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Instrucciones para evitar la extinción

Pablo Rivas - El salto

Con motivo de la XXIII Conferencia sobre el Cambio Climático, Ecologistas en Acción presenta un diagnóstico sobre la situación socioeconómica global, el cambio climático y el agotamiento de recursos, y una batería de propuestas para frenar el desastre.



Reuniones bilaterales, mesas redondas, conferencias y miles de informes sobre la mesa estos días en la XXIII Conferencia sobre el Cambio Climático COP23. En todos ellos está presente un futuro de calentamiento global, agotamiento de recursos, consumo exacerbado y crisis ecológica. Pero el dato crucial sigue ahí: en 2017 las emisiones de gases de efecto invernadero han vuelto a crecer. Un 2% más en 2017 respecto al año anterior, según el último estudio del consorcio internacional de investigación Carbon Budget Project. 

“Estamos en una encrucijada histórica, en un momento en que, según las decisiones que tomemos, tendremos unos escenarios de futuro u otros”. Luis González Reyes, doctor en Ciencias Químicas e integrante de Ecologistas en Acción, introduce así el nuevo informe del colectivo ambientalista, Caminar sobre el abismo de los límites: políticas ante la crisis ecológica, social y económica, que se ha presentado en la mañana de hoy, 14 de noviembre. 

El documento busca “generar un debate encaminado a generar estrategias para plantarnos ante este cambio de paradigma”, apunta su compañera de organización, Cecilia Fernández, precisamente en un tiempo en el que el cambio climático está presente en todos los debates económicos, sociales y ecológicos globales.

Crisis civilizatoria


El diagnóstico que estos expertos han hecho de la situación mundial actual dibuja un futuro negro para la civilización humana tal como la conocemos hoy. “Es un momento de crisis civilizatoria en el que los límites ambientales juegan un papel determinante, límites como el hecho de que los combustibles fósiles están dejando de ser accesibles como lo habían estado hasta ahora”, señala González Reyes. 

En un horizonte de extracción y comercialización masivas de unos recursos fósiles finitos, el siguiente paso es buscarlos donde son más difíciles de extraer: aguas ultraprofundas y árticas son un ejemplo. Los picos históricos de extracción y producción ya están aquí, o están al caer. En la actualidad, la capacidad extractiva de petróleo convencional –de más fácil acceso y calidad– ya está "en fase de meseta", como señala González Reyes, y ha dejado de crecer. Esto lleva a buscar el no convencional, allí donde es más difícil encontrarlo y, por consiguiente, más caro, con menores beneficios y a menudo con menor calidad, ya que los mejores yacimientos se explotan antes. “Es posible que en 2015 se haya alcanzado el pico de extracción de todos los combustibles líquidos”, plantea el informe.

En el caso del gas se espera que el pico llegue en una horquilla que va del año 2020 al 2039, mientras que el del carbón entre el 2025 y el 2040, aunque el informe señala que “podría haber sucedido ya, pues su extracción disminuye desde 2015”. La conclusión, apunta González Reyes: “Recursos decrecientes, de peor calidad y de más difícil acceso”. 

escenario distópico

“Nos estamos jugando que el cambio climático no se dispare”, continúa el químico. Estabilizar la concentración de dióxido de carbono (CO2) atmosférico y frenar los peores escenarios del calentamiento global son dos metas básicas para los firmantes del informe, escenarios que llevan irremediablemente a consecuencias como situaciones de escasez alimentaria y agua, pérdida de biodiversidad, fenómenos meteorológicos extremos, disminución de fertilidad en los suelos o desplazamientos humanos en masa de los llamados refugiados climáticos, tal como recuerda el informe. 


El diagnóstico de Ecologistas en Acción también refleja dos aspectos más que consideran cruciales para esta radiografía planetaria: la pérdida de biodiversidad y el agotamiento de materiales, suelo y agua. 

Con ritmos de extinción de seres vivos de 100 a 1.000 veces más altos que en tiempos preindustriales, no hay duda de que en la Tierra se está registrando la sexta extinción masiva de la historia del planeta. Con un causante claro: homo sapiens. El informe Planeta Vivo 2016 ya planteaba cifras agónicas: una disminución de la población global de vertebrados del 58% entre 1970 y 2012, una cifra que podría llegar al 67% al final de esta década.




Al igual que ocurre con los combustibles fósiles, los recursos materiales no energéticos también se están agotando. “Hemos llegado a una situación en el que la demanda es mucho mayor que la disponibilidad”, plantea el informe, en el que se detalla cómo hace años que se ha llegado a los picos de extracción de materiales como el mercurio, el estaño, el cadmio, el oro o el litio. Con tasas de reciclado de la mayor parte de los elementos conocidos del 1%, según indica el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, las soluciones son difíciles de poner en práctica.
Por último, suelo y agua son también recursos esenciales en peligro. Con un 20% de los acuíferos globales sobreexplotados y un cambio climático que reduce drásticamente la disponibilidad de suelos fértiles, crisis alimentaria es el concepto que poco a poco llegará a las comunidades humanas.

Superviviencia

Los retos a los que se enfrenta la humanidad implican su propia supervivencia. El informe plantea sin tapujos que “el proyecto de modernidad basado en la producción capitalista está provocando un colapso global sistémico de la biosfera que hace materialmente insostenible la civilización industrial”. 

La superpoblación –con 815 millones de personas sin alimentos suficientes para llevar una vida saludable– y un modelo agroindustrial que no podrá sostener el volumen de producción actual de alimentos tendrán consecuencias devastadoras, solo aplacables mediante “políticas que empiecen a reducir ya la población desde un punto de vista feminista y desde criterios de igualdad social”, remarcan desde Ecologistas, además de a través de una transición a una agricultura ecológica y de proximidad. Todo ello sumado a las graves consecuencias del crecimiento de las urbes a nivel global.

Recetas para el cambio

Un sistema como el capitalismo requiere de un consumo creciente de materia y energía para crecer de forma sostenida, algo que, según dictamina el informe, no va a ser factible. Sin embargo, otro mundo es posible y el documento plantea toda una batería de propuestas que implican a todos los estamentos sociales, de agentes sociales a instituciones, sin olvidar el plano personal. “No podemos quedarnos como estamos, necesitamos actuar, impulsar estrategias que nos lleven a un proceso que lleve a un paradigma de la sostenibilidad ambiental y a establecer una justicia social para todas”, ha señalado Cecilia Fernández en la presentación de Caminar sobre el abismo de los límites

A nivel de recursos, los ecologistas plantean un plan multisectorial encaminado a un drástico descenso en el consumo material y energético. “Para el 2030 la generación de energías renovables debería ser al menos del 45% y la reducción del consumo energético del 40%, respecto a niveles de 1990”, plantea Fernández, sin olvidar la necesidad fomentar una economía circular que implique el retorno de los materiales para que puedan ser metabolizados por la biosfera. 

Las medidas que habría que implementar para paliar el cambio climático también son claras para los ecologistas: “Hay que establecer estrategias multisectoriales para lograr el descenso de las emisiones”. En el caso español, estas deberían disminuirse como mínimo un 5% anual hasta el año 2030 y un 10% entre 2030 y 2040 si se quiere conseguir el objetivo de descarbonización antes de 2050. “En esto hay que ser riguroso”, remarca la ecologista, que considera necesaria la aprobación de una ley de cambio climático que regule estas políticas. 

En lo referente a biodiversidad, la aprobación de “un plan de emergencia para detener la perdida de diversidad biológica en 2020 que asegure la conservación de los procesos ecosistémicos de los que dependemos todos los seres vivos” es clave para los ecologistas. Esto implicaría condicionar políticas sectoriales en este sentido y adoptar los compromisos de la Estrategia Europea de Biodiversidad y las Metas de Aichi del Convenio de Diversidad Biológica, entre otras medidas.

Otra economía

La economía es un ámbito central si se busca un cambio de paradigma. Es por ello que el informe aboga por “incentivar el desarrollo de una economía social, feminista y ecológica, centrada en el bien común y no en la acumulación de plusvalía monetaria, que ponga en el centro los procesos de sostenibilidad de la vida y garantice la equidad social”. Reparto de la riqueza, fiscalidad redistributiva, autosuficiencia local y reparto del trabajo no remunerado de cuidados son medidas esenciales para la organización si se quiere cambiar la actual deriva. 
 
En el ámbito del urbanismo y el transporte, Caminar sobre el abismo de los límites plantea una reconducción de las políticas según criterios de eficacia y ahorro, fomentando la accesibilidad frente a la movilidad. Evitar la especulación, reordenar territorialmente las ciudades y aprobar una Ley de Movilidad Sostenible que fomente los modelos no motorizados son algunas de las píldoras que aporta el informe. 

Por último, la adaptación del modelo agroalimentario petrodependiente a un modelo de producción ecológica, local y a pequeña escala, que prime la soberanía de los territorios es crucial en el análisis de Ecologistas en Acción. El objetivo: alcanzar en 2020 el 30% de superficie dedicada a la producción ecológica, así como un incremento del 30% del consumo interno de productos ecológicos y locales, y reducir el uso de fitosanitarios de síntesis en un 30%. 

Desde luego, recetas para frenar el fin del mundo no faltan.

De Nietzsche a Valtonyc

Julio Fuentes - El Salto

Decía Nietzsche que no existen hechos, sólo interpretaciones. Esta idea, que atraviesa el pensamiento del filósofo de Sils-Maria desde su temprana obra Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, viene a ponderar que no existe la verdad de la cosa en sí, y que tan sólo existe un ejército de metáforas. La realidad es, por tanto, un constructo, una creación del ser humano y, de forma inevitable, como toda creación, no ha de ser individual sino múltiple. No es la verdad del positivismo científico, medible e inalterable como una perfecta ecuación matemática. Es la verdad miscelánea y cambiante propia de la imaginación y la duda humanas.



Desde el punto de vista de la política, autores como Gramsci van un paso más allá de la metafísica nietzscheana cuando desarrollan conceptos como hegemonía, guerra de posiciones o guerra de movimientos. No en vano, la metafísica de Nietzsche tiene mucho de dialéctica desde cierto punto de vista.

