el señor Amorós insiste en tergiversar.

Mucho más que el “trabajo de la negación” lo que nos interesa es el trabajo de la proposición y del proyecto. A la “evangelización” le llamamos difusión de ideas. Los objetores del crecimiento, como señala Paul Ariés, entendemos que “el primer decrecimiento que hay que propugnar es el de las injusticias sociales”. Por ello, la crítica al Capitalismo es doble: como sistema depredador de la naturaleza y como estructura socioeconómica que favorece la desigualdad y la explotación del hombre por el hombre.

El decrecimiento no es compatible con el capitalismo, tanto en su versión productivista como consumista. No obstante, la crítica al capitalismo no puede quedarse en una expresión “anti” genérica y dogmática: nos exige diseñar, proponer y realizar en un presente ampliado formas de organización socioeconómicas y culturales alternativas, fuera de la lógica mercantilista y del predominio del valor de cambio, abiertas a relaciones de reciprocidad, cooperación y apoyo mutuo. El radicalismo no se encuentra tanto en el anticapitalismo per se como en la capacidad de imaginar y arriesgarse a construir ahora alternativas a éste.

-Un pensamiento que se autodefine como expresión de una ley natural

“De acuerdo con el idealismo mesocrático el mundo es irracional e injusto porque no ha sido gobernado de forma adecuada, al no proporcionársele a la humanidad una verdad definitiva, o no desvelársele una "ley natural" como por ejemplo la del decrecimiento, fácilmente condensada en las ocho "erres" de Latouche.

“El decrecimiento es para sus seguidores la verdad "más verdadera", por lo que será suficiente aplicarla en pequeñas dosis y "articularla políticamente" para que su virtud conquiste el mundo”

El concepto de decrecimiento es cualquier cosa menos la expresión de una ley natural o una verdad revelada. Las fantasías y las tergiversaciones de Amorós alcanzan cotas sublimes. Decrecimiento es un concepto sencillo en su formulación pero, a la vez, complejo en su realización, que nace de la evidencia que ya hemos señalado: no es posible un crecimiento económico infinito en un mundo finito. No existe una fe decrecentista, por mucho que el crítico se empeñe en atribuirla a los partidarios del decrecimiento. Nuestra historicidad es incuestionable: somos sujetos contemporáneos que planteamos alternativas para este tiempo y para los lugares sociales concretos en los que vivimos.

El decrecentismo no es una doctrina de salvación derivada de una profecía apocalíptica ni de una verdad revelada. No pensamos tampoco que el derrumbe civilizatorio venga incluido en los genes de la especie sino que afirmamos que es el resultado de las opciones que en cada momento tomaron los que tenían las riendas del carro de la historia. Y el conjunto de esas elecciones nos ha conducido hasta aquí: al límite definitivo, a la frontera final con la biosfera a la cual pertenecemos y nos debemos. El derrumbe, decimos, no será una consecuencia de castigos divinos: lo será de la estupidez, la avidez, la insensatez y el deseo de poder de grupos sociales concretos, en la actualidad con nombre, apellidos y número de identificación fiscal conocidos. No obstante, el decrecentismo no apunta sólo a lo que va a pasar sino a lo que ha pasado y lo que está pasando en la actualidad. Los desastres son también cosa del presente.

No hay profecía apocalíptica, entonces, sino un diagnóstico descarnado que no puede ofrecer salvación ni recetas sino orientaciones para una lucha de largo aliento que implicará tanto enfrentamientos directos y estrategias de contrapoder como procesos sociales de desconexión o “deserción masiva” de los modelos de conducta dominantes (Paolo Cacciari)iv. La elección de unos caminos u otros por parte de los objetores del crecimiento dependerá de sus particulares condiciones subjetivas, éticas, culturales y políticas. El decrecentismo no prescribe unos modos u otros para practicar la decencia y la voluntad de cambio de rumbo. No es una apuesta por la salvación de algunos, sino por los derechos de las mayorías y minorías, sociales y biológicas, que viven en este planeta.

-Un movimiento excesivamente heterogéneo

“Por supuesto, el decrecimiento es una "propuesta abierta a una gran diversidad de experiencias y corrientes (…) Pero precisamente debido al hecho de no desprenderse de una praxis social concreta sino haber nacido en una mesa de expertos y (…) el remedio del decrecimiento sirve lo mismo para un roto que para un descosido”

¿Qué echa de menos Amorós? ¿Que no tengamos un decálogo? ¿Que no hagamos una lista de los incluidos y excluidos dentro del movimiento? ¿Qué no tengamos un modelo único de experiencia histórica? ¿Que no tengamos nuestra Albania? Los decrecentistas confiamos en la autoexclusión de los actores cuando sus valores y sus prácticas entren en contradicción con los conceptos básicos que nos unen. El antiproductivismo, el antiautoritarismo, el antipatriarcalismo, la apuesta por la simplicidad voluntaria, la descentralización, el biocentrismo, por señalar algunos de los conceptos identitarios del decrecentismo de manera inmediata o paulatina producirán la autoselección de algunos de los que ahora se han acercado a estas ideas, es decir, generarán como cualquier movimiento social vivo, discrepancias y distanciamientos internos. Pero no apostamos por la ortodoxia y las purgas consiguientes sino por la coherencia de principios. Ahora bien, todo lo anterior no nos debe impedir estar vigilantes frente a los intentos, por la derecha, el centro y la izquierda, de apropiación del movimiento. El fascismo y algunos extremismos de izquierda ya están intentando recuperar la dimensión antisistema del decrecimiento y el centro lo hace confundiéndolo con la doctrina de la “sostenibilidad”.

Con todo, para acercarse al decrecentismo hay que realizar un proceso de aligeramiento de la carga doctrinaria que ha caracterizado a la izquierda desde siempre. Quitarse los tics conductuales y linguísticos acumulados durante años de prácticas sectarias es un requisito para iniciar el viaje. Hay que comenzar haciendo la critica de la razón única, sea de izquierdas o de derechas, reconociendo que “hay varias razones y buscarlas, encontrarlas y articularlas” (Marcos). Seguir a continuación con el abandono del lenguaje estereotipado y agotado de la izquierda, lleno de ruidos y cacofonías producto de sus propios fracasos, para conectar con los deseos y la energía de cambio de la sociedad. Es necesario romper con la “continuidad acústica” en relación a los viejos sonidos del lenguaje supuestamente revolucionario. Avanzar en radicalidad y retroceder en extremismo puede ser una buena carta de navegación en este sentido.

