Luis González Reyes
Vivimos en un sistema, el capitalista, que funciona con una única premisa: maximizar el beneficio individual en el menor tiempo. Uno de sus corolarios inevitables, además de la explotación de la mano de obra, es que el consumo de recursos y la producción de residuos no pueden para de crecer, formando una curva exponencial.
Veámoslo con un ejemplo:
Partimos del Banco Central Europeo (BCE), que presta dinero a los bancos privados a un tipo de interés. Pongamos que el Banco de Santander toma unos millones de euros del BCE. Obviamente, no lo hace para guardarlos, sino para conseguir un beneficio con ello. Por ejemplo, se los presta a un tipo de interés mayor –claro está- a Sacyr Vallehermoso. ¿Para qué le pide la constructora el dinero al banco?. Imaginemos que para comprar el 20% de Repsol-YPF. Sacyr espera recuperar su inversión en Repsol con creces, vía la revalorización de la acciones de la petrolera y/o el reparto de beneficios de Repsol. En otras palabras, para que Sacyr rentabilice su inversión y le devuelva el préstamo al Santander y éste a su vez al BCE. Repsol no puede para de crecer. Si no hay tal crecimiento la espiral de créditos se derrumba y el sistema se viene abajo. El crecimiento no es una consecuencia posible de este sistema; es una condición indispensable para que funcione. Si la economía capitalista deja de crecer, se colapsa.
¿Y cómo crece Repsol? Ya lo sabemos: vendiendo más gasolina (a través de costosas campañas de publicidad); recortando los costes salariales (como tras la compra de YPF), extrayendo más petróleo, incluso de parques nacionales (como el Yasuní en Ecuador) o de reservas indígenas (como las guaraníes en Bolivia); bajando las condiciones de seguridad (como en la refinería de Puertollano); subcontratando los servicios (como en el transporte de crudo); apoyando a dictaduras (como en Guinea)… Vamos, a costa de las poblaciones de las zonas periféricas y de la Naturaleza.
No es que haya una mente maquiavélica que diga: “voy a ventilarme el planeta y sus habitantes” (aunque sí que existen quienes están por la labor). Es una simple cuestión de reglas de juego; o te atienes a maximizar tus beneficios o te quedas fuera. Quedarse fuera supone que tu empresa sea absorbida o pierda su mercado. Atenerse a las reglas significa que lo único que importa son las cuentas a final de año. Sólo bajo una fuerte presión social, ambiental o económica importan el entorno o las condiciones laborales.
La economía financiera se articula sobre la productiva, que es sobre la que tiene que ejercer, en último término, su capacidad de compra. Es decir: los complicados derivados financieros al final se basan en derechos de compra sobre acciones, materias primas y deuda. Y ésta, a su vez, parte, como hemos visto con el ejemplo, del consumo creciente de materia y energía, una constante en la historia del capitalismo. De este modo, entrar por la senda de unas relaciones Centro-Periferia que no se basen en la explotación del entorno y de las personas implica, entre otras cosas, romper con la adicción por el crecimiento o, lo que es lo mismo, armar un sistema económico radicalmente distinto del capitalismo.
Extraído del libro 'Decrecimientos. Sobre lo que hay que cambiar en la vida cotidiana'
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