Tomar la hegemonía mediante la apropiación de unos conceptos que sean entendidos por la mayoría como “de sentido común”, y mostrarse como el representante de esas “ideas mayoritarias” o “de consenso” es la estrategia que propone Gramsci –pensador ahora tan interpelado– para alcanzar el poder. Así, la hegemonía busca alcanzar el poder mediante una legitimación más allá de las urnas; la dominación, por el contrario, es ostentar el poder mediante el uso de la coerción, de la represión, etc. Y cuando esto sucede se dice que hay una “crisis de régimen”.

Vivimos un momento especialmente complejo en relación a la libertad de expresión. La sentencia firme del Tribunal Supremo contra el rapero Valtonyc, condenado a tres años y medio de cárcel, el secuestro del libro Fariña que aborda la cuestión del narcotráfico en Galicia o la retirada de la obra sobre presos políticos en ARCO son claros exponentes de esta problemática. Desde el punto de vista gramsciano podríamos afirmar que suponen además un claro ejemplo de “crisis de régimen” en tanto fenómenos reactivos contra la libertad de expresión que veníamos conociendo.

Parece por tanto que, dentro de nuestro código penal, y atendiendo a lo que viene sucediendo de forma cada vez más habitual, existen interpretaciones de los hechos que han de ser eliminadas, declaradas ilegales y, por tanto, castigadas. Y, según se percibe, hay mayor castigo para las interpretaciones de los hechos que para los hechos en sí. De aquellos ejércitos de metáforas que nos hablaba Nietzsche, según nuestros tribunales debemos ahora hacer una cuidadosa criba; sin embargo, dentro del ámbito de la libertad de expresión toda criba es una suerte de censura. Pareciera, por tanto, que el recurso a la coerción o la represión era la última salida que le quedaba al legislador para ocultar una realidad vergonzante. “Si no existe aquello de lo que no se habla, al menos impidamos que hablen aquellos que lo hacen más claro”. Visto desde fuera, y ante lo inaudito de tantas y tantas situaciones, ésta pareciera la consigna.

Hablemos ahora de todo lo contrario, de aquellos símbolos e interpretaciones que son fomentados, espoleados y puestos sobre la mesa en todo momento. Si 2017 fue el año de la bandera, parece que 2018 arranca como el año del himno. De tan manoseados, los símbolos también necesitan renovarse para seguir ejerciendo su influencia. Por este motivo, tras el empacho de las banderas asistimos ahora a la cuestión del himno nacional y la letra perpetrada hace unos días por Marta Sánchez. Llama la atención que, mientras sufrimos el gobierno tal vez más corrupto de Europa, también asistamos al momento de mayor orgullo patriótico desde la muerte del dictador Francisco Franco.

Es tramposa la voluntad de querer extrapolar a nuestra realidad lo que sucede en otros países respecto a los símbolos patrios, ya que dicha simbología, forzosamente, está cargada de connotaciones. Las connotaciones de la bandera de Estados Unidos o Francia para con sus ciudadanos nada tiene que ver con las connotaciones que tiene la bandera española, evidentemente. Este orgullo repentino en nuestros balcones (menos en el de los desahuciados, que no pueden poner bandera ninguna) es un orgullo reactivo contra aquellos que ponen en cuestión la forma o unidad del estado.

Es un orgullo contra, no un orgullo por. Pero, ante todo, es una clara muestra de aquello que nos decía Gramsci al respecto de la hegemonía y la apropiación de conceptos que son asimilados como “de sentido común” o “de consenso”. En todo caso, y a tenor de los acontecimientos, el mayor de los peligros quizá es que dejemos de sorprendernos. Nietzsche es siempre esclarecedor, y recurro nuevamente a sus palabras para cerrar este artículo: “La verdad es la mentira más eficiente”.

Educación para el Desarrollo |Teoría del Decrecimiento

Guillermo Garoz López - Sociolaboris

La reforma del modelo de Desarrollo actual.

El modelo de desarrollo actual está siendo fuertemente contestado desde todos los ámbitos sociales y políticos de la Comunidad Internacional. No es menos cierto que el núcleo duro del establishment  dominante se resiste a cambiar las reglas de juego actuales a pesar de que es evidente que las cartas están marcadas y por tanto las zonas desfavorecidas del planeta no podrán acceder en plazos razonables a una mejora en la calidad de vida de sus poblaciones de mantenerse por mucho tiempo este estado de cosas.

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ODM. Objetivos Desarrollo del Milenio.

A pesar de la resistencia al cambio ha quedado patente que existe un conflicto cada vez más acusado entre los conceptos de desarrollo y sostenibilidad. De esta dicotomía entre desarrollo económico e impacto ecológico nacen iniciativas y alternativas como la Teoría del Decrecimiento que plantea la necesidad de un cambio en los valores que lideran y dan forma a la economía, el comercio y la política mundial.


Muchos de los aspectos que definen esta teoría del decrecimiento, han estado de alguna manera implícitos en los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) y como no en los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible), 17 objetivos que la ONU postuló en 2015 y que pretende alcanzar en el año 2030.

Sin duda esta profusión de planes y objetivos de cambio y mejora indican la existencia de una tendencia a reconocer que el Sistema necesita una reforma en profundidad para que pueda servir a todos y no a los de siempre.

La Teoría del Decrecimiento. Su base teórica.

 La teoría del Decrecimiento ha sido puesta la día y publicitada en los últimos decenios como reacción y crítica a los problemas que suscita la Globalización y su posible fracaso como forma de incorporar a toda la comunidad internacional al llamado crecimiento económico.

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ODS. Objetivos Desarrollo Sostenible.2030.

Antecedentes teóricos existen con uno u otro nombre desde el s. XIX, cuando ya era notorio que los valores que defendía el capitalismo industrial y el desarrollo por el desarrollo vislumbraban para muchos pensadores un horizonte de colapso económico y medioambiental a medio y largo plazo, además de mantener a la mitad del planeta fuera de los estándares de vida digna que el sistema prometía para todos. Podemos citar a H.D. Thoreau o al mismo Tolstói como precursores de las críticas al sistema de desarrollo económico productivista. Muchos aspectos de las medidas y propuestas de M. Gandhi también pueden contarse como aspectos propios del Decrecimiento como filosofía de vida.

Realmente es a partir de la crisis económica de los años 70 del s.XX cuando las teorías de la bioeconomía comienzan a ser consideradas y estudiadas, sobre todo los postulados de Nicholas Georgescu-Roegen con su famosa obra Ley de la Entropía y el Proceso Económico donde declara la imposibilidad de un crecimiento exponencial indefinido e inicia el campo de estudio de lo que hoy es la Economía Ecológica.

Georgescu-Roegen incorpora a su Teorías el concepto de entropía en relación a la termodinámica, incorporando aspectos de la biología y la ecología al proceso económico, de tal manera que “en  todo movimiento de energía siempre hay una parte de la energía que se degrada y que se pierde para el aprovechamiento humano”. Aduciendo a la irreparable perdida de energía y recursos que dará lugar al colapso del planeta de seguir con una economía de producción y consumo ilimitados. 

Realmente se trata de un compendio integral de ideas que postulan otra forma de vida, un desarrollo basado en la máxima: “menos es mejor”. Este eslogan redefine aspectos sociales, económicos y políticos que deben ser repensados sobre la base de que el consumo y los recursos limitados son elementos irreconciliables y antagónicos. De hecho, indices como la huella ecológica o la biocapacidad, nos indican que hemos sobrepasado con creces los parámetros de sostenibilidad.

Variables como nivel de vida, poder adquisitivo o beneficio económico deben dejar de ser el epicentro del sistema y poner en valor la cooperación, la producción local, el trueque, el intercambio, la eficiencia energética y el autoconsumo racional. 

Pilares del Decrecimiento. Serge Latouche.

Este economista e ideólogo francés promulga a partir de ciertas tesis aparecidas en la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro en 1992 un programa generalmente llamado de las 8R y que pueden considerarse los ocho mandamientos de la Teoría del Decrecimiento.

DECRECIMIENTO

  1. Revaluar. Poner en marcha una nueva escala de valores donde dominen los aspectos humanos, cooperativos y locales en sustitución del consumo a ultranza, el individualismo y el egoísmo económico.

  2. Reconceptualizar. Elaborar nuevos conceptos que ofrezcan una cosmovisión nueva de la vida en sociedad, poniendo énfasis en conceptos como la suficiencia, la simplicidad voluntaria y la calidad de vida basada en la contención y la solidaridad.

  3. Reestructurar. Rediseñando las actuales estructuras socioeconómicas y de producción y consumo al cambio de valores antes descrito.

  4. Relocalizar. Potenciar los aspectos propios de la Glocalización, sustentar la producción y el consumo bajo aspectos locales y cercanos al ciudadano/a, reduciendo interdependencias y transportes evitables.

  5. Redistribuir. Plantear la equidad y la redistribución de riqueza y oportunidades entre las zonas ricas y las subdesarolladas.

  6. Reducir. Acompasar la capacidad de la Biosfera y su ritmo de regeneración a los procesos de producción y consumo que se generen, disminuyendo la contaminación y protegiendo los recursos naturales.

  7. Reutilizar. Potenciar el consumo de bienes duraderos en el tiempo acabando con la obsolescencia premeditada, facilitando la producción de productos con posibilidades de reparación y reutilización eficiente.

  8. Reciclar. Concienciar y favorecer el reciclaje de los bienes, garantizando un aprovechamiento ético de los recursos disponibles y las energías necesarias para producir

    Decrecer ¿Cómo, hasta cuando?

Los postulados del decrecimiento no tienen una vocación de teoría permanente. No es posible estar decreciendo indefinidamente, al igual que ya no es posible seguir creciendo de forma continuada. Los conceptos que defiende la Teoría del Decrecimiento deben ser entendidos como una corrección, como una ajuste estructural del Sistema Capitalista que tiene que modificar su rumbo y ritmo para subordinarse forzosamente a los límites del planeta.

De este modo la cosmovisión que nos ofrece el Decrecimiento como modo novedoso de encarar el futuro tendrá que contar con la capacidad de reajustar los distintos escenarios  en un equilibrio inestable y eficaz en función de los ritmos y evaluación que demande la dinámica social de cada etapa.