Pero, sobre todo, hay que hacer una revisión profunda del concepto de poder como único, situado espacial y temporalmente y transformable desde arriba en beneficio de las mayorías. Frente a esa idea los decrecentistas oponemos una idea del poder como algo complejo, policéntrico y modificable desde abajo para que siga estando abajo.

-Un movimiento cuyos sujetos no forman un “conjunto coherente”

“No forman un conjunto coherente, puesto que su base social no es coherente. Dada la "diversidad" de personajes, colectivos y sectores presentes, en distintos niveles de compromiso con la dominación, la mediación a través de la práctica se produce en la confusión y la arbitrariedad”

Donde Amorós ve defectos nosotros vemos virtudes. Siempre desde la añoranza del sujeto histórico, único, homogéneo, viril, potente y clarividente, la diversidad real observada en el espacio decrecentista le produce incomodidad. Peculiar anarquismo el del crítico. Por el contrario, para los decrecentistas las propuestas emancipatorias nacen de las realidades que las hacen necesarias y estas realidades son diversas y múltiples. Frente al discurso de lo único, ya sea en su versión liberal o en su espejo leninista, oponemos el discurso y la práctica de lo común; lo común de lo diverso. Y lo diverso son los colectivos que en la actualidad desarrollan sus acción creativa en los vericuetos de las relaciones sociales en el mundo cooperativo, en el solidario, en el rural, cultural etc. En esas realidades el decrecentismo reconoce sujetos de cambio y apuesta por favorecer su desarrollo, en ocasiones integrándose o creando iniciativas concretas y en otras como catalizador o facilitador de su emergencia y consolidación. De ese encuentro entre los conceptos decrecentistas y las prácticas de los sujetos reales deben surgir las propuestas de cambio ajustadas a la historicidad de los actores enmarcadas en unos programas de transformación consensuados. No somos vanguardia, no reconocemos vanguardia alguna ni la añoramos; apostamos por aunar tareas, deseos y proyectos.

El socialismo de inspiración marxista se autoproclamó “científico” definió el socialismo anterior como “utópico”, lo despreció y con ello rechazó unas formas de prefiguración colectiva que no se guiaban por el sentido de la historia sino por el proyecto a partir de la imaginación, el deseo y las necesidades comunes. El utopismo como energía creadora es rescatado por los movimientos actuales y orienta sus experiencias de cambio.

-Un movimiento que pretende salirse de la economía sin ruptura

“Todos los partidarios del decrecimiento hablan de salirse de la economía, aunque la forma de dar el paso no pase por una revolución, ni tan sólo por una hecatombe económica (…) La destrucción del capitalismo no es la condición previa del cambio. Éste ha de ser "civilizado", pasando por la puerta, no rompiéndola”

“Los espacios de libertad aislados, por muy meritorios que parezcan, no son barreras que impidan la esclavitud. No son fines en sí mismos, como no lo eran los sindicatos en otros periodos históricos, y difícilmente pueden ser instrumentos para la reorganización de la sociedad emancipada. Durante los años treinta (…), la autonomía de cada institución revolucionaria, sindicatos incluidos, fue asegurada por la presencia de milicias y grupos de defensa. Pero hoy las cosas son diferentes; la emancipación no va a nacer de la apropiación de los medios de producción sino de su desmantelamiento”. Los decrecentistas no jugamos al “todo o nada”. No podemos hacerlo tomando en cuenta las urgencias sociales y medioambientales. En la actualidad, dentro del sistema, son necesarios y posibles cambios que vayan en la dirección de lo que propugnamos. No apostamos a la revolución redentora, ni siquiera a la toma del poder, como fin en sí mismo. En lugar de esto, muchos de nosotros compartimos la siguiente afirmación: “Ustedes luchan por la toma del poder. Nosotros, por democracia, libertad y justicia. No es lo mismo. Aunque ustedes tengan éxito y conquisten el poder, nosotros seguiremos luchando por democracia, libertad y justicia. No importa quién esté en el poder, los zapatistas están y estarán luchando por democracia, libertad y justicia” (Carta de subcomandante Marcos al Ejercito Popular Revolucionario). Si los movimientos contrahegemónicos no hacemos una revisión en profundidad de la cuestión del poder estaremos condenados a repetir la historia. Y por supuesto, un cuerpo de “milicias y grupos de defensa” no nos parecen por ahora imprescindible para proteger un huerto urbano, una cooperativa de consumo o un mercado de trueque. La retórica supuestamente revolucionaria no es una buena aliada para la precisión analítica: ¿Qué quiere decir “abolir” o “destruir” el capitalismo? ¿Redactar un decreto el día uno de la revolución y decir que desde ese momento el capitalismo no existe? ¿Qué quiere decir, “destruirlo”? ¿dinamitar El Corte Inglés o el Banco de Santander? Las dinámicas de cambio son procesos complejos no reductibles a un momento puntual y definitivo. Todas las revoluciones que lo han intentado, todas, han terminado en fracasos colosales. La primera de ellas: la revolución rusa cien años después ha conducido a un brutal capitalismo de Estado, pasando por gulags y desastres medioambientales sin parangón. Los decrecentistas no hemos decretado el final de las revoluciones pero no hacemos de ellas el instrumento privilegiado de nuestra marcha y, efectivamente, no tenemos al socialismo o al comunismo, en su versión marxista-leninista, como final de nuestro camino. Preferimos la imagen de una sociedad decrecentista plural, resultado de las iniciativas de actores múltiples y diversos; un mundo en el que deberán “caber muchos mundos”. v(Marcos)

La destrucción del capitalismo no es, para la mayoría de los decrecentistas, la condición previa del cambio. El cambio se desarrolla aquí y ahora dentro del capitalismo porque no hay, en el sistema-mundo, ningún espacio exterior a él. No se trata de una reforma o mejora del sistema, al modo socialdemócrata, sino de la creación en sus intersticios, de una masa crítica de proyectos alternativos con voluntad de resolver aquí y ahora los problemas diagnosticados.

No creemos tampoco en la vieja táctica de “cuanto peor mejor” o de “acentuar las contradicciones” y los conflictos para facilitar la revolución redentora, precedida de una “ofensiva de masas”. Los proyectos actuales, como por ejemplo, entre otros los de economía solidaria, deben ser la prefiguración de la sociedad deseada o, más bien, son la sociedad imaginada y deseada. La utopía se construye en el presente. Un banco cooperativo es una alternativa actual a la banca comercial; una cooperativa de consumo a un supermercado y así sucesivamente. Donde haya un sueño tiene que haber una realidad que lo anticipe. Lo nuestro no es un programa de gobierno sino un “programa de transformaciones”. El camino es la meta (Buda).

