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Nueva Guinea: 46.000 años de economía sustentable

Los habitantes de las tierras altas de Nueva Guinea consiguieron actuar de forma sustentable durante decenas de miles de años antes del origen de la agricultura, y durante otros diez mil años tras el origen de la agricultura, a pesar de que los cambios climáticos y los impactos ambientales de los seres humanos producían alteraciones constantes en sus condiciones de vida.

En los tiempos que fueron agricultores cultivaban taro, plátano, ñame, caña de azúcar y batatas, y criaban cerdos y pollos. Habitaban en chozas de paja, vivían en guerra permanente, no tenían reyes ni jefes siquiera, carecían de escritura y no llevaban ninguna o muy poca ropa aún cuando hiciera frío o lloviera mucho. Carecían de metal y fabricaban sus utensilios con piedra, madera y hueso.

Esta ‘apariencia’ primitiva resultaba engañosa, puesto que sus métodos agrícolas son sofisticados, desarrollados mediante ensayo-error durante miles de años para cultivar en territorios que recibían hasta diez mil milímetros de lluvia anuales, con terremotos frecuentes, deslizamientos de tierras y (en alturas elevadas) escarcha.

Fue necesario un suministro de madera continuo para establecer huertos y aldeas, construir casas y vallas, fabricar herramientas, utensilios y armas, y combustible para cocinar y calentar las chozas durante las noches frías. Obtenían la madera de la Casuarina oligodon que cultivaban a escala masiva trasplantando los plantones que brotaban de forma natural junto a las riberas de los ríos.

Las aldeas eran estrictamente independientes, las decisiones se tomaban sentados juntos todos los habitantes de la aldea y hablando, hablando y hablando.

También se enfrentaron al problema de la población a medida que la cifra de sus integrantes aumentaba. Este incremento demográfico acabó siendo controlado mediante prácticas como la guerra, el infanticidio, la abstinencia sexual y la amenorrea lactante natural que se produce cuando se amamanta a un niño durante varios años.

Para saber más: Colapso. Porque unas sociedades perduran y otras desaparecen. Jared Diamond. 2005.

Pensando la crisis con Ivan Illich

Alfonso Sanz Alduán.  El Ecologista nº 78.

Ahora que una nueva crisis azota a nuestra sociedad, conviene contar con la ayuda de autores que –como Illich– supieron ver debajo de la crisis en otras crisis. Porque buena parte de los dioses-conceptos que pusieron en solfa siguen constituyendo los cimientos del edificio que hoy se derrumba.


Entre los años sesenta y setenta del siglo pasado, un puñado de autores de diversas disciplinas, procedencias y enfoques ayudaron a forjar una mirada corrosiva sobre un mundo aparentemente expansivo y triunfante. Uno de esos pensadores fue Iván Illich (Viena, 1926 - Bremen, 2002), inclasificable filósofo, teólogo, historiador, conversador, orador y activista político que falleció hace algo más de diez años, devorado por un cáncer que no quiso tratarse con los métodos que le ofrecía la tecnología médica deshumanizada, en escalofriante coherencia con su pensamiento sobre el sistema médico.


De Illich y de otros autores contemporáneos como Barry Commoner, André Gorz, Lewis Mumdford o E. F. Schumacher bebió, en esos años, el naciente movimiento ecologista para construir una perspectiva incrédula de los conceptos-mitos que constituían la verdad del sistema: desarrollo, crecimiento económico, crisis, necesidades, progreso, participación política, innovación tecnológica, pobreza, riqueza, etc.


Iván Illich fue precisamente el encargado de desmenuzar el concepto de necesidades y la conversión de los humanos en seres necesitados en el Diccionario del desarrollo, reflejo maduro de una visión crítica del sistema económico y social que, en los años noventa, encontró otros referentes como Vandana Shiva y Serge Latouche, también colaboradores del diccionario.


En 1973, cuando estalla la primera crisis del petróleo y se tambalean los cimientos de la arcadia teóricamente feliz que estábamos construyendo, Illich se encuentra en un periodo prolífico de producción de ideas en el Centro Intercultural de Documentación (CIDOC), que impulsaba en Cuernavaca (México). El CIDOC era un singular espacio de debate y aprendizaje mutuo que marcaría la reflexión posterior de numerosas personas y, además, una máquina bien engrasada de publicación de libros y documentos de gran trascendencia. Allí escribió Illich lo que luego llamaría “sus panfletos”; obras que dinamitan creencias y mitos que habían sostenido el pensamiento de los movimientos sociales y políticos progresistas durante más de un siglo.


Ahora que una nueva crisis azota a nuestra sociedad, cuando buena parte de la población maltratada y de nuestros propios cerebros sigue anhelando volver a las promesas antiguas sin cuestionarlas ni intuir que son el origen de los males presentes, conviene contar con la ayuda de autores que supieron ver debajo de la crisis en otras crisis. Porque buena parte de los dioses-conceptos que pusieron en solfa siguen constituyendo los cimientos del edificio que hoy se derrumba.


Leer hoy a Iván Illich sugiere aprovechar la crisis como oportunidad, como momento de cambio en el que es más fácil dejar los caminos trillados y encontrar territorios desconocidos. Hay que advertir que adentrarse en su pensamiento remueve, agita las creencias propias. Si el lector se permite abrir sus defensas ideológicas y leer con el mínimo de prejuicios posible, yo recomendaría para empezar la lectura de tres de los panfletos de Illich de la época del CIDOC:


La sociedad desescolarizada


Illich cuestiona aquí los mitos que rodean la escuela como institución, desvelando que su propósito inicial ilustrado, la generalización del conocimiento y la igualdad de oportunidades se ha desvanecido. El concepto actual de escolarización, por el contrario, tiende a monopolizar el aprendizaje y a conformar valores acríticos con el sistema social y económico.


El monopolio de la escuela sobre el aprendizaje se ha construido sobrevalorando sus aportaciones y desvalorizando los caminos para aprender que son ajenos a ella. Cuando se confunden “enseñanza con saber, promoción al curso siguiente con educación, diploma con competencia” se alimenta la idea de que solo con la escuela nos podemos preparar para la vida adulta y que lo no enseñado en la escuela carece de valor. La escuela se reafirma con una argumentación circular: “A los niños les corresponde estar en la escuela. Los niños aprenden en la escuela. A los niños puede enseñárseles solamente en la escuela”.


La conversión de la escuela en un monopolio niega así las capacidades autónomas de aprender y los mil caminos no necesariamente reglados y formalizados del aprendizaje entre humanos. Paradójicamente, el proceso de monopolización tiene unas consecuencias dramáticas no solo para la sociedad en su conjunto, sino para la propia escuela, a la que se transfiere una carga de responsabilidad que excede sus capacidades.


La solución de la mayor parte de los problemas sociales se atribuye mágicamente a una mejora de la educación en las escuelas: a que las personas pasen cada vez más tiempo en ellas, a que dispongan de todos los medios y tecnologías posibles para incentivar al alumnado. Desde la seguridad vial, hasta la inteligencia emocional, pasando por la informática y la danza, varios idiomas, música y oratoria, cualquier materia declarada de interés es menester que se enseñe y fomente en estos templos del saber, los cuales estallan así por exceso de responsabilidades que deberían ser compartidas con otras estructuras sociales.


Illich desvela además la existencia de un “currículum oculto” de las escuelas, más allá de los buenos propósitos e ideas de los maestros y de las buenas intenciones de los legisladores. Un “currículum oculto” que sirve de ritual iniciático a una sociedad de consumo dirigida al crecimiento. “La escuela vende currículum –un atado de mercancías hecho siguiendo el mismo proceso y que posee la misma estructura que cualquier otra mercancía”.


Némesis médica. La expropiación de la salud


En este libro la tesis principal es que la medicalización de nuestra vida y nuestra muerte nos expropia las capacidades autónomas de sanación. Pasados ciertos umbrales de dominio tecnológico e institucional de la medicina, emerge la plaga de las enfermedades iatrogénicas, las que tienen una génesis en la propia medicina (iatros, médico en griego).


