Las necesidades humanas se satisfacen con bienes y servicios procedentes de tres fuentes:
Cuando la primera de esas fuentes es escasa y las otras dos son abundantes, entonces el crecimiento económico contribuye mucho al bienestar, porque permite obtener más de lo que más falta, porque incrementa lo que escasea. Porque el desarrollo es precisamente expansión de la esfera económica a costa de las otras dos. El problema comienza cuando hay mucha producción económica pero las otras dos fuentes del bienestar humano se han vuelto escasas; que es lo que pasa hoy.
Más desarrollo económico no comporta más bienestar, sino menos. El desarrollo tiene siempre costes sociales y ambientales: con él se gana poder adquisitivo pero se pierde calidad en los contactos humanos y se pierden funciones útiles de la naturaleza. Hay más dinero para pagar cuidadores de niños, de ancianos y de perros, consejeros personales, restaurantes y viajes en automóvil a bosques o playas lejanos; pero falta tiempo para disfrutar de los hijos o de una larga y lenta comida con los amigos y amigas (y el aire de la propia ciudad es un asco y las playas próximas una cloaca).
Este intercambio es inevitable: para poder dedicar todo el tiempo a ganar más dinero hay que sacrificar los contactos humanos y destruir el medio ambiente. Llega un momento en que las pérdidas superan a los beneficios. Y entonces más crecimiento ya no produce mayor bienestar, sino al contrario. El desarrollo se convierte entonces en una condena.
En muchas sociedades ricas, y seguramente también en la nuestra, ese umbral ya ha sido traspasado. El crecimiento es aún posible, pero ya hace años que no es realmente deseable. Lo que ocurre es que nadie sabe cómo parar la máquina sin dar paso al caos, pero está muy claro que esa máquina no nos lleva ya a ninguna parte. En el menos malo de los casos, supone un esfuerzo extenuante para permanecer en el mismo sitio.
Extraído de la entrevista a a Ernest García en la revistateína
- De la producción económica, distribuida a través del mercado o del estado (muebles, vehículos, lecciones recibidas en la escuela o atención médica en un hospital).
- Del intercambio no mercantil con otros seres humanos (crianza, afecto, cuidados, identidad, reconocimiento social).
- Y del medio ambiente natural (agua para beber, aire para respirar, petróleo para quemar).
Cuando la primera de esas fuentes es escasa y las otras dos son abundantes, entonces el crecimiento económico contribuye mucho al bienestar, porque permite obtener más de lo que más falta, porque incrementa lo que escasea. Porque el desarrollo es precisamente expansión de la esfera económica a costa de las otras dos. El problema comienza cuando hay mucha producción económica pero las otras dos fuentes del bienestar humano se han vuelto escasas; que es lo que pasa hoy.
Más desarrollo económico no comporta más bienestar, sino menos. El desarrollo tiene siempre costes sociales y ambientales: con él se gana poder adquisitivo pero se pierde calidad en los contactos humanos y se pierden funciones útiles de la naturaleza. Hay más dinero para pagar cuidadores de niños, de ancianos y de perros, consejeros personales, restaurantes y viajes en automóvil a bosques o playas lejanos; pero falta tiempo para disfrutar de los hijos o de una larga y lenta comida con los amigos y amigas (y el aire de la propia ciudad es un asco y las playas próximas una cloaca).
Este intercambio es inevitable: para poder dedicar todo el tiempo a ganar más dinero hay que sacrificar los contactos humanos y destruir el medio ambiente. Llega un momento en que las pérdidas superan a los beneficios. Y entonces más crecimiento ya no produce mayor bienestar, sino al contrario. El desarrollo se convierte entonces en una condena.
En muchas sociedades ricas, y seguramente también en la nuestra, ese umbral ya ha sido traspasado. El crecimiento es aún posible, pero ya hace años que no es realmente deseable. Lo que ocurre es que nadie sabe cómo parar la máquina sin dar paso al caos, pero está muy claro que esa máquina no nos lleva ya a ninguna parte. En el menos malo de los casos, supone un esfuerzo extenuante para permanecer en el mismo sitio.
Extraído de la entrevista a a Ernest García en la revistateína