José Luis Manchón - El faro crítico
Europa es un pésimo lugar para intentar hacer política. Uno de los principales objetivos de esta actividad humana, es poder influir en el poder ó llegar a ocuparlo, para desde allí, promover la modificación sustancial de realidades en todo tipo de ámbitos; pero el poder político por estas latitudes está tomado por el “Capital”.
La configuración de la “Comunidad Económica Europea” como una asociación de países donde se “blinda” la posibilidad de modificación del sistema económico, no permite la posibilidad de un cambio sustancial en el estado actual de las cosas. Europa, por lo tanto, guarda servidumbre a las leyes del mercado y a las decisiones adoptadas por los consejos de administración de las grandes compañías transnacionales. Consejos integrados por personas que no han sido elegidas democráticamente, y que por supuesto, no tienen entre sus objetivos la búsqueda del “Interés general”.
En nuestras sociedades europeas llamadas “De Consumo”, la imposibilidad de poner en cuestión de una forma radical el funcionamiento del sistema económico como parte significativa del horizonte de actuación política, castra y desanima a las corrientes ideológicas que buscan invertir el funcionamiento de la superestructura. El mensaje lanzado es claro, se podrá elegir “democráticamente” en cualquier estado socio a gobernantes de cualquier ideología más o menos considerada “decente”, pero estos, una vez elegidos, estarán obligados a no intervenir en la configuración y el funcionamiento del sistema económico. Gobiernos de derechas e izquierdas en Europa, tendrán siempre mucho en común; la defensa obligada del libre albedrío del sistema capitalista de libre mercado.
El elector, gran conocedor a través de la propaganda de este escenario cercado, no se decantará por proyectos políticos que precisamente por cuestionar el modelo económico, puedan ser objeto de aislamiento. El voto útil y la consecuente tendencia al bipartidismo, es la máxima expresión de la corrupción intelectual generalizada de los votantes de nuestras democracias.
Ante esta situación, el estado de confusión de la “masa” es tal, que ha dejado de percibir las violaciones constitucionales. Un caso muy reciente y muy claro es el español y tiene que ver con el indiferentismo general con el cual ha vivido la mayoría de la población, la usurpación del derecho a una vivienda digna, que ampara la constitución española como derecho fundamental, y cuya violación está directamente relacionada con la especulación del suelo que ha sido promovida por las propias administraciones públicas.
Por si no fuera suficiente, las campañas publicitarias alentadas por “Lobbys” empresariales, consiguen generar estados de opinión donde subyacen criterios mercantiles, que permiten dirigir el voto en una dirección beneficiosa para el sector productivo representado. Mientras tanto, estos mismos “Lobbys” financian partidos políticos con posibilidades de llegar al poder.
Nuestros representantes políticos, una vez otorgado el poder a través de la consumación del habitual engaño mediático masivo de las elecciones, pagarán las deudas pendientes con los grupos empresariales con tratos de favor. También contraerán otras deudas de tipo financiero, o venderán al mejor postor el patrimonio público, para intentar cumplir el exagerado programa electoral con el cual se habrán comprometido con el ciudadano. Programa electoral que habrá sido diseñado con la colaboración de una empresa de “Marketing y Relaciones Públicas”. El objetivo de acción del político no será en primera instancia, satisfacer el compromiso adquirido con el ciudadano y trabajar por el interés general, sino más bien, satisfacer los requisitos necesarios para ganar las próximas elecciones. Es el poder en si mismo lo que se ansía; un poder que ocupará gran parte del tiempo en la toma de decisiones en el ámbito puramente económico.
Tenemos ante nosotros una dimensión económica, la “Capitalista”, que es un hilo transversal a los estados y las ideologías oficiales, casi atemporal, que se convierte en criterio. El criterio de maximización del beneficio económico, es uno de los principios que más intensamente rige nuestras vidas y el de nuestras sociedades. Para verificar esta afirmación, solo tenemos que comprobar como actualmente la salud de un país se mide a través del crecimiento anual del “Producto Interior Bruto (PIB)”, ó pararnos a observar las múltiples escenas en las cuales nuestros máximos representantes políticos, elegidos democráticamente por millones de personas, sucumben a las peticiones abusivas de los dirigentes de las grandes compañías, ante la amenaza de la deslocalización o el cierre, ó como después de abandonar la carrera política, estos mismos servidores públicos se incorporan a los órganos de decisión de las grandes empresas, con el objetivo claro de poder incidir directamente en las decisiones del aparato público. Es prácticamente imposible delimitar un ámbito en la política de los grandes partidos, donde los intereses del “Capital” no estén representados.
El crecimiento exponencial del desencanto y la decepción del votante de izquierdas en Europa, tiene mucho que ver con lo expuesto anteriormente, ya que las enormes contradicciones en las que se incurren al poner en práctica un equilibrio imposible entre la gestión ideológica de izquierdas, la necesidad de financiación externa y el respeto impoluto al inamovible sistema económico Capitalista, son de una crudeza repugnante e insoportables para un ciudadano minimamente informado.
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