De nuevo es un monopolio de servicio lo que desata la pérdida de nuestra autonomía personal. “Durante las últimas generaciones el monopolio médico sobre la asistencia a la salud se ha expandido sin freno y ha coartado nuestra libertad respecto a nuestro propio cuerpo. La sociedad ha transferido a los médicos el derecho exclusivo de determinar qué constituye la enfermedad, quién está enfermo o podría enfermarse, y qué cosa se hará a estas personas”.


Con la medicalización se produce también un proceso de transferencia de las responsabilidades semejante a la que se ha descrito para la escolarización. El sistema médico-tecnológico monopoliza la atención a la salud y, con ello, se carga con un exceso de responsabilidades que no es capaz de canalizar. Al rebasar unos límites críticos, un sistema social medicalizado tiende a ocultar las condiciones ambientales y sociales insalubres que son la fuente principal de la enfermedad. Se espera que el sistema médico-tecnológico nos cure de las enfermedades ambientales causadas por el sistema económico y de explotación del planeta; y de enfermedades sociales causadas por la construcción de modelos de sociedad en la que las tareas de atención entre unos y otros, los cuidados, han sido desprestigiadas.


Por tanto, la crítica a la medicalización es, sobre todo, de carácter político; desborda el debate técnico sobre la sanidad pública y las formas de gestión para adentrarse en el fondo de la conformación del poder y los objetivos en las sociedades actuales.


Energía y equidad


Es quizás la obra de Illich más leída por los ecologistas, la que conduce más directamente a comprender las relaciones entre la destrucción ambiental y el deterioro social que provoca el sistema industrial cuando se permite que supere ciertos límites. El propio título ya apunta esa idea; cuando se habla de crisis energética no se trata solo de destrucción del medio, cambio climático o limitaciones en los recursos naturales, sino de la destrucción de la equidad, de las oportunidades de reparto equitativo de los recursos. Hace falta superar la ilusión de que más energía es mejor y encontrar unos umbrales de aprovechamiento energético adecuados para el despliegue de modelos sociales justos y no destructivos del entorno.


El libro aprovecha el ejemplo del transporte para desarrollar la crítica al incremento infinito de las necesidades de energía y plantear cuáles deben ser los umbrales de justicia energética. A partir de un determinado nivel de uso de la energía, que se traduce en un nivel de velocidad, los desplazamientos no se pueden repartir equitativamente. A mayor velocidad de desplazamiento, un sistema de transporte exige dedicar demasiado tiempo y recursos, lo que solo puede producirse si existe un reparto desigual en la sociedad.


Además, Illich desvela la paradoja central de la velocidad: su capacidad chupatiempos; para incrementar la velocidad de los medios de transporte es necesario dedicar mucho tiempo en construir los vehículos y las infraestructuras, así como organizar el sistema para que se pueda circular. Plantea así lo que hoy se conoce como el ciclo de vida de un producto. No basta con saber cuánto tiempo y recursos empleamos en un desplazamiento en un medio de transporte, sino cuánto tiempo y recursos hacen falta para que ese medio de transporte funcione. Descubre así que el estadounidense medio dedica a su automóvil una sorprendente cantidad de dinero, traducible a tiempo de trabajo, para poder comprarlo, llenar su depósito, pagar las reparaciones, los impuestos, las carreteras y los aparcamientos; y una sorprendente cantidad de tiempo en conducirlo, limpiarlo, gestionarlo o curarse de los accidentes en los que se ve involucrado. Sumando esas dos cifras, el tiempo directo dedicado al automóvil y el tiempo indirecto dedicado a trabajar para el automóvil, y comparándolas con el desplazamiento anual, se comprueba que la velocidad (tiempo/km recorridos) es poco más alta que la de una persona que camina (véase la cita en recuadro aparte).


Además, la aceleración de unos perturba las posibilidades de desplazamiento de otros; los vehículos motorizados veloces exigen apartar y segregar a los que no lo son, a los van a pie y a los ciclistas. Perturba también las condiciones de habitabilidad y comunicación en el espacio público.


Otra paradoja que se pone de manifiesto en el libro es la capacidad que tienen los sistemas de desplazamiento motorizados para generar simultáneamente cercanía y lejanía. Para acercar puntos del territorio y alejar los usos del mismo. Gracias a la motorización, que aproxima un lugar a otro, se produce el alejamiento de los usos, las viviendas se pueden situar lejos de los lugares de trabajo y de estudio, de los centros de compra y de recreo.


Se acaba así conformando otro monopolio, semejante al de la escuela y la medicina: el monopolio del transporte motorizado, de la motorización, expresado de modo extremo con el dominio del automóvil sobre la vida de todos, con independencia de que quieran o puedan conducirlo. El motor establece unas reglas de juego, una concepción del tiempo y del espacio que todos deben acatar.


Alternativas en la crisis actual


A través de las obras mencionadas, así como de otras que se citan más abajo en las notas bibliográficas, se pueden encontrar numerosas ideas que pueden ayudarnos a crear y creer en alternativas a la presente crisis.


Una de las principales puede ser el reequilibrio del poder y la responsabilidad entre los ámbitos del Estado y sus instituciones, por un lado, y los ámbitos colectivos, de relaciones de vecindad, interés mutuo y familiares en sentido amplio, por otro. Frente a las concepciones liberales que pretenden deshacer el Estado traspasando la responsabilidad a los individuos, la opción illichiana es fortalecer los conocimientos, responsabilidades y bienes colectivos. Los debates actuales sobre la recuperación de los bienes comunes entroncan perfectamente con ese hilo argumental, en la medida en que evitan reducir la crítica a las dicotomías Estado-Mercado o Público-Privado.


Para Ilich el poder de las instituciones de servicio como la escuela, la medicina o el transporte ha superado los umbrales de utilidad y las ha convertido en herramientas contraproductivas que limitan el aprendizaje, enferman y paralizan. No basta con conocer la titularidad o quién controla y se beneficia de esas instituciones, sino cuál es el papel que queremos darles en nuestras sociedades.


De ese modo, defender la escuela pública hoy no debería estar reñido con repensar sus fundamentos y sus formatos actuales dirigidos, por su currículo oculto, a convertir a los alumnos en buenos consumidores.


Es también necesario revisar la función principal de la escuela (pública o privada) como expendedora de títulos (y correspondientemente de fracasos). En el medio siglo transcurridos desde que Illich y otros autores como Paul Goodman propusieron recortar el poder normalizador de la institución escolar, la escuela ha reforzado su poder monopolístico, hasta el punto estar actualmente fagocitando incluso el denominado aprendizaje informal que, por ejemplo, la Unión Europa quiere homologar y titulizar [1].


Y para hacer todavía más difícil la tarea, desescolarizar en el sentido illichiano, es decir, restar poder normalizador a la institución escolar, tampoco encaja en algunas corrientes pedagógicas que preconizan salidas individualizadas como la escuela en casa, en el seno de la familia; educación alternativa que termina reforzando una idea individualista de aprendizaje.


Igualmente, defender la sanidad pública hoy es una oportunidad para revisar la medicalización de la vida, denunciada en la actualidad por una parte de los propios profesionales de la salud. El debate es ahora imprescindible, cuando el triángulo formado por el sistema médico, la industria médica tecnológica y farmacéutica y la ciudadanía hemos generado una espiral de crecimiento sin límites de las necesidades relacionadas con la salud, el dolor y la muerte.


En los últimos cuarenta años se da la paradoja de que se ha aceptado institucionalmente que existe iatrogenia, es decir, enfermedades vinculadas al propio sistema médico, pero al mismo tiempo se ha seguido ampliando el ámbito de lo patológico, el ámbito en el que dicho sistema manda en nuestras vidas.


Así, mientras las instituciones contabilizan oficialmente el número de enfermos generados en el paso por los hospitales [2], cada vez una parte más importante del sistema médico se dirige a inventar enfermedades y tratarlas, a considerar como patológicas situaciones que son fruto de la diversidad humana o de los propios ciclos de la vida (por ejemplo los reproductivos). Casos como el denominado trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), la menopausia, la reacción de duelo, la bipolaridad, la osteoporosis o las llamadas disfunciones sexuales son claros excesos de un proceso de expansión que parece no tener límites.