Evidentemente, no pensamos que la puesta en práctica de esta filosofía de transformaciones progresivas, podrá realizarse sin conflictos ni luchas. Ni idealizamos todas las experiencias de desconexión actuales, muchas de ellas, efectivamente dependientes del mismo sistema del cual quieren ser alternativa. No somos ingenuos ni idiotas. Pero una cosa es considerar la posibilidad real de las luchas y otra darla como un supuesto o incluso como un objetivo deseable y construir una ética, una estética y una política de la beligerancia como signo o gesto de fortaleza y eficacia revolucionaria. Y, por supuesto, no compartimos el elogio adolescente de “la revuelta”, ni siquiera cuando es propuesta como “forma de conocimiento”.

Somos evidentemente críticos con las expresiones actuales de la democracia representativa y los “subproductos políticos” como lo denomina Amorós, pero eso no nos lleva a las imágenes de ruinas, destrucción y, suponemos, paredones con los que parece soñar.

-Una apuesta por la sostenibilidad

“Desde cualquier ángulo, las soluciones pasan por disciplinar a los individuos en tanto que consumidores, reeducándolos en el ahorro, la austeridad, el reciclaje y el pago de tasas académicas e impuestos mayores. En tanto que automovilistas, financiándoles la compra de coches menos contaminantes, pero obligando a pagar peajes por acceder a los centros de las conurbaciones y trabando al estacionamiento”.

El decrecentismo se desmarca claramente de la doctrina de la sostenibilidad. El paradigma del decrecimiento es diferente al paradigma del crecimiento y al de la sostenibilidad. Y el señor Amorós o no lo ha entendido o quiere confundirlos ex profeso. Las diferencias con el primero las hemos explicado a lo largo de este texto. Dedicaremos unas líneas a las diferencias con el segundo. Las propuestas de la sostenibilidad se basan en el imperativo de sostener lo dado, es decir, el crecimiento, garantizando que el modelo de producción y consumo y las tasas de beneficios empresariales sigan como hasta ahora. El “desarrollo sostenible” se ha convertido en una etiqueta que utilizan los gobiernos y las propias multinacionales para demostrar que tienen en cuenta las consecuencias medioambientales de sus negocios a la hora de tomar decisiones. No obstante, la lógica de acumulación, contaminación y expolio sigue inmutable. Los decrecentistas, para utilizar uno de los ejemplos de Amorós, no sólo nos oponemos a la “financiación de coches menos contaminantes” sino a la misma idea de basar la movilidad en un vehículo individual de desplazamiento y de revisar los efectos de contaminación no sólo en el uso de los vehículos, y de los objetos tecnológicos en general, sino en sus etapas de concepción, diseño, producción y reciclaje.

Una apuesta por el “Tercer Sector”

“Finalmente, la necesidad de mantener a sectores enteros de excluidos del mercado laboral revaloriza experiencias marginales como cooperativas, huertos urbanos, desescolarización, entretenimiento comunitario, trueque, movilidad sostenible, etc.; es decir, garantiza la existencia de una economía marginal tolerada e incluso protegida, un "tercer sector" al que se transfiere por las vías fiscal y administrativa un pedacito de los beneficios de la economía "real".

Los decrecentistas vinculamos la cuestión ecológica con un cambio de rumbo del modelo productivo dentro de una ética de la austeridad común. Para ello, nos apoyamos, en parte, en las experiencias del llamado “tercer sector” sabiendo que este es un concepto donde caben iniciativas de diverso origen y con diferentes grados de cercanía o coherencia con la propuesta decrecentista. Rescatamos, dentro de este sector, particularmente las experiencias concretas de economía solidaria pero somos críticos, cuando se existe, con su papel como complemento de un Estado del bienestar en proceso de desmantelamiento.

-Un movimiento que manifiesta su adhesión al Estado democrático

“Del ciudadanismo, la ideología del decrecimiento conserva intactos el pánico a los conflictos, el amor a las nuevas tecnologías y la adhesión al Estado "democrático". Los ciudadanistas han circulado antes por la carretera estatista en sus demandas de tasación y regulación financiera. En los países llamados democráticos porque ocultan su totalitarismo, un pretendido sujeto emerge de las ruinas del proletariado: la "ciudadanía".

“Por otro lado, las decisiones empiezan a regresar a la esfera del Estado, recobrando éste en parte la facultad de definir los intereses generales, lo que renueva con mayor realismo las esperanzas decrecentistas de un "control democrático de la economía por la política". Un entendimiento con el orden es posible”

La vinculación que hace nuestro crítico entre el decrecentismo y el ciudadanismo es gratuita pero la realiza, al parecer, para intentar matar dos pájaros de un tiro. Los que se sientan interpelados como ciudadanistas deben responder por su cuenta. No obstante, por lo menos en España, la ideología “ciudadanista” no forma parte del sustrato conceptual del movimiento por el decrecimiento ni éste tiene vinculación orgánica con movimientos como ATTAC. Esto no impide que muchos pensemos que la democratización del Estado, las regulaciones financieras, la lucha por derechos civiles pueden formar parte del objetivo general de un control democrático de la economía por la política. Esto es necesario hacerlo porque es iluso y a la vez irresponsable jugar las cartas de la emancipación a un autogobierno futuro, liberado de las coacciones de clase, beligerante mientras en el presente estemos sometidos a las discrecionalidades del poder

Junio 2010

http://innovacionydecrecimento.blogspot.com

www.decrecimientomadrid.org

El trauma del decrecimiento

Miquel Amorós

La sinrazón gobierna el mundo. Los individuos se relacionan a través de cosas que les imponen sus reglas desde fuera: mercancías, dinero, tecnología... En la sociedad a la que pertenecen su trabajo sirve para producir beneficios crecientes a particulares, no para satisfacer necesidades reales colectivas, por lo que aparece dominada por un tipo concreto de actividad económica: una economía de mercado cuya metástasis agota los recursos naturales, aumenta las desigualdades sociales y destruye el planeta.

“Con frecuencia, nos dejamos dominar por una impresión, hasta que nos liberamos al reflexionar, y esta meditación, rápida y mudable en su agilidad, penetra en el íntimo misterio de lo desconocido.”