Desde esta perspectiva el concepto de Decrecimiento debe ser considerado como una herramienta conceptual y temporal  que aspira a conseguir cambios empíricamente palpables.

La mayor y más efectiva medida para la puesta en práctica de los postulados e ideas de la Teoría del Decrecimiento está en potenciar todo lo que tenga que ver con la producción y el consumo en términos locales, utilizando de forma responsable los recursos y la agricultura a nuestro alcance, penalizando el transporte y regulando en el ámbito más cercano una nueva forma de entender la economía de las personas y para las personas. En una palabra poner en uso aspectos más propios de la Glocalización que de la Globalización.

El propio Latouche en una conferencia sobre Decrecimiento efectuada en Barcelona en 2014 plasmó en una hipotética plataforma electoral una serie de medidas concretas que pueden llevarse a cabo en cualquier país de nuestro entorno. Por ejemplo: 

  • Internalizar las externalidades.

  • Hacer pagar el verdadero precio del transporte.

  • Fomentar la agricultura biológica y local.

  •  El aumento de la productividad reduce el tiempo de trabajo.

  • Promover el ahorro energético.

  • Establecer una moratoria en la búsqueda científico-técnica. 

  • Penalizar la publicidad.


El decrecimiento, parafraseando al propio Latouche, significa una oportunidad y una necesidad moral y ética de atreverse a pensar un mundo diferente.


Comunicar para aprender y compartir.

- El decrecimiento -

Estefanía Alonso

 El decrecimiento es una corriente de pensamiento político, económico y social favorable a la disminución regular controlada de la producción económica con el objetivo de establecer una nueva relación de equilibrio entre el ser humano y la naturaleza, pero también entre los propios seres humanos.


La conservación del medio ambiente, afirman, no es posible sin reducir la producción económica que sería la responsable de la reducción de los recursos naturales y la destrucción del medio que genera, que actualmente estaría por encima de la capacidad de regeneración natural del planeta. Además, también cuestiona la capacidad del modelo de vida moderno para producir bienestar. Por estas causas se oponen al desarrollo sostenible. El reto estaría en vivir mejor con menos.

Los partidarios del decrecimiento proponen una disminución del consumo y la producción controlada y racional, permitiendo respetar el clima, los ecosistemas y los propios seres humanos. Esta transición se realizaría mediante la aplicación de principios más adecuados a una situación de recursos limitados: escala reducida, relocalización, eficiencia, cooperación, autoproducción (e intercambio), durabilidad y sobriedad. En definitiva, y tomando asimismo como base la simplicidad voluntaria, buscan reconsiderar los conceptos de poder adquisitivo y nivel de vida. De no actuar razonadamente, opinan generalmente que se llegaría a una situación de decrecimiento forzado debido a esa falta de recursos: y si no decrecemos, mi pronóstico es el siguiente, en virtud de un proyecto racional, mesurado y consciente, acabaremos por decrecer de resultas del hundimiento sin fondo del capitalismo global.


Sus defensores argumentan que no se debe pensar en el concepto como algo negativo, sino muy al contrario: cuando un río se desborda, todos deseamos que decrezca para que las aguas vuelvan a su cauce.

La 2018 First North-South Conference on Degrowth-Descrecimiento

La 2018 First North-South Conference on Degrowth-Descrecimiento, Ciudad de México, será un foro para presentar lo último en el pensamiento y la práctica del Degrowth- Descrecimiento en el mundo y ponerlo en diálogo con el contexto de los países del Norte y el Sur globales en el siglo XXI. 


 
¿Qué entendemos por descrecimiento?

Descrecimiento es la nueva palabra o neologismo que adoptaron unánimente los asistentes al Primer Coloquio La Apuesta por el Descrecimiento celebrado en 2007 en la Ciudad de México, para traducir la consigna francesa decroissance. Esta palabra, utilizada por el movimiento original nacido en 2003 después de la publicación del pronunciamiento de Serge Latouche en Le Monde Diplomatique (Pour une societé de decroissance), sería pronto traducida en otros países europeos como: decrecimiento (España), decrescita (Italia), postwachstum (Alemania) y degrowth en inglés.

La idea detrás de esta palabra descrecimiento ha sido denotar la voluntad de reducir el consumo y las ambiciones de poder y dinero, y eliminar la connotación abstracta, común en esta palabra en el lenguaje científico. La palabra descrecimiento no existe hasta el momento en los diccionarios convencionales, sin embargo, ha sido incluida en el Vocabulario de Decrecimiento publicado en Europa hace un par de años.

Descrecimiento implica una visión del mundo que rechaza rotundamente las técnicas y las inversiones que destruyen la diversidad biológica y cultural del territorio, que provocan cánceres y otras alteraciones graves a la salud humana y ponen en riesgo la existencia de la humanidad, que inducen la aceleración de catástrofes naturales: sequías, huracanes, inundaciones, tornados, olas de calor, que crean las guerras por el petróleo, por el agua, pandemias y catástrofes biogenéticas. Entraña una impugnación del modo de vida moderno fundado en la utilización de técnicas devastadoras, el crecimiento económico ilimitado y la producción de ilusiones de progreso, desarrollo o modernidad.


Y sobre todo, implica la voluntad de reducir radicalmente, individual y colectivamente, la utilización de los servicios de transporte, bombeo, generación de electricidad, educación y salud, proporcionados por el Estado y el Mercado, así como la producción y el consumo de productos industriales. Implica una práctica que reconoce las condiciones políticas, económicas, sociales, culturales y ecológicas de los países del Sur Global. Implica el rechazo del crecimiento por el crecimiento mismo que no toma en cuenta la naturaleza de lo que se produce.

Descrecimiento es también una propuesta política para los países del Sur Global: las líneas de acción que son aplicables en los países desarrollados no necesariamente son aplicables en los países del Sur. La Primera Conferencia Norte- Sur de Degrowth-Descrecimiento, México 2018 pretende abrir un gran debate sobre convergencias y diferencias de las propuestas del Norte frente a las del Sur.

Capitaloceno

Julio García Camarero 



En “fb” existen muros, súper especializados en energía (hasta el punto de que un elevado número de mensajes se emiten en inglés, lenguaje técnico y del imperio) y están súper obsesionados con la energía. Las conclusiones de sus mensajes suelen ser: ¡Que nos vamos a hundir por competo porque se acabarán inmediatamente las energías fósiles y con las energías alternativas solo conseguiremos el 15% de lo que hoy necesitamos! Es decir, se adhieren a la inquietud de las multinacionales. Pero, a mi ver, el fracaso no es no lograr más que el 15% del la energía que hoy gastamos a partir de energías alternativas. El verdadero fracaso es que no consigamos abandonar: la obsolescencia programada, la producción de armas, los alimentos industriales obtenidos a partir de una TRE (Tasa de Renta Energética) negativa, las segundas residencias, los ingentes desplazamientos innecesarios (tanto en automóviles privados como en desplazamiento constante de millones de toneladas de mercancías a varios miles de kilómetros), el turismo universalizado y cada vez más frecuente y lejano, el boom inmobiliario que produce millones de casas que se quedan vacías. Todo esto son seudo-necesidades que deberían de suprimirse rotundamente si entendiéramos el verdadero significado dela palabra economía.

Continuamente, y en exclusiva, se entiende por ECONOMÍA: la rentabilidad, el crecimiento de la acumulación del PIB, la competitividad y el despilfarro. Es decir se confunde constantemente la economía con la antieconomía. Pero sólo existe de verdad una economía, la economía ecológica, esa de la que nos habla Joan Martínez Alieri, que en realidad no es otra cosa que una mimesis de la economía de la naturaleza. En la naturaleza no existen en absoluto las seudo-necesidades, la rentabilidad, ni el despilfarro, etc.; sólo existe el absoluto ahorro de materia y de energía, algo que no se obtiene con una descomplejización, como hacen los monocultivos o el Pensamiento Único. Tal y como está de moda decir, si no con la enorme complejidad que es la biodiversidad, la información genética de los seres de la naturaleza. En la naturaleza tampoco existe la rentabilidad, el crecimiento de la acumulación del PIB, etc. Por algo el inventor de la palabra ECOLOGÍA Ernest Haeker denominó a ésta: “economía de la naturaleza”. Si elimináramos todas las seudo-necesidades recién mencionadas. Con este 15% de energía de las renovables tendríamos de sobra… 

El problema no es la Revolución Industrial, el humano, la técnica o el conocimiento, sino el capitaloceno que nos impone de continuo las seudo-necesidades, la rentabilidad, el crecimiento de la acumulación del PIB, etc. La gente esta tan acostumbrada a pensar que lo único que puede existir es el capitaloceno, que he oído a animalistas que sueñan con la desaparición de la humanidad para salvas a la naturaleza... eso es similar al ecofascismo o incluso una modalidad de ecofascismo. Que violencia mas cruda la de los animalistas!! Confunden el antropoceno con el capitaloceno. Están completamente perdidos, confunden el conocimiento y el humanismo con el inhumano capitalismo. Confunden el antropoceno con el humanismo, con lo humano, con el desarrollo humano. Al hablar de antropoceno, como están hablando algunos ecologistas, lo que se está haciendo es echar la culpa del colapso inminente a toda la humanidad, en lugar de a quien tiene la exclusiva culpa de ello: el 1% oligárquico que manipula todo en la actual sociedad humana. Pero el 99% que sufre este crimen, que no es otra cosa que un capitaloceno, no es culpable sino sufridor. Y no es de recibo culpabilizar a un sufridor. Y es que el capitalismo no sólo es el cáncer del ser humano, sino también el del comportamiento humano y el cáncer de nuestra casa común: la biosfera. 

Por todo esto propongo cambiar el uso del termino antropoceno por el de capitaloceno. Es indispensablemente una urgente e ingente labor didáctica para que el 99% no se deje manipular por los oligarcas del capitaloceno y exijan terminar con todo tipo de seudo-necesidades. Esto es más urgente que la autoproducción y producción local que también serán indispensables. Pese a todo, unas pocas empresas de alta tecnología tendrán que ser más centralizadas, al menos a nivel de región.

1 Joan Martínez Alier, Introducción a la economía ecológica, Rubes, 1999
Joan Martínez Alier, Introducción a la economía ecológica, Rubes, 1999.