Por ello, para alcanzar un sistema de salud pública equitativo parece imprescindible acotar la medicalización y el gasto correspondiente, rescatando del sistema médico los espacios sociales que no le pertenecen: los problemas laborales, sociales, escolares, familiares y relacionales.


Por último, la defensa del transporte público no debería ser ciega a sus consecuencias ambientales y sociales, a los excesos en infraestructuras y servicios aunque sean de uso y titularidad públicos; ni tampoco deberías ser acrítica con el modelo urbano o económico vigente que genera lejanía y necesidades de desplazamientos motorizados y al que puede contribuir también el transporte colectivo.


En el ámbito urbano, por ejemplo, se trata no solo de sustituir automóviles por autobuses, tranvías o metros en aquellos ámbitos en los que cada modo de transporte público sea idóneo, sino de reducir al mismo tiempo la dependencia respecto al motor, incrementando la proximidad entre las diferentes actividades y usos de la ciudad; y recuperando el espacio público para los que se desplazan a pie o en bicicleta.


Modificar el dominio del automóvil mediante una oferta perfecta (y gratuita) de transporte público alternativo, es una ilusión que puede resultar demasiado cara ambiental, económica y socialmente. La fantasía del transporte público perfecto se apoya en la idea de que basta con ofrecer alternativas al coche para que este deje de ejercer su dominio, cuando la experiencia indica que para que se produzcan cambios sustanciales en la movilidad hace falta al mismo tiempo restringir el uso del automóvil. El transporte público perfecto, capaz de satisfacer cualquier demanda particular, es insaciable en recursos sociales y del Estado y no tiene por sí mismo ninguna garantía de éxito en el objetivo de rescatarnos del dominio del automóvil.


En el imaginario colectivo los recortes en las prestaciones sociales pueden reforzar la idea de que la única salvación para la crisis consistirá en un Estado más potente, capaz de ofrecer más años en instituciones educativas, más hospitales y tecnología médica, más infraestructuras para el transporte motorizado, más velocidad, más energía (renovable, eso sí) y recursos para todos. Sin embargo, tal y como Illich vislumbró, la difícil tarea que tenemos por delante es encontrar fórmulas para cambiar el mundo sin expandir los monopolios institucionales y las estructuras obsoletas que nos han conducido a su propia ruina.

La escuela que embota la capacidad de aprender  

    
“Otra gran ilusión en la que se apoya el sistema escolar es aquella de que la mayor parte del saber es el resultado de la enseñanza. La enseñanza puede, en verdad, contribuir a ciertos tipos de aprendizaje en ciertas circunstancias. Pero la mayoría de las personas adquieren la mayor parte de su conocimiento fuera de la escuela”.


“La escuela inicia a los jóvenes en un mundo en el que todo puede medirse, incluso sus imaginaciones y hasta el hombre mismo. Pero el desarrollo personal no es una entidad mensurable”. (La sociedad desescolarizada).    

  
El automóvil que paraliza      


“El americano típico consagra más de 1.500 horas por año a su automóvil: sentado dentro de él, en marcha o parado, trabajando para pagarlo, para pagar la gasolina, las llantas, los peajes, el seguro, las infracciones y los impuestos para las carreteras federales y los estacionamientos comunales. Le consagra cuatro horas al día en las que se sirve de él, se ocupa de él o trabaja para él. Aquí no se han tomado en cuenta todas sus actividades orientadas por el transporte: el tiempo que consume en el hospital, en el tribunal y en el taller mecánico; el tiempo pasado ante la televisión viendo publicidad automovilística, el tiempo invertido en ganar dinero para viajar en avión o en tren. Sin duda, con estas actividades hace marchar la economía, procura trabajo a sus compañeros, ingresos a los jeques de Arabia y justificación a Nixon para su guerra en Asia. Pero si nos preguntamos de qué manera estas 1.500 horas, que son una estimación mínima, contribuyen a su circulación, la situación se ve diferente. Estas 1.500 horas le sirven para hacer unos 10.000 km de camino, o sea 6 km en una hora. Es exactamente lo mismo que alcanzan los hombres en los países que no tienen industria del transporte. Pero, mientras el norteamericano consagra a la circulación una cuarta parte del tiempo social disponible, en las sociedades no motorizadas se destina a este fin entre el 3 y 8 por ciento del tiempo social. Lo que diferencia la circulación en un país rico y en un país pobre no es una mayor eficacia, sino la obligación de consumir en dosis altas las energías condicionadas por la industria del transporte”. (Energía y equidad).    

  
La medicina que enferma       


“Al rebasar sus límites críticos, un sistema de asistencia a la salud basado en médicos y otros profesionales resulta patógeno por tres motivos: inevitablemente produce daños clínicos que superan sus posibles beneficios; no puede sino resaltar, en el acto mismo de oscurecerlas, las condiciones políticas que hacen insalubre la sociedad, y tiende a mistificar y a expropiar el poder del individuo para sanarse a sí mismo y modelar su ambiente”. (Némesis médica).     


Referencias bibliográficas: 


  Iván Illich. Obras reunidas. Editado por Fondo de Cultura Económica (México, 2006).
  Deschooling Society (1971). Edición en español: La sociedad desescolarizada. Barral Editores, Barcelona, 1974.
  Tools for conviviality (1973). Edición en español: La convivencialidad, Barral Editores. Barcelona, 1974.
  Énergie et équité (1973). Versión en español: Energía y equidad. Barral Editores. Barcelona, 1974.
  Alternativas (1974). Cuadernos de Joaquín Mortiz. México.
  Medical Nemesis (1974). Versión en español: Némesis médica. La expropiación de la salud, Barral Editores. Barcelona, 1975.
  Disabling professions (1977). Versión en español: Profesiones inhabilitantes. H. Blume Ediciones (Madrid, 1981).
  H2O and the Waters of Forgetfulness. Versión en español: H2O y las aguas del olvido. Editorial Cátedra. Madrid, 1989.
  The Development Dictionary. A Guide to Knowledge as Power.(1992). Wolfgang Sachs (editor). Versión en español: Diccionario del desarrollo. Una guía del conocimiento como poder. Pratec Ediciones (Lima, Perú, 1996).
  Conocedores profundos de la obra de Illich como Gustavo Esteva o Jean Robert recuerdan que una de sus obras clave, aunque incomprendida, es: Gender (1982). Versión en español: El género vernáculo. Editorial Joaquín Mortiz/Planeta. México, 1990.
  Con motivo del décimo aniversario de su fallecimiento se han celebrado en los últimos meses varios encuentros dedicados a su memoria en diversos países del mundo. También se ha publicado un libro de homenaje, Repensar el mundo con Iván Illich, coordinado por Gustavo Esteva (Taller Editorial La Casa del Mago. Guadalajara, México, diciembre de 2012).
  También se puede acceder a parte de su obra a través de Internet, en páginas como http://www.ivanillich.org.mx (en español) o http://www.preservenet.com/theory/I... (en inglés). El Boletín Ciudades para un Futuro más sostenible (CF+S) ha dedicado alguno de sus números a Ilich e incluye también una extensa bibliografía en http://habitat.aq.upm.es/boletin/n2....


Notas


[1] El Consejo de la Comisión Europea aprobó en 2012 la Recomendación del Consejo sobre la validación del aprendizaje no formal e informal (http://ec.europa.eu/education/lifel...), en la que pide a los Estados miembros que, antes de 2018, tengan implantados sistemas que permitan la validación tanto del aprendizaje no formal como del aprendizaje informal.
[2] Estudio Nacional sobre los Efectos Adversos ligados a la Hospitalización. ENEAS 2005. Ministerio de Sanidad y Consumo. Madrid, 2006.

La ausencia del futuro en la escuela

"Los coches funcionarán dentro de muy poco con agua y así no contaminarán el medio ambiente"


página112 Lengua de 6º de Primaria SM

El futuro es otro de los grandes temas ausentes de los libros de texto. De la misma manera que la sociedad da la espalda al futuro, excepto en la ciencia ficción, tal vez porque intuye escenarios desagradables o tal vez porque su pronóstico deslegitimaría el modelo de desarrollo actual, los libros de texto también lo hacen a pesar de que su función teórica es preparar a las generaciones jóvenes para habitar en él.