(Kirkegaard, Diario de un Seductor)

La sinrazón gobierna el mundo. Los individuos se relacionan a través de cosas que les imponen sus reglas desde fuera: mercancías, dinero, tecnología... En la sociedad a la que pertenecen su trabajo sirve para producir beneficios crecientes a particulares, no para satisfacer necesidades reales colectivas, por lo que aparece dominada por un tipo concreto de actividad económica: una economía de mercado cuya metástasis agota los recursos naturales, aumenta las desigualdades sociales y destruye el planeta. La separación entre el mundo tal como va y tal como debería ir es completa y el futuro prometido no merece más que desprecio. El reino de la razón apunta hacia atrás, a una edad de oro; así las formas anteriores de sociedad y Estado salen del desván como soluciones menos injustas e irracionales y se ponen de moda. Unos proponen la vuelta a estadios anteriores a la civilización urbana (primitivistas); otros, al Estado-nación y a las condiciones capitalistas de la posguerra (ciudadanistas); finalmente, otros, mediante la agricultura biológica, el “comercio justo” y la “banca ética”, quieren regresar a la fase inicial del capitalismo, la de la separación del valor de uso y el valor de cambio, del trabajo concreto y el trabajo abstracto (neorrurales).

Una sociedad de clases pulverizadas que existe como objeto del capital

La etapa desarrollista o fordista del capitalismo produjo fenómenos de desclasamiento entre los trabajadores que se acentuaron con la reestructuración productiva que la concluyó; la mundialización hizo lo propio con las clases medias, tras precipitarlas en el abismo del crédito. El relevo generacional del proletariado y la mesocracia se horroriza ante la amenaza de exclusión, el destino de formar parte de la masa que la economía no necesita debido a la alta productividad y a la explotación intensiva de los obreros de los países “emergentes”. No obstante, la voluntad de reorganizar la sociedad según normas diferentes, el deseo de un cambio en la manera de aprender, producir y consumir que hoy se manifiesta esporádicamente en los llamados “movimientos sociales”, no lleva la impronta de la acción proletaria. La clase obrera ha perdido la memoria, y con ello, sus maneras y su ser. La iniciativa pertenece a los pequeños burgueses desclasados, a los estudiantes, empleados, funcionarios, y, en general, a los grupos sociales en el filo de la proletarización, los perdedores de la mundialización. El oscurecimiento del antagonismo de clase producto de la derrota obrera, sumado a la evidencia de la crisis ecológica, permite que se presenten como representantes de intereses generales, fabricándose para la ocasión un pensamiento recuperado de fragmentos críticos anteriores frutos de luchas reales. Confeccionan una ideología, una salsa de ideas completamente desligada tanto de su origen como de la acción, que refleja las ambigüedades de la idiosincrasia perdedora, sentada entre dos sillas, y que viene caracterizada por la negación del conflicto clasista, el rechazo de las vías revolucionarias, la confianza en las instituciones y la indiferencia ante la historia, detalles estos que confieren a la protesta un nuevo estilo en las antípodas de la pasada lucha de clases. En efecto, para los perdedores el capitalismo no es un sistema donde los individuos se relacionan a través de cosas y sobreviven sometidos al trabajo y esclavizados por el consumo y las deudas, algo que nació en un momento dado y puede desaparecer en otro; tal sistema no se desprende de una determinada relación social derivada de la propiedad privada de los medios de producción, sino que es “una creación de la mente”, un estado mental cuyo “imaginario” hay que descolonizar con ejercicios espirituales. Hay pues que alejarse de situaciones traumáticas, olvidarse de tomar bastillas y asaltar palacios de invierno, y sumergirse en ambientes “relacionales” donde dominen condiciones psicológicas apacibles y familiares, que alguien ha llegado a calificar de “femeninas”. En el polo opuesto a Mayo del 68, uno no tiene más ganas de hacer el amor cuando más se enfrenta con la policía, ni encuentra la playa debajo de los adoquines. La barricada no abre el camino. Eso seguramente es cosa de machotes, un modo de hacer demasiado “masculino”. El método “convivial” no busca combatir porque no reconoce enemigos; se basa en trastocar la actitud de las personas - desde luego, no hechas de historia, sólo rellenas de “imaginario”— no con el trabajo de la negación, sino con el buen rollo evangelizador.

La crisis principal es crisis de la conciencia de clase

De acuerdo con el idealismo mesocrático el mundo es irracional e injusto porque no ha sido gobernado de forma adecuada, al no proporcionársele a la humanidad una verdad definitiva, o no desvelársele una “ley natural” como por ejemplo la del decrecimiento, fácilmente condensada en las ocho “erres” de Latouche. El antagonismo violento entre clases aparece apaciguado y semidisuelto en múltiples oposiciones menores: consumismo y frugalidad, despilfarro y ecoeficiencia, mundial y local, desperdicio y reciclaje, alimentación industrial y autoproducción, coche privado y bicicleta, crecimiento y decrecimiento, ying y yang. La ruta de una parte a la otra ha de ser recorrida con simplicidad y sin traumas; el nuevo orden será implantado lejos de las masas, paulatinamente y desde fuera, mediante la pedagogía y el ejemplo, gracias a experiencias marginales austeras y reformas fiscales. El decrecimiento es para sus seguidores la verdad “más verdadera”, por lo que será suficiente aplicarla en pequeñas dosis y “articularla políticamente” para que su virtud conquiste el mundo. Como verdad absoluta no está sujeta al espacio ni al tiempo, no es vista como un producto histórico gestado en etapas anteriores de la crisis capitalista, responsable de una evolución determinada de las clases sociales y de sus conflictos. Sin embargo la memoria nos aclara el sentido de la aventura decrecentista en busca del reino idealizado de la clase media decadente. Para empezar, el decrecentismo no aporta nada nuevo. En sí es una mezcla de bioeconomía, indigenismo y ciudadanismo. De la primera extrae su principio económico; del segundo, su principio social, la “convivencialidad”; del tercero, su principio político. Por supuesto, el decrecimiento es una “propuesta abierta a una gran diversidad de experiencias y corrientes”; no son lo mismo Enric Duran y los anarcosindicalistas, que Attac, los posestalinistas o la cohorte oenegera. Pero precisamente debido al hecho de no desprenderse de una praxis social concreta sino haber nacido en una mesa de expertos y profesores –cosa que reafirmaría más todavía su naturaleza ideológica— el remedio del decrecimiento sirve lo mismo para un roto que para un descosido. Los más avispados se inspiran en la autoorganización de barriadas marginales de conurbaciones tercermundistas como La Paz, Oaxaca o Niamey, pero hay quien señala a Cuba como ejemplo de lo que significa mantenerse “dentro de los parámetros de sostenibilidad”. Con ese modelo no es de extrañar que al proyecto decrecentista se apunte “el mundo de los partidos comunistas”, mundo parásito por excelencia, subrayando así uno de los aspectos más sospechosos, acontecimiento del que se felicitan Carlos Taibo y Fernández Buey. En una atmósfera convivencial, cuanto más seamos, más reiremos: el decrecimiento es igual de compatible con el marxismo ecléctico y positivista de los universitarios que con la teología de la liberación o el municipalismo libertario. Cualquiera puede interpretarlo a su conveniencia, poner el acento en unas ideas y desechar otras, darle un toque particular o pasarlo por el cedazo, sin que por ello quede oculto su función reaccionaria en tanto que falsa conciencia de la realidad de unas clases en migajas.

