Yayo Herrero
Los seres humanos dependemos radicalmente de una naturaleza finita y de los tiempos que otras personas, mayoritariamente mujeres en las sociedades patriarcales, dedican al cuidado de los cuerpos, también finitos y vulnerables. Ambas dependencias son insoslayables, pero la cultura capitalista, y tristemente también algunas racionalidades de corte anticapitalista, se han construido de espaldas a la existencia de esa doble dependencia.
Vivir de espaldas a los límites materiales ha conducido a construir un modelo de producción distribución y consumo en guerra con las bases físicas y los procesos dinámicos que mantienen la vida. Y además este modelo es profundamente injusto y desigual y no ha sido capaz de satisfacer las necesidades básicas de la mayor parte de la población..
Nuestro mundo occidental denomina producción a la generación de beneficios monetarios sin que importe nada la naturaleza de la actividad que sostiene esa producción. Da lo mismo “producir” hortalizas que armamento. Sólo importa que esa producción (en realidad extracción y transformación de recursos finitos preexistentes) incremente los agregados monetarios que sirven para medir el crecimiento económico.
En un planeta con los límites desbordados, en donde algunos materiales hoy imprescindibles para el funcionamiento del metabolismo agro-urbano-industrial ya se encuentran en fase de declive, el decrecimiento de la esfera material de la economía no es una opción. La escasez de combustible fósil, agua dulce o suelo fértil es ya una realidad irreversible que cotidianamente viven muchas personas, sobre todo en países de la Periferia.
Puesto que la esfera material va a decrecer queramos o no, el esfuerzo de aquellas organizaciones y movimientos sociales que defiendan la igualdad y la justicia debe centrarse en la construcción de otra economía que sitúe la producción como una categoría ligada al mantenimiento de la vida y no a su destrucción.
En esa línea resulta perentorio analizar cuáles son las producciones y los trabajos socialmente necesarios que conviene potenciar y cuáles son aquellas actividades nocivas que conviene reconvertir protegiendo colectivamente a las personas que trabajan en ellas.
Se dice que la economía es el proceso de generación de bienes y servicios que permite la reproducción social. Sin embargo, la propia reproducción social que se da en los hogares y que recae, dada la división sexual del trabajo, en las espaldas de las mujeres, es sistemáticamente ignorada, y cuando tiene visibilidad económica por estar asalariada, constituye uno de los sectores más precarios, vulnerable y explotado.
Durante demasiado tiempo el movimiento ecologista y el sindical han vivido de espaldas o confrontados. Un ecologismo social anticapitalista debe hacerse cargo de las contradicciones entre el capital y el trabajo, debe preocuparse por el mantenimiento de la negociación colectiva y del derecho del trabajo. Un sindicalismo que viva enraizado en los territorios reales no puede ignorar que el modo de producción capitalista se contrapone esencialmente al mantenimiento de la vida.
Debatir el propio concepto de trabajo para que incluya no sólo la llamada producción, sino también la reproducción y la gestión del bienestar cotidiano que recae en los hogares; explorar qué sectores y actividades sirven para satisfacer necesidades humanas y cuáles hipotecan el futuro, incluso en el corto plazo; indagar qué alianzas y sinergias pueden hacer confluir en luchas comunes a movimientos como el sindical, el ecologista y el feminista, entre otros, ...Estas son tareas inaplazables en un momento en el que tejer alianzas y articular movimiento parece ser el único camino para resistir ante “el golpe de estado” neoliberal que vivimos y para construir otra realidad que pueda ser justa y compatible con el planeta que nos alberga.
Extraído de 'Vivir bien con menos. Ajustarse a los límites físicos con criterios de justicia' escrito por Yayo Herrero
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