La Teoría del Decrecimiento (TDD) es una corriente de pensamiento ecológico, político, económico y social; con antecedentes en la idea del «estado estacionario» de la Escuela Clásica de Economía (sobre todo en David Ricardo y John Stuart Mill), según la cual llegaría un momento en que por falta de beneficios ya no habría más desarrollo. Como también la TDD tiene una deuda con las previas tesis del Club de Roma sobre expansión cero a largo plazo, para así detener el deterioro ambiental.
En pocas palabras, lo que el decrecimiento propone es ir a la disminución regular y controlada de la producción para, de esa forma, establecer una nueva relación de equilibrio; no sólo entre la naturaleza y los seres humanos, sino también entre estos últimos. Con la TDD se rechazan, pues, los objetivos desarrollistas del liberalismo vía mercado y del keynesianismo con intervenciones públicas; al menos en los países más avanzados. Así las cosas, el más conocido adalid de la tendencia en cuestión, Serge Latouche, lanza su consigna: «Abandonar el objetivo del crecer por crecer, pues de otra manera la conservación del medio ambiente no será factible» (sic).
No dudando de las buenas intenciones de las tesis expuestas, parece claro que la TDD no resultará conciliable con la producción de bienes culturales, ocio y entretenimiento, ciencia, investigación tecnológica, etc. Actividades, todas ellas, en las que puede crecerse indefinidamente; por atender necesidades muchas veces no materiales, no inmediatamente saturables, y con impactos ambientales bajo control.
Por otro lado, con la TDD ocurre lo que con otros proyectos de cambio: no es una concepción utópica, sino quimérica; por su idea de cambiarlo todo radicalmente y lo antes posible. Prisas que generan aversiones instintivas en las sociedades más desarrolladas, que por lo demás no ven el igualitarismo como algo tan natural. En otras palabras, la sostenibilidad continuará siendo el máximo principio a respetar.
Ramón Tamames: ambiente y decrecimiento
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Bueno de las objeciones que plantea Tamames, no me parece que con un cambio de paradigma económico, vayan a verse disminuidos el ocio, la cultura, la creatividad de la gente o las veleidades investigadoras, etc. Más bien al contrario, a mayor tiempo libre y mayor libertad, se podrían desatar todas ellas de forma generalizada.
ResponderEliminarAhora, si lo que le duele a Tamames, es el deterioro mercantil que podrían sufrir esas industrias asociadas, pues entonces, lo que hay que responder contundentemente que precisamente se trata de eso. Con la mera reducción de todas las cualidades creativas, propias de la necesidad de expresar emociones, a “productos”, cachivaches que se compran y se venden como un objeto más, el capitalismo ha alcanzado su máxima perversión. Transformando con ello todo lo noble y por tanto útil que en esas creaciones pudiera haber a meros sucedáneos, con la terrible ironía de que una vez puesto precio, vale más la firma que la obra. De tal manera que no cabe otra cosa que alegrarse por el derrumbe de semejantes industrias. Más fácil es aún de entender si hablamos de industrias farmacéuticas, petroquímicas, etc.
En el último párrafo el economista que fue referencia para la gente de izquierdas, los últimos años del franquismo, corrobora su trayectoria, es decir su bandazo de los últimos años, dejando a las claras al servicio de qué o de quienes está. Uno más como los empresarios y políticos pintados de verde, intentando dar gato por liebre y donde utilizan el adjetivo sostenible en realidad quieren decir el participio sostenido, dándole así la vuelta al concepto para que diga lo contrario.
A mi lo que me parece que chirría un poco es esta 'economía de lenguaje' con la utilización de las siglas TDD, que nunca antes lo había visto y resulta díficil entender a que se refieren -parecen más un lenguaje de programación informática-.
ResponderEliminarTal vez sea un intento de eliminar la palabra 'decrecimiento', tan denostada por algunos, pero con un valor conceptual muy potente.