No way out

Todos los partidarios del decrecimiento hablan de salirse de la economía, aunque la forma de dar el paso no pase por una revolución, ni tan sólo por una hecatombe económica. Sin que pase por una salida. La destrucción del capitalismo no es la condición previa del cambio. Éste ha de ser “civilizado”, pasando por la puerta, no rompiéndola, con el inapreciable auxilio de la informática e internet, herramientas “conviviales” que “atacan el reino de la mercancía” (Gorz) y nos ayudan a crear “espacios autónomos convivenciales y ahorrativos” repletos de “bienes relacionales”, gracias a cuyo atractivo quedará nuestro imaginario descolonizado. No se trata pues de sustituir un sistema por otro, y menos con violencia, sino de crear un sistema bonito dentro de otro malo, que conviva con él. Cuando los decrecentistas hablan de salir del capitalismo, la mayoría de las veces se refieren a salir del “imaginario capitalista”. A un cambio de mentalidad, no de sistema. Es más, piensan que este otro cambio, que comportaría la destrucción de la democracia burguesa, la socialización de la producción, la eliminación del mercado, la abolición del salario y la desaparición del dinero, engendraría “el caos”, algo “insostenible” que además tendría el defecto de no terminar con el “imaginario dominante.” Estamos muy lejos de caminar hacia lo que en otra época se llamó socialismo o comunismo. Lo que se pretende es más sencillo: poner a dieta al capitalismo. No cabe la menor duda de que sus dirigentes, estimulados por el éxito de una “economía solidaria” a la que el Estado ha transferido suficientes medios, y, forzados por el agotamiento de los recursos y la escasez de energía barata, se van a convencer de la necesidad de entrar “en una transición socio-ecológica hacia menores niveles de uso de materias primas y energía” (Martínez Alier). Los millones de parados que engendraría dicha transición habrían de coger el ordenador y marchar al campo, recipiente de un sinfín de “nuevas actividades”, medida que fluiría de un “ambicioso programa de redistribución” incluyendo una “renta de ciudadanía” (Taibo), al alcance solamente de las instituciones estatales. En tanto que tentativa de salirse del capitalismo sin abolirlo, al pasar a la acción y entrar en el terreno de los hechos, los decrecentistas confluyen con el viejo y abandonado proyecto socialdemócrata de abolir el capitalismo sin salir nunca de él. Si acabar con el capitalismo de forma abrupta es una forma de “decrecimiento traumático” que va contra el “decrecimiento sostenible” (Cheynet), qué decir tendría acabar con la política. Aunque no haya más política que la que sigue los designios de la economía, y, por lo tanto, del crecimiento, no se concibe otra manera de “implementar” las medidas necesarias de cara a una “transición igualitaria hacia la sostenibilidad” que la de “recuperar protagonismo como comunidades políticas” (Mosangini), por ejemplo, mediante “una propuesta programática ante las elecciones” (Jaime Pastor). Así pues, los decrecentistas podrán cuestionar el sistema económico que han renunciado a destruir, pero nunca cuestionarán sus subproductos políticos, los partidos, el parlamentarismo y el Estado, instrumentos conviviales y espirituales donde los haya. Aunque en casa la boca se les llene con lo de “recobrar espacios de autogestión”, de puertas afuera claman por el engendro de la “democracia participativa”, es decir, por la vigilancia y asesoría de las instituciones y constructoras en materia de urbanización e infraestructuras, al objeto de conjurar las protestas radicales en defensa del territorio.

El Estado es el aparato mediador entre el capital en su conjunto y los capitales particulares

Del ciudadanismo, la ideología del decrecimiento conserva intactos el pánico a los conflictos, el amor a las nuevas tecnologías y la adhesión al Estado “democrático”. Los ciudadanistas han circulado antes por la carretera estatista en sus demandas de tasación y regulación financiera. En los países llamados democráticos porque ocultan su totalitarismo, un pretendido sujeto emerge de las ruinas del proletariado: la “ciudadanía”. Éste es el disfraz con que la lumpenburguesía se sirve para presentar la cuestión social no como respuesta a las prácticas de una clase dominante propietaria del mundo, sino como un problema de impuestos y de derechos civiles, efectivamente bloqueados o recortados por leyes de excepción necesarias para el funcionamiento de la economía, que es de manera progresiva una economía de guerra. La acción ciudadana no consistirá en suprimir las diferencias de clase, igualar la remuneración de los funcionarios, impugnar la existencia de las jerarquías y menos aún en reivindicar una expropiación generalizada; consistirá sencillamente en “repolitizar la esfera pública y recordar a los consumidores que son por encima de todo ciudadanos” (Jorge Reichman). Afirmar rotundamente que otro capitalismo es posible, reclamando al Estado como buenos votantes nuevas leyes que garanticen los derechos conculcados y una nueva fiscalidad que repare los daños provocados en la sociedad y el medio ambiente. Para los ciudadanistas, ni la política ni el Estado tienen carácter de clase y forman parte del mecanismo de explotación, sino que son espacios neutros susceptibles de ponerse al servicio de intereses comunes con tal que sean controlados por observatorios y comisiones de seguimiento. Ante esa convicción inamovible, el alboroto y la algarada que acompañan a las movilizaciones no resultan argumentos “que pesen en el debate” y han de condenarse en favor de las manifestaciones pacíficas y festivas, del diálogo con los poderes y de las elecciones.

