Ricardo Mastini - DemocraciaAbierta
La eclosión del
interés por el decrecimiento se remonta a la primera Conferencia Internacional
del Decrecimiento celebrada en París en el año 2008.
En esta conferencia se
definió el decrecimiento como una “transición voluntaria hacia una sociedad
justa, participativa y ecológicamente sostenible”, desafiando así el dogma del
crecimiento económico.
Entre 2010 y 2018 se han celebrado otras cinco conferencias internacionales, la última de ellas el pasado mes de agosto en Malmo.
Este año se ha publicado también el libro de Giorgos Kallis, Degrowth, convertido ya en todo un referente. El libro abre con tres afirmaciones audaces.
La primera: la economía global debe desacelerarse para evitar la destrucción de los sistemas que soportan la vida en la Tierra ya que a mayor producción y consumo, mayores daños al medio ambiente.
Por lo tanto, debemos extraer, producir y consumir menos, y debemos hacerlo de manera distinta a como lo venimos haciendo.
Dado que las economías basadas en el crecimiento se hunden si no hay crecimiento, debemos articular un sistema económico y una forma de vida radicalmente distintos si queremos progresar en el futuro.
La segunda: el crecimiento económico ya no es algo deseable. Una parte cada vez más importante del crecimiento del PIB se dedica a "gastos defensivos", es decir, a sufragar los costes derivados de externalidades ambientales como la contaminación.
Por lo tanto, el crecimiento (al menos en los países ricos) se ha vuelto “antieconómico”: los beneficios ya no compensan los costes.
La tercera: el crecimiento se basa siempre en la explotación, ya que aquello que lo impulsa es la inversión y ésta, a su vez, depende del excedente.
Si los capitalistas o los gobiernos pagaran por el valor real del trabajo, no tendrían superávit y no habría crecimiento.
Por lo tanto, el crecimiento no puede reducir las desigualdades; simplemente pospone enfrentar la explotación.
El paradigma del crecimiento
El crecimiento económico implica la aceleración de la producción de bienes y servicios. Pero no es únicamente el PIB lo que ha crecido de manera exponencial en el siglo XX.Se han acelerado también todos los indicadores de trabajo, impacto medioambiental y 'metabolismo social' (es decir, los procesos de transformación de energía y materias necesarios para la pervivencia de la sociedad actual), ya que el crecimiento del PIB conlleva un aumento del trabajo y la inversión, de la extracción de recursos y la eliminación de residuos.
Sin embargo, el crecimiento no es solo un proceso material, sino también cultural, político y social.
Tras su aparición en el siglo XVIII y XIX en centros coloniales e industriales, se consolidó como ideología global en los años cincuenta del siglo XX.
Kallis llama a esta ideología "el paradigma del crecimiento": consiste en la idea de que el crecimiento económico perpetuo es algo natural, necesario y deseable.
Este paradigma se convirtió en el concepto central del orden geopolítico mundial en el contexto de una confluencia de fuerzas históricas: la Guerra Fría y la carrera armamentística, el fin del colonialismo y su continuación bajo el manto del "desarrollo", y el fracaso de los proyectos socialistas que tenían por objetivo la igualdad.
Aunque el crecimiento es hijo del capitalismo, su búsqueda sobrevivió a la abolición de las relaciones capitalistas en los países socialistas.
Hoy es más fácil imaginar el fin del capitalismo que el fin del crecimiento. Kallis argumenta que "cada crisis fortalece la idea del crecimiento: el momento en que el crecimiento se tambalea y parece estar llegando a su fin, cuando los costes del crecimiento pasan a primer plano, es también el momento en que más urge y se persigue con más fervor ya que, sin crecimiento, el sistema se derrumba ”.
Pero el problema es que el crecimiento económico no solo es cada vez más difícil de conseguir, sino que está provocando un colapso medioambiental a escala planetaria.
Salir de la economía
El decrecimiento ha evolucionado como crítica tanto de los límites y costes del crecimiento como del razonamiento económico. El problema no es únicamente que el crecimiento económico sea indeseable desde un punto de vista social e insostenible desde un punto de vista medioambiental, sino que la forma en que los economistas enfocan la realidad es incorrecta.Kallis propugna "salir de la economía", o sea sacar la economía de su centralidad como unidad de análisis y foco de acción política. Para ello es necesario movilizar distintas formas de conocimiento y representación de la realidad.
Basándose en la obra de Karl Polanyi, Kallis desarrolla una crítica del "economismo" – es decir, la expansión bajo el capitalismo de la lógica del mercado hacia ámbitos de la vida de los que estaba excluida.
De hecho, hoy entendemos como "económicas" actividades que en las sociedades precapitalistas quedaban integradas en instituciones sociales, como los rituales, las redes de parentesco y los mecanismos estatales o religiosos de redistribución. Las actividades de mercado se subordinaban a la política y a los valores.
La economía es, por consiguiente, "el proceso instituido de interacción entre los seres humanos y su entorno que conlleva el uso de medios materiales para satisfacer valores humanos".