La ausencia o desproblematización del futuro en los libros de texto deja al descubierto una de las funciones de la educación: la reproducción del sistema existente. El futuro no es más que una prolongación de lo que ya existe, impidiendo por lo tanto concebir una realidad alternativa.

Cuando en el sistema educativo se habla de preparar al alumnado para un mundo cambiante se suele hablar de los cambios en el mercado, no los que se provocan en el territorio. El futuro en el sistema educativo está planteado en clave individual ¿qué vas a ser de mayor?, no en clave colectiva ¿qué va a ser de nosotros y de nosotras cuando seamos mayores? Ni en clave ecológica ¿qué va a ser del planeta cuando seamos mayores?

Para saber más: Estudio del currículum oculto antiecológico de los libros de texto. Ecologistas en acción.

En defensa del decrecimiento


La crisis en curso apenas ha suscitado otras reflexiones que las que se interesan por su dimensión financiera. De resultas, han quedado en segundo plano fenómenos tan delicados como el cambio climático, el encarecimiento inevitable de los precios de las materias primas energéticas que empleamos, la sobrepoblación y la ampliación de la huella ecológica.

En este libro se intenta rescatar esas otras crisis, y hacerlo con la voluntad expresa de identificar dos horizontes de corte muy diferente. Si el primero lo aporta un proyecto específico, el del decrecimiento, que cada vez es más urgente sea asumido como propio por los movimientos de resistencia y emancipación en el Norte opulento, el segundo lo proporciona un grave riesgo de que, en un escenario tan delicado como el del presente, gane terreno un darwinismo social militarizado que recuerde poderosamente a lo que los nazis alemanes hicieron ochenta años atrás.

En la trastienda se aprecia, de cualquier modo, la necesidad imperiosa de contestar el capitalismo en su doble dimensión de explotación e injusticia, por un lado, y de agresiones contra el medio natural, por el otro.

Carlos Taibo es profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid. Entre sus últimos libros cabe mencionar Rapiña global (Punto de lectura, Madrid, 2006), Sobre política, mercado y convivencia (Los Libros de la Catarata, Madrid, 2006; en colaboración con José Luis Sampedro), el volumen colectivo Voces contra la globalización (Crítica, Barcelona, 2008; en colaboración con Carlos Estévez), 150 preguntas sobre el nuevo desorden (Los Libros de la Catarata, Madrid, 2008) y Neoliberales, neoconservadores, aznarianos. Ensayos sobre el pensamiento de la derecha lenguaraz (Los Libros de la Catarata, Madrid, 2008).

En defensa del decrecimiento. Sobre capitalismo, crisis y barbarie. Carlos Taibo

15M y decrecimiento

Xabier Borràs - RADI.MS
El nacimiento del 15M despertó conciencias, ciertamente. Mucha gente adormecida por el propio sistema —en el cual se había dejado atrapar—, adocenada por la sociedad de consumo, por el supuesto «estado del bienestar», reaccionó furibundamente cuando la llamada «crisis» les afectó el bolsillo, el modus vivendi, la comodidad de la no intervención, de la partitocracia, de la alienación en suma. Evidentemente, el 15M también ha sido una expresión más clara del final del transfranquisme y de sus consensos sociales, políticos y territoriales.
No analizaremos ahora ni el extraño surgimiento ni el desarrollo del 15M en estos tres años. Otras voces, mucho más autorizadas, lo han hecho, con acierto y desacierto, y una simple búsqueda en los buscadores de Internet puede dar fe de ello. Sin embargo, sí que nos interesa ver si el 15M es un movimiento «revolucionario», tal como se ha propagado a bombo y platillo, o un simple ataque de reformismo para los nuevos tiempos que preconiza el neocapitalismo y que ya han comenzado a dar resultados, como la irrupción de varias formaciones políticas en el hemiciclo europeo el pasado 25 de mayo (por ejemplo: Podemos y otras formaciones surgidas a la sombra del 15M) con programas casi calcados de la literatura «indignada».
Indignarse y comprometerse está muy bien siempre y cuando se tenga cordura (conocimiento) y no solamente el simple e incluso lógico arrebato que pueden provocar las consecuencias humanas y sociales de, por ejemplo, los recortes que imponen el capital y el estado. Pasar de criticarlo todo desde el sofá de casa o desde el bar a hacerlo en la plaza, aprender qué es verdaderamente una asamblea, pensar, en definitiva, en el presente arrollador y en el futuro incierto más allá del propio ombligo, son hechos que no se pueden despreciar. Aunque, claro, hacer todo esto para acabar con reclamaciones hacia el estado y el capital desde la misma óptica del estado y del capital no parece lo más adecuado para llegar a otro mundo posible
De hecho, el llamado Estado de bienestar ¿qué es?: ¿una conquista de las clases populares u otra faceta del sistema de dominación que ofrece a la población algunos servicios sociales necesarios? Será por eso que se sigue pidiendo, incansablemente, que el Estado proporcione derechos y servicios, pero, por el contrario, parece que estemos incapacitados para hacernos responsables de nuestra vida y de cómo podemos alcanzar la libertad.
Actualmente, tres años después de aquel desvelarse, en que en muchos lugares el objetivo se centraba en el marco de asambleas que se quería que fueran soberanas y de diversas iniciativas para modelar nuevas instituciones y nuevos valores de carácter popular y autogestionado, las movilizaciones se han convertido estériles y continuadas —reivindicativas, claro, pero de pura resistencia cotidiana—, y se ha abandonado cualquier otra perspectiva que no sea el inmediatismo y el hiperactvisme, bases de la ideología sistémica de la propia sociedad de consumo, que es uno de los «enemigos» a abatir. El 15M no supo o, más bien, no quiso romper con las instituciones del sistema y mucho menos construir otras nuevas, lo que conduce a una especie de callejón sin salida en el que lo único que se consigue es perpetuar el propio sistema. Evidentemente, todo ello no es ni revolucionario ni transformador y hace pensar, en definitiva, si no se trataba precisamente de eso.
 
La apuesta del decrecimiento
Hay un aspecto clave, en relación al 15M: el hecho de que la protesta surge, como decíamos al principio, en el momento que las clases medias descubrieron de pronto que ya no tenían dinero para pagar el consumo brutal con el que estaban anestesiadas. La mayoría de la gente vivía con la creencia —y la inconsciencia— que era posible el absurdo de un crecimiento infinito en un mundo de recursos limitados. El verdadero problema en nuestras sociedades, pues, es que el decrecimiento por fuerza, y que ahora se identifica como un «crecimiento negativo», se gestiona de forma autoritaria, aunque se pase por el falso filtro de la austeridad mal entendida.
La reducción de salarios y de pensiones, la negación de derechos sociales, el paro creciente, las jornadas laborales interminables…, se aceptan mayoritariamente sin violencias gracias a los mecanismos de psicología social y los eficaces descubrimientos neurocientíficos. De hecho, el mercado somos todos y gobernar es dar miedo, crear frustración política —haciéndonos creer que no hay alternativas posibles— y desanimar a la gente, sobre todo a través de los medios de comunicación de masas, para que pierda poco a la poco la capacidad de resiliencia. Sólo hay que ver cómo se han incrementado las medidas restrictivas a nivel socioeconómico y de disminución de derechos y de libertades, acompañadas del control y de la represión propias de gobiernos paranoicos.
Es en este contexto que las tesis reformistas del 15M entran en crisis, porque sólo hay dos alternativas, tal como ha resumido el filósofo Ramon Alcoberro (http://www.alcoberro.info/planes/decreixement06.htm): o se tiende a un decrecimiento voluntario y convivencial, consensuado socialmente y explicitado, o nos dejamos llevar por el «crecimiento negativo» gestionado por gobiernos cada vez más represivos y con la policía del pensamiento instalada en la televisión, los periódicos y en Internet. «Los gobiernos mienten cuando dicen que el capitalismo actual puede crecer o que se puede implementar una ˝economía de crecimiento sostenible˝ sin reducir libertades, derrumbar salarios y destruir el medio natural. Por ello han sido cada vez más autoritarios y manipuladores. Afortunadamente, los pueblos siempre son más creativos y en momentos de crisis nacen también herramientas para superarlo. O eso queremos creer. La filosofía, entendida como sabiduría vital más que como herramienta de análisis de los discursos, tendrá un papel importante si tenemos que salir de la crisis de civilización provocada por el hiperconsumo», escribe acertadamente Alcoberro.
 
