"En Portopalo, un pueblecito costero de Sicilia, los pescadores echaban sus redes al mar y sacaban cadáveres; al principio completos, con ojos y cara y todo; después descompuestos o comidos por los peces; luego ya sólo huesos o metonimias duras, briznas de ropa y zapatillas viscosas. Durante meses y meses, los pescadores de Portopalo sacaban cadáveres en sus redes y, tras separarlos de los sargos y rodaballos, los devolvían al mar con la basura.
Quizá les resultaba más fácil porque, como bien demostraba su tez cetrina, no eran «cristianos» como ellos, pero en todo caso no lo hacían por maldad o con desprecio: presionados por la ley del mercado y la competencia japonesa, no podían perder una jornada de trabajo. Durante meses y meses devolvieron los cadáveres al mar y en Portopalo todo el mundo lo sabía. El cura, el alcalde, los carabinieri, todos en el idílico pueblecito lo sabían y todos callaban, en un pacto de silencio que aseguraba, por encima de razones humanitarias y sagradas tradiciones funerarias, la supervivencia confortable de las familias, dependientes del turismo y de la pesca.
Y así el mayor naufragio de la historia de Europa tras la Segunda Guerra Mundial era repetido todos los días, una y otra vez, por los habitantes de Portopalo, que una y otra vez devolvían los cuerpos de las víctimas al mar en el que habían perdido la vida; y todos los días—en un esfuerzo reiterado que formaba ya parte de su trabajo—sumergían su memoria bajo las aguas."
Extraído de Capitalismo y Nihilismo. Dialéctica del hambre y la mirada. Santiago Alba Rico.
Metáfora sobre el capitalismo
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