A pesar de las diferencias, no existe una contradicción mayor entre la ideología ciudadanista y la del decrecimiento, sino una continuidad lógica. Las dos traducen la mentalidad de las clases medias en dos etapas distintas del capitalismo. El ciudadanismo se correspondía con un periodo expansivo, donde había especulación para todos. Las clases medias ciudadanas no escupen en la mano que les presta dinero; por eso eran optimistas y contrarias a contestar una economía que parecía funcionar; sólo era cuestión de moralizarla con regulaciones y controles institucionales preferentemente en manos de la “izquierda real”. No querían modificar el sistema político, sino renovar los contenidos de los programas; soldar el partido del Estado. Para mejor precisar estos objetivos, se negaron a constituirse en partido, diluyeron su keynesianismo y de estar “contra la globalización” se fueron a “otra globalización”. Mientras tanto, el único decrecimiento que hubo fue el de la conciencia social. Cuando el panorama se volvió negro, el rosario de crisis financieras, bursátiles e inmobiliarias donde desembocó la expansión burbujeante de la economía tuvo consecuencias funestas para la “ciudadanía”, fuertemente endeudada y con el imaginario puesto en una segunda residencia y unas vacaciones en Cancún. Por primera vez en muchos años hubo decrecimiento, pero en forma de recesión económica, no de imaginario liberado. La factura de las crisis no se detuvo en los que pagan siempre sino que llegó hasta el empresariado, al que también se le cerró el crédito. Las bolsas de excluidos y morosos se dispararon. El temor a situaciones como las del “corralito” argentino se hizo palpable. El retorno de un Estado fuerte tapando los agujeros con fondos y creando trabajo se impuso como solución. El discurso del cambio climático sacó fuera del baúl de los horrores a la energía nuclear. El “peak” de la producción petrolífera puso en marcha el negocio de las energías renovables. La misma clase dominante tuvo que reconsiderar la “alternativa” del keynesianismo y la industria verde, única posibilidad de crecimiento inmediato. El capitalismo viraba seriamente hacia el desarrollismo “sostenible”, auxiliado por un ecologismo que no se propuso desafiarle, un ecologismo pues inoperante ecológicamente. Un cambio de paradigma capitalista de tal magnitud, o dicho más exactamente, un estado de excepción ecológico, primer capítulo de una economía de guerra, acarreaba importantes alteraciones en la producción, el consumo y la manera de vivir, cambios que afectaban a las clases perdedoras. Había llegado el momento de salirse de un determinado tipo de capitalismo y permitirse el lujo de declararse anticapitalistas.

La destrucción y reconstrucción del planeta forma parte del proceso de valorización capitalista

Ante una clase media arruinada, millones de parados y unas perspectivas económicas realmente belicosas, el proyecto ciudadanista resultaba ridículamente moderado. El capitalismo se adelantaba al fomentar un Estado verde dentro de una economía verde. El catastrofismo ecologista había encontrado padres adoptivos en las instancias dirigentes del más alto nivel, enriqueciendo el lenguaje de Estado. Reaparecieron jerarcas partidarios de poner límites, incluso, a largo plazo, de ir hacia un capitalismo sin crecimiento, tal como recomendaron los expertos del Club de Roma hace casi cuarenta años. Los medios decrecentistas recibieron un aluvión de adherentes con ganas de marcha; de ahí las presiones para abandonar el debate entre expertos (a fin de “ejercer la ciudadanía”) y el individualismo (o el “decrecimiento en una sola aldea”), bien creando un partido político o en su defecto un “movimiento”, bien proponiendo nuevas instituciones y profesiones. Por ahora los nuevos horizontes de la economía y de la política no convergen con “el programa reformista de transición” del decrecimiento, todavía en mantillas, pero sin duda acercan posiciones. Los dirigentes capitalistas son conscientes de que incorporar criterios de sostenibilidad a la gestión económica es la mejor garantía para la supervivencia de las empresas. Los objetivos de un programa patronal como el llamado “Responsabilidad Social Corporativa” son “integrar los aspectos económicos, sociales y medioambientales en la actividad empresarial e incluirlos en su estrategia.” Uno creería estar leyendo Le Monde Diplomatique. Por otro lado las decisiones empiezan a regresar a la esfera del Estado, recobrando éste en parte la facultad de definir los intereses generales, lo que renueva con mayor realismo las esperanzas decrecentistas de un “control democrático de la economía por la política”. Un entendimiento con el orden es posible. Empresarios, políticos y fans del decrecimiento, unos quedándose dentro sin salirse, otros saliéndose fuera sin quedarse, coinciden a grandes rasgos en poner atención al metabolismo de la economía y gravar las pérdidas del ecosistema “sin mermar el bienestar de los empleados.” De acuerdo pues en el refuerzo de los controles, en la necesidad de pagar la “deuda de carbono”, en la difusión de las nuevas tecnologías, en el aumento de la inversión pública, en el reciclado de basuras, en la gestión “democrática” del territorio y, sobre todo, en la aceptación de determinadas restricciones al consumo, que habrá de basarse no ya en la abundancia, sino en el racionamiento (por ejemplo, energético). Desde cualquier ángulo, las soluciones pasan por disciplinar a los individuos en tanto que consumidores, reeducándolos en el ahorro, la austeridad, el reciclaje y el pago de tasas académicas e impuestos mayores. En tanto que automovilistas, financiándoles la compra de coches menos contaminantes, pero obligando a pagar peajes por acceder a los centros de las conurbaciones y trabando al estacionamiento. Y también en tanto que trabajadores, preparándolos para el reparto de trabajo, la reducción salarial, la recolocación en medio rural y el ocio creativo. Finalmente, la necesidad de mantener a sectores enteros de excluidos del mercado laboral revaloriza experiencias marginales como cooperativas, huertos urbanos, desescolarización, entretenimiento comunitario, trueque, movilidad sostenible, etc.; es decir, garantiza la existencia de una economía marginal tolerada e incluso protegida, un “tercer sector” al que se transfiere por las vías fiscal y administrativa un pedacito de los beneficios de la economía “real”.

Violencia anticapitalista o destrucción de la especie Humana

Muchas ideas expuestas en los papeles decrecentistas son interesantes y comprensibles en un contexto de rebeldía, y aún se entienden mejor en las obras de los autores originales de donde fueron recuperadas. No forman un conjunto coherente, puesto que su base social no es coherente. Dada la “diversidad” de personajes, colectivos y sectores presentes, en distintos niveles de compromiso con la dominación, la mediación a través de la práctica se produce en la confusión y la arbitrariedad. Todos tienen en común el huir de ese factor esencial de conocimiento que es la revuelta. Todos temen al trauma de la revuelta. El decrecimiento es un paraguas bajo el que se cobijan posturas imposibles de unificar: unas se limitan a acampar en los prados de la pedagogía, otras insisten en preñar la política y el sindicalismo, y el resto obedece a la llamada de la tierra. Cada posicionamiento refleja los intereses concretos de un determinado grupo social, distintos e incluso opuestos a los de los otros grupos, puesto que la clase en la que se insertan no es una auténtica clase, sino un montón de pedazos de otras. La Historia muestra suficientes ejemplos de la única materia que puede reunir tal tipo de fragmentos: el miedo. Un movimiento sin intereses claros y con la estrategia por definir, impulsado por el pánico, no puede funcionar más que al servicio de otros intereses, estos por supuesto bien visibles, y como parte de otra estrategia, perfectamente definida: en ausencia de un movimiento revolucionario real, mandan los intereses y la estrategia de la clase dominante.

