Antonio J. Carretero - miembro de CGT y Director de Rojo y Negro. Revista El Ecologista nº 65
Reflexiones sobre cuidados, empleos y decrecimiento
En una sociedad decreciente y decrecentista, todo está por hacer, por cuidar, por reconvertir, por inventar, por recuperar. En este sentido, el problema no será el empleo, ni siquiera en supuestos momentos transitorios. El problema, por desgracia, será el poder y los poderosos, que querrán gestionar el decrecimiento para perpetuar su dominio a costa de mayores cuotas de desigualdad, pobreza, opresión y exclusión.
Con el presente artículo se me propone que hable apologéticamente de que el decrecimiento en ningún caso supone pérdida de empleos, sino al contrario. Pero dicho así, que el decrecimiento crea empleo en vez de destruirlo, es una frase políticamente demagógica, quizás políticamente correcta, pero no tengo claro que sea del todo veraz.
Por decrecimiento entiendo algo tan simple como la oposición consciente, voluntaria y socialmente autoorganizada al capitalismo y a su lógica del crecimiento desmedido. Capitalismo que, en su fase actual y globalizada, apuesta por salir de su propia crisis a base de reactivar la competitividad, la tasa de beneficios, la acumulación y reproducción del capital (único lenguaje que entiende) mediante el crecimiento constante e insostenible de productos, bienes y servicios, apoyado en su creencia mágica en el desarrollo tecnocientífico, en las arcas públicas de los estados, en la privatización de los servicios, en el expolio continuado del planeta y en la explotación de unos poquísimos sobre la mayoría de las poblaciones humanas. El decrecimiento, pues, es la necesidad de generar un movimiento social crítico y combativo, contra los dramáticos designios, humanos y medioambientales, que nos depara el capitalismo realmente existente.
En cuanto al empleo, me sirve la definición del Instituto Nacional de Estadística (INE): “Conjunto de tareas que constituyen un puesto de trabajo o que se supone serán cumplidas por una misma persona”. Esta definición tiene dos virtudes: que empleo es sinónimo de puesto de trabajo; y que el conjunto de tareas que lo constituye se puede suponer que las cumplirá la misma persona. Que el empleo equivalga a puesto de trabajo, es oportuno, por cuanto no dice explícitamente que dicho puesto de trabajo sea necesariamente salarizado, aunque lo normal es que supongamos que sea así. Tengo un amigo de casi cincuenta años, que lleva unos quince años de su vida dedicado exclusivamente al cuidado de sus padres mayores, ahora ya muy mayores. Y por supuesto, conozco a muchas más mujeres que atienden a sus mayores, a su hijos, a la casa y al cuidado en general de quienes les rodean, además de cumplir un horario en un puesto de trabajo salarizado. Lo de qué tareas constituyen un empleo es igualmente interesante, porque nos coloca en la tesitura de saber quién define la tareas relacionadas con un puesto dado, una batalla dada por perdida de antemano por el sindicalismo, que ha entregado esa prerrogativa al patrón, al empresario, al jefe de turno o, en su defecto, al legislador profesional.
Salarios, cuidados y tareas
Hay tres elementos esbozados, como son salario, cuidados y tareas, que tienen que ver mucho en la reflexión que podemos hacer sobre empleo y decrecimiento.
El maldito salario, es lo que nos permite no sólo sobrevivir en la sociedad capitalista, sino alcanzar los estándares sociales de satisfacción de otras necesidades materiales y simbólicas que asumimos como dadas, aunque sean generalmente inducidas, culturalmente legitimadas y socialmente validadas. El salario, ese valor de cambio que nos dan en función de un trabajo y según las condiciones previstas en un contrato, es una convención humana versátil y elástica, en el que entra no sólo lo que cada cual puede comprar, sino el estatus social alcanzado.
