No socorremos a las personas desdichadas porque sean congéneres de nuestra especie, lo hacemos porque nos dan lástima, porque nos horroriza ponernos en su piel y porque aliviarlos nos hace sentir mejor.
En realidad las víctimas anhelan algo más que una manta y un puñado de arroz, sueñan con escapar al ‘país de los blancos’ donde no existe el hambre, ni el desempleo y todos tienen un hogar. Para los humanitarios el gesto de 'la ayuda' es un acto generoso, romántico, idealista; necesitamos convertir al 'ayudado' en un ser desvalido. Las personas desfavorecidas opinan que el socorro internacional es un acto de justicia global, una obligación de los acaudalados para con ellas, una anticipo de la rapiña que sufren desde hace 500 años.
La corrupción campa a sus anchas en los países subdesarrollados; los gobernantes, los caciques políticos, los militares, los cabecillas, todos reivindican sus porcentajes sobre los tratos que realizan con los cooperantes, que los necesitan para llevar la ‘ayuda’ a los pobres. Piedras preciosas, recursos naturales, recursos energéticos... llenan los bolsillos de los que gobiernan y patrocinan las guerras y el terror.
¿Necesitan los pobres a las organizaciones humanitarias?, o bien, ¿Necesitan las multinacionales filantrópicas el negocio de la pobreza?.
La dependencia humanitaria
febrero 05, 2007
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