Son encomiables muchos experimentos de desvinculación, reivindiquen o no reivindiquen el decrecimiento, pues en las épocas sombrías tienen la fuerza del ejemplo, a condición, eso sí, de presentarse como lo que son, modos de sobrevivir más llevaderos, de coger aliento si cabe, pero nunca panaceas. Son un comienzo pues la secesión es hoy la condición necesaria de la libertad. Sin embargo, ésta no tiene valor sino como fruto de un conflicto, o sea, unida a la subversión de las relaciones sociales dominantes. Constituyendo una especie de guerrilla autónoma. La relación con los combates sociales y la práctica de la acción directa es lo que confiere el carácter autónomo al espacio, no su existencia en sí. La ocupación pacífica de fábricas y territorios abandonados por el capital podrá resultar a veces loable pero no funda una nueva sociedad. Los espacios de libertad aislados, por muy meritorios que parezcan, no son barreras que impidan la esclavitud. No son fines en sí mismos, como no lo eran los sindicatos en otros periodos históricos, y difícilmente pueden ser instrumentos para la reorganización de la sociedad emancipada. Durante los años treinta fue cuestionado ese papel, atribuido entonces a los sindicatos únicos, porque se le suponía reservado a las colectividades y a los municipios libres. El debate merece recordarse, sin olvidar que, a la hora de la verdad, la autonomía de cada institución revolucionaria, sindicatos incluidos, fue asegurada por la presencia de milicias y grupos de defensa. Pero hoy las cosas son diferentes; la emancipación no va a nacer de la apropiación de los medios de producción sino de su desmantelamiento. Las zonas relativamente segregadas hoy en día existen precisamente porque son frágiles, porque no son una amenaza, no porque constituyan una fuerza. Y sobre todo, porque no sobrepasan los límites del orden: en Francia, la mayor aportación del millón de neorrurales no ha sido otra que “votar a la izquierda”. Al fin y al cabo, también son contribuyentes. Los islotes autoadministrados no transforman el mundo. La lucha, sí. No estamos en la época de los falansterios y las icarias. La democracia directa y el autogobierno han de ser respuestas sociales, la obra de un movimiento nacido de la fractura, de la exacerbación de los antagonismos sociales, no del voluntarismo campañil, y no han de producirse en la periferia de la sociedad, lejos del mundanal ruido, sino en su centro. El espacio será efectivamente liberado cuando un movimiento social consciente lo arrebate al poder del Mercado y del Estado, creando sólidas contrainstituciones en él. La salida del capitalismo será obra de una ofensiva de masas o no será. El nuevo orden social justo e igualitario nacerá de las ruinas del antiguo, puesto que no se puede cambiar un sistema sin destruirlo primero.

Extraido de la publicación Libre Pensamiento, número 63, invierno 2010.

Fuente: Klinamen

Extracto de Tres Guineas de Virginia Woolf

“En otras palabras, señor, creo que usted quiere decir que el mundo, tal como es, está dividido en dos servicios, el público y el privado. En un mundo, los hijos de los hombres con educación trabajan como funcionarios públicos, como jueces, militares, y son pagados por este trabajo; en el otro mundo, las hijas de los hombres con educación trabajan como esposas, madres e hijas, pero no son pagadas por esto trabajo. ¿Es eso? ¿Es que el trabajo de madre, esposa e hija no vale nada para la nación, en dinero contante y sonante? Este hecho, si es que de un hecho se trata, resulta tan pasmoso que tenemos que confirmarlo recurriendo una vez más al impecable Whitaker.

Busquemos de nuevo en sus páginas. Y buscamos y buscamos en ellas. Parece increíble, pero parece innegable. Entre todos esos oficios, no está el oficio de madre; entre todos esos sueldos, no está el sueldo de madre. El trabajo de arzobispo cuesta 15.000 Libras anuales al Estado; el trabajo de un juez le cuesta 5.000 Libras al año; el trabajo de un capitán del ejército, de un capitán de marina, de un sargento de dragones, de un policía, de un cartero, todos estos trabajos merecen un pago efectuado mediante los impuestos que tributamos, pero las esposas, las madres y las hijas, que trabajan todo el día, todos los días, y sin cuyo trabajo el Estado se derrumbaría y se haría añicos, sin cuyo trabajo los hijos de usted, dejarían de existir, no cobran nada. ¿Es posible?. ¿O tenemos que condenar al impecable Whitaker por el delito de errata?.

(…)

En las biografías de los maridos, leyendo entre líneas, encontramos a muchas mujeres dedicadas a trabajar, ¿Qué nombre vamos a dar a la profesión consistente en traer al mundo nueve o diez hijos, a la profesión consistente en llevar una casa, cuidar a un inválido, visitar a los pobres y a los enfermos, atender a un padre anciano, a la madre vieja? Esta profesión carece de nombre y de retribución, pero encontramos a tan gran número de madres, hermanas e hijas de hombres con educación practicando dicha profesión durante el siglo XIX que debemos reunirlas, y reunir sus vidas, detrás de las vidas de sus maridos y hermanos, y permitir que comuniquen su mensaje a quienes tienen tiempo para extraérselo e imaginación para descifrarlo.”

Extraído de ‘Tres Guineas’ de Virginia Woolf. 1938.


Crecimiento cero y capital

Alejandro Nadal

La destrucción del medio ambiente y el crecimiento parece que van de la mano. Por esa razón hoy existe un movimiento importante que propone un crecimiento cero o hasta un de-crecimiento en las economías del planeta como una forma de frenar el deterioro del medio ambiente.

El decrecimiento es definido como una reducción en términos físicos en la producción y consumo a través de una contracción en la escala de actividad y no sólo por incrementos en la eficiencia. En un trabajo reciente Kallis-Schneider-Martínez Alier (www.esee2009.si) explican que el decrecimiento puede ser visto como una reducción voluntaria, equitativa y gradual en la producción y consumo de tal modo que se garantice el bienestar humano y la sustentabilidad ambiental a nivel local y global, tanto en el corto como en el largo plazo.