Las sociedades desarrollan instituciones en las que se integran las actividades económicas, por lo que estas instituciones no son neutrales; antes bien, rigen en ellas valores e intereses contradictorios y se convierten en esferas de poder y de lucha.
La economía forma parte también del "imaginario colectivo" - cómo nos organizamos en función de ciertas ideas fundamentales sobre cómo creemos que debería ser el mundo.
Los imaginarios se basan en sistemas de símbolos, “significados” e instituciones como el PIB y los bancos centrales. Kallis explica que “el imaginario suministra a la cultura el significado preciso para llevar a cabo sus acciones.
El imaginario de una economía de mercado lo llevan grabado las instituciones de una economía de mercado que, a su vez, generan sujetos que se comportan como maximizadores racionales de la economía de mercado. La economía de mercado se ve, pues, validada por un mundo que ha contribuido a crear a su imagen y semejanza".
Pero cuando se producen tensiones entre el imaginario y la experiencia real, entonces se vuelven probables los cambios a través de procesos conflictivos, ya que la búsqueda de nuevos imaginarios no es nunca algo que comparta toda la sociedad.
Los que detentan el poder tienen interés en que las cosas se queden como están, mientras que el resto intenta liberar el potencial social que podría cambiar el mundo.
En el caso del decrecimiento, los nuevos imaginarios que necesitamos giran en torno a la idea de que nunca tendremos lo suficiente hasta que decidamos compartir lo que tenemos. Compartir y disfrutar de un planeta limitado: en esto consiste el decrecimiento.
Una utopía concreta
El decrecimiento es un camino que lleva a mejorar las condiciones de vida a través de la reducción del rendimiento y, muy probablemente, la producción.Kallis propone esto como hipótesis: “bajo condición de una transformación social radical e igualitaria, es posible mantener el bienestar y mejorar las condiciones de vida y ecológicas en el marco de una economía que se contraerá inevitablemente. Visto como tema de investigación, de lo que se trata es de encontrar cómo o bajo qué condiciones puede esto llegar a ser posible".
Una transformación de esta índole debe reincorporar la economía a la sociedad. Y garantizando las condiciones que permitan a todos tener lo suficiente, asegurar que nadie tenga que hacer frente a la escasez - incluso en una sociedad que produce menos que la actual - al proporcionar todos los bienes básicos esenciales para el bienestar humano sin mediar pago alguno.
También es importante revisar la productividad: sacar recursos y tiempo del circuito de la producción para dedicarlos a la política y al ocio, o a tener tiempo para la familia y los amigos.
A diferencia de hoy, la productividad no sería el objetivo final de las políticas públicas. Incluso siendo menos productivos, el aumento de "bienes" relacionales compensaría la pérdida de bienes materiales.
Además, en el decrecimiento, se valoraría el trabajo no remunerado de prestación de cuidados y las cooperativas y organizaciones benéficas se convertirían en los principales productores y empleadores.
Como consecuencia, el ámbito de la producción con fines de lucro se reduciría drásticamente, así como las oportunidades de acumulación - es decir, las inversiones para la expansión y mayor beneficio.
Aunque la contracción de la economía no es un objetivo que se persiga, a la larga será inevitable. Y ocurrirá como parte de un proyecto político más amplio de transformación social (es decir, el decrecimiento), o como catástrofe a través de una serie de crisis. Kallis llama a este proyecto "utopía concreta", ya que pueden darse pasos concretos para ayudar a que se lleve a cabo.
Para ello, examina una serie de propuestas, entre ellas: la sustitución del PIB; la reducción de las horas de trabajo para crear empleo en ausencia de crecimiento; un ingreso universal o un paquete garantizado de servicios públicos para garantizar que todos los ciudadanos tengan lo suficiente para sobrevivir sin depender del dinero; impuestos redistributivos para aumentar la igualdad y el establecimiento de un ingreso máximo para poner fin a la competencia por el consumo ligado a estatus; la redirección de las inversiones públicas del sector privado al público, y de la construcción de infraestructuras y actividades que aumentan la productividad a gastos para ecologizar la economía y recuperar los bienes comunes; y la adopción de límites medioambientales.
Cabe señalar que algunas de estas propuestas se incluyeron en una carta abierta firmada recientemente por 238 científicos solicitando a la Unión Europea que planifique un futuro más allá del crecimiento, en el que se priorice el bienestar humano y ecológico.
Kallis concluye su libro argumentando que, si bien estas políticas pueden parecer reformistas comparadas con la visión utópica del decrecimiento, son extremadamente radicales si las comparamos con la situación actual.
Tomando prestado de André Gorz el término "reformas no reformistas", explica que si se implementaran tales reformas, "los contornos del sistema deberían alterarse radicalmente para acomodarlas".
Simples y de sentido común como son, exponen la irracionalidad de un sistema que las hace parecer imposibles y que sin embargo considera posible lo que con toda probabilidad está llamado a terminar en catástrofe".
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