¿Qué clase de «bienestar», pues, es éste que produce malestar emocional y pobreza?
Las terribles e insospechadas consecuencias globales del hiperconsumo (calentamiento global, manipulación genética, etc.), dramáticamente aumentadas desde la catástrofe nuclear de Fukushima, revelan el verdadero peligro de acomodarse a las exigencias de los estados y del capital. «Una sociedad pensada desde el y para el crecimiento, pero que no es capaz de ofrecer crecimiento se niega a sí misma —y de ahí buena parte del desconcierto social y político que se ha producido en el pensamiento político progresista desde principios de siglo», apunta Ramon Alcoberro.
El decrecimiento, que pretende romper el lenguaje engañoso de los drogadictos del productivismo —con que deja de ser simétrico al crecimiento— «no será posible sin la limitación necesaria de nuestro consumo y de la producción, el paro de la explotación de la naturaleza y de la explotación del trabajo por el capital», dice Serge Latouche, uno de los más brillantes teóricos de este concepto. Evidentemente, no quiere decir que tengamos que «retornar» a una vida de privación y de trabajo, sino todo lo contrario: desde la renuncia al falso confort material, debería ser una liberación de la creatividad, una renovación de la convivencialidad y la posibilidad de llevar una vida digna, aspectos sobre los que el 15M no sabe/no contesta.
La utopía local, autónoma, autogestionada, independiente, cooperativa…, da la posibilidad de empezar a cambiar la sociedad desde abajo, la única estrategia democrática que nos puede llevar a otro mundo posible. Por el contrario, ni los métodos estatistas, que nos proponen cambiar la sociedad desde arriba al amparo del poder del Estado, ni los acercamientos de la “sociedad civil”, como el 15M y otros, no apuntan en absoluto a cambiar el sistema, sino al contrario: se empeñan en perpetuarse hasta el asco. Pero las alternativas están ahí: complejas y necesitadas de profundos cambios en nuestras conciencias, verdaderamente liberadoras para un escenario de democracia ecológica.


El hambre en Occidente

Santiago Alba Rico

En el mes de julio de 2008 se celebró en Coney Island el campeonato del mundo de devoradores de hot-dogs. El joven estadounidense Joey Chestnut batió en la final al japonés Takeru Kobayashi y superó todas las anteriores marcas mundiales al engullir 66 perritos calientes en 12 minutos ante el delirio de los más de 50.000 espectadores que presenciaron en directo la hazaña. Como premio, el campeón recibió un bono de 250 dólares en compras de un centro comercial y un año entero de hot-dogs gratis en la cadena Nathan's.

En este instante, mientras redacto estas líneas, se celebra el campeonato mundial de perdedores de peso. Cada segundo cinco personas disputan la final —un haitiano, un somalí, un ruandés, un congoleño, un afgano— y los cinco obtienen la victoria. El premio es la muerte. El apetito de Joey Chestnut no es nada comparado con el que ha devorado -digamos- a René, Sohad, Randia, Sevére y Samia: cada 12 minutos la pobreza mata de hambre a 3.600 hombres, mujeres y niños en todo el mundo. O lo que es lo mismo: cada 5 hot-dogs en Honey Island 300 seres humanos mueren de inanición en África.

En 1876, el virrey de la India, lord Lytton, organizó en Delhi el banquete más caro y suntuoso de la historia para festejar el entronizamiento de la reina Victoria como Emperatriz colonial. Durante una semana 68.000 invitados no dejaron de comer y de beber; durante esa semana, según cálculos de un periodista de la época, murieron de hambre 100.000 súbditos indios en el marco de una hambruna sin precedentes que se cobró al menos 30 millones de vidas y que fue inducida y agravada por el "libre comercio" impuesto desde Inglaterra. Mientras los colonialistas ingleses comían perdices y corderos, los supervivientes indios se comían a sus propios hijos. El hambre, lo sabemos, disuelve todos los lazos sociales e impone el canibalismo. Hace falta tener mucha hambre para comerse con lágrimas en los ojos el cadáver de un vecino, pero hace falta tener muchísima más hambre para devorar alborozadamente 66 perritos calientes en 12 minutos.

Confesaré que cada vez que pienso en hambrunas no me viene a la cabeza el vientre abultado de René ni la teta escurrida de Samia sino la voracidad aplaudida de Joey Chestnut, como símbolo publicitario de una economía que no puede permitirse siquiera calmar el apetito de los saciados. Chestnut no es un caníbal, no, pero en cierto sentido se alimenta del adelgazamiento de los etíopes, los tailandeses y los egipcios: la tercera parte de la cosecha mundial de cereales sirve para engordar los animales que nos comemos los occidentales (1 kilo de carne por persona y día los estadounidenses, más de Vi kilo los europeos) y bastaría reducir un 10% la producción de pienso para dar de comer a la tercera parte de los 1.000 millones de personas que, según la FAO, pasan hambre en el mundo. Exagerar es medir lo inconmensurable, hacer aprehensible lo irrepresentable. Exageremos: Chestnut es un caníbal. Delante de las 50.000 personas que lo aplaudían, se comió a René, Sohad, Randia, Sevére y Samia y a otros 3.595 hombres, mujeres y niños. Ni siquiera Bokassa demostró jamás tanto apetito.

A Chestnut se le puede pedir que coma menos e incluso que se enfrente a su gobierno, pero en realidad es sólo otra víctima del hambre. Está el hambre de los que no tienen nada y el hambre de los que nunca tienen suficiente; el hambre de los que quieren algo y el hambre de los que quieren siempre más: más carne, más petróleo, más automóviles, más teléfonos móviles, más imágenes, más juguetes y - t a m b i é n – una moralidad superior. La relación entre ambas insatisfacciones es un sistema global. Queríamos un hombre libre y tenemos un hambre libre.

Confieso que cada vez que pienso en el hambre no me viene a la cabeza el esqueleto de Sohad ni los inmensos ojos febriles de Sevére sino el ejército de los EEUU en Iraq y la alegría depredadora del Carrefour.

Exagerar es empequeñecer lo ilimitado, reducir lo descomunal a escala humana. Exageremos: el canibalismo es, no ya obligatorio, sino elegante. Unos pocos millones de mentes privilegiadas (desde gobiernos y multinacionales) dedican todo su esfuerzo a encontrar la manera de que a todo el mundo, en todas partes, le falte algo; de que los niños de Haití y Sierra Leona pasen hambre y se desesperen por ello y de que los consumidores occidentales, después de devorar bosques, ríos, minerales y animales (con sus imágenes), se queden con hambre y se alegren de ello. El capitalismo quita a los países pobres sus recursos y al mismo tiempo las fuerzas para resistir; el capitalismo nos da mercancías a los occidentales y al mismo tiempo el hambre necesario para engullirlas sin parar; y el hambre se convierte así, de un lado y de otro, en la desgracia objetiva de África, Asia y Latinoamérica y en la felicidad subjetiva de una humanidad cultural y materialmente insostenible y condenada a la destrucción.

La hambruna disuelve, sí, todos los lazos sociales e impone el canibalismo. La pobreza relativa aviva el ingenio, inventa soluciones colectivas, improvisa solidaridades y crea redes sociales de resistencia. Pero por debajo de cierto umbral, cuando el hambre amenaza la supervivencia, las tramas se deshacen y sólo quedan impulsos atómicos, solitarios, animales: individuos puros enfrentados entre sí. Sólo en este sentido -biológico y casi zoológico— puede decirse que nuestras sociedades occidentales son "individualistas". Alguna vez he expresado la regla de la satisfacción antropológica con la siguiente fórmula: "Poco es bastante, mucho es ya insuficiente". Por debajo de "poco" hay hambre y son imposibles la conciencia, la resistencia y la solidaridad; por encima de "bastante" hay más hambre y son imposibles también la conciencia, la resistencia y la solidaridad. "Demasiado" siempre quiere "más". Hemos superado ya ese punto a partir del cual lo único que tenemos —ni coches ni carne ni casas ni imágenes— es hambre; y nuestra voracidad, como la de Joey Chestnut, se está comiendo, mientras redacto estas líneas, no sólo a Samia y Sohad y Sevére, tan borrosos y lejanos, sino a los propios hijos.