Para alcanzar el decrecimiento se han propuesto muchas medidas relacionadas con tecnología, trabajo, educación y crédito. Algunas de estas medidas están relacionadas con políticas macroeconómicas. Por ejemplo, se propone una reforma monetaria en la que desaparece la moneda fiduciaria, considerando que así se corta de tajo la propensión al crecimiento desenfrenado. La moneda fiduciaria no está respaldada por reservas de oro o algún otro metal, o valores y divisas, de tal modo que su valor intrínseco es nulo. Su función de medio de pago es posible porque ha sido designada oficialmente como el instrumento monetario por excelencia. La confianza derivada de esta declaratoria permite que un simple pedazo de papel pueda desempeñarse como instrumento monetario. Parece que los seguidores del decrecimiento siempre han visto un enemigo en este mecanismo porque les parece que permite el crecimiento sin fin por carecer de un referente tangible. Esta es una visión equivocada: la prueba es que aún cuando la moneda no era fiduciaria había crecimiento.

El crecimiento tampoco encuentra sus orígenes en una patología cultural, una manía, un fetiche o una moda loca. El crecimiento es la consecuencia directa de la operación de las economías capitalistas. Y esta afirmación se aplica al capitalismo tal y como existía en Génova en el siglo XVI, o al mundo de las mega-corporaciones que imponen sus reglas en los mercados globales. También vale para describir lo que pasa en el capitalismo industrial o en el financiero.

En pocas palabras, el crecimiento está generado por factores endógenos del capitalismo porque el objetivo del capital es producir ganancias sin un fin determinado. Ese es el sentido de la particular forma de circulación monetaria que define al capital. Por la ley de la mercancía su propósito no es producir cosas más o menos útiles (o decididamente inútiles), sino producir ganancias y reproducirse a sí mismo. Por eso el capital es un motor de acumulación interminable, independientemente de si existe o no una moneda fiduciaria, o de si hay tal o cual mentalidad. La competencia intercapitalista es la manifestación de esta característica del capital.

En los Grundrisse, Marx señala que “conceptualmente, la competencia no es otra cosa que la naturaleza interna del capital, su carácter esencial, que surge y se realiza en la interacción de muchos capitales, una tendencia interna que se presenta como necesidad externa. El capital existe y sólo puede existir como muchos capitales y su determinación aparece como la interacción recíproca de unos con otros. Por las fuerzas de la competencia, el capital está siendo continuamente acosado ‘¡marcha, marcha!”

Cada componente de estos capitales es un centro privado de acumulación y sabe que de no actuar como tal, la competencia lo aniquilará. Por eso el capital siempre está estrenando espacios de rentabilidad: nuevos productos, procesos y mercados. Cada intersticio y cada oquedad es un territorio en espera de ser conquistado para la rentabilidad del capital. Para sus ojos inquietos, todo es un espacio de rentabilidad, desde los alimentos y el agua, los recursos genéticos, los yacimientos de petróleo o las píldoras tranquilizantes para olvidar el estrés cotidiano.

¿Podríamos tener un sistema tecnológico tan eficiente que redujera la huella ecológica aún con crecimiento? Eso está por verse, pero por el momento las ganancias de eficiencia han sido contrarrestadas por el efecto escala y por el efecto boomerang (al incrementar la eficiencia, los costos unitarios disminuyen, los precios bajan y aumenta el consumo).

Debe quedar claro que el crecimiento capitalista es una especie de enfermedad que todo destruye, comenzando con el ser humano. El corolario de todo esto es que la única forma de abandonar la manía del crecimiento es deshaciéndonos del capital. Por supuesto, esto abre otra discusión interesante. Mientras tanto, la teoría macroeconómica lo único que ha podido hacer es darse cuenta de las consecuencias terribles del estancamiento en las economías capitalistas: desempleo, inventarios no vendidos, crisis. ¿Capitalismo sin crecimiento? No va a ser fácil.

http://www.jornada.unam.mx/2010/07/21/index.php?section=opinion&article=028a1eco

El sentido de pertenencia

En los primeros encuentros internacionales organizados por ‘Mujeres de Negro’, precisamente porque era blandido como motivo para pelear, uno de los temas recurrentes fue el sentido de la pertenencia. En el encuentro de Mérida, en las palabras de Violeta Djikavovic, parecía un problema menor:


Yo vivía en el oeste de Serbia. Serbios y musulmanes compartíamos y nos alegrábamos con las fiestas religiosas de unos y otros. No sentía la pertenencia a una nación. El espacio de la exYugoslavia me despierta gran nostalgia.”


Pero la tensión, las acusaciones y, finalmente, las matanzas alentadas entre los miembros de las distintas comunidades, habían destrozado, de hecho, la buena convivencia:


Soy refugiada en Belgrado, venida de Sarajevo. He vivido 36 años en un ambiente pluriétnico y pluricultural. Antes me declaraba yugoslava, ahora no puedo hacerlo. Tampoco puedo decir que soy bosnia porque ahora todos identifican bosnia con musulmana. Por tanto me declaro mujer de Sarajevo.”


Gordana Naradic lo decía de un modo con el que era fácil identificarse, al proyectar la pertenencia en el cariño por la tierra, en canciones y paisajes, aspectos emocionales que se sitúan más allá de la política.


Yo no hablo de pertenencia étnica, sino de pertenencia cultural. Para mí la patria es una categoría emocional: los espacios, colores y sabores de la tierra donde nací.”


Stasa Zajovic, la mujer que nos conectó con el movimiento de ‘Mujeres de Negro’, escribió en aquellos días que la ideología nacionalista reduce la identidad de las mujeres a ser madres, las madres son identificadas con la nación, y la nación, con la patria. Los nacionalistas que ella conoció hablaban sin cesar del Estado-Nación en términos de madre: madre Serbia, madre Croacia, reclamando par ella el derecho a la autodeterminación. Mientras tanto, negaban a los hombres y mujeres de carne y hueso ese mismo derecho. A los hombres, les negaban el derecho a seguir su conciencia rechazando ir a la guerra y a las mujeres la autodeterminación sobre sus cuerpos y sus vidas.


Lo que muestra, seguía diciendo Stasa, que la idea de nación es un mito, mítico y vacío, y que si ha de hablarse colonización habría que tener en cuenta que el primer grupo colonizado lo constituyen las mujeres. Los cuerpos de las mujeres son el territorio colonizado, tierra disponible para ser cultivada por unos –para el engrandecimiento de la patria propia- y arrasada por otros –para dominación y colonización de los enemigos-; frente a la autodeterminación de la nación, concluía Stasa, hay que oponer y reclamar la autodeterminación de las mujeres.


Extraído de 'Mujeres en pie de paz'. Carmen Magallón