Los cuidados representan esa base de la pirámide que muy recientemente, gracias a la economía feminista, nos hemos dado cuenta que no sólo es el sostén básico de la vida reproductiva, sino y fundamentalmente es la red invisible de intercambios y trabajos, remunerados y no remunerados, que conforman una auténtica economía subterránea, mayoritaria y tradicionalmente protagonizada por las mujeres, sobre la que se asienta la economía real capitalista. Sin los cuidados y sus tareas, sin sus dedicaciones y tiempos, sin sus productos tangibles e intangibles (afectos, emociones, relaciones, etc.), sin su desvalorización y sin su plusvalor incuantificado, ni el capitalismo, el desarrollo tecnocientífico, la cultura, la política, ni hasta la revolución –si algún día conseguimos que se produzca– podrían existir.
Por último las tareas, las labores, la ejecución de cualquier trabajo, de cualquier operación, son relevantes en tanto que en su cotidianidad, sea ésta la del espacio doméstico o la de una oficina o una fábrica, se manifiesta de forma determinante la domesticación de los seres humanos por otros humanos, es decir, las relaciones de poder internas a cada relación social mantenida. Y lo son también, porque en la medida en que asumamos su gestión, su gestación y su operatividad, de forma individual y colectiva, estamos reconquistando espacios de decisión y poder entre iguales, es decir, de libertad.
¿Y el decrecimiento?
Decrecer no puede significar otra cosa que plantar cara al proceso continuo de acumulación capitalista, desde la insoslayable urgencia ética de barrer de la historia humana el dominio y la explotación de las personas por otros seres humanos. Y este plantar cara es sin duda una tarea ingente, que por urgente no es menos compleja, y seguramente siempre será incompleta. Porque estamos hablando de lucha anticapitalista, de trastocar las relaciones de poder, de transformar la sociedad.
En otro artículo [1] señalaba que los valores ecosociales del proyecto libertario pasaban por tres ejes de acción:
- La austeridad como modo de vida. Consumir menos, tener menos objetos de uso y menos bienes inútiles, alargar la vida de los que tenemos, compartirlos y reutilizarlos, cambiarlos por otros, socializar los bienes culturales. Disfrutar de la vida y buscar el placer en uno mismo y con los demás, desalineándonos de las necesidades inducidas por el marketing y la publicidad.
- La sostenibilidad como camino. Entender que todo proceso productivo y de generación de bienes y servicios se sustenta en un flujo de materia y energía finito y escaso, que afecta negativamente al equilibrio ecológico del territorio y del planeta en su conjunto. Promover servicios colectivos y gratuitos de transporte, restaurante, guarderías, etc.; hacer que los cuidados sean responsabilidad social y cooperativa; repartir el trabajo y trabajar menos…
- El decrecimiento como meta. La acumulación capitalista y el crecimiento constantes implican el dominio de la lógica del mercado contra la lógica de la vida y de su sostenibilidad. Crítica radical del sistema capitalista, de los límites del crecimiento industrial y especulativo; elaborar alternativas de reconversión de las industrias contaminantes y despilfarradoras de materia y energía. Promover procesos cooperativos y autogestionarios, exigir la justa redistribución de la riqueza, potenciando la creación de bienes sociales, relacionales y ecológicos…
¿Por qué colocar el decrecimiento como meta en vez de como medio, en lugar de la sostenibilidad?, me preguntará quien sea perspicaz. Si hablamos de valores prácticos, de acción, que orienten nuestras decisiones aquí y ahora, que ejemplifiquen lo que queremos transmitir con el decrecimiento, no podemos contentarnos con partir del decrecimiento mismo, término por otro lado adusto y complejo de explicar. Necesitamos ejemplificar una sociedad nueva, distinta y actuar en consecuencia, aquí y ahora. La austeridad voluntaria posibilita la denuncia del despilfarro, la ostentación, la riqueza y el consumismo.