Extraído del libro "El naufragio del hombre". Santiago Alba Rico

El crecimiento mata y genera crisis terminal


"La gigantesca ‘máquina global’, productivista-consumista, del neoliberalismo, para poder aumentar el crecimiento necesita cada vez más de urgentes cantidades de insumos de materia y de energía, y para lograrlo ha inventado el engañoso modelo de vida consumista de la ‘felicidad prefabricada’. Una felicidad que sólo se ofrece a ‘cívicos’ ciudadanos del Norte.

También Hitler vendía esa ‘felicidad prefabricada’ en exclusiva para la raza superior aria, las razas inferiores había que encerrarlas en proliferados campos de concentración. Hoy esos campos de concentración están constituidos por los países del extensísimo territorio del tercer mundo. En la Alemania nazi los tres pilares más importantes de esta felicidad eran el chalé con piscina, el wolsvagen (coche del pueblo, en alemán) y una red de autopistas para poder consumir coche, chalé y gasolina.

Hoy esta felicidad nos la venden las grandes corporaciones neoliberales. Pero de repente surge la pregunta: ¿habrá suficiente cemento para chalés, gasolina, y agua de piscinas para todos?. Y cuando se dice todos, hay que decir los casi 7.000 millones de personas del planeta. Pero es que ése no es el planteamiento, es que esta felicidad prefabricada en los tiempos de Hitler era únicamente para la minoría de la raza aria.

Hoy en día esta minoría en lugar de estar formada por es ‘raza aria’ está constiuida por esa ‘minoría de consumistas solventes del primer mundo’. Y sabemos que el eslogan ‘agua para todos’ ha sido la clásica frase demagógica usada por las multinacionales inmobiliarias playeras para pedir agua para todas las piscinas y campos de golf de sus ilegales y antiecológicas urbanizaciones, que sólo usará una minoría solvente. Mientras tanto en África se mueren por millones, por no tener ni gota de agua, o por beber aguas insalubres."

Extraído del libro: El crecimiento mata y genera crisis terminal. Julio García Camarero. 2009.

El significado del ritual

Lewis Mumford

En cuanto la mente humana comenzó a trascender sus limitaciones animales, la afinidad mental se convirtió en condición indispensable para la ayuda mutua. Los rituales promovieron una solidaridad social que de otro modo podría haberse perdido a través del desarrollo desigual de los talentos humanos y el establecimiento prematuro de diferencias individuales. En este caso el acto ritual afianzó la común respuesta emocional que predisponía al hombre a la cooperación consciente y la ideación sistemática.

Al establecer esa común experiencia compartida, se separó la expresión de significados en formas simbólicas de las actividades cotidianas de identificar plantas comestibles o animales hostiles. Una vez trasladado a la pantomima y a la danza, algunos de esos significados se transmitían a los espontáneos gritos que acompañaban a la acción común, que a su vez se harían más definidos y deliberados por medio de la repetición.

Fijándonos en las expresiones contemporáneas de pueblos muy elementales, podemos imaginarnos a aquellos grupos aborígenes reuniéndose frente a frente, repitiendo los mismos gestos, replicando con las mismas expresiones faciales, moviéndose con idéntico compás y empleando análogos sonidos espontáneos para la alegría, la tristeza o el éxtasis, coincidiendo así recíprocamente los miembros de cada grupo. Tal puede haber sido una de las sendas más provechosas para conducir al hombre a los dominios del lenguaje... mucho antes de que las exigencias de la dura tarea de cazar convirtiesen el lenguaje en ayuda para el indispensable ataque cooperativo.

Sin duda, el desarrollo del ritual ocupó incontables años antes de que apareciera en la conciencia, aun oscuramente, algo que pudiera considerarse como un significado definido, asociado y abstracto. Pero lo que resulta asombroso y da color a la noción de que el ritual es anterior a todas las otras formas de cultura, es algo que subrayó el distinguido lingüista Edward Sapir en relación con los aborígenes australianos; por muy desprovista que una cultura esté de vestidos, viviendas o herramientas, siempre dará prueba de un ceremonialismo altamente desarrollado. No es conjetura dudosa, sino inferencia muy probable, suponer que los primeros hombres se elevaron mentalmente mucho más mediante las actividades sociales del ritual y del lenguaje que a través del mero manejo de las herramientas, y que ese hacer y usar herramientas se mantuvo durante siglos en situación estacionaria, si se lo compara con las expresiones ceremoniales y la creación del lenguaje. Al comienzo, las más importantes herramientas del hombre fueron las que extrajo de su propio cuerpo: imágenes, movimientos y sonidos formalizados; y su esfuerzo por compartir estos bienes promovió la solidaridad social.

Sobre este asunto, las recientes y perspicaces observaciones de Lili Peller acerca del juego de los niños nos ofrecen un enfoque especial de la función del ritual en la vida de los hombres primitivos. Dicha autora nos dice que esa repetición escueta e insistente, que sería extremadamente tediosa para cualquier adulto, les resulta totalmente deliciosa a los niños, como han comprobado muchos aburridos padres al verse obligados a repetir el mismo juego o el mismo cuento, sin desviación alguna, decenas de veces.

«Los juegos primitivos —señala la señorita Peller— son reiterativos, porque eso proporciona placer de gran intensidad.» ¿No participaría también el hombre primitivo de este placer infantil, tan elemental, y sacaría de ello el mayor provecho? Tanto la espontaneidad más salvaje como la repetición más monótona les resultan igualmente placenteras a los muy jóvenes, y por estar tan profundamente arraigada y tan premiada en cada sujeto esa capacidad innata para las formas que pueden ser repetidas y fijadas,
parece probable que fuera ella quien proporcionó las bases para el total desarrollo del hombre.
(..)

De lo que acabamos de exponer se sigue que, aunque la disciplina del ritual ejerció una función importantísima e incluso indispensable en el desenvolvimiento de la humanidad, quedan pocas, dudas de que solo triunfó a costa de una gran mengua de la creatividad. La prevalencia del ritual y de todas las manifestaciones institucionales de él derivadas, explica tanto los actos de la evolución temprana humana como su extrema lentitud: al alargarse tanto las palancas, resultaron más poderosas que la máquina que controlaban.

Dondequiera que encontramos al hombre arcaico vemos una criatura sujeta a leyes, incapaz de hacer lo que le plazca, donde le plazca y como le plazca; muy al contrario, descubrimos que en cada momento de su vida debe moverse con cautela y circunspección, guiándose por las costumbres de su especie, reverenciando a los poderes sobrehumanos, dioses creadores de todos los seres, a los fantasmas y demonios, siempre asociados con sus inolvidables antepasados, o a los animales, plantas, insectos o piedras, seres todos consagrados y personificados en su tótem. Apenas podemos olvidar —aunque también esto sea una inferencia— que los hombres primitivos marcaban cada fase de su desarrollo con los correspondientes ritos de iniciación, ceremonias universales que los civilizados abandonaron tardíamente solo para cambiarlas por precipitados sucedáneos de papel acerca de «el cuidado y la alimentación de los niños», o «los problemas sexuales de los adolescentes».

Mediante inhibiciones y severas abstinencias, no menos que por actos de sumisión llenos de fe, los hombres primitivos intentaron referir sus actividades a las potencias invisibles que los rodeaban, procurando apropiarse algo de su poder y adelantándose a su malignidad e hipocresía, hasta obtener, a veces por conjuros mágicos, su ansiada cooperación.


