Durante en neolítico, los animales, uncidos a arados, trineos y vehículos de ruedas, empezaron a proporcionar energía en forma de fuerza muscular. Se consumía una considerable cantidad de energía de madera y carbón vegetal en la fabricación de cerámica.
Hay muchas variedades de agricultura durante esta época, cada una con sus implicaciones ecológicas y culturales. La agricultura de precipitación utiliza los chubascos que ocurren naturalmente como forma de humidificación; la agricultura de regadío depende de canales y diques construidos artificialmente para llevar agua a los campos.
Los agricultores de tala-y-quema (agricultura de precipitación) como los tsembaga maring, cultivan en pequeños huertos produciendo 18 calorías por cada 1 que emplean, así pueden satisfacer sus necesidades calóricas con una inversión de 380 horas anuales para producción de alimentos, pero han agotado los animales de caza en su territorio y dependen de los cerdos domésticos para obtener proteínas y grasas animales; además de problemas con la regeneración del bosque en el que habitan.
La agricultura de regadío produce más calorías por caloría de esfuerzo que cualquier otro modo de producción preindustrial. En la aldea Luts’un en China se pudo comprobar que se obtenían más de 50 calorías por caloría esfuerzo en el campo. Sin embargo empleaban más de 1.129 horas de trabajo al año. Producían 5 veces más alimentos de los que consumían para comerciar, pagar impuestos y criar gran número de niños debido a la alta tasa de crecimiento demográfico.
Las aportaciones energéticas extra que se obtenían con la carne animal que no había que cazar, y las de los alimentos vegetales seleccionados supusieron que los humanos de la época neolítica tenían un gasto aproximado de 275 vatios.
El gasto energético del modo de producción agrícola
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