¿Cómo educar frente a la crisis ecológica y social?

Luis González Reyes - El diario de la educación

El contacto con la naturaleza es una herramienta fundamental para la educación ecosocial. / Pixabay

 

¿Para qué sirve la educación? Una respuesta sería para permitir que las personas tengan el máximo de posibilidades de decisión en el futuro. Pero eso implica que es necesario proyectar cómo será el futuro y, en función de eso, anticipar qué habilidades nos parece que serán necesarias en él. A estas alturas del siglo XXI, es indudable que la crisis ecosocial en marcha está transformando de manera radical el mundo, las sociedades, la economía y los valores dominantes. Estamos en lo que se ha denominado Antropoceno, aunque sería más correcto hablar de Capitaloceno, ya que no es la naturaleza humana la responsable de los desequilibrios ambientales que vivimos, sino más bien el sistema socioeconómico hegemónico.

En el Capitaloceno, tener la máxima capacidad de decidir pasa por “repensar la educación sistémicamente, ayudando a los y las estudiantes a adquirir los conocimientos más útiles para sobrevivir en un planeta que está sometido a cambios ecológicos muy rápidos. Debemos proporcionarles las herramientas y estrategias que necesitan, tanto para cuestionar la realidad sociocultural actual como para convertirse en líderes audaces que nos ayuden a retroceder del borde del ecocidio donde nos encontramos y dar paso a un futuro sostenible. Pero ni siquiera esto será suficiente, (…) ellos y ellas deberán aprender también a prepararse y adaptarse para los cambios ecológicos inevitables en el futuro”. Esto es lo que propone Erik Assadourian en la edición española de La Situación del Mundo, el informe anual del Worldwatch Institute. Se trata de una monografía que como indica desde su título Educación ecosocial. Cómo educar frente a la crisis ecológica, pretende plantear algunas de las claves para educar considerando los futuros escenarios o, mejor dicho, los que son cada vez más una realidad cotidiana.

¿Está preparando el sistema educativo a las personas para este nuevo contexto? Desde mi punto de vista, claramente no, en línea con lo que expresaba Yayo Herrero en su artículo “Educar y aprender en un marco de crisis civilizatoria”, publicado hace unos meses en este medio. Pero eso no quiere decir que no haya múltiples experiencias que ya están realizando una educación ecosocial. Una de las principales virtudes del último informe del Worldwatch Institute es visibilizarlas.

Repasando esas iniciativas, hay varios elementos que son comunes a muchas de ellas. Por un lado, hacen hincapié en la importancia de reconfigurar los contenidos abordados. Algunos de los indispensables serían la ecología, la regulación no violenta de conflictos, el pensamiento global, la gestión de grupos o el conocimiento de las técnicas agroecológicas. Además, muchas de estas experiencias dan un paso previo, que es eliminar o minimizar los contenidos anti-ecosociales omnipresentes en la educación formal, no formal e informal en todo el planeta.

Aterrizando en el contexto español, desde Ecologistas en Acción también se está trabajando en intentar responder qué contenidos podrían conformar un currículo ecosocial. Su propuesta la articulan alrededor de 99 preguntas y 99 experiencias. Al hablar de preguntas, no se refieren a las cuestiones de un examen, ni a indicadores para calificar al alumnado. Tampoco son preguntas de respuesta rápida, sino cuestiones generadoras de más cuestiones que visibilizan y desvelan. Persiguen que se sospeche de las verdades que se plantean como incuestionables desde la cultura del consumo, del beneficio monetario, del crecimiento económico o del antropocentrismo.

Hay más entidades que están reflexionando sobre qué contenidos abordar en el ámbito escolar desde una perspectiva ecosocial. Así, un grupo de profesorado y de personas expertas en temas ecosociales de FUHEM llevamos trabajando tres años sobre este aspecto y hemos elaborado una detallada propuesta de objetivos que se pueden englobar en trece bloques. Al nombrarlos, cito algunos (solo algunos), de los aspectos que comprenden cada uno de ellos:
  • Visión biocéntrica: Concebir la ecodependencia del ser humano superando el antropocentrismo. Comprender cómo funcionan los sistemas complejos. Conocer los ciclos del agua, del carbono, del nitrógeno, etc. Valorar la irreversibilidad de muchos cambios en el medio.
  • Cambio climático: Conocer el funcionamiento del sistema climático como un sistema complejo. Valorar las desiguales responsabilidades y vulnerabilidades de las poblaciones mundiales respecto al calentamiento global.
  • Energía y materiales: Conocer el papel de la energía y los materiales en la historia. Comprender las implicaciones de la crisis energética y material actual.
  • Alimentación: Comparar los impactos de la alimentación agroindustrial y de la agroecológica. Valorar la soberanía alimentaria.
  • Ciencia y tecnología: Cuestionarse la omnipotencia de la ciencia y la tecnología. Conocer distintos materiales peligrosos para la vida.
  • Capitalismo: Sensibilizarse frente al deterioro social y ambiental que implica el capitalismo. Conocer su necesidad intrínseca de crecimiento. Relacionar capitalismo y patriarcado.
  • Economías y prácticas alternativas: Conocer qué es la economía ecológica, feminista y social. Distinguir entre deseos, necesidades y satisfactores. Valorar la necesidad de poner la vida en el centro de la economía.
  • Los trabajos de cuidado de la vida: Saber de la crisis de cuidados. Asumir la corresponsabilidad entre géneros en el cuidado de la vida.
  • Feminismo y desigualdad de género: Conocer conceptos como género, estereotipos y división sexual del trabajo. Saber qué es el patriarcado y el androcentrismo. Valorar el feminismo.
  • Ciudadanía: Abordar qué es el poder y las distintas formas de gestionarlo. Conocer el Estado. Valorar la importancia de los movimientos sociales.
  • Conflictos: Conocer la multidimensionalidad e inevitabilidad de los conflictos. Ser capaces de gestionar de forma pacífica los conflictos.
  • Desigualdades: Conocer los distintos tipos de desigualdades (clase, género, etnia, centro-periferia, etc.). Posicionarse frente a los movimientos forzados de población.
  • Habilidades y valores ecosociales: Aumentar su inteligencia emocional. Valorar la solidaridad, la libertad o la inclusión.
De este modo, parece clave repensar los contenidos y los objetivos de la educación. Pero eso no sería suficiente, por ello otro de los hilos conductores de las iniciativas que se muestran en el informe del Worldwatch Institute son los cambios en el plano metodológico. Uno sobre el que insisten muchas de ellas es la importancia del contacto íntimo y frecuente con la naturaleza. Otro, trabajar bajo un enfoque socioafectivo, en el que la empatía esté en el centro de las estrategias de aprendizaje.

El trabajo que abordan Ecologistas en Acción y FUHEM recoge reflexiones similares y subraya especialmente la importancia de métodos que se basen en la construcción colectiva del conocimiento y la mirada globalizadora. Algunos ejemplos serían el aprendizaje basado en proyectos, el aprendizaje-servicio, las aulas sin muros, el trabajo por rincones, el aprendizaje cooperativo o el dialógico.

Para discutir sobre todos estos aspectos, que son indispensables para una educación de calidad, se celebraron en Madrid las I Jornadas sobre Educación Ecosocial, los pasados 6 y 7 de octubre. En ellas, debatimos y compartimos teoría y práctica, tal y como ha quedado recogido en los videos de todas las sesiones, disponibles en YouTube con el fin de seguir generando debate y proponiendo alternativas.

Autogestión, poder y lenguaje

Xavi López - El Salto

El capitalismo en su fase neoliberal, con sus características particularmente picantes en España, ha consistido en una colonización del inconsciente colectivo de larga duración, que ha constado, entre otras cosas, de una invasión lingüística, conceptual, imaginaria, que imprimiera en las mentes de la gente común el principio de valorización capitalista de los objetos y los deseos, la naturalización del aprecio por el beneficio económico en las mentes de todos y todas las que, medio siglo atrás, sostuvieron la cultura antagonista al capitalismo.







Desde hace ya muchos años (a grandes rasgos, unos treinta), una pesada batería de conceptos, imágenes, expresiones y vocablos se ha estado filtrando en el lenguaje popular cotidiano desde los lugares donde se fabrican las visiones del mundo destinadas a permear sobre el imaginario colectivo. Comprar un armario es una “inversión”. Gastar más dinero en un producto equivale a obtener “calidad”. Fuera del lugar de trabajo, facturas, tarifas, y hasta oscilaciones bursátiles de índices hipotecarios adquirieron importancia creciente en la vida diaria, así como los “gastos” y los “beneficios”, y en general las nociones de “interés” y de “deuda”, omnipresentes en los discursos públicos, pero también en los juegos de apuestas online o en las plataformas digitales de compra-venta de productos. En el ámbito laboral, todo el mundo se acostumbró a que se valorase su trabajo según los criterios de oferta y demanda, según los índices de productividad, el grado de competencia que puede soportar, la importancia capital del cliente con quien tiene que tratar, el grado de eficiencia que es capaz de alcanzar. Por mucho que diéramos por supuesto que vivimos en una democracia, se entiende, como idea del “sentido común”, que en el lugar de trabajo esa democracia no existe ni debe existir. Se hace lo que dice el jefe. 

Porque de eso se trata. El capitalismo en su fase neoliberal, con sus características particularmente picantes en España, ha consistido en una colonización del inconsciente colectivo de larga duración, que ha constado, entre otras cosas, de una invasión lingüística, conceptual, imaginaria, que imprimiera en las mentes de la gente común el principio de valorización capitalista de los objetos y los deseos, la naturalización del aprecio por el beneficio económico en las mentes de todos y todas las que, medio siglo atrás, sostuvieron la cultura antagonista al capitalismo. ¿Para qué? No sólo para hacer lo que dice el jefe, sino para pensar y sentir como él. Para desear un coche lujoso con el que circular, solos, por carreteras lejanas; para desear maquillajes caros o aparatos de aire acondicionado de alta calidad; para desear la propiedad de un inmueble como algo “natural”. Y de este modo, naturalizar el dominio, a través, ya no de una creación de lenguaje, sino de una supresión del mismo, dirigida a mantener el tabú del dominio. Éste queda protegido, así, cada vez que un compañero o compañera tratan de espolearnos para que nos movilicemos contra las malas prácticas y tratos de un jefe o compañía y el resto nos quedamos callados; pero es sólo un ejemplo. Habría que buscar, y no sería difícil encontrar, las situaciones en las que, desde la escuela, el dominio se instala dentro de nosotros como un cáncer con el que deberemos convivir “desde la cuna hasta la sepultura”. No estamos hablando de teoría, sino de la práctica diaria y de la relación que establecemos (o que nos dejamos establecer) entre nosotras mismas, el lenguaje y el poder. 