Extraído de: 'El mito de la máquina'. Lewis Mumford

La paradoja decrecentista

Serge Latouche
 
“El drama de mi patria es como el de un Vietnam silencioso; no hay tropas de ocupación, ni poderosos aviones nublan los cielos limpios de Chile. Pero enfrentamos un bloqueo económico y estamos privados de créditos por los organismos financieros internacionales. Estamos ante un verdadero conflicto frontal entre las grandes corporaciones y los Estados. Éstos aparecen interferidos en sus decisiones fundamentales –políticas, económicas y militares- por organizaciones globales que no dependen de ningún Estado y que en la suma de sus actividades no responden ni están fiscalizadas por ningún Parlamento, por ninguna institución representativa de interés colectivo. En una palabra, es toda la estructura política del mundo la que está siendo socavada. Pero las grandes empresas transnacionales no sólo atentan contra los intereses genuinos de los países en desarrollo, sino que su acción avasalladora e incontrolada se da también en los países industrializados donde se asientan.”
Salvador Allende.

Y en 1972, todavía no se hablaba de ‘globalización’.

Chocamos contra el poder real de la oligarquía plutocrática que domina el mundo y de la que los lobbies son la expresión más visible. Los poderes públicos, las administraciones , los centros de investigación están más o menos a órdenes de ese complejo que ya es mundial. Recordemos que, bajo presión de los intereses económicos, muchas alarmas (amianto, aflatosina, fipronil e imidacloprid, heparina, campos electromagnéticos, dioxina, perturbadores endocrinos...) lanzadas por científicos fueron acalladas por los agentes gubernamentales, cortando los créditos a los laboratorios implicados, incluso destituyendo de sus funciones a los científicos responsables (eventualmente con la complicidad de los sindicatos para ‘proteger’ los empleos).

El programa de una política nacional de decrecimiento aparece como una paradoja. La puesta en marcha de propuestas realistas y razonables tiene pocas probabilidades de ser acogida y menos aún de llegar a un resultado sin una completa subversión. Ésta supone el cambio en el imaginario que únicamente la realización de una utopía fecunda de la sociedad autónoma y amigable esta en capacidad de generar.

Lo que hace falta no son, pues, ni las perspectivas ni las soluciones, sino las condiciones de su puesta en marcha. Podemos concebir varios escenarios de transición gradual, con medidas muy progresistas de las reducciones necesarias. Lo importantes es el cambio radical e rumbo. Es importante entonces crear las condiciones de tal cambio. La elaboración profunda del proyecto busca favorecer precisamente estas condiciones."

Extraído de 'Pequeño tratado del decrecimiento sereno' escrito por Serge Latouche

La ley del dolor

Pierre Clastres

En el siglo XVI, decían los primeros cronistas, a propósito de los indios brasileños, que eran gente sin fe, sin rey, sin ley. Ciertamente, esas tribus ignoraban la dura ley de división, la que en una sociedad dividida impone el poder de algunos sobre todo el resto. Esa ley, ley de rey, ley del Estado, es ignorada por los mandan, los guaycurús, los guayakís y los abipones. La ley que ellos aprenden a conocer en el dolor es la ley de la sociedad primitiva que le dice a cada uno: Tu no vales menos que otro, tu no vales más que otro.

La ley inscrita en el cuerpo, señala el rechazo de la sociedad primitiva a correr el riesgo de la división, el riesgo de un poder separado de ella misma, de un poder que se le escaparía. La ley primitiva, cruelmente enseñada, es una prohibición de la desigualdad, de la que cada uno guardará memoria.

Siendo la misma substancia del grupo, la ley primitiva se hace substancia del individuo, voluntad personal de cumplir la ley. Escuchemos una vez más a George Catlin:

"Aquel día parecía que una de las rondas no terminaría jamás. Por más que se arrastraba indefinidamente a un desgraciado que llevaba un cráneo de alce enganchado en una pierna, ni la carga caía ni se rompía la carne. Era tal el peligro que corría el pobre muchacho que se levantaron clamores de piedad en la muchedumbre. Pero la ronda continuaba, hasta que el maestro de ceremonias en persona dio orden de detenerse.

Aquel joven era particularmente hermoso. Recuperó pronto su sentido y no sé cómo le volvieron las fuerzas. Examinó calmadamente su pierna sangrante y desgarrada y la carga enganchada todavía en su carne y luego, con una sonrisa de desafío, se arrastró gateando a través de la muchedumbre que se abría delante de él hasta el Prado (en ningún caso los iniciados tienen derecho a caminar mientras sus miembros no hayan sido liberados de todas sus púas). Logró hacer más de un kilómetro, hasta un lugar alejado donde permaneció solo tres días y tres noches, sin ayuda ni alimento, implorando al Gran Espíritu. Al término de ese lapso, la supuración lo liberó de la púa, y se volvió al pueblo, caminando con las manos y las rodillas, ya que estaba en tal estado de agotamiento que no podía levantarse. Se le curó, se le alimentó y pronto se restableció."

¿Qué fuerza impulsaba al joven mandan? Desde luego no la de un afán masoquista, sino el deseo de fidelidad a la ley, la voluntad de ser, ni más ni menos, igual a los demás iniciados.

Decíamos que toda ley es escrita. He aquí como se reconstruye, de cierto modo, la triple alianza ya reconocida: cuerpo, escritura, ley. Las cicatrices dibujadas en el cuerpo es el texto inscrito de la ley primitiva, es en este sentido una escritura en el cuerpo. Las sociedades primitivas son, dicen con fuerza los autores del Anti-Edipo, sociedades de la marca. Y en esta medida las sociedades primitivas son, efectivamente, sociedades sin escritura, pero en el sentido en que la escritura indica primeramente la ley de división, lejana, despótica, la ley del estado que escriben sobre el cuerpo los codetenidos de Martchenko. Y es precisamente —nunca se insistirá suficientemente en ello— para conjurar esa ley, ley fundadora y garante de la desigualdad, es contra la ley de Estado que se plantea la ley primitiva. Las sociedades arcaicas, sociedades de la marca, son sociedades sin Estado, sociedades contra el Estado. La marca en el cuerpo, igual en todos los cuerpos, enuncia: No tendrás el deseo del poder, no tendrás el deseo de sumisión.

Y esta ley de la no división no puede hallar para inscribirse sino un espacio sin división: el cuerpo mismo. Profundidad admirable de los salvajes, que de antemano sabían todo eso, y cuidaban, al precio de una terrible crueldad, de evitar el advenimiento de una crueldad aún más aterradora: la ley escrita en el cuerpo es un recuerdo inolvidable.

Extraído de: "La sociedad contra el Estado". Pierre Clastres


Pequeño tratado del decrecimiento sereno


Hoy más que nunca, el desarrollo sacrifica tanto a la población como su bienestar concreto y local sobre el altar de una buena tenencia abastracta, desterritoralizada. Claro está, este sacrificio en honor de un pueblo mítico y desencarnado se hace en provecho de los 'empresarios del desarrollo' (las firmas multinacionales, los dirigentes políticos, los tecnócratas y las mafias).

El crecimiento hoy en día es un asunto rentable a condición de que el peso y el precio recaigan en la naturaleza, en las generaciones futuras, en la salud de los consumidores, en las condiciones de trabajo de los asalariados y, más aún, en los países del Sur. Por eso es necesario una ruptura.

Todos los regímenes modernos han sido productivistas: repúblicas, dictaduras, sistemas totalitarios, hayan sido los gobiernos de derecha o de izquierda, liberarles, socialistas, populistas, socioliberales, socialdemócratas, centralistas, radicales, comunistas. Todos han hecho del crecimiento económico la piedra angular de su incuestionable sistema.

El cambio indispensable de rumbo no depende de quienes con una simple votación podrían resolver la cuestión llevando al poder a un nuevo gobierno o votando a favor de otra mayoría. Lo que se necesita es mucho más radical: una revolución cultural, ni más ni menos, que deberá desembocar en una refundación de lo político.

El proyecto del decrecimiento es, entonces, una utopía, es decir, un generador de esperanzas y de sueños. Sin embargo, lejos de refugiarse en lo irreal, trata de explotar las posibilidades objetivas de su puesta en práctica. De ahí el calificativo de 'utopía concreta'. Si no partimos de la hipótesis de que es posible otro mundo, no habrá política, sólo habrá gestión administrativa de indiviudos y de las cosas. El decrecimiento es, pues, un proyecto político.

Extraído de 'Pequeño tratado del decrecimiento sereno'. Serge Latouche. Icaria. 2009.

