Hay una gran confusión en nuestra concepción sobre la naturaleza. Y las cosas tienden a empeorar con una exagerada conmemoración del bicentenario de Darwin. Muchos piensan que la ciencia descubrió que la “ley de la selva” es la ley del más fuerte, la ley de la competición y de la lucha por la supervivencia. Todavía más, piensan que Darwin descubrió esa ley a partir de estudios rigurosos de la naturaleza. Perdónenme por fastidiar la fiesta pero quiero argumentar que tales nociones están equivocadas y que no hay ninguna originalidad ni brillantez que deba ser celebrada en este aspecto de la comprensión del mundo natural.
Los grandes avances de la investigación científica en el último siglo revelaron que la verdadera “ley de la selva” es la integración holística de los sistemas vivos y que todos los organismos supuestamente en competición constituyen, en realidad, partes integrantes de un sistema complejo en perfecta sintonía que ya dura cerca de 4000 millones de años.
Quien estudia la vida de manera rigurosa y crítica sabe que la estabilidad de una célula y de los organismos multicelulares depende de la integración sistémica de sus partes constituyentes. Lo mismo acontece con el ecosistema y con el ciclo vital que sustenta el planeta, del cual forman parte incluso los minerales. Una guerra de todos contra todos resultaría exactamente en lo contrario de la estabilidad: la desintegración de los sistemas y la des-estructuración de la complejidad, soportes ambos del fenómeno que llamamos vida.
Ni el más pertinaz defensor de un mundo desencantado deja de impresionarse (y encantarse!) con una organización extremadamente compleja y en fina sintonía de elementos químicos comunes (esos, sí, desencantados, pues la materia que constituye la vida es la misma que forma los seres inanimados) que interaccionan para formar incluso los más simples de los organismos vivos.
“La selva” es, en realidad, un ambiente de equilibrio e integración, que incluye desde microorganismos invisibles, como bacterias y virus, hasta grandes mamíferos y plantas. Las leyes no están escritas y no hay sistema penal, pero hay un castigo máximo, no otorgado por los legisladores, para aquellos que no respetan la regla del equilibrio: la pérdida de sintonía con el ambiente y, consiguientemente, la extinción.
El propio patrón revelado por los estudios empíricos de la evolución (el registro fósil y la paleogeología), da testimonio de que los grandes cambios son episódicos y están siempre relacionados con catástrofes y fenómenos excepcionales, tales como la saturación de la atmósfera con oxígeno liberado por las primeras bacterias, el impacto de asteroides, cambios climáticos profundos, etc. El resto de la historia (su mayor parte) contiene pocos cambios estructurales, numerosas adaptaciones y centenares de miles (o millones) de años de equilibrio y estabilidad.
Si, por tanto, “la ley de la selva” es la del equilibrio y de la interacción holística de las partes componentes, de dónde vienen las connotaciones negativas del término “salvaje”? ¿Por qué lo asociamos con la lucha de todos contra todos, la competición y la supervivencia del más fuerte?
Quien afirma que el culpable de todo eso es Darwin, acierta apenas una parte. La historia de la asociación de las leyes de la naturaleza con las leyes de la competición empezó algunos siglos antes.
El sistema capitalista tuvo su origen en lo que Marx denominó “acumulación originaria”, caracterizado por el comercio competitivo, expropiación arbitraria y violenta de pequeñas propiedades, esclavitud y pillaje de recursos en continentes invadidos y colonizados. La conclusión del autor de “El Capital” es que “si el dinero nace con manchas naturales de sangre en una de sus caras, el capital viene al mundo chorreando sangre por todos los poros, de los pies a la cabeza”. Inglaterra tuvo un papel especial en la promoción de ese sistema. No es para asombrarse que las teorías relacionadas con dicho tipo de actividad predatoria hayan surgido exactamente en aquel país.
En el siglo XVII, Thomas Hobbes atribuyó la dinámica de la realidad bajo el capitalismo en ascensión a una esencia del ser humano como depredador y afirmó que “el hombre es un lobo para el hombre” (homo homini lupus) y que la sociedad es una guerra de todos contra todos (bellum omnium contra omnes). La sistematización teórica de la cosmovisión capitalista había sentado sus bases. La metafísica social de la era moderna establecía los fundamentos a partir de los cuales toda la realidad sería concebida y justificada.
Adam Smith se sirvió de tal metafísica para la sistematización de la teoría económica liberal. Para él, el interés propio, el egoísmo de cada individuo, es lo que hace funcionar la sociedad. La mano invisible del mercado era un concepto como la gravitación newtoniana, que entraba en acción cuando cuerpos individuales se colocaban uno en el campo de acción del otro.
También en Inglaterra, ahora en el auge del imperialismo del siglo XIX, Thomas Malthus defendió que la vida en sociedad es, esencialmente, una lucha por la supervivencia, dada la escasez de recursos en relación con el crecimiento de la población. Herbert Spencer, en consonancia con Malthus, pontificó que los vencedores de la lucha por la supervivencia eran los más aptos, que superaban, por sus cualidades intrínsecas, a las razas, clases e individuos inferiores y menos competentes.
Lucha por la supervivencia y supervivencia de los más aptos son conceptos tomados de la teoría social liberal, elaborada en el auge del enriquecimiento de la élite colonialista inglesa y de la exploración y empobrecimiento de las clases y pueblos juzgados inferiores. ¿Qué hizo Darwin, a quien se atribuye erróneamente la autoría de estas ideas, suponiendo que él las hubiese descubierto en el estudio de la naturaleza?
Si las personas que celebran el bicentenario de Darwin (principalmente los biólogos) se tomasen la molestia de leer Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural o la supervivencia de las razas favorecidas en la lucha por la existencia (título original de la obra más famosa de Darwin) – lectura extremadamente rara entre los que estudian o enseñan el darwinismo – verían que el autor da el crédito a sus maestros y dice que su idea “es la idea del sr. Malthus aplicada a la totalidad de los reinos animal y vegetal” (ver introducción y cap. 3 de Sobre el origen de las especies). Spencer es citado cinco veces en la tan celebrada como poco estudiada obra.
¿Qué brillantez u originalidad existen en tomar una idea social y aplicarla a la naturaleza? Ciertamente la de concluir la construcción de la metafísica social liberal, transformándola en reglas naturalistas. Por lo tanto no fueron las ideas de Darwin las que dieron lugar a su aplicación social (lo que llaman darwinismo social): la misma teoría es una teoría social transportada a la naturaleza. Además de dar el toque final a la metafísica social capitalista, el darwinismo sacramentó la naturalización de las ideas liberales hegemónicas.
partir de ahí, nuestras mentes fueron entrenadas a ver competición del león (predador) con las cebras o ñues (presas), pero sin fijarse en que ambos, predador y presa, conviven hace millones de años en un mismo espacio, en situación de equilibrio armónico, sin consecuencias ecológicas negativas. Aceptamos ideas como “egoismo” de los genes, sin preguntarnos como diablos tal sentimiento humano pueda ser propiedad de un pedazo de materia que ni siquiera está viva- los genes son apenas moléculas que sólo poseen función dentro de una célula y en interacción con otro centenares de moléculas.
De la misma forma, a pesar de ser prácticamente un consenso que el reparto de alimentos y la cooperación fueron factores indispensables para la evolución del Homo sapiens, todavía hay estudiosos serios que consideran a la cooperación entre humanos uno de “los mayores enigmas de la biología”, dado que fueron adoctrinados para buscar competición y egoísmo en todos los fenómenos naturales. No son raras las explicaciones de actos altruistas de animales sociales basadas en la relación costo-beneficio que convierte a la cooperación en una estrategia interesada para obtener ventajas individuales.
O sea, que lo que debería ser un dato empírico que reclama una interpretación teórica -a saber, la existencia de la cooperación a larga escala en la naturaleza- se convierte en un enigma porque contradice una doctrina pre-concebida.
En síntesis, la tan cacareada “ley de la selva” a la que comúnmente se nombra, no fue descubierta en la naturaleza, sino decretada por teóricos del capitalismo e impuesta en la naturaleza. No fue por casualidad el éxito editorial el libro de Darwin en la Inglaterra victoriana, hecho inédito hasta hoy cuando se trata de una publicación científica.
Como decía arriba, lo que las investigaciones recientes nos han llevado a descubrir en la naturaleza son leyes bien diferentes de las que rigen la dinámica de la sociedad capitalista. Mientras tanto explotan por doquier las celebraciones del nacimiento de un pensador que “revolucionó nuestra visión de la naturaleza. Pero: ¿Qué hay de revolucionario en Darwin? En primer lugar hay que recordar que el propio predominio del capitalismo fue el fruto de verdaderas revoluciones en Inglaterra y en Francia. La burguesía ya fue una clase revolucionaria bajo aspectos materiales y espirituales. En el siglo XIX, las ideas burguesas ya eran en ciertos aspectos, revolucionarias, principalmente en lo moral, una vez que disputaban la hegemonía al conservadurismo clerical. No es por azar que el término “liberal” se oponía a “conservador”. Y sin embargo vivimos en el siglo XXI, y no hay que argumentar mucho para afirmar que el término “liberal” adquiere hoy una connotación conservadora.
Si ser darwinista pudo un día ser considerado progresista, tenemos motivos de sobra para pensar que en los tiempos actuales, tal postura tiende más hacia el conservadurismo que hacia una actitud revolucionaria. Tanto bajo el punto de vista científico como social, el darwinismo da muestras de inadecuación al campo que pretende ser aplicado.
En el primer aspecto, cito las palabras de la prestigiosa bióloga Lynn Margulis, para quien “En lugar de los formalismos idealizados de la “moderna síntesis” darvinista, los principios organizados para el entendimiento de la vida requieren un nuevo conocimiento de la química y del metabolismo. Descubrimientos en el funcionamiento interno de la célula aclaran el modo de evolución desde que Darwin y sus seguidores inmediatos escribieron su análisis interior. Los resultados de la nueva ciencia de laboratorio y de campo contradicen, ignoran o marginalizan el formalismo del neodarwinismo, excepto para variaciones dentro de poblaciones de mamíferos y otros organismos que se reproducen sexualmente” (Margulis y Sagan. Acquiring genomes: a theory of the origins of species. New York: Basic Books, 2002).
Otro biólogo, Máximo Sandín, afirma que “Mientras que en las universidades se enseña la evolución como el “cambio gradual en las frecuencias génicas”, en sus propios laboratorios se observa que los procesos implicados en la evolución morfológica nos dicen exactamente lo contrario” (Sandín, M. Pensando la evolución, pensando la vida. Murcia: Crimentales, 2007).
Bajo el aspecto social, es muy poco probable que una idea verdaderamente revolucionaria tenga tanta relevancia en los medios de comunicación. Se trataría más bien de propaganda defendida por las mega-corporaciones editoriales y mediáticas. Parece más sensato suponer que la propaganda masiva del darwinismo responde a intereses de mantenimiento de la naturalización de las diferencias sociales y de las ideas sociales liberales. Además, la emergencia de una nueva metafísica social no sólo se hace urgente y necesaria sino que se configura ya de forma latente en las múltiples experiencias alternativas de organización social y en el clamor de los que ansían otro mundo posible. Para la formación de esta nueva racionalidad, urge desnaturalizar los elementos de la racionalidad burguesa, lo cual no es posible sin un abordaje crítico del darwinismo.
A la luz de la reflexión precedente, el capitalismo no es salvaje. Es, al contrario de lo que ocurre en la naturaleza, una violación de la regla básica del equilibrio, integración y cooperación vigente en el mundo actual. No es sorprendente que la manutención de dicho sistema nos esté conduciendo a la pena máxima aplicada a los que no siguen la verdadera ley de la selva: la extinción.
Considerando el hecho de que el evolucionismo y el naturalismo no son ni fueron nunca sinónimos de darwinismo (infelizmente no podré explorar ese aspecto aquí, pero sugiero la lectura de mi artículo La crisis latente del darwinismo, Asclepio. Ano LVIII, n.1. enero/junio, 2006), me atrevo a decir, a contramano de la mayoría, que no veo motivo para tanta celebración de un nacimiento. Preferiría celebrar el funeral de la teoría darvinista y el nacimiento de una nueva teoría de la evolución, estrictamente naturalista (no creacionista), verdaderamente científica y adecuada tanto a las investigaciones empíricas como a una nueva metafísica social.
Mauricio Abdalla
Universidade Federal do Espírito Santo. Brasil.
Traducción: Emilio Cervantes
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