Todo esto tiene algo que ver con el concepto de autogestión. Gerentes de toda ralea han invadido los ayuntamientos y otros entes públicos y privados, haciéndose “responsables” de las vidas y recursos de otros y otras. Hasta las pequeñas asociaciones de comerciantes o de vecinos, y muchas cooperativas sin una vocación clara de transformación social (que las hay y muchas, aunque por fortuna esto está cambiando), se ven obligadas, cuando no lo hacen de buen grado, a dilapidar una enorme cantidad de energía y capital social en la “gestión económica” de sus entidades, de modo que en multitud de casos contratan a terceros que realizan ese trabajo (las famosas “gestorías” inmobiliarias que se han apropiado de la gestión de las comunidades de vecinos, por ejemplo). De tal manera que mucho dinero va a parar a las manos de estos “intermediarios” que hinchan precios y cuentas corrientes. La vida de barrio, que no hay que mitificar ni mucho menos, pero antaño tan llena de actos y lenguajes que no pertenecían al universo de la “gestión”, también se ha “financiarizado”: todo el mundo se ve obligado a prestar una atención inusual a sus “equilibrios presupuestarios” (léase “llegar a fin de mes”, en una versión profana de los libros de cuentas de las élites económicas). 

La observación diaria de todos estos fenómenos, mediante los cuales el lenguaje y los actos de la “gente común” han perdido originalidad, creatividad y fuerza moral y material (lo que el historiador E. P. Thompson llamaba “economía moral” del pueblo), nos puede llevar a contraponerlos a otra alternativa existencial posible, y de hecho, real: la autogestión. A mucha gente no familiarizada con la tradición libertaria, con el lenguaje de los “comunes”, con la economía cooperativa e incluso con el marxismo más popular de los años 60 y 70, la palabra podrá sonarle a concepto meramente económico. Pero resulta que la autogestión es un concepto principalmente antropológico, es decir, a medio camino entre lo ideal y lo real, entre lo que pensamos y lo que hacemos: es una práctica y una teoría al mismo tiempo, es una cultura y es una acción, que se opone, punto por punto, a cualquier sistema social basado en la dominación desde arriba: económica, social, racial, patriarcal, e incluso, según se mire, también especista.

Existe la costumbre de utilizar el lenguaje de los economistas “profesionales” (léase “capitalistas”), costumbre tan arraigada que incluso llegamos a “gestionar” nuestras emociones, tal y como hacen los psiquiatras (y muchos psicólogos) que trabajan para las administraciones públicas. Utilizamos la palabra “gestión” como sinónimo de administración, dirección, es decir, dominio, ejercicio de autoridad. El gestor siempre es una especie o sub-especie de cargo. Si la miramos de determinada manera, la autogestión podría no significar sino un auto-dominio, es decir, un “ser uno mismo su propio jefe”. Es así como la definen algunos teóricos capitalistas. Pero esa es también la noción de “autónomo” que los gobiernos, y las grandes empresas, han promocionado, y no expresa el significado de transformación social que lleva adherido, desde sus primeros usos allá por los años 50, el concepto de autogestión. Para los teóricos capitalistas, autogestión tiene el sentido del “self-control”, en el sentido puramente individual, que le daría la ética protestante; también, a veces, encontramos una variante del “yo me lo guiso, yo me lo como”, un poco como pretenden que nos sintamos esos empresarios suecos que nos ofrecen que nos montemos, alegremente, nuestros propios muebles. Gobiernos y grandes empresas no necesitan la autogestión en sentido colectivo, pues quieren tener la certeza de que no nos vamos a organizar; de que no nos vamos a quejar, de que no tendremos convicciones políticas ni compromisos éticos más allá de los “tolerables” (familia, amigos…), sentido comunitario ni vocaciones que impliquen algún tipo de transformación en sentido social. De que no exigiremos un trato digno ni una excesiva voluntad de “pensar por nosotros mismos”. De que seremos “flexibles” y podremos desplazarnos por autopistas y rotondas allí donde nos necesiten (las rotondas son al tráfico rodado lo que las ETTs, llegadas en los años 90 a nuestro país, al mundo laboral: una forma de envolvernos en una rueda que nunca deja de girar, de acomodarnos a lo imprevisible, a lo que no podemos calcular, una forma de generalizarnos la ansiedad, de tratarnos como fichas de Monopoly sujetas a contratos temporales y turbulencias constantes). Por eso, de autogestión colectiva, no, ni hablar; ya quedó dicho en los pactos de la Moncloa que nunca podríamos pasar de largo de las instituciones existentes, preocupadas siempre por prevenirnos de actuar por nosotras mismas.

“Colin Ward recuerda que no existe ninguna teoría técnica que demuestre que la autogestión resulta imposible; lo que sí es una realidad, y que constituye un obstáculo para practicarla, son los intereses de privilegio creados en la distribución del poder y de la propiedad”. Como el mismo Ward afirmaba, cargado de una fina y juguetona ironía, las guerras, el poder económico, la explotación y el autoritarismo son “pequeños contratiempos” para la autogestión. Ésta ha existido, probablemente, desde siempre. El antropólogo Pierre Clastres, estudiando a las sociedades mal llamadas “primitivas” del Amazonas en los años 60, llegó a la conclusión de que la guerra fue inventada no por corporaciones burocráticas, o Estados, para conquistar más territorio o reafirmarse, sino por la propia población, para evitar que surgieran, dentro de las comunidades, estas corporaciones de individuos parasitarios cargados de privilegios que pretendían “gestionar” a personas y recursos desde sus aulas secretas. Lo cual nos lleva a la, tal vez, algo temeraria conclusión, de que debería existir algún tipo de contra-poder que haga posible la autogestión, alguna forma social primigenia que esté encargada de prevenir la emergencia de grandes concentraciones de poder como son los Estados, las multinacionales, los imperios, las monarquías, las dictaduras e incluso casi todas las repúblicas. El concepto que podríamos proponer es el de la autogestión entendida como el ejercer un control sobre todos los aspectos de nuestras vidas, en tanto que individuos-que-formamos-parte-de-una-comunidad, sin contar con ninguna autoridad superior, y sin convertirnos nosotras mismas en una autoridad superior. La autogestión no es, no debería ser, la absurda negación del poder y del liderazgo; implica, de forma diferente, la idea de dispersar el poder, como diría Raúl Zibechi, en múltiples “nódulos” o “nudos”. Ante la objeción que dice que siempre habrá un gran poder central dispuesto a aplastarnos en nuestras prácticas autogestionarias, debemos concluir que es una objeción más que razonable; la libertad para las comunidades de organizarse como mejor les convenga siempre será una libertad en peligro; y sin embargo, la autogestión se reproduce insistentemente: “El mundo contemporáneo está lleno de esos espacios anárquicos, y cuanto más éxito tienen, menos oímos hablar de ellos. Ni tan solo cuando se acaba violentamente con ellos nos llegan noticias de su existencia”. 

La autogestión no sólo niega y combate la propiedad privada o estatal de los medios de producción. Marx puso demasiado énfasis en su idea de que la propiedad de los medios de producción era el origen de la dominación. La dominación reside, más profundamente, en la propiedad privada o estatal de los medios de decisión. Lo cual, en los regímenes más conocidos de inspiración marxista de la guerra fría, condujo inevitablemente a una dictadura de los dirigentes por encima de los ejecutantes y los productores. Es decir, que se re-creó la sociedad de clases en un nuevo sentido (lo que ya estaba contemplado en la teoría marxista como primer paso para el establecimiento de una sociedad sin clases). Por lo tanto, la expropiación de los medios de producción de las manos de sus poseedores burgueses no conduce por ella misma a una sociedad igualitaria. La revolución social en la Barcelona del 36, con sus errores, excesos y lacras, fue una revolución social que no se jugó sólo en la expropiación de los medios de producción, sino, y sobre todo, en el intento de expropiación obrera de los medios de decisión. Es curioso constatar cómo el proceso “estatalizador”, mediante el cual las instituciones burguesas republicanas y los nuevos partidos creados al calor de la situación se rehicieron y retuvieron el poder en sus manos haciendo frente a los avances revolucionarios, se jugó en gran medida en retener (o no) los medios de decisión: los medios de producción, colectivizados al principio de la guerra, fueron recuperados paulatinamente, mediante los decretos que iban un paso atrás respecto de las colectivizaciones. Debemos tener claro que la autogestión implica no sólo la posesión de unos medios para satisfacer necesidades humanas colectivas, sino la posesión de la toma de decisiones por parte de los y las mismas que producen y que consumen. 

“¡Cómo!”, nos dirán nuestros jerarcas, “¡eso no es posible! Y de hecho, ya votáis cada cuatro años para que nosotros os gestionemos la vida”. David Graeber ha explicado la historia del voto en el siglo XIX como la de un mecanismo mediante el cual, de forma aparentemente paradójica, las élites europeas capitalistas despojaron el voto de su implicación realmente democrática mediante la idea de la representación política en lugares como los parlamentos. Despojar a la gente de la posibilidad de tener voz, y voto, en todo lo que les afecta. ¿Cómo se hace eso? ¿Cómo podríamos votar en todo lo que nos afecta? A través de instituciones cercanas a la población. Antiguamente existieron los concejos abiertos; pero las asociaciones de vecinos, las cooperativas, las empresas y las tierras colectivizadas, incluso los municipios, concebidos no como delegaciones del poder estatal sino como su antítesis, son, hoy en día, posibilidades de acercar a la gente la gestión de los recursos locales. Actualmente, con una nueva y mucho más devastadora crisis del sistema estatal-capitalista asomando por el horizonte, las propuestas autogestionarias parecen las únicas que aportan aire al sofocante destino de las generaciones venideras. Las únicas que pretenden acostumbrar a la gente a pensar y actuar por sí misma, a organizarse sin contar con todos aquellos y aquellas cuya responsabilidad en la situación actual es palmaria y evidente. Que, como sabemos, son los menos. Para ello, hay que empezar por reapropiarnos del lenguaje, por abrir perspectivas socio-psicológicas para el común de las gentes. Derribar hábitos de pensamiento (y, por tanto, de acción, o de in-acción) instalados en el inconsciente colectivo desde las guerras europeas de 1936-1945.