La economía de la prehistoria

Marshall Sahlins

Pero, entonces, incluso hablar de «la economía» de una sociedad primitiva es un ejercicio de irrealidad. Estructuralmente, «la economía» no existe. Más que una organización delimitada y especializada, la «economía» es algo que generaliza la función de los grupos sociales y de las relaciones, especialmente los grupos y las relaciones de parentesco. La economía es más bien una función de la sociedad que una estructura, porque el armazón del proceso económico, la proporcionan los grupos concebidos clásicamente como «no económicos». En particular, la producción está instituida por grupos domésticos que, por lo general, se ordenan como familias de uno u otro tipo. La 'unidad doméstica' es para la economía tribal lo que el feudo fue para la economía medieval o lo que es la corporación para el moderno capitalismo:

Cada una de ellas [unidad doméstica] es en su momento la institución productiva dominante. Cada una representa, además, un determinado modo de producción *, con una tecnología y una división del trabajo apropiadas, un objetivo económico o finalidad característicos, formas específicas de propiedad, relaciones sociales y de intercambio definidas entre las unidades productivas y contradicciones que le son del todo propias. En resumen, para explicar la disposición observada que tienen las primitivas economías para la subproducción, yo reconstruiría la «economía doméstica independiente» de Karl Bücher y de los escritores anteriores a él, pero ahora un tanto reacomodada a Marx, y redecorada con una etnografía más a la moda.

Puesto que los grupos domésticos de la sociedad primitiva no han sufrido todavía una degradación a un mero estatus de consumo, su capacidad laboral desligada del círculo familiar y empleada en un dominio exterior, los hizo someterse a una organización y propósitos ajenos. La unidad doméstica, como tal, recibe el peso de la producción junto con la organización y la aplicación de la capacidad laboral y junto con la determinación del objetivo económico. Sus propias relaciones internas, tal como ocurre entre esposo y esposa, entre padres e hijos, son las relaciones principales de la producción dentro de la sociedad. El rótulo incorporado de los estatus de parentesco, el dominio y la subordinación de la vida doméstica, la reciprocidad y cooperación, hacen aquí de lo «económico» una modalidad de lo íntimo.

La organización del trabajo y los términos y productos de su actividad, son principalmente decisiones domésticas. Y son decisiones que se toman teniendo en cuenta primordialmente la satisfacción doméstica. La producción se encauza según las exigencias habituales de la familia. La producción es para beneficio de los productores.

* «Modo de producción» se emplea aquí de modo diferente a como lo hizo Terray (siguiendo a Althusser y Balibar) en su importante trabajo Le Marxisme devant les sociétés primitives (1969). Aparte de la diferencia obvia en lo que se refiere a las «instancias» superestructurales, el principal contraste tiene que ver con la importancia teórica que se ha dado a diversas formas de cooperación, es decir, en cuanto constituyen estructuras colectivas en el control de las fuerzas productivas que se superponen y se enfrentan a las unidades domésticas. Una importancia semejante se desecha aquí y a partir de esta divergencia surgen muchas otras. Sin embargo, a pesar de estas diferencias significativas, es obvio que la presente perspectiva hace propios muchos puntos de vista de Terray y está de acuerdo también, en gran parte, con Meillassoux (1960, 1964), en quien se fundamenta el trabajo de Terray.


(…)


Las técnicas locales exigen un mayor o menor grado de cooperación, de ahí que la producción pueda estar organizada de formas sociales diversas y a veces en niveles más altos que la unidad doméstica. Los miembros de una familia pueden colaborar de una manera regular y sobre una base individual con parientes y amigos de otras casas; ciertos proyectos se encaran colectivamente por parte de grupos, tales como los linajes o las comunidades de vecinos. Pero de lo que se trata no es de la composición social del trabajo.

Las partidas de trabajo más numerosas no son, en su mayor parte, más que uno de los muchos modos que la producción doméstica tiene de realizarse. A menudo, la organización colectiva del trabajo no hace más que dismular tras su masividad su simplicidad social básica.

Un conjunto de personas o de pequeños grupos actúan hombro con hombro en tareas paralelas e idénticas, o trabajan juntas para favorecer por turno a cada participante. Es así que el esfuerzo colectivo comprime a la estructura segmentaria de la producción sin efectuar en ella ningún cambio permanente o fundamental.

Lo que es más, la cooperación no instituye una estructura de producción sui generis y con finalidades propias que difiera en forma o en alcance de la supervivencia de los distintos grupos domésticos y que predomine en el proceso de producción de la sociedad. La cooperación sigue siendo, en su mayor parte, un hecho de naturaleza técnica, sin realización social independiente en el nivel del control económico.

No compromete en absoluto la autonomía de la unidad doméstica o su objetivo económico, la organización doméstica de la capacidad laboral o el predominio de los objetivos domésticos a través de las actividades sociales del trabajo. Realizados estos planteamientos, paso a la descripción de los aspectos principales de la modalidad doméstica de la producción (MDP), con la vista puesta en las implicaciones que ésta tiene para el carácter del desempeño económico.

Extraído del libro: "La economía de la Edad de Piedra" de Marsall Sahlins

Migración y decrecimiento


Artículo extraído del libro 'Decrecimientos. Sobre lo que hay que cambiar en la vida cotidiana', del capítulo escrito por Manoel Santos 'decrecimiento y migraciones'.

Las migraciones masivas de seres humanos se han potenciado enormemente por causa del crecimiento económico planificado de las sociedades centrales, que tienen en los millones de migrantes del planeta una fuerza de trabajo, muchas veces barata y dominable, que les es imprescindible. La situación ha ayudado a empobrecer aún más a los países del sur geopolítico y ha desertizado salvajemente las zonas rurales del planeta, provocando terribles daños ambientales y sociales.

(…)

El emprendimiento de un proyecto de decrecimiento ordenado y sereno en el Norte, que debería implicar no sólo la drástica reducción de nuestra producción y nuestro consumo, sino también cambios radicales en la manera de organizarnos política, social y económicamente; con mas autogestión, autoproducción, ahorro y por tanto autosuficiencia, con la relocalización de la economía, la producción, la política y en general con la primacía de todo lo local frente a lo global; con el reparto del trabajo y la producción de bienes relacionales; con la redistribución equitativa de los recursos disponibles en el nivel planetario; y sobre todo con el desarrollo de una vida más frugal – incluso dando ciertos pasos hacia atrás-, debería ser una opción que hay que tener muy en cuenta para contribuir a que el planeta, y con él la humanidad y la vida misma, interrumpa e incluso revierta eses camino hacia la catástrofe que todos los datos parecen indicar.

Dicho cambio en nuestro estilo de vida podría tener efectos muy positivos en la reducción del drama social que suponen las migraciones en el nivel mundial, tanto de aquellas que sangran a muchas poblaciones del Sur geopolítico -incluiría también a las del este de Europa-, para las que la emigración hacia otros lugares y países se ve como la única salida a la pobreza extrema, como de las que desertizan los espacios rurales del planeta para engrosar las aglomeraciones urbanas.

(…)

En lo referente a los migrantes internacionales, la opción del decrecimiento en las sociedades industrializadas tendría por fuerza que provocar mayor justicia social es sus países de origen y por ende en sus sociedades, entre otras cuestiones por causa del freno que supondríaa para el expolio de sus recursos naturales, el cese de una más que injustas relaciones -o imposiciones- comerciales y políticas capitalistas y el obligado pago de la deuda del crecimiento que el Norte tiene con el Sur.

Si hablamos de éxodo rural que es la migración más copiosa tanto en los países de la Periferia como en los del centro del sistema, un programa de decrecimiento ayudaría a invertir la tendencia urbanizadora del planeta, por cuanto éste sería inabordable si una decidida repoblación humana del campo -lógicamente con su redistribución equitativa de la tierra-, orientada a relocalizar tanto la economía como la política. Dicho proyecto buscaría, entre otras cosas caminar hacia una soberanía alimentaria que a su vez ayudaría a paliar en buena medida el panorama multicrisis (crisis ambiental,energética, cultural, económica, alimentaria, humanitaria, etc.) que asola la Tierra.