La sostenibilidad permite repensar todos los aspectos económicos y sociales en función de valores comunitarios, de los cuales nadie puede ser excluido, de trabajar menos para trabajar todos, pero también de poner en el centro del mundo del trabajo la libertad individual y colectivamente considerada, autogestionaria, priorizando el derecho a la flexibilidad de las personas a la hora de elegir ocupación, cambiar de empleo, de lugar, de negociar entre todos los implicados tiempos, jornadas, descansos y servicios, pero también qué, cuánto y cómo producir, distribuir, intercambiar.
El decrecimiento sólo puede ser la meta, por cuanto no lo concibo sin la participación efectiva y consciente de la población en su conjunto, sin una revolución de las mentalidades y sin una coordinación de iniciativas y luchas para su consecución. Y para que esto pueda desarrollarse quizás no venga de más pensar y actuar siguiendo valores de austeridad y sostenibilidad.
Nuevos empleos, nuevas ocupaciones, nuevos cuidados
De austeridad y sostenibilidad saben mucho las mujeres en general, y las mujeres empobrecidas especialmente, las mujeres indígenas, las mujeres migrantes, las mujeres de los países expoliados por las naciones centrales del libre mercado y de la libertad vigilada. Son las mujeres, en tanto que explotadas portadoras de los cuidados de la vida, y claro que junto a los hombres en cooperación no sexista, quienes nos pueden enseñar lo mucho que hay que hacer en un escenario de decrecimiento y no crecimiento, pero de desarrollo libre y de autorrealización, del buen vivir y de vivir mejor, con los demás, con el entorno y con uno mismo.
Sólo en el capitalismo se produce un desempleo estructural, siempre necesario como elemento de presión y disciplinamiento de las clases trabajadoras. En una sociedad decreciente y decrecentista, todo está por hacer, por cuidar, por reconvertir, por inventar, por recuperar. Deconstruir las megalópolis y macrociudades actuales, reconvertir el industrialismo contaminante en otro no lesivo con el agua que bebemos y con el aire que respiramos, priorizar la agroecología, las pequeñas y medianas explotaciones agrícolas y ganaderas, la distribución de proximidad, el comercio entre iguales, reconstruir la naturaleza y parar la extinción creciente de su biodiversidad… necesitan mucha mano de obra y apoyo mutuo.
Pero también pensar a pequeña escala: deliberar, debatir y decidir cómo hacer las cosas, cómo satisfacer necesidades, cómo atender los cuidados de todas y todos; relacionarse, hablar, formarse, crear cultura compartida, emparejarse y desemparejarse, tener hijos, atender a la salud, a la educación, al transporte colectivo… también necesitarán mucha mano de obra y apoyo mutuo.
Pero eso sí, tampoco habrá pleno empleo, porque simplemente no tendrá sentido. Habrá empleo para todo aquel que lo quiera, lo necesite y lo ofrezca como bien social. Y el empleo, sobre todo y ante todo, supondrá apenas unas horas diarias, un tiempo escaso, ridículo comparado con las jornadas actuales repletas de horas extras y exceso de productividad, porque no se producirá más que lo que se considere adecuado para lo que se piense necesario.
Sí, es cierto, ésta es la utopía. Pues no, porque no será tan sencillo, porque serán muchos los conflictos por resolver, los problemas que solventar, las luchas por entablar. Pero sí, es cierto, ésta es la utopía necesaria. Y en el camino, austeridad y sostenibilidad de la vida serán claves a la hora de afrontar los retos. Porque si no hablamos de una sociedad justa en medio del decrecimiento necesario, estaremos hablando de otra cosa, de otro mundo quizás más cruel y desigual que el que ahora mismo vivimos.
El problema no será el empleo, ni siquiera en supuestos momentos transitorios, el problema por desgracia será el poder y los poderosos, que querrán gestionar el decrecimiento para perpetuar su dominio a costa de mayores cuotas de desigualdad, pobreza, opresión y exclusión. En nosotros está que no sea así. Debemos, pues, subvertir valores y transmutar conciencias, y crear un movimiento tan amplio, solidario y extenso como el aire que respiramos.