Las costumbres mentales de la guerra fría persisten, pues, muchos años después de la caída de la URSS. La burguesía occidental sigue creyendo (o haciendo ver que cree) que la historia sólo tiene dos salidas: o la burguesía propietaria, es decir, ella misma (tratando, como hemos visto, de que todo el mundo la imite al moldear el lenguaje y los deseos humanos a su imagen y semejanza), o una improbable burocracia de partido y “dictatorial”. “O yo, o el abismo”, parece decirnos. El neoliberalismo como expansión cultural de la burguesía triunfante ha “confirmado” que la primera opción es la que vale (aunque también la ineficiencia de los partidos comunistas de todo el globo durante los años 70 y 80). La autogestión, como la entiendo aquí, viene a decirnos que este dilema es falso. La autogestión (con otros nombres) fue la gran derrotada de la guerra española y de la segunda guerra mundial. En aquellos tiempos estaba representada, en nuestro país, por la amplia adhesión del movimiento obrero español al anarquismo y al anarcosindicalismo en todas sus facetas. Hoy en día no podemos mirar a otro lado, fingiendo que no sabemos cuál es la palabra mágica que empieza por A. Es un paso para poner en evidencia cada vez para un público más amplio, que una práctica de la autogestión empieza por imaginar las posibilidades que se nos abren si optamos por reapropiarnos de los mecanismos de toma de decisiones. Pero eso no será posible si antes no nos reapropiamos del lenguaje, poniendo cabeza abajo el imaginario que nos han dictado, desde sus aulas secretas, los publicistas del régimen mundial.

"Guardar silencio y caminar son hoy día dos formas de resistencia política"

Pablo Bujalance entrevista a David Le Breton en Diario de Sevilla

Doctor en Sociología de la Universidad París VII y profesor en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Ciencias Humanas Marc Bloch de Estrasburgo, el pensador francés David Le Breton (Le Mans, 1953) encarna como pocos de sus contemporáneos la mejor tradición intelectual de su país. En España ha publicado con éxito libros como El silencio, Elogio del caminar y Desaparecer de sí: una tentación contemporánea, donde apuesta por formas concretas de resistencia ante la deshumanización del presente. Esta semana pronunció una conferencia en La Térmica, el centro de cultura contemporánea de la Diputación de Málaga, antes de la cual concedió esta entrevista.



-Permítame una pregunta un tanto primaria para empezar: usted defiende el silencio como forma de resistencia, pero ¿de dónde nace el ruido?

-Buena parte de nuestra relación con el ruido procede del desarrollo tecnológico, especialmente en su carácter más portátil: siempre llevamos encima dispositivos que nos recuerdan que estamos conectados, que nos avisan cuando hemos recibido un mensaje, que organizan nuestros horarios a base de ruido. Esta circunstancia ha venido a incorporarse a las que ya habían cobrado forma en el siglo XX como hábitos contrarios al silencio, especialmente en las grandes ciudades, gobernadas por el tráfico y numerosas variedades de contaminación acústica. En este contexto, el silencio implica una forma de resistencia, una manera de mantener a salvo una dimensión interior frente a las agresiones externas. El silencio nos permite ser conscientes de la conexión que mantenemos con ese espacio interior, la visibiliza, mientras que el ruido la oculta. Otra manera que tenemos de conectar con nuestro interior es el caminar, que transcurre en el mismo silencio. Quizá el mayor problema es que la comunicación ha eliminado los mecanismos propios de la conversación y se ha hecho altamente utilitarista a base de dispositivos portátiles. Y la presión psicológica que soportamos para hacer acopio de ellos es enorme.

-¿Es más fácil cultivar y fomentar el silencio en Oriente que en Europa y EEUU, por ejemplo?

-Sí, en la tradición japonesa hay una noción muy importante de disciplina interior que ha cristalizado en sistemas de pensamiento como la filosofía zen. Digamos que en Oriente hay mucho camino andado, pero las invasiones contra las que conviene oponer resistencia son ya las mismas.

-¿Qué respondería a quienes sostienen que el silencio es una confesión de la ignorancia?

-El silencio es la expresión más veraz y efectiva de las cosas innombrables. Y la toma de conciencia de que hay determinadas experiencias para las que el lenguaje no sirve, o no alcanza, es un rasgo decisivo del conocimiento. En este sentido, tradiciones como la cristiana, en la que el silencio es muy importante, resultan reveladoras: la sabiduría va a dirigida a comprender lo que no se puede decir, lo que trasciende el lenguaje. En esta misma tradición, el silencio es una vía de acercamiento a Dios, lo que también puede interpretarse como un conocimiento. Podemos utilizar el silencio para conocernos mejor a nosotros mismos, para aislarnos del ruido. Y éste es un valor a reivindicar en el presente.

-En cuanto al desaparecer de sí, pienso en la psicología constructivista y en autores como Jean Piaget. ¿Sería posible formular una psicología de la deconstrucción para la personalidad?

-Sí, es posible llegar a eso a través de una disciplina, un ejercitarse en el silencio. Como te contaba, en Japón esta disciplina es algo muy común. Podemos ir abriendo en nuestra rutina diaria huecos para el silencio, para meditar y encontrarnos con nosotros mismos, y con la disciplina adecuada esos huecos serán cada vez mayores. Mi mayor experiencia en este sentido, la definitiva, fue en el Camino de Santiago: cuando al fin llegué a Compostela, comprendí que me había transformado completamente después de numerosos días en marcha y en absoluto silencio. Fue un renacimiento.

-En Francia tienen ustedes una gran tradición del caminar con Balzac y la figura del flâneur.

-Sí, el caminar en las ciudades, el vagar sin una meta concreta. No sólo Balzac, también Flaubert lo defendía. Y para los situacionistas se convirtió en un asunto fundamental. Caminar es otra forma de tomar conciencia de sí, de reparar en el propio cuerpo, en la respiración, en el silencio interior. Hay quienes en la Edad Media se liaban a caminar en el desierto, pero la práctica del caminar en las ciudades encierra connotaciones relacionadas con el placer. Se trata de disfrutar con lo que percibes, de deleitarte con los atractivos que la ciudad te ofrece a través de los sentidos. Es una actividad hedonista. Jean Baudrillard y los intelectuales de la estela sartreana también lo definieron así, como una práctica contraria al puritanismo.

-¿Es por esa calidad de resistencia por la que a quien camina sin rumbo se le tacha de loco?

-Así es, y por eso el caminar, como el silencio, es una forma de resistencia política. A la hora de salir de casa y moverte te ves de inmediato intervenido por criterios utilitaristas que te aclaran perfectamente a dónde tienes que ir, por qué camino y en qué medio. Caminar porque sí, eliminando de la práctica cualquier tipo de apreciación útil, con una intención decidida de contemplación, implica una resistencia contra ese utilitarismo y de paso también contra el racionalismo, que es su principal benefactor. La marcha te permite advertir lo hermosa que es la Catedral, lo juguetón que es el gato que se esconde ahí, los colores de la puesta de sol, sin más fin, porque ése es todo su fin: la contemplación del mundo. Frente a un utilitarismo que concibe el mundo como un medio para la producción, el caminante asimila el mundo contenido en las ciudades como un fin en sí mismo. Y esto, claro, es contrario a la lógica imperante. De ahí la vinculación con la locura.

-Sin embargo, con su transformación en centros comerciales, y pienso en el mismo corazón de Málaga, ¿no se han convertido las ciudades en los peores enemigos de los caminantes?

-Sí, no le falta razón. De hecho, todas las grandes ciudades, ya sean París o Tokio, se han convertido ya en superficies comerciales. Es muy importante que las ciudades encuentren un equilibrio entre los recursos que garantizan su prosperidad y la calidad de vida de quienes residen en ellas. De otra manera, las ciudades se convierten en entidades deshumanizadoras. El hecho de caminar en sus calles sin interés alguno en comprar ni en gastar dinero, sólo en vagar sin rumbo de aquí para allá, porque sí, también es una forma de hacerlas más humanas, de rebelarse contra las órdenes que convierten todas y cada una de las interacciones humanas en un proceso económico.

-De vuelta al silencio, ¿no ha sido la industria cultural uno de los principales cauces del ruido en el último medio siglo?

-Sí, eso es. Estoy de acuerdo. En mi libro El silencio me ocupaba de este asunto. Porque al final la industria cultural viene a ser una forma del poder político. Una actividad cultural debería ir encaminada a que cada uno se encontrara consigo mismo, se reconociera en su interior, entablara un diálogo íntimo sin salir de sí, ayudándose de los instrumentos que la cultura debiera poner a su alcance. Pero en lugar de eso tenemos una cultura que es cada vez más de masas y menos de personas, en la que es imposible reconocerse. También es importante oponer resistencia a las formas invasivas de la cultura mediante el silencio.

Ideas para economías poscapitalistas

Luis González Reyes - Rebelión


Criterios para articular economías solidarias, feministas y ecológicas
 
La construcción de economías solidarias, feministas y ecológicas requiere trascender el capitalismo y, para ello, es imprescindible dinamitar sus bases, analicemos algunas de ellas.

El capitalismo tiene un único fin: la reproducción ampliada del capital, por lo que es necesario bloquear esa reproducción. A ello contribuyen distintas medidas. Una es prohibir la existencia de beneficios, que los excedentes reviertan en la mejora del tejido socioambiental. Esta es una de las características de las cooperativas sin ánimo de lucro. A esto se puede añadir limitar el tamaño posible de las empresas para que no puedan convertirse en capitalistas. Eso es mucho más que una ley antimonopolios, es poner en marcha medidas como las que hicieron que en la China yuan y ming no se desarrollase el capitalismo: fijación de precios, confiscación periódica de riqueza, etc. Pero si el beneficio no queda en la unidad de producción el ahorro es pequeño, por lo que hay que poner en marcha mecanismos que permitan hacer inversiones. Estos deberían ser necesariamente colectivos. Aquí son importantes herramientas como el micromecenazgo o la banca pública.

Una segunda característica del capitalismo es que la sociedad es “de mercado”, es decir, que la población necesita recurrir al mercado para poder sobrevivir, no tiene autonomía económica. Esto implica que el grueso de la población necesita dinero para adquirir esas mercancías, por lo que vende una parte sustancial o mayoritaria de su actividad económica. Así, habría que pasar de sociedades “de mercado” a sociedades “con mercado”, donde este sea solo un complemento.
    Para esta transición es imprescindible la creación de autonomía. Esta se consigue en la medida que los proyectos tienen sostenibilidad ambiental (cierran los ciclos de la materia pudiendo reducir sus necesidades de aportes externos, usan energías y materiales renovables locales, etc.); están menos especializados o, dicho de otra forma, tienen una actividad económica más variada y por lo tanto son más autosuficientes; cuentan con una “huerta básica”, que les permite tener un aporte de alimento autónomo; se basan en la frugalidad; o tejen redes de apoyo mutuo con otras unidades de producción. Desde esta perspectiva, la lucha no estaría tanto en estatalizar sectores estratégicos (lo que no está de más, pues puede limitar la reproducción del capital), sino en crear autonomía.
En una economía “con mercado” no se produce para la venta, sino para el uso. Solo se venden los excedentes. Únicamente así, el mercado podría ser un mecanismo de cooperación. Un ejemplo serían las huertas rurales en las que las/os paisanas/os llevan a la plaza del pueblo lo que les sobra. Además, el mercado debería estar regulado por normativas estrictas que respondan a las necesidades básicas (y sentidas) de la población. La gestión de los comunales tradicionales provee de muchos ejemplos, uno es el Tribunal de las Aguas de Valencia.
    Una tercera propiedad del capitalismo es que una sociedad de mercado necesita irremediablemente dinero para funcionar, por lo que habría que pasar del dinero capitalista a las monedas sociales y la desmonetización. Para ello, es importante que no sean funcionales a la reproducción del capital. Una forma es consiguiendo que no sirvan como reserva de valor. Esto se puede conseguir haciendo que se oxiden (pierdan valor con el tiempo), que puedan ser “creadas” por la población (como el cacao, la moneda maya) o que sean un dinero-mercancía basado en materiales relativamente abundantes (como las conchas de caurí, que se usaron desde el Índico hasta el Pacífico). Además de ser malas reservas de valor, también es importante que tengan límites en su creación. Unos límites que deberían referirse a los planetarios. La propuesta del grupo MaPriMi de anclar las monedas a una cesta de minerales va en ese sentido. Los sistemas LETS también ponen límites a la creación de dinero. Otra línea de trabajo sería que los intercambios, o mejor aún la reciprocidad, fuese en especie más que en dinero, que es como funciona habitualmente la economía familiar.
Una cuarta base del capitalismo es que el fundamento de las clases sociales es quién gestiona los medios de producción frente a quién tiene que vender su fuerza de trabajo para conseguir el dinero que le permita acceder al mercado. La clave no está en si el proletariado consigue buenos o malos salarios o si la empresa es más o menos democrática (cosas que son importantes en la economía solidaria, pero que no están en la base del funcionamiento del capitalismo), sino en que está proletarizado, en que ha perdido su autonomía. Trascender esta organización social requiere sacar del mercado cada vez más actividades, des-salarizar a la población. De este modo, la idea no es “valorar” los empleos que están fuera del mercado (como muchos de los cuidados), sino meterlos dentro de unidades productivas poscapitalistas. Para ello, es preciso unir producción y reproducción en una misma “empresa”. Un modelo podría ser la familia medieval, otro la integración de los cuidados dentro del funcionamiento de las cooperativas.

Obviamente, también habrá que atender a la propiedad de los medios que permiten la producción pero, sobre todo, a quién los gestiona. Un ejemplo de cómo la clave está más en la gestión que en la propiedad (sin negar su importancia) son los huertos comunitarios en terrenos municipales o privados.

En quinto lugar, en nuestro sistema socioeconómico la competencia obliga a un aumento de la productividad sostenido, lo que solo se consigue con un incremento de la maquinización. Una consecuencia de esto es que en los sectores más importantes del capitalismo el grado de automatización es muy alto y las posibilidades de hacer la inversión para entrar en ellos solo están al alcance de grandes capitalistas. Por ello, son imprescindibles expropiaciones y reapropiaciones de estos sectores productivos. También es importante que las unidades de producción tengan un tamaño medio (¿unos pocos cientos de personas?), lo que también es clave para conseguir autonomía. Un ejemplo de cómo intentar llevar a cabo esto podría ser la Cooperativa Integral Catalana. Y, por supuesto es fundamental una destecnologización de la economía, algo que sucederá conforme avancen las restricciones materiales y energéticas.

Una última idea es que el capitalismo es un sistema automático sin control profundo por ningún poder político ni empresarial: todo el mundo tiene que orientar obligatoriamente sus estrategias a aumentar la competitividad. Para que la economía sea realmente democrática, nuevamente la autonomía es un paso imprescindible. También ayudará integrar productoras/es y consumidoras/es en la toma de decisiones. El BAH! ha mostrado un camino de cómo hacerlo.

Reflexiones sobre cómo hacer el tránsito

La construcción de una sociedad así se puede parecer bastante a la de un gueto en el que las unidades productivas poscapitalistas se relacionarían entre sí creando un ecosistema autosuficiente. Pero articular solo “hacia dentro” sería una mala decisión desde la perspectiva estratégica, ya que en los tiempos actuales de colapso civilizatorio necesitamos parar la degradación socioambiental para que la supervivencia de estos guetos sea posible. Además, el capitalismo tiene gran potencia y está en una situación desesperada por la crisis estructural que atraviesa. Esto le llevará a intentar fagocitar estas iniciativas para llevarse su fuerza de trabajo y recursos.

Más que guetos, la idea podría ser crear espacios híbridos. Por ejemplo, huertos urbanos productivos abiertos al vecindario o comedores escolares ecológicos en colegios de barrios empobrecidos. No serían unidades productivas con límites definidos, sino más bien unidades productivas que se interpenetran, de forma que una persona pueda estar a la vez en varias de ellas. Solo la presencia en varias daría una cierta autonomía, ya que en la transición estarían bastante especializadas. El mercado social de Madrid sería un ejemplo de esto, no exento de una fuerte dosis de gueto. La economía que gira alrededor de la Bristol Pound sería otro caso más abierto, pero con iniciativas que en muchos casos no están trascendiendo al capitalismo.

Las instituciones también cumplirían un papel en todo esto, pero no como actrices del cambio, sino como facilitadoras, catalizadoras, pues los cambios personales y sociales solo se van a dar si las personas son protagonistas de estos, si participan directamente en entornos que les gratifiquen otros valores que no sean los competitivos.

La solución final: Todos somos hijos de Eichmann

Rafael Narbona - Revista de libros

Günther Anders
Cuando, a finales de los años ochenta, se procesó a Klaus Barbie, antiguo jefe de la Gestapo en Lyon, sus abogados (un congoleño, un argelino y un francés de madre vietnamita) organizaron su defensa, intentando anular la distinción entre «crímenes de guerra» y «crímenes contra la humanidad». Los primeros prescriben; los segundos, no. Todas las naciones han perpetrado crímenes durante las guerras en que participaron. ¿Por qué se ha establecido un nuevo concepto jurídico para juzgar los casos de genocidio? Nadie se ha planteado seriamente crear un tribunal internacional para juzgar a los aliados por el bombardeo de Dresde, Tokio o Berlín, pese a que murieron infinidad de civiles inocentes. ¿Significa esto que hay víctimas de primer y segundo orden? ¿Acaso la atención prestada al Holocausto no obedece a la condición de las víctimas? Si en vez de blancos y europeos hubieran sido negros y africanos, ¿seguiríamos hablando de los crímenes del nazismo? Los abogados de Klaus Barbie aseguraron que no. Esta línea de argumentación no impidió que el antiguo oficial de las SS fuera condenado a reclusión perpetua. Los revisionistas repitieron las tesis de la defensa, protestando por la supuesta tolerancia con los crímenes de los países democráticos.

Alain Finkielkraut publicó La memoria vana con la pretensión de refutar estas objeciones. En este pequeño ensayo, afirmaba que deben combatirse los intentos de minimizar el horror de los campos de exterminio. Los «crímenes de guerra» se cometen contra adversarios políticos a los que se tortura y asesina por sus actos. Quien se opone a una dictadura o a una ocupación extranjera, no ignora los riesgos a que se expone. Es un resistente y, si cae en manos de sus enemigos, asume su destino. Siempre cabe la opción de responder a la opresión con pasividad y conformismo. Quienes se someten a un poder ilegítimo, renuncian a su libertad y a sus derechos a cambio de su vida. Sin embargo, las víctimas potenciales de los «crímenes contra la humanidad» no pueden hacer nada, pues no se les persigue por lo que hacen, sino por lo que son. Se trata, por tanto, de delitos diferentes. Esto no quiere decir que haya escalas en la abominación. Los muertos de Berlín, Dresde o Tokio no son menos valiosos que los de Auschwitz, Ruanda o Sabra y Chatila, pero esto no significa que sean iguales. Aunque sean iguales en derechos, nunca serán iguales como víctimas. Conviene preservar esta distinción jurídica, pues tal vez no haya otra forma de evitar que se repita una utopía, donde la ignominia «ya no pertenece a la escala de lo humano, sino a la escala de lo que está más allá del hombre, a la altura del instrumento de laboratorio o de la maquinaria industrial» (Max Picard, Hitler in uns selbst). El espanto del régimen nazi no procede del abuso de poder, sino de la normalización del crimen a través de las leyes y las instituciones. Al convertir el delito en obligación cívica, la sociedad se transformó en una gigantesca máquina de triturar seres humanos.

Günther Anders utilizó argumentos parecidos en su carta abierta a Klaus Eichmann (Nosotros, los hijos de Eichmann. Carta abierta a Klaus Eichmann, trad. de Vicente Gómez Ibáñez, Barcelona, Paidós, 2001). Escrita en 1963, Anders se dirige al hijo del responsable de la mayor deportación de la historia, solidarizándose con su destino. Su linaje no es más horrible que el del resto de la humanidad: «Todos somos hijos de Eichmann», afirma Anders. Todos descendemos del mismo origen. Todos somos hijos de la misma época, de la misma sociedad, de un mundo donde ha anidado lo «monstruoso». Se ha utilizado muchas veces este término, pero de una forma polivalente e imprecisa. Esta ambigüedad no es casual. Lo monstruoso se resiste al concepto y a la definición. Su misma naturaleza explica esta peculiaridad. Es un término que sólo conviene a lo que escapa a la capacidad de representación del ser humano. Es el caso del Holocausto, que por su magnitud e idiosincrasia desborda cualquier forma de expresión. Cuando Eichmann organizaba la deportación de miles de judíos europeos, no era capaz de concebir el efecto final de una cadena de actos en la que él sólo era un eslabón más. Su eficacia garantizaba la continuidad del proceso, pero –en sí mismo– el proceso era irrepresentable. La producción industrial de cadáveres es inconcebible. Se puede participar en ella, pero no importa desde dónde lo hagamos. Cerca o lejos, nunca podremos visualizar el conjunto ni su repercusión. Esto no significa que Eichmann ignorara lo que esperaba a los deportados. Sólo quiere decir que, en el mundo actual, los efectos de nuestro trabajo se han vuelto incomprensibles cuando sobrepasan un determinado umbral. Bajo el imperio de la técnica, el mundo se ha oscurecido y el hombre se ha convertido en siervo de una civilización incapaz de conmoverse ante seis millones de víctimas. Semejante enormidad sólo puede producir una abstracción ininteligible y ésta no inspira compasión.

Al igual que otros camaradas de partido, Heinrich Himmler se consideraba un idealista. Detrás de sus terribles órdenes, que incluían el asesinato de niños y enfermos, flotaba el ideal de una humanidad feliz, sin divisiones ni lacras. Esa utopía justificaba la eliminación de todos los obstáculos que impidieran su cumplimiento. Nos cuesta trabajo aceptarlo, pero detrás de la furia homicida del nazismo se escondía la promesa de un mundo perfecto, «un mundo –por utilizar la expresión de Finkielkraut– maravillosamente simple», sin espacio para la disidencia o la incertidumbre. Esta idea produjo uno de los mayores horrores de la historia, algo inaudito e impensable. Himmler, que fue uno de los promotores de este proyecto, toleraba con dificultad el espanto de las fosas repletas de cadáveres. No sabemos si padeció problemas de conciencia, pero la orden de fusilar a todo el que se apropiara de los bienes de las víctimas sugiere que había algo en su interior que luchaba por preservar su noción del bien. Cuando, hacia el final de la guerra, muestra algún signo de indulgencia, paralizando la deportación de algunos cientos de judíos, manifiesta su incapacidad para comprender la magnitud del Holocausto. El hombre que exaltaba el coraje de las SS, capaces de conservar la decencia en medio de una avalancha de cadáveres, cree que un gesto puede borrar la sangre derramada. Su forma de actuar podría interpretarse como cinismo, pero parece más probable la hipótesis de la ingenuidad y una estupidez teñida de malicia. La maquinaria de los campos de exterminio ha arrojado una cifra tan desmesurada de víctimas que todo lo sucedido parece irreal. Esos cuerpos con una fina capa de piel adherida al hueso, ¿proceden de una humanidad escarnecida o de un cuento inverosímil? ¿Acaso no parecen espantapájaros, muñecos hechos de tela y alambre? A primera vista, la reacción de Himmler puede parecer infantil, pero si la observamos con más detenimiento, advertiremos la misma obscenidad que se repite en Eichmann. Ambos hicieron «todo lo posible para alejar el peligro que representa la intrusión fisiológica de la moral en la realización de su programa».

Eichmann se refugió en las asépticas paredes de un despacho, limitándose a realizar informes y a fijar horarios e itinerarios. Las pocas veces que estuvo cerca de la sangre y los cuerpos calcinados comprobó que su estómago no soportaba el espectáculo. Lo cierto es que, ante la extrema deshumanización del Lager, no existían reacciones adecuadas: sólo estupor y desconcierto, sentimientos que, por lo general, se traducían en una pasmosa inactividad. Lo inconmensurable no puede suscitar emociones apropiadas. No puede compadecerse a una multitud. Conviene descartar, por otro lado, la idea de que el número de víctimas es una cifra cerrada. Klaus Eichmann es «el número seis millones uno». Tampoco él cierra la cuenta. El proceso no ha terminado. La máquina de destruir seres humanos continúa funcionando. Nadie se ocupó de pararla. Está ahí, engullendo a una humanidad que se ha convertido en su alimento. El mundo actual no cesa de devorar a sus hijos, suprimiendo aquellos fragmentos de realidad que se revelan inservibles para su lógica inhumana. Todo lo que no se pliega a la «comaquinización» está de más. La movilización total exigida por Ernst Jünger responde a esta filosofía. El hombre del futuro es el trabajador, una figura en la que se ha eliminado cualquier forma de individuación. La dignidad del obrero metalúrgico o del soldado reside en su condición de tipos. La idea de comunidad justifica la condena del individualismo. El anonimato del campo de batalla o de la cadena de montaje expresa el destino de una época. La excelencia no está asociada a la pervivencia de nuestro nombre, sino a las hazañas colectivas que protagoniza una masa indiferenciada.

El «totalitarismo técnico» implica una idea de humanidad, donde cada hombre sólo es una «pieza mecánica» de una gigantesca maquinaria. El Tercer Reich apenas fue un «experimento provinciano», un «ensayo general» que fracasó en su intento de institucionalizar el imperio de las máquinas. Todos somos víctimas de este fenómeno, pero a todos nos corresponde actuar como resistentes, esforzándonos en «rehumanizar» el mundo. Anders invita a Klaus Eichmann a participar en esta tarea. Nadie cuestiona su ausencia de culpa. No puede ser acusado de los crímenes de su padre, pero su inocencia exige que repudie a su progenitor. La deslealtad es virtud cuando las obligaciones filiales están referidas a un criminal. Ese acto es necesario para atenuar el horror de una matanza inconcebible. El Holocausto no es insoportable tan solo porque haya sucedido, sino porque «el hecho de que una vez haya sido posible algo así es ya imborrable y se perpetúa como una posibilidad irrevocable”. El gesto de rechazar a un padre genocida tiene un enorme valor. Un paso de esta naturaleza mejoraría las expectativas de futuro, abriendo un horizonte más esperanzador. Al romper con su origen, Klaus recuperaría su dignidad y se ganaría el respeto de todos: «El día que supiéramos que hay un Eichmann menos, ese día no sería para nosotros un día cualquiera. Pues “un Eichmann menos” no significaría para nosotros un hombre menos, sino un ser humano más».

El hecho de que Eichmann no albergara sentimientos antisemitas no atenúa su culpa, sino que la agrava, pues revela la esencia de un poder ejercido indistintamente sobre judíos y gentiles. Esta ausencia de prejuicios corrobora las tesis de Hannah Arendt: el nazismo no es una simple rama del totalitarismo, sino la expresión más acabada de la esencia del poder. La necesidad de criminalizar a una parte de la población responde a la necesidad de manifestar la fuerza del Estado. La abominación de los judíos es un viejo prejuicio cristiano que reunía las condiciones ideales para evidenciar la impotencia del individuo frente al poder instituido. 

Los hornos crematorios tienen la elocuencia de las ejecuciones públicas de la Europa medieval. La carne maltratada de los reos recuerda la existencia de un poder sin otro horizonte que perpetuar su dominio. La biotecnología de los campos no es ingeniera genética, sino una política total que se ejerce sobre el cuerpo y el espíritu. Al igual que Imre Kertész o Jean Améry, Günther Anders, que no ha vivido la experiencia de la deportación, considera que Auschwitz no debe interpretarse como la última estación de la infamia humana. Auschwitz no es el producto de una sociopatía colectiva, sino el síntoma más revelador del estado de nuestra cultura. Eichmann intentó disculpar sus crímenes, invocando la obediencia debida. Si en vez de ser funcionario del gobierno nazi hubiera pertenecido a la Administración de un país democrático, su gestión habría sido perfectamente normal. El destino muchas veces se disfraza de signo político y él no tuvo la suerte de ejercer su trabajo en un Estado de derecho. El problema, nos dice Anders, es que el totalitarismo no acabó con Hitler o con Mussolini. Bajo otras formas, sigue impulsando el curso de la historia y todos le servimos con la fidelidad y buena conciencia que acompañó a Eichmann durante sus años al servicio del Reich. Las guerras se han vuelto invisibles. Sólo conocemos aspectos parciales de la devastación que está produciéndose en Alepo, Mosul o Yemen. A pesar de contar con enormes medios para captar y difundir las imágenes de las tragedias de nuestro tiempo, las circunstancias políticas frustran o limitan el trabajo de los periodistas, minimizando el horror desatado por las campañas bélicas. Cuando el dolor humano acontece cerca de nosotros, el desinterés produce el mismo efecto que la escasez de información. Aparentemente, se ha generalizado la idea de que hay seres humanos innecesarios, sobrantes: por su improductividad, por su inadaptación o por su excentricidad. Esa impresión –más o menos consciente y, en mayor o menor medida, interiorizada– mantiene la rampa de Auschwitz en funcionamiento, pero sin la necesidad de organizar grandes operaciones de exterminio. El Mediterráneo es la tumba silenciosa de miles de esperanzas y nada indica que ese escándalo vaya a finalizar, al menos en un futuro cercano. Eichmann no perderá definitivamente su batalla hasta que la humanidad asuma que el cuidado del otro, del diferente, del extranjero, no es una obligación retórica, sino el fundamento de una convivencia basada en principios éticos y no en